La obra pueda ser interpretada por una sola actriz. Cada escena es una historia acabada, unida al conjunto por la temática. El director/a puede elegir las escenas que considere pertinentes para su montaje, de acuerdo con el espacio que disponga, el tiempo o el público a quien vaya dirigido. De igual manera pueden ser varias actrices las que den vida a la obra, pero la idea primigenia es que se maneje como unipersonal para que la actriz responsable tenga la posibilidad de mostrar y explotar sus cualidades y capacidades histriónicas.
Personajes que integran la propuesta escénica
Nancy: Enfermera, 40 años, se conserva con buenas formas; divorciada, tiene un hijo de 10 años. Viste de manera informal, le gusta la música tropical.
Madre indígena: 45 años pero aparenta más edad. Viste huipil blanco. Habla fluidamente el castellano pero tiene un marcado acento que delata un sustrato lingüístico de la zona maya.
Sara: Mujer de 40 a 45 años, protestante de origen hispano, se viste de manera convencional, acorde a las normas religiosas. Predicadora convencida.
Alicia Villalobos: Anestesióloga, 40 años de edad, guapa, hija de familia pudiente, lúcida, educada y pragmática. Viste uniforme de médico.
Teresa: Mujer de extracción popular, viste ropa provocativa, muy ajustada, de mal gusto. 40 años. Casada, tiene tres hijos.
Janet: 45 años. Empresaria exitosa. Inteligente, guapa a pesar de las enfermedades. Paciente con problemas de páncreas y riñones. Viste con bata del hospital.
Madre de Alberto: Mujer de 40 a 45 años, vestida con ropas oscuras que denoten su luto. Rostro adusto. Clase media alta.
Escenografía
La escenografía está conformada por una serie de redes que penden del techo y aforan, así como de los laterales, que harán las veces de puertas y ventanas. El piso tiene pintada una red. Junto a las redes colgantes, en lugares estratégicos hay órganos: corazones, hígados, riñones, pulmones, ojos, con luces integradas que se encenderán y se apagarán de acuerdo con las necesidades. Los órganos estarán provistos de mecanismos que les permitirán descender o subir e incluso desaparecer. Una mesita, dos sillas con respaldos con dos pulmones tallados en madera o en otro material llamativo; una lámpara en forma de corazón y una silla de ruedas. Es importante que haya guillotinas, pantallas o superficies en las que se puedan proyectar videos o imágenes, estas, preferentemente deben estar atrás de las redes para que las imágenes que se proyecten también se vean atrapadas.
Las acciones ocurren en una ciudad cualquiera de América Latina. Época actual.
Escena I
De todos modos Juan te llamas
Nancy, mujer de 40 años, enfermera. Viste informal. Días de asueto.
Nancy: (Luz de día. Nancy entra radiante, trae audífonos, canta y baila con una bolsa de mandado.) ¡Ah, cómo me gusta esta canción! (Gritando.) ¡Juan, ya llegué! (Saca y acomoda las cosas que trae en la bolsa. Lo hace al ritmo de la música que escucha. Se quita el audífono de una oreja.) ¿Hijo, quieres fruta? Te traje menudencias. ¿Cómo quieres que te las prepare? ¿Con muchas verduras? (No responde. Se pone el audífono, tararea la canción, saca de la gran bolsa riñones, páncreas, hígados, corazones y los cuelga en la red. De hecho las vísceras le dan un sentido grotesco a la situación en tanto que la historia se apega más a un realismo naturalista.) Con arrocito me van a quedar para chuparse los dedos. Creo que también voy a preparar algo de pipián y agua de Jamaica. (Tocan la puerta. Insisten los toquidos que se fusionan con latidos.) ¡Hijo, abre la puerta! (Tocan nuevamente.) ¡Juan, abre la puerta! (Juan no responde. Nancy se seca las manos en la ropa y se dispone a abrir.) De seguro se fue a jugar otra vez con sus amigos y yo aquí gritando como loca. (Con precaución abre la puerta. Voltea para todos lados, no encuentra a nadie.) ¡Vaya, algún bromista! (Regresa a sus labores. Tararea la canción que escucha por los audífonos. Suena su celular varias veces. Contesta.) Bueno, sí, con ella habla. Sí, soy la mamá de Juan. Bien gracias. ¿Qué? ¿Qué dice? ¿Qué le pasó? ¿Hizo algo malo? ¿Nada? ¿Entonces por qué se lo llevaron? ¿Quién es usted? No me lo va a decir. Está bien, pero dígame, ¿a dónde se lo llevaron? ¿Qué quieren? ¿Cómo sé que es verdad lo que dice, que no es una broma? Ustedes no bromean con la vida. Comuníqueme con él entonces para que le crea. Juan, hijo, ¿estás bien? Dón… Sí, ya lo oí. Pero dígame señor, ¿qué quieren? ¿Por qué lo tienen con ustedes? Lo que usted diga. Está bien, me callo y espero sus indicaciones. No señor, no hablaré con la policía. Sí señor, haré lo que me digan. Sí, sí, espero su llamada. (Desesperada se asoma por las aberturas de la red. Trata de romper la red, de escapar por las aberturas, abre y cierra la puerta, observa la calle. Marca enloquecida un número.) Mamá, mamá, sí, soy Nancy, ven por favor, es urgente. No te lo puedo explicar por teléfono. Secuestraron a Juan. Se lo llevaron. No se lo digas a nadie, a nadie. Ven sola. Deja lo que estás haciendo. Sí, te espero, ven pronto por favor. (Camina para todos lados, se enreda en la red, se suelta, arranca alguna víscera y la estruja entre las manos. Se sienta en una silla, se lleva las manos a la cara, llora. Suena el teléfono. Deja la víscera sobre la silla.) Sí, diga. Sí, soy yo. ¿Por qué hablas a estas horas, Ernesto? No vas a poder venir a traer la mensualidad. ¿Cuántos días? Dos o tres. Está bien. No se encuentra aquí, se fue… a jugar con sus amigos. Claro que estoy segura. ¿Por qué me lo preguntas? Me oyes extraña. Estoy nerviosa pero nada más. Sí, un poco por el dinero, hay que comprarle a Juanito algunas cosas que le pidieron en la escuela, pero ya veré cómo lo resuelvo. Está bien, en cuanto cierres un negocio vienes. Cuando llegue yo le digo que hablaste. Sí, le digo que no vas a pasar mañana por él porque vas a estar fuera de la ciudad. Hasta luego, Ernesto. Ernesto… no nada, hasta luego. (Cuelga el teléfono. Inmediatamente suena de nuevo.) Sí, bueno, bueno. ¿Ernesto, eres tú? Sí, bueno, bueno, por favor contesta. ¡Ah, es usted! Es que no lo oía. No señor, no hablé con la policía. Me habló el papá del niño, no, señor, no le dije nada, se lo juro. Díganme, ¿qué quieren? Yo no tengo dinero, vivo de mi trabajo, pero puedo pedir…. ¿Qué? ¿Nada? ¿Por qué se lo llevaron entonces? ¿Hizo algo indebido? Si no hizo nada, ¿por qué lo… ? Sí, entiendo. Dígame qué hago, qué quieren que haga. Yo hago lo que me pidan pero por piedad regrésenme a mi hijo. No le vayan a hacer daño por lo que más quieran. Sí. Sí, señor, espero su llamada. No, no se lo diré a nadie, cuando me… bueno, bueno… (Absorta, casi ida.) No, no