Sara Velasco dedicó su vida profesional (sin apoyos oficiales) a la literatura jalisciense, tanto a los escritores actuales, vivos, como a los que ya dejaron su huella en nuestras letras. El primer resultado se recogió en dos gruesos tomos, publicados por la Universidad de Guadalajara, de los que ya hablamos en el número anterior.
Vino después Enramada. Literatura joven de Jalisco, a cargo del extinto Departamento de Bellas Artes (1984). El impulsor del proyecto, informa Sara, fue Elías Nandino (poeta; Cocula, Jalisco, 1900-1993). “Nos hicimos muy amiguitos, un tipazo también, generoso, amable”, y pone el énfasis en las cualidades del escritor. “Estoy viéndolo como persona, independientemente de sus virtudes como poeta; él fue quien me pidió que hiciera la antología de jóvenes. Yo la hice como Dios me dio a entender, siempre con su apoyo y su confianza”.
Explica que, a diferencia de Escritores jaliscienses, no se enfocó en los datos biográficos, sino más bien en la compilación de los textos, e insiste en el relevante papel de Nandino para su publicación. Esos fueron los primeros “arranques” en la literatura jalisciense, campo “en el que no he dejado de trabajar”.
“Pero llegó un momento”, señala, “en que me rebasaron los jóvenes, en que ya no me di abasto. Yo siempre estuve al pendiente de qué libro salía. Antes compraba el periódico para revisarlo, estar enterada de las novedades. Hace mucho que no reviso el periódico. Procuraba estar al pendiente de los escritores, tener el teléfono, el contacto para pedirles la biografía; en algunos casos hasta les preguntaba, según ellos, cuál era su mejor poema, y lo incluía”.
Los autores incluidos en este volumen, y en los que vendrían después, estuvieron activos en la década de los 80 y poco antes, aclara, después de la generación de Olivia Zúñiga (novelista; Villa Purificación, Jalisco, 1916-1992) “y toda esa bolita”.
“Yo seguía pidiendo obras, entrevistando, llamando por teléfono. Y llegó un momento en que me dije ‘qué hago con todo esto’. Así fue como salieron los seis tomitos titulados Muestrario de letras en Jalisco. Esa coleccioncita yo la armé para hacer muchos tomos combinados, así como está estructurado, con biografías más amplias y con una mayor selección de textos”.
Uno de los objetivos, mejorar el trabajo incluido en la edición de la UdeG. Por principio, ahora se buscaba que apareciera en veinte tomos (con un promedio aproximado de 180 páginas cada uno). El patrocinio corrió a cargo de “unos amigos ingenieros”.
“Me dijeron: ‘Sacamos un número, y con lo que se venda de ese número sacamos el siguiente y así nos vamos’. Inocentes, pensaron que los libros se vendían”. No podemos evitar que el recibidor de su casa se llene de carcajadas.
“Qué se iban a vender, pero ellos lo pensaron desde la perspectiva de sus negocios y sus empresas… Que vendan otra cosa, pan caliente o lo que sea”. De cualquier manera, de los veinte programados alcanzaron a ver la luz seis de ellos. “Ya los tenía todos, pero me quedé con los datos que me habían aportado los autores. Se terminó porque ya no pudieron seguir adelante estos señores. Les falló el negocio, no les salieron las cuentas”.
“En ese momento dije: ‘No voy a pedir ya más’, porque la gente me está confiando su información, me está dedicando su tiempo. ¿Y dónde va a quedar esto? No va a haber donde los publique, porque la intención es darlos a conocer. Y todavía están ahí, en el cajón”.
Lo que llegó a planificar hasta el 2004 para los veinte tomos incluía tanto autores del siglo XIX como del XX. Este criterio, reconoce, fue motivo de críticas, porque además consideró todos los géneros. “Puse jóvenes, ensayistas, poetas, dramaturgos”, sin contar la dificultad por la cantidad de escritores. El trabajo, entonces, debió suspenderse. “Ya no vuelvo a molestar a la gente”. Reconoce, otra vez, la amabilidad y la generosidad de los involucrados.
Refiriéndose específicamente al número que quedó en puerta, el siete, recuerda a Ángel Ortuño. “Fue también otro tipazo, además de un gran poeta; me invitó a dar una conferencia, a principios de este sexenio, en la Biblioteca Iberoamericana. Al concluir le mostré el último tomo, y le dije: ‘Mira, aquí está tu nombre, está anunciado en el siete, aquí está, en orden alfabético’. Se lo enseñé para demostrarle que había considerado lo que me había facilitado”.
La información, reconoce, ya estaba desactualizada. Prefirió no hacer ninguna modificación porque, de cualquier manera, el material se quedaría inédito. “Lo dejé porque me rebasó, porque ya las cosas no las hago tan rápido como antes. No me puedo mover como para ir de un lado a otro. Fui limitándome también porque ahora dependo de que me lleven a cualquier lugar”.
“Y lo dejé, al fin que no hay problema. Se crearon los doctorados en la UdeG, hay profesores investigadores que tienen, afortunadamente (qué maravilla, eso es una belleza), todos los recursos, porque hay recursos para eso, para la investigación”.
Así que la responsabilidad de trabajar sobre la literatura jalisciense la delega en otras manos.