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Autoestima y juicios de valor

Juan Castañeda Jiménez

La autoestima es el nivel de aprecio que se tiene uno mismo. Ese aprecio puede ser mucho o poco y, por eso, se puede experimentar alta o baja. La autoestima incluye el autoconcepto. A veces, estos términos se confunden pero no son lo mismo: autoconcepto se refiere a lo que uno supone ser y la autoestima es el prestigio que ante uno mismo tiene lo que uno sabe de sí (el autoconcepto).

Lo que una persona cree saber de sí misma no siempre corresponde con la realidad. Se puede partir de ideas falsas respecto de uno mismo que, al creerse verdaderas, promueven acciones desdichadas con resultados que producen sufrimiento. La autoestima es dinámica porque se liga a los éxitos y fracasos que contribuyen a elevarla o bajarla.

No obstante, a mayor deformación del autoconcepto mayor inestabilidad de la autoestima, pues cualquier circunstancia la altera, sea hacia arriba o hacia abajo. Podría decirse que la persona con un autoconcepto poco realista se encuentra más vulnerable ante éxitos y fracasos. En cambio, el autoconcepto realista soporta con mayor estabilidad las vicisitudes de la vida.

Si se graficara una línea zigzagueante como se suele hacer en el comportamiento económico, se puede ver que cuanto mayor realismo hay en el autoconcepto, la tendencia tiende a subir aunque no deje de zigzaguear. En todo caso, se notará que al subir la autoestima, el rango de la variación va reduciendo su tamaño. En cambio, cuando el autoconcepto no es realista ocurre justo lo contrario: la persona se ve arrastrada con facilidad por elogios, insultos, éxitos y fracasos…

La estabilidad de la autoestima se alcanza aumentando el autoconocimiento. Eso equivale a elevar el realismo en el autoconcepto. El conocimiento realista de uno mismo se acompaña de una elevación del propio valor, siempre y cuando la persona mantenga una actitud crítica frente a los valores de su cultura. La persona puede quererse en la medida que percibe ajuste entre sus expectativas y resultados de sus acciones. La concordancia entre estos dos aspectos eleva también la confianza y estima de sí misma.

Uno puede estimarse mucho, poco, nada o hasta rechazarse y castigarse. Por eso la autoestima puede estar alta o baja. La autoestima es un juicio de valor sobre “lo que uno supone ser”. En el juicio se implican los valores de la vida que uno ha aprendido y sostiene de manera consciente o inconsciente sobre sus comportamientos y los de los demás. El juicio, por lo tanto, puede ser justo o injusto puesto que se funda en lo aprendido.

La cultura actual parece valorar más lo efímero y circunstancial que lo necesario. Por eso, no debe olvidarse que los juicios pueden sostener perspectivas deformadas de la realidad y conducir a una experiencia desdichada de la vida.

Por eso, uno puede encontrar diferencia entre lo que supone ser y lo que es en realidad. Esa discrepancia tiene que ver con el aprendizaje. En este caso, la imagen del cuerpo que uno sostiene puede no corresponder con la realidad. De hecho, investigadores de la relación entre mente y cuerpo —como A. Lowen— han observado que hay personas que suponen tener los brazos en posición horizontal pero al verse en un espejo de cuerpo entero, confirman que no es así. Cosa similar ocurre con el resto de la información del autoconcepto.

Carl Roges (1989) llamó concepto del yo a lo que uno supone ser, y a lo que uno es yo real. Cuanto más ajuste haya entre ambos, mayor congruencia y bienestar se experimenta en la vida. Lo común es confirmar que la persona puede tener ideas realistas sobre sí misma pero no los valore con justicia debido a la jerarquía impuesta por la cultura y asumida sin reflexión.

También es común que las personas supongan poder conocerse de una vez y para siempre, aunque nunca hayan conocido a nadie que se conozca por completo. Para Rogers, la persona no es algo inmóvil como un almacén; el yo real es más un proceso que un contenido. Lo que la persona aprende de sí misma influye positivamente en la reestructuración de su personalidad y, por esta razón, nunca se llega a conocer del todo.

A medida que el yo real se comprende como algo en movimiento se accede a un conocimiento más realista de sí mismo, a una conciencia inacabada de la propia persona. Este rasgo dinámico de la personalidad lejos de constituir un obstáculo resulta estimulante porque —como la vida— para existir requiere moverse. El yo real se parece más a un camino que a una meta y la felicidad también asume esa característica: son más un modo de hacer que un lugar al cual llegar.

El medio cultural influye mucho en la valoración de procesos y cosas. Por desgracia, la cultura no siempre es sana; por tanto, los valores que ofrece no garantizan la salud de sus miembros. Una persona irreflexiva en una sociedad sin salud puede experimentar sufrimiento de una forma fatal. No repara en el hecho constituir una entidad dinámica, capaz de movilizar su circunstancia.

Juan Manuel Ortega Partida
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