se lo diré a nadie. (Escenas rápidas en varias partes del escenario y la red. Tocan a la puerta, luego los toquidos se fusionan con fuertes latidos. Nancy coge una víscera, la mira; se sienta derrotada. Cambia de actitud. Se para y avanza hasta el proscenio. Declarando en el proscenio-ministerio público y en varios puntos de la red.) A las tres de la mañana me hablaron, habían dejado a Ivo fuera del hospital donde trabajo, abandonado a su suerte. (Rompe, se dirige a otros sitios.) ¿Mamá, estás aquí? Dime que no te has ido. Te necesito, mamá, ahora más que nunca. No se lo digas a papá, no vayas a la policía. ¡No hables, mamá, por lo que más quieras, no hables! Sí, licenciado, lo dejaron fuera del hospital, estaba inconsciente y todavía anestesiado. Le faltaba un riñón, solo eso. Ya se está recuperando, el doctor George y la doctora Alicia lo están atendiendo, ellos saben mucho de eso. Los criminales de seguro sabían dónde trabajaba yo porque allí lo llevaron para no poner en riesgo su vida. Trabajo allí como enfermera desde hace 20 años. Ya se los dije, se lo llevaron ayer, no sé a qué hora, yo fui al mercado a media mañana y cuando regresé él ya no estaba. Tocaron la puerta pero no era nadie, luego empezaron las llamadas de un señor que nunca me dio su nombre, me ordenaron que no diera aviso a la policía porque si lo hacía iban a lastimar a mi hijo, yo solo le hablé a mi mamá. Ah, este, es el número de Ernesto, el papá de Juanito, estamos divorciados desde hace cinco años, él tiene otra familia, compra y vende carros; me habló para decirme que no iba a depositar la mensualidad de los alimentos, que estaba por cerrar un negocio y se iba de la ciudad, que no iba a recogerlo el fin de semana. No, nada raro, licenciado. Ivo, me dice que no recuerda nada, lo vendaron de los ojos y luego lo anestesiaron, no vio el rostro de nadie, solo oyó que eran varias voces. ¿Ivo? ¿Quién es Ivo? Es mi hijo, así lo llamamos en familia, era el nombre que Ernesto quería ponerle, pero ya en el registro decidió llamarlo Juan, como mi papá… (Pausa. Recapacitando.) Licenciado, cuando me avisaron los secuestradores que lo habían dejado afuera del hospital lo llamaron Ivo y ese nombre solo se usa en familia. (Tocan la puerta, los sonidos se fusionan con fuertes latidos. Nancy se pone audífonos, se los quita de una oreja, se escucha parte de su música estridente. Arranca y arroja mientras habla a las vísceras que había colgado.) No, hijo, no abras, jamás abras esa puerta sin preguntar antes quién es. Ahora tú también empiezas a entender que la vida es un infierno. Solo eso. Un infierno. Aquí no importa nada. A nadie le importa nada. Bueno, sí, a unos cuantos. La mayoría, después de condolerse continúan su vida. El dolor no se contagia. Así debe ser. Creo que así debe ser. Nosotros somos los que cambiamos porque nunca volveremos a ser los mismos. En nuestro ánimo se forma algo así como una verruga, como un mezquino canceroso. Pero la vida sigue y a pesar de todo tenemos que vivir. (Se pone los audífonos, pone las vísceras en la bolsa grande y sale. Se escucha una música estridente. Oscuro.)
Escena II
Las otras bestias
Mujer de extracción humilde, madura, vestida con huipil blanco, avejentada antes de tiempo por la miseria y los avatares de la existencia. Camina lento hacia la imagen de la Virgen de Guadalupe, la que se proyecta sobre la pantalla-red del fondo, o de ser posible a través de un holograma; la Mujer lleva en las manos una urna fúnebre.
Madre indígena: Madre, yo te lo entregué vivo y así quiero que me lo regreses. Yo te lo ofrecí cuando estaba en mi vientre, Madrecita Morena, cuando los sangrados lo amenazaban. Si se logra llevará tu nombre y tú siempre irás en su corazón. Así te lo prometí. Así empeñé mi voluntad. La partera dijo que no se iba a lograr porque nació antes de tiempo y porque yo todavía estaba seca, pero tú obraste el milagro y él vivió solo con leche de elote y de chiva. Aquí te traigo a tu hijo virgencita del Tepeyac. A tu José Guadalupe. A ver si te duele como a mí. (Guarda silencio. Se dobla de dolor. Cambia de actitud, condolida, tierna.) ¡Mira madrecita lo que hicieron de él! (Se hinca. Acaricia con ternura la urna.) Lo vaciaron, le robaron sus entrañas. Lo mataron como a un animal del monte. Él no había hecho nada, era un niño bueno. Pero querer vivir en paz en estas tierras se ha vuelto un delito. Lupito solo quería eso: vivir. Tú, madrecita, ibas con él, por qué no lo defendiste, por qué no clavaste tus uñas en la cara de los asesinos. Tú nos has dicho que debemos perdonar a nuestros enemigos, yo no puedo, ahora no, todavía no. Hace días que estoy muriendo, que me estoy secando por dentro. Ya no puedo llorar. Ya no tengo lágrimas, mis ojos se están apagando como tizones en medio de la tormenta. (Coloca la urna junto a la imagen, saca una veladora de entre sus ropas. A partir de este momento se empiezan a proyectar imágenes o películas de la bestia y otros trenes cargueros, de inmigrantes luchando por subir a su lomo y de otros buscando apoyo solidario en calles, plazas, parques, cruceros.) Él solo quería vivir mejor, nada más eso y un día se fue como tantos otros en el lomo de la bestia. Aquí vino y te trajo tus flores para despedirse de ti como siempre lo hacía cuando se iba lejos, cuando había trabajo en los cafetales y era seguro engancharse. Yo solo te pedí que lo protegieras, que miraras por él, porque yo te lo di cuando era pequeñito como una figurita de barro oscuro. Tú eras su consuelo, su madrecita protectora. María y yo fuimos a despedirlo hasta las vías, lo vimos encaramarse entre los fierros que crujían, y lo seguimos viendo hasta que desapareció su mano que se movía lanzándonos adioses. En el morral llevaba una estampita con una imagen tuya para que lo acompañaras siempre. A sus 20 años, Lupe estaba lleno de sueños y de hambres de hombre viejo. Aquí ya no había nada para vivir, ni siquiera esperanzas. Antes, los campos se sembraban de maíz y de frijol, los cafetales crecían a la sombra de las ceibas y se trepaban en el lomerío, pero eso se fue muriendo poco a poco, la tierra se fue muriendo, la fueron matando los hijos de Xibalbá. ¿A qué, para qué se quedaba Lupe? Todos sus amigos se habían ido al otro lado, hasta los más chicos que él. Ni María ni yo podíamos detenerlo. ¿Para qué? Aquí la muerte es algo seguro, lenta, pero segura. Él ya no quiso engancharse con los cafetaleros ni con los otros. No, ese no era su destino. No quería amanecer cualquier día con un tiro de gracia o en una bolsa negra todo despedazado. Lupe tenía sueños, quería hacer algo por mí y por el hijo que lleva María en las