Una tarde acogedora. Trasladarme del ajetreo del centro de Guadalajara a una colonia apacible de Tlaquepaque, una callecita semiescondida, la casa-taller de Antonio Ramírez y de Domi. Un café, una charla que evoca, a vuelo de pájaro, parte del desarrollo de la pintura en Guadalajara a partir de los años ochenta.
Dos protagonistas de esta historia, que han andado juntos por más de sesenta años y han compartido la vida y el arte.
En lo personal, siempre que me acerco a la intimidad de un pintor, agradezco su generosidad al abrirme las puertas de los espacios que lo definen. No sólo por la oportunidad de contemplar la obra recién concluida o apenas en proceso, todavía montada en el caballete, sino por la cercanía que permite conocer a la persona, sus motivaciones y su cotidianidad.
El plan inicial consistía en dialogar con Antonio Ramírez y fotografiar parte de su obra para una de las galerías de este número de la revista. Pero apenas trasponer el umbral, me recibieron una serie de cuadros de Domi. Pues aproveché el viaje y decidí pedir autorización para armar una galería adicional.
Una vez establecidos en el estudio, rodeado de la obra de ambos, me di cuenta de que el proceso de selección sería arduo. Ambos comenzaron a mostrarme parte del material disponible. Comencé a disparar la cámara hasta que consideré que el espacio asignado para ambas muestras sería insuficiente.
Una vez archivadas las reproducciones de los óleos de Antonio Ramírez comencé a deambular por el estudio y dos cuartos adyacentes que resguardan el ingente material producido por la pareja a lo largo de los años.
Las pinturas de Domi, en formato más pequeño que las de Antonio, también contrastan por las composiciones, los temas y el manejo del color. Hacen pensar en una naturaleza exuberante, incontaminada, en la que el hombre se integra como un elemento más.
Evocan, también, sensaciones oníricas, provocando en el espectador la impresión de que, más que realidad, la vida es un sueño colorido. Uno se siente sumergido, o transportado, al Sureste de México, y piensa sobre todo en el trabajo artesanal que elabora objetos, más que para lujos o adornos, para transitar en la cotidianidad de cada día.
La contemplación de sus cuadros me pareció el remate perfecto para esta jornada sin sobresaltos, como un paréntesis a las prisas que definen la existencia urbana de nuestro siglo.