entrañas… (Toma unas rosas que están junto a la imagen, se dirige al proscenio, de ser posible se mezcla entre el público y va dejando caer pétalos.) Dicen que lo encontraron en medio de la sierra con otros tres cuerpos, pero estaban vacíos. Supimos que era Lupe por el morral con tu imagen, al principio ni yo, que soy su madre, lo podía identificar del todo. No estaba segura, no podía creer que mi niño hubiera quedado a mitad del camino. Decían que fueron los animales salvajes los que les arrancaron las entrañas a los cuatro. Cuatro jóvenes sin ojos, sin pulmones, sin hígados, sin riñones. Cuatro niños de acá. Pobres todos. Solos todos. ¿Quién los bajó de la bestia? ¿Quién los llevó a la montaña? Tú, madrecita, tú que siempre nos has protegido tienes que saberlo. Lupe tenía un tatuaje con tu imagen junto al corazón. Allí la vimos, casi completa, María y yo. Sí, es José Guadalupe, les dije, pero no nos entregaron su cuerpo para velarlo y enterrarlo. Lo que dejaron de su cuerpo. Hay que incinerarlo, ya no hay tiempo para velaciones, está descompuesto. Vengan mañana por las cenizas, nos ordenaron. De nada valieron nuestras súplicas, mucho menos las protestas. Vengan mañana. Yo quería llevarlo al camposanto y enterrarlo junto a su padre y sus hermanos, para que se hicieran compañía. Los muertos necesitan cruces, un lugar en la tierra para descansar, para recibir las visitas. Vengan mañana, dijeron. ¿Quién mató a mi hijo? ¿Quién lo dejó sin entrañas? Vengan mañana. Aquí está, madrecita, lo que nos dejaron. Te lo vengo a mostrar para que lo mires, para que sientas el vacío como yo, que también soy su madre. Mañana irá con los suyos, con sus mayores, ya hecho polvo, sin ojos, sin boca, sin manos, sin… Hijo, despídete de la virgencita, tu protectora, ya es tiempo de irnos a cumplir con la vida, afuera hay otras madres, cientos de madres con las manos vacías. (Toma la urna y sale. De fondo se escucha Nonantzin en náhuatl.)
Escena III
La Biblia dixit
Sara, mujer de 40 a 45 años, Biblia en mano, parada sobre una caja de madera y con micrófono inalámbrico. Viste de manera tradicional, como lo hacen los de religiones protestantes: colores serios, falda hasta los tobillos, saco o suéter, bien peinada, sin llegar a la exageración ni a la elegancia. Si lleva, debe ser un maquillaje discretísimo. Con pasión arenga en una plaza pública.
Sara: ¿Quién de ustedes no le teme a Satanás? Satanás anda suelto por las calles de la ciudad. No tiene cuernos y cola peluda, no huele a azufre como lo han pintado. ¡No! Se parece a usted, a mí, a cualquier persona. En no pocas ocasiones se presenta de manera seductora, hábil con la lengua y sonrisa dulce. Navega en mil formas en el ciberespacio. No se confíen, tengan cuidado con esos zalameros, con esos vendedores de oropel. Así ha ocurrido en otros tiempos, así está ocurriendo ahora. Satanás anda suelto y nos ofrece la vida, los deleites de la vida. No se sorprendan, esto no es nuevo. Todo está escrito ya. El mundo está lleno de maldad desde los tiempos bíblicos. Pero hoy más que nunca nos acercamos a la nueva era, al juicio final, para que los que han vivido de acuerdo con la palabra del Señor habiten en el Edén y los descarriados sean consumidos por el fuego eterno. Miren a su alrededor, observen el mundo de muerte y violencia que nos ha tocado vivir. Vean a ese hombre que golpea a su hijo. Observen a ese policía que soborna al automovilista. Miren cómo ese joven se droga sin control. Escuchen los jadeos de la fornicación. Vean a su alrededor, en lugar de casas familiares, templos o escuelas hay antros, prostíbulos, lugares de pecado y perdición. Prueba fehaciente de la descomposición social, de que está próximo el final de este sistema de cosas. Las noticias no mienten, los buitres nos acechan, son mensajeros de la muerte. Por eso, hermanos, yo los invito, ahora que todavía estamos a tiempo, a que se conviertan, a que renuncien a la vida de excesos, a que lean la Biblia. Dios hizo la naturaleza en armonía, al hombre en armonía. Son los hombres mezquinos los que han creado cepas de virus mortales, los que han hecho experimentos que han provocado enfermedades y mutaciones. No son Dios ni la naturaleza los que han roto el equilibrio, es el hombre con su soberbia y su codicia el que ha destruido los ecosistemas y devastado las selvas, contaminado los aires, los ríos y los mares. Hoy más que nunca las guerras globales nos amenazan. La industria de la guerra anuncia cada día el Armagedón. Somos una raza de pecadores que se deja dominar por los deseos de la carne y las pasiones, que se guía por los valores materiales; pero después del juicio final que se avecina, el hombre y la naturaleza volverán a estar como en un principio, en armonía, en convivencia plena. (Se baja de la caja y se dirige a una persona imaginaria o a un asistente al teatro.) No joven, a mí no me pagan por hacer publicidad a ninguna secta. No soy ninguna aleluya, soy una creyente en la palabra del Señor y estudiar y cumplir la Biblia es una obligación de los verdaderos creyentes. Es la palabra del Innombrable. Tome esta revista, léala, aquí encontrará muchas respuestas a sus dudas. Estamos a tiempo de prepararnos, de arrepentirnos. Cada vez las señales del fin de los tiempos son más claras. El Apocalipsis se acerca. Leamos las Sagradas Escrituras, sigamos el camino allí trazado, no hay otro camino para ser salvos. Mienten los falsos profetas que anuncian otras verdades, la verdad que lleva a la vida eterna, el camino que nos salva es solo uno. Aquí lo dice muy claramente: yo soy el camino, el que me siga será salvo. Vivamos en la fe, vivamos con fe. Nada de torcer el sentido de la luz del mundo, nada de adorar imágenes, el único que debe ser adorado es nuestro Padre Yahvé. (De la red empiezan a colgar ojos que miran fijamente, que giran, que rodean a la mujer o en su defecto pueden ser luces que la envuelven como torbellino. Se dirige al proscenio y comparte directamente con el público.) Desde hace varios años sabemos que invaden la ciudad engendros del mal, hijos de Satanás que están cometiendo verdaderos atentados contra la vida. Aquí vienen documentados algunos, apegados a la verdad. (Reparte folletos que lleva entre las páginas de la Biblia.) Primero fue en Estados Unidos y ahora en todo el mundo. Andan por todas partes bandas de criminales secuestrando niños y jóvenes para drogarlos y extraerles algún órgano… Dicen que allá era común que aparecieran las víctimas, todas ensangrentadas en la cama o en la tina con hielo, de algún hotel con la leyenda: “Si quieres vivir llama al 911”. Como el demonio tiene mil y una formas de encarnar, también empezaron a utilizar a mujeres hermosas para seducir a los extranjeros, con quienes tenían noches de excesos y lujuria, luego aparecían los jóvenes en hoteles o en lugares solitarios drogados y sin algún órgano. (Reparte más volantes con fotografía. En la red cuelgan imágenes del joven.) Hace dos semanas nos llenamos de dolor, un hermano nuestro, originario de Nicaragua, desapareció después de la convención que tuvimos en el estadio; primero sus padres, parientes y amigos y luego toda la comunidad empezamos a buscarlo, creíamos que se había extraviado porque conocía poco la ciudad. Lo buscamos por todos lados, en hospitales, cruz roja, verde y ámbar; en la Procuraduría de Justicia, en todos los centros policiacos, pero no había ni un rastro, ni una señal de él; le marcábamos una y otra vez a su celular pero no había respuesta; al tercer día sonó su teléfono, él contestó pero no sabía dónde se encontraba; le dolía la cabeza y todo era oscuridad. Cuando lo localizamos a través del GPS estaba todavía drogado y con los ojos vendados. Al quitarle la venda solo tenía las cuencas, las cuencas vacías. Él ya no podrá mirar a sus agresores, no podrá identificarlos, pero Dios los señalará con su dedo de fuego. Por más que huyan, por más que se oculten a los ojos de la justicia terrena, jamás podrán hacerlo ante los ojos del Señor. Hoy en el rostro del hermano reina la oscuridad, pero pronto, muy pronto llegarán las tinieblas a morar en la tierra y todos los inicuos, los asesinos, los mutiladores, los parricidas y pederastas, todos, todos alimentarán el fuego de la hoguera del Señor, hasta el fin de los tiempos. La Bestia anda suelta, hermanos, como ave de rapiña, como carroñera, mutilando, dejando sin entrañas a los siervos del Señor, señal inequívoca que el fin de los tiempos se avecina. Estamos a tiempo, acérquense a la luz hermanos, este es el camino. (Señalando repetidas veces la Biblia.) Esta es la verdad que lleva a la vida eterna. La única verdad. (Casi para sí.) Pero sus ojos, ¿por qué sus ojos? Satanás anda suelto. Satanás anda suelto. (Se marcha repartiendo volantes.)
Escena IV
Otra vez Alicia
Alicia, mujer soltera de 40 a 45 años, fuerte y hermosa; va con ropa de vestir, bata de médico y estetoscopio colgado en el cuello. Se asoma por los hoyos de la red, como vigilando. Toca algunos órganos que penden de la misma, escucha con el estetoscopio algún corazón, se escuchan por todos lados fuertes latidos y todos los corazones que penden de la red se encienden y apagan de manera intermitente. Al centro mesita con cafetera, tazas y una lamparita con formas de corazón. Dos sillas que tienen de respaldos dos pulmones. En una hay un saco de corte militar.
Alicia: Así que esta es una de las casas de seguridad que tienen en la ciudad. ¿No tienen otra mejorcita? Esta me parece macabra e incómoda. ¿No era mejor que me arraigaran? Esta pocilga no se ve que sea muy segura ni muy confortable. Además, no me voy a escapar. ¿A dónde podría ir que no me encontraran? (Mientras habla revisa con acuciosidad la red: nudos, elasticidad, aberturas. De su bolsa de la bata saca una jeringa, la coloca discretamente sobre la mesa.) ¿Me van a interrogar o solo estoy aquí por mera protección? No mía, por supuesto, sino de los jefes. Siempre he colaborado, no veo la necesidad de estas precauciones. Espero hayan enterado a mis hermanos de esta situación para evitar malos entendidos. Bien sabe que ellos son nerviosos y pueden reaccionar de manera inesperada. (Va y se sienta en una de las sillas.) Está bien, comandante, solo por rutina. Ahora en esta casa de seguridad, por enésima vez voy a repetirle la perorata y supongo otra vez me va a grabar. Ah, para ver si hay contradicciones en mis declaraciones. ¿Quién duda de mí? Ah, es mera rutina. Está bien. ¿Puedo tomar café o también para esto hay restricciones? (Va y toma una tacita y se sirve de la cafetera. Se sienta en la silla y asume pose de interrogada.) Me llamo Alicia Villalobos, médica de profesión, bueno, especialista en anestesiología. Me llaman mis compañeros La Loba, no es un alias, no soy criminal, sino una forma simbólica de identificación. Al principio fue por mi apellido pero luego por mi forma de ser. La gente común simplemente me dice doctora. (Mientras habla prepara la jeringa como si fuera inyectar a alguien.) Esto tampoco es un alias, sino un título universitario, bueno, la forma popular de llamar a los médicos. Cuando hay familiaridad me llaman doctora Alicia. Tengo 15 años trabajando en el hospital, “El Sospechoso”, bueno, así se le conoce ahora a este nosocomio privado, “Sosopechoso”. Bah. Ingresé como practicante, luego como médica general y posteriormente me incorporaron en la nómina como anestesióloga. También trabajo en el Seguro Social. Todos trabajamos en el Seguro Social, no lo hago por el sueldo sino por tradición, por inercia. Tengo 40 años. No, no tengo hijos ni pareja fija. No he querido tener hijos, ¿para qué? El trabajo es absorbente, no podría atenderlos. Además, ya se me pasó el tiempo, no quiero que vayan a nacer con taras. Claro que tengo familia, no nací por generación espontánea. El que viva sola no significa que no tenga familia. Todavía viven mis padres y tengo dos hermanos, mayores que yo. Empresarios y profesionistas exitosos y, bien lo sabe usted: influyentes. ¿Por qué pregunta por mi familia? ¿Para amedrentarme? Ustedes siempre han sabido dónde vivo, con quién vivo ocasionalmente, cuánto pago de impuestos, cómo los evado. No a ustedes, sino los impuestos. Tienen toda la información que necesitan, no sé para qué me detienen. Si lo que quieren saber es cómo salió la información a los medios, si alguien habló más de la cuenta, bien saben que yo no fui. Sé de qué se trata el negocio. Yo hago mi parte y punto. Jamás, ni con mis colegas más cercanos comento nada de nada. Cada quincena recibo mi pago y punto. No soy la parte más importante ni la más sensible del programa. No, no es broma. Es verdad que yo anestesio todo, mas no por eso hablo de sensibilidad. Simplemente soy un eslabón de la cadena, un nudito de la red. George me ha querido contar más de lo que necesito saber pero yo le he dicho siempre, siempre, que no quiero saber nada. ¿Para qué requiero saber a dónde van los órganos? ¿Para qué necesito datos particulares del paciente en turno? Yo solo requiero su historial clínico, no su origen y estatus. Para mí da lo mismo anestesiar a un indigente que a un colegial, a un campesino que a un migrante, la anestesia recorre por igual toda la escala social. Sí, me gusta la literatura, ¿a qué viene esa pregunta tan fuera de contexto? Ah, cuando entraron a mi casa le sorprendió que en mi biblioteca hubiera más libros de literatura que de medicina. Sí, me gusta la literatura, la pintura, el cine de arte, la música, todo el arte; no practico ninguno. En mis ratos libres leo novelas. No, las policiacas no me interesan, son aburridas cuando se comparan con nuestra realidad, prefiero las de corte psicológico, son más profundas. (Se sirve más café, toma unos sorbos.) George ha sido una de mis parejas ocasionales, nada serio, solo placer con responsabilidad, como decimos. Nunca me ha gustado causar problemas familiares a los colegas. Normalmente mis relaciones las tengo con compañeros de profesión, aunque resultan endogámicas, casi incestuosas, son seguras. Hace muchos años tuve una relación que resultó muy dolorosa y enfermiza. Mi vida literalmente se pintó de colores: Miguel Ángel, ¡cómo pintaba! ¡Cómo mezclaba con colores mi existencia! Sí, lo recuerdo muy bien. A los 22 años vivir con un pintor es una aventura cósmica. Pienso que la elección de la especialidad se debió a esta vivencia, quise aprender a dormir los sentimientos y emociones, la carne y el espíritu, era algo urgente después de 4 años de explorar las sensaciones del cuerpo a través del arte. En los primeros pacientes que anestesié me proyectaba, veía cómo se iban desvaneciendo, cómo la conciencia se iba perdiendo y la luz de sus ojos se llenaba de sombras. El camino más cercano a la muerte es este. En mis manos tenía el poder de la vida y… de la muerte. Un poco más de anestesia y el viaje no tenía retorno, pero era un viaje sin dolor, sin conciencia. Varios se fueron, no, no sé exactamente cuántos, imputables en buena medida a mi inexperiencia o a la de los colegas, lo cierto es que mi carácter se fue endureciendo y las pinceladas de Miguel Ángel se fueron diluyendo. Un buen día me vi involucrada en actividades no del todo lícitas, yo lo sabía, pero hacía parecer que lo ignoraba. En el hospital hay inversiones privadas muy fuertes, de empresarios y políticos prominentes, ustedes lo saben, esto nos ha dado cierta inmunidad o impunidad como quieran llamarla, la semántica es la misma. Pronto los cheques quincenales anestesiaron los pocos atisbos de ética que me quedaban y, claro, me permitieron darme lujos que de otra manera hubiera sido más difícil: viajes, ropa de marca, perfumes, joyas, restoranes exclusivos y placeres, muchos placeres. Es verdad que en los últimos años he acumulado cierta fortuna, que todos los que ahí participamos tenemos condiciones económicas favorables, eso es obvio, en este negocio no hay crisis. Entre más arriba, las ganancias son mayores. Esto es un negocio, oro rojo, como lo llaman, eso lo tengo claro. Quizás hace 10 años, por diversas razones no hubiera aceptado participar en el programa, pero ahora que conozco “algo”, habrá que decirlo sin resquemores no solo participo sino que estoy convencida de su pertinencia. Este tipo de programas son una necesidad social, hay miles de personas que requieren un órgano y que no pueden esperar su turno; personas de la clase privilegiada que no tienen por qué cubrir los protocolos institucionales. Personas, usted lo sabe, comandante, que pueden pagar su felicidad y su salud. Vivimos en una sociedad de mercado, eso hay que entenderlo. El que puede comprar y ser feliz, que compre y sea feliz. Esto parece una máxima muy cínica pero no lo es, es una máxima pragmática. El mundo es así, la humanidad ha sido así, para qué darnos latigazos de conmiseración y humanismo. Eso hay que dejarlo para las madres de Calcuta y los Gandhis, nosotros somos más terrenos. Millones de niños, de hombres y mujeres mueren cada año de hambre, enfermedades contagiosas, de desnutrición, víctimas de la guerra, de accidentes, de enfermedades prevenibles. ¿Y? ¿Hemos cambiado, hemos transformado al hombre, a la humanidad con programas solidarios y demás como los que anuncian los políticos profesionales? Es verdad que no pocos ciudadanos se indignan por tanta injusticia y hacen marchas y protestas multitudinarias. ¿Y? ¿Se ha logrado cambiar la condición humana? Las cosas siguen igual, los buenos y revolucionarios lavan su conciencia echando gritos en calles, plazas públicas y redes sociales, ah, pero eso sí, siguen consumiendo productos de las grandes firmas, las que gobiernan el mundo, las que envenenan a media humanidad y contaminan todo. ¿Por qué entonces vamos a ser tan hipócritas y no vivir acordes a las leyes del mercado? No me cuestiono ni tengo remordimientos, estoy más allá del bien y del mal. Ya le dije, soy La Loba. De ser necesario devoro a más de un cachorro de la última camada. Sobre las motivaciones profundas que me empujaron a colaborar en la red no puedo contestarle del todo, pero si usted quiere alguna respuesta, pues quizás fue por ciertos vacíos emocionales que viví en la infancia, sí, quizás la falta de ternura y amor paternales me empujaron, pero no creo que esto fuera determinante. A lo mejor los deseos inconscientes de conseguir por mí misma un alto poder económico sean más exactos. Realmente no lo sé. El autoanálisis en este momento no es mi foco de atención. Lo que sí le puedo decir con seguridad es que hacer lo que hago se ha vuelto parte de mi vida cotidiana. Todas las semanas, por alguna u otra razón, tengo mis dosis de adrenalina asegurada. Nada de cuestiones éticas, eso es para moralistas y filósofos. ¡Por favor! No me venga con juramentos escolares y esas cosas protocolarias, no sea iluso, comandante. Las cosas son porque son y punto. No, comandante, no sé a dónde pudieron haber ido mis colegas. Quienes deberían saberlo son ustedes. ¿Acaso no les pagan para protegernos? Fuera de las cirugías no nos reunimos como grupo, cada quien es dueño de su vida privada. Comuníquese con sus jefes, ellos de seguro saben dónde están, más de uno de los líderes de la red ocupa altos mandos en la administración central. ¡No me diga que lo ignoraba! Pues vaya sistema de inteligencia que tenemos. ¿O es que acaso quieren utilizarme como chivo expiatorio? Le aseguro que no soy la parte más débil de la cadena. Si algo me pasa, se lo advierto, comandante, todos pueden salir raspados. Está bien, en cuanto pase el escándalo mediático podré volver a casa, está bien, comandante, está bien. Lo veré por el lado amable, como parte de unas vacaciones forzadas. Por lo pronto, si no tiene inconveniente, voy a reposar un rato, estoy cansada. (Se sirve un café, le da unos sorbos.) Pero si quiere saber algo más personal, lo espero en la alcoba, comandante. (Acciona la jeringa hasta que expulsa un chorro de líquido, le pone su tapita protectora y la guarda en la en la bolsa de la bata y sale.)
Escena V
Corazón de media cuchara
Teresa, mujer de extracción popular 40 años, de buen cuerpo. Viste ropa provocativa, muy ajustada, que oscila entre lo sensual y lo vulgar. Hace juegos con la red, algunos rayan en lo erótico. Trata de descolgar algunas vísceras. Logra desprender un corazón —puede ser de chocolate— y lo devora. En el escenario dos sillas. En una de ellas una bata de médico.
Teresa: Tengo hambre, hace tiempo que no como bien. He andado de un lugar para otro buscando un trabajo digno. Alguien tiene que sostener la casa. Tengo hijos. Una niña de 12 años y dos más pequeños. No quiero que mi niña se vuelva una güila como tantas. Sí, doctor, siempre he sido sana. Míreme. (Da varias vueltas sensual, provocativa, alrededor de la silla.) Hágame pruebas de lo que usted quiera si lo duda. No fumo, no tomo, no tengo vicios. Si acaso las ganas de hombre que no se me acaban, pero creo que a mi edad todavía es normal. (Se sienta provocativa, sensual. Juega seductoramente con el chocolate.) Afortunadamente mi Javi, mientras pudo, fue muy aguantador y cumplidor. Aunque en los últimos meses se estaba consumiendo y hacía grandes esfuerzos para lograr apaciguarme; los pómulos se le saltaron y los ojos parecían cada vez más grandes. Había noches que lo hacíamos con rabia, como poseídos. Yo lo aprisionaba con todas mis fuerzas: con los brazos y con las piernas para que no se me fuera, para que nunca se fuera a escapar. Por él soy capaz de cualquier cosa, hasta de… (Guarda un breve silencio sensual, sugerente, muerde el corazón chocolate.) Él trabajaba en la obra, desde niño trabaja en eso, pero nunca ha llegado a ser maestro de obra. Empezó como chalán, después de años llegó a maestro de media cuchara y aunque sabe de fontanería, electricidad, yesería, no ha pasado de albañil, de buen albañil. Allí aprendió muchas cosas, buenas y malas. Él sí tiene sus vicios, le gusta la tomada y fuma sus cosas en la obra, pero casi nunca falta a casa. Cuando no llega temprano porque se va con sus amigos yo lo espero despierta, después de pelear un rato nos desquitamos de la vida queriéndonos hasta que amanece. Hace 7 meses Javi sufrió un accidente, se cayó de un andamio, casi se mata, se rompió las piernas, tres costillas, se lesionó la columna y se partió la cabeza; lo daban por muerto, pero mi Javi es aguantador aunque no se sabe si volverá a quedar bien. Al principio se negaron a darle incapacidad por accidente de trabajo que porque iba borracho. Pero eso no era verdad, era miércoles el día de su caída y él jamás toma en esos días. Lo que pasa es que durante tres días estuvo tomando porque fue mi cumpleaños y el sábado lo dejaron salir temprano para lo de la fiesta. Aunque tomó todos los días, por las noches no me fallaba. Cuando le hicieron análisis de sangre para operarlo dijeron que sus niveles de alcohol eran altos, de ahí se agarraron para negarle la pensión. Fui a todos lados y por fin me arreglé con un licenciado y logré que reconocieran su accidente de trabajo. Antes de su caída Javi comía poco y yo lo miraba cada vez más flaco. El martes cuando se fue a la obra me dijo que se sentía mareado, yo le dije que era por la cruda, que no fuera a trabajar, pero no, no era solo la cruda, en la noche lo vi mal, no quiso cenar, solo se tomó una cerveza y se durmió temprano. El miércoles se veía pálido, no quería almorzar pero yo lo obligué a que se tomara dos blanquillos con coca para que no se fuera con el estómago vacío. A eso de la una me avisaron lo del accidente. Sus compañeros de obra hicieron una colecta y me dieron una buena ayuda. Casi pasó un mes para que le dieran en el Seguro lo de la incapacidad. Como lo tenían registrado con el salario mínimo, con lo que me dan al mes no ajusta ni para una semana. Para que vuelva a trabajar me dicen que va para largo porque sus lesiones fueron graves y necesita mucha rehabilitación. Tengo necesidad doctor, debo seis meses de renta, el agua, me cortaron la luz, pero ya me pusieron un diablito… Cada día escasea más la comida. Ya nadie quiere prestarme dinero. Ya no tengo nada para vender o empeñar (Silencio.) He pensado meterme de mesera en algún bar, hay muchos que solicitan meseras bien presentadas para trabajar de noche atendiendo hombres, pero no, eso no va conmigo, eso sería lo último que haría. (Silencio.) A usted no tengo por qué mentirle. Me he visto con algunos amigos de Javi, como saben de mi necesidad, pues… Yo no quiero eso, doctor, lo hago por necesidad y porque desde hace meses Javi no puede y la verdad yo siempre tengo necesidad de dinero y de… hombre. ¿Esto será una enfermedad? Creo que mi marido se da cuenta de lo que pasa pero no me dice nada. Yo sé que le duele y que está viviendo un infierno porque ya ni siquiera le permiten tomar. Yo, cuando lo veo desesperado o muy deprimido le llevo una pachita, no me gusta verlo todo agüitado. Nadie sabe que vine, doctor, les dije que iba a una junta de la escuela de los niños. Lo de aquí me enteré por una amiga. Ella me dijo que ustedes me pueden ayudar, que me pueden comprar un riñón… ¿Cuánto pagan por un riñón? ¿Cómo? ¿No compran órganos? Ah, los reciben en donación y ustedes dan un compensación. ¿Cuánto me dan de compensación por un riñón doctor? Ah. ¿En efectivo? No pues, sí. Está bien. Hágame los estudios doctor. Cuando usted me diga. Yo estoy preparada. No se preocupe doctor, yo le firmo todo lo que me indique. ¡Total! Ya inventaremos una historia para justificar mi operación. ¡Además, nadie se ha muerto por tener solo un riñón, pero sí se han muerto muchos de hambre y desesperación! Sí, doctor, yo arreglo lo de mi familia, por ella no hay problema, solo necesito avisarle a mi comadre. Estoy lista, dígame cuál es el consultorio de la doctora Villalobos. Lo que usted me diga. Sí, doctor, yo paso antes a su consultorio. Sí, yo firmo todo. Hago lo que usted me pida. Por eso no hay problema, no hay problema. Lo que usted quiera. (Sensual va y se sienta montada en la silla de la bata. Oscuro.)
Escena VI
El dinero no es la vida
Janet, mujer madura, elegante. Empresaria exitosa. Va vestida con bata del hospital, a un costado se ve la bolsa de orina y algunas mangueras. Se ve cansada, triste. Una mesita con una licorera y un florerito de cristal cortado, con dos rosas frescas, una blanca y otra roja. Una silla acojinada; atrás una silla de ruedas. Janet con dificultad se sirve una copa.
Janet: Ayer me dijeron que iba a morir, que ya no tenía remedio. Al principio me hice la fuerte y tomé la noticia como algo natural, pero en cuanto me abrazó George me llegó un terrible sentimiento de impotencia y me desvanecí. Lloré como no lo había hecho en muchos años. Después de tantos estudios, operaciones y trasplantes no me había hecho a la idea, no terminaba por aceptar que eso podía ocurrir. Hace casi tres años, cuando empecé con los problemas, no imaginaba lo cansado que es vivir. Desde el principio yo le exigí a George que fuera lo que fuera me lo dijera sin rodeos. Él me mandó hacer mil análisis, hizo consultas con sus colegas para estar completamente seguro. (Toma varios tragos de wiski.) Tengo estrictamente prohibido tomar. ¿Pero por qué no voy a darme este gusto? A estas alturas de la vida, ¿quién puede prohibirme algo? No quiero irme sin haber disfrutado intensamente la sangre de los dioses. (Se sirve otra copa.) Me gusta el wiski, siempre me ha gustado. Ah, cómo lo disfrutaba en las reuniones con mis amigas, o en la soledad de mis habitaciones o cuando tenía compañía placentera. Esta bebida ha sido algo así como un remanso, como una ventana al placer de vivir. (Cambia la actitud.) Desde hace varios años empecé a sentir algunos problemitas y algunos dolores, yo los atribuía a la diabetes mellitus A, pero no, resultaron ser el páncreas y los riñones. (Bebe un largo trago, deja la copa con suavidad, toma una rosa, la acaricia y empieza a desprenderle pétalos.) Yo creía que era más fuerte pero ante algo inminente me he dado cuenta que tengo miedo, que tengo mucho miedo. Hace tres años tuve una sensación parecida a la de ayer cuando George me dio la noticia de mi fase terminal. Desde el principio yo le pedí que fuera claro, nada de eufemismos, nada de rodeos. Me ordenó estudios de esto y de aquello y hasta que tuvo certeza me dijo que mi situación era grave, muy grave. George, aunque no soy una jovencita no quiero morir, recuerdo que le dije y a él se le rasaron los ojos de lágrimas indiscretas. Quiero seguir viviendo. Haré lo que sea pero quiero albergar cuando menos una esperanza. El mal es irreversible, me dijo George con los ojos enrojecidos y los labios extrañamente secos. Yo estallé contra George como si él fuera el causante de mis males. Dime de qué ha servido mi vida de esfuerzos, de disciplina y de proyectos. Yo no me puedo morir. Se requieren trasplantes renales y páncreas de manera urgente. Debes inscribirte en la lista de espera, me dijo. ¿Esperar, estar en la lista de espera? Yo no puedo esperar. ¿Cuánto tiempo, cuántos meses, cuántos años? No, yo no puedo esperar. Debe haber formas de conseguir donantes. Búscalos, George. Tú sabes cómo hacerlo. Los costos no son problema. (Pausa. Cambio de luz y actitud, se ve triste, decaída. Se sirve otra copa y lentamente bebe.) George, mi amigo de infancia, en menos de un mes ya tenía programado todo: donantes, cuerpo médico, todo, todo. La recuperación fue lenta y complicada. No había pasado un año y volvieron los problemas, las complicaciones. Necesitas otros trasplantes, tu cuerpo rechaza los injertos. Ya encontraremos más donantes. Sí, el rechazo también era probable. George, amigo, consigue otros, los que sean necesarios… Tú sabes cómo. No quiero morir. No puedo morir a los 45. Hay muchas cosas por hacer, por disfrutar. Quiero respirar el aire de las montañas, recorrer el mundo, bañarme en las aguas de todos los mares. Quiero amar, amar la vida, las cosas simples, llenarme de sol, beberme la piel de los hombres, caminar descalza sobre la hojarasca de los bosques y las arenas marinas. Ya viví suficiente en el mundo de los números y las inversiones, ahora quiero algo de paz y descubrir y caminar nuevos universos. George, me entiendes, ¿verdad? No quiero morir. Dime que vas a encontrar donantes compatibles, dime que moverás las entrañas de la tierra de ser necesario. Por algo somos amigos. (Pausa. Cambio de luz, una más tenue, y de actitud.) Estoy cansada. Ya no puedo más. Demasiados trasplantes en tan poco tiempo. Gracias, George, sé que hiciste todo lo que tenías que hacer, pero ya ves, hay algunos cuerpos caprichosos. Me gusta tu protocolo personal, tu lealtad. Sé que moviste toda la red para conseguir donantes. Ya ves, mi cuerpo se ha deteriorado, ya no aguanta más. No sé cómo lo hiciste pero lograste que albergara esperanzas. La ciencia tiene límites, lo entiendo, no sientas culpa alguna, tú hiciste tu mejor esfuerzo. Me duele irme sin haber cumplido todos mis proyectos, pero al final del camino me doy cuenta que fui una mujer casi feliz. Tuve todo, logré lo que me propuse, menos vencer lo inevitable. No voy a mentir, tengo miedo, mucho miedo, aunque haya tantos seres amados atrás de esas paredes que quieran reconfortarme. (Tapa la licorera, toma la rosa blanca, la besa y la coloca sobre la mesita. Se sienta con dificultad en la silla de ruedas.) Quiero confesarte algo, George: ayer vi la muerte cara a cara. Durante largo tiempo sentí un escalofrío. Miedo es la palabra precisa. Sí, eso sentí. Pero después de unos instantes me di cuenta que la cosa no es tan terrible. En su espacio lleno de infinito se alcanzaba a percibir una paz extraña. No, no tenía rostro ni formas convencionales, pero estoy segura que era ella la que se revelaba ante mis ojos cuando me miraba en el espejo. En el fondo del espejo había una luz: sin ropajes, sin carnes, sin nada, solo una luz. El vacío, fue la sensación del vacío la que me invadió. El universo en su inmensidad me volvió polvo cósmico. Me sentí una mórula en medio del torbellino. Mi condición terrena cobró otro sentido, se evocó en ráfagas sonoras y visibles. Está bien, me dije, no más resistencias, vayamos al encuentro de lo inasible. Nuestro estar y ser en el mundo fue casi accidental, contingente. Ni una lágrima más, ni un rezongo más, la plenitud está más allá de las formas tangibles. (Lentamente se marcha. Se escucha un fragmento de Para Elisa.)
Escena VII
Cor, cordis
Ingresa la Madre por la puerta del fondo, aunque ve diversos órganos pendiendo, ella solo se detiene en los corazones, los revisa para comprobar si es el que busca. No lo encuentra. De fondo se escucha “Si yo tuviera un corazón”. Su escena se desarrolla recorriendo el escenario, revisando las vísceras, la red, los muebles. Su accionar se proyecta en la pantalla del fondo, como si estuviera siendo vigilada, como si hiciera un programa de televisión.
Madre: Hace tres meses murió mi hijo, todavía llevo luto, quizá lo voy a llevar toda la vida. Ya viví varios de los momentos que nos provoca la muerte de un ser querido: al principio lo negué, estaba segura que era un error, una confusión. Dios no podía hacerme esto; luego me indigné, busqué culpables, alguien debía tener la culpa, sobre todo los médicos por su manifiesta incapacidad de salvarlo, pero poco a poco, después de muchas lágrimas fui encontrando resignación; fui aceptando el vacío en mis entrañas, que algo murió en mis adentros. Alberto solo tenía 22 años (de ser posible se proyectan en la pantalla central imágenes que ilustran el discurso de la madre), estaba lleno de vida, pero los accidentes ocurren a cualquier edad y él chocó contra el muro de contención en plena carretera cuando regresaba a casa. Muerte cerebral, dijeron los médicos, y ante eso poco había que hacer, yo le pedía a Dios, a la Virgen, a todos los santos, un milagro, pero… Alberto desde los 18 se había inscrito en el padrón de donadores de órganos y traía consigo su placa. Debemos cumplir su voluntad me dijeron, al principio yo no pude responder, sentía que me ahogaba. La trabajadora social nos reunió a la familia y nos expuso lo hermoso que sería dar vida a otros seres humanos con el hígado, el páncreas, los pulmones, con los riñones, las córneas, los intestinos, la piel y el corazón de mi hijo. Su hijo seguirá viviendo en muchos otros, su hijo se multiplicará en vidas. Tiene razón, dijimos, y yo lo afirmé con la cabeza. Los actos como los de Alberto son un acto de amor por la humanidad. Sí, de eso estoy segura porque él siempre fue desprendido y bondadoso con los demás. La lista de espera de órganos era larga. Cientos de personas de todas las edades y condición social esperaban donadores. Pronto se encontraron los receptores adecuados y entonces desconectaron a Alberto. Si lo mantuvieron con vida artificial fue para eso, para encontrar los receptores compatibles. Me entregaron parte de lo que fue mi hijo para cumplir con los servicios. No me dejaron verlo a pesar de mis reclamos. Cada parte donada, cada órgano sustraído se injertó en personas que estaban en la lista del protocolo. Sé dónde y quién tiene una partecita de mi Alberto, quién tiene las córneas, cómo se llama el que recibió el hígado; dónde vive a quien se le injertaron los riñones; cómo está quien recibió el páncreas, el hígado, partes de piel; ellos también saben quién le dio pedazos de esperanza y han dado muestras de gratitud. Lo que no he sabido y lo busco por todas partes, es dónde quedó su corazón. Nadie sabe nada, nadie dice nada. Parece que hay una red invisible y poderosa de complicidades. Es verdad que era la voluntad de Alberto ser donador, es verdad que consentimos todos entregar el cuerpo, casi todo su cuerpo, eso está claro, lo que no lo está es el destinatario de su corazón. Quieren hacer creer en sus informes que mi hijo no tenía corazón, pero yo sé que era lo más hermoso que tenía Alberto. Era un corazón hermoso de 22 años, un corazón que amaba intensamente, que latía lleno de vida. Nadie de los que están en la lista de espera se enteró que había un donante porque jamás les dijeron nada, porque jamás se notificó nada. Han pasado tres meses de la muerte de mi hijo y no concilio el sueño, la angustia aparece a cualquier hora, las preguntas me asaltan, las dudas me atormentan. Ahora sé que hay redes poderosas que nos atrapan, que nos sustraen lo que más queremos, que nos ponen espadrapos en la conciencia, que matan la palabra y ahogan el grito. Ya lloré a mi hijo pero mi duelo no termina. Falta su corazón, que es el mío, el tuyo. No voy a callar, no puedo callar mientras dure mi duelo. En este país hay clínicas y hospitales donde el tráfico de órganos es algo consuetudinario, algo sabido y que opera al amparo de los que detentan el poder. Los traficantes de oro rojo han conformado redes tan poderosas como los carteles de la droga, como los partidos políticos, como las religiones. Mi voz es pequeña, casi inaudible, pero el corazón de mi hijo es grande y hermoso y mi sed maternal de justicia tiene la fuerza para enfrentar a todas las redes del mundo. Yo puedo perder todo, la vida misma, todo, menos la esperanza de encontrar el corazón de mi hijo que está latiendo en algún lugar del universo. (Se dirige a partes de la red y las desprende, las tira, una música acompasada por fuertes latidos la acompaña, las luces se van apagando, mientras esto ocurre se escuchan algunas notas de “Si yo tuviera un corazón”.)
Adriano de San Martín
Rolando Revagliatti
Lucrecio Petra del Real
Raúl Caballero García
Amaranta Madrigal
Julio Alberto Valtierra
Paulina García González