De mi infancia tengo muy pocos recuerdos. Cuando le pregunto a mi madre detalles de mis primeros años, es imprecisa y borrosa o de plano no recuerda nada. Y yo, por mi parte, soy mujer de memoria pobre. Esta característica mía nunca me preocupó demasiado hasta que me supe madre en formación.
No podía concebir que se me fueran a olvidar todas las sensaciones de mi embarazo, todos los acontecimientos de la infancia de mi hija, que llegara a su adultez y me preguntara cuándo empezó a caminar, por ejemplo, y tuviera que decirle “no me acuerdo”.
Así que el día que supe que iba a ser mamá, ese mismo día comencé a escribir un diario para mi hija en donde apuntaba todo.
Lo primero que hice fue presentarme con ella, le dije quién era yo y cómo habíamos llegado a este momento; también le hablé de su papi y de sus abuelos. Y de ahí seguí contándole de todo: complicaciones de mi embarazo, sueños, detalles de su papá, poemas, descripciones de inesperados paisajes de insólita belleza (recuerdo, por ejemplo, algunos atardeceres y un trozo de verde junto a la carretera desbordado de flores lilas), etc. También pego fragmentos de mis cartas a los amigos donde hablo de ella.
Mi diario para mi hija sigue hasta después de su nacimiento y registro cuándo se sentó, cuándo empezó a caminar; tengo una lista de sus primeras palabras (yo, por ejemplo, “ma-ma”, soy su tercera palabra), sus gustos y sus gracias, sus logros.
Al leer me doy cuenta de qué gran acierto fue empezar este diario y mantenerlo por tantos años. Ahora que ya tiene ella seis observo que escribo menos y lo atribuyo al hecho de que ella ya va teniendo sus primeros recuerdos, que lo más seguro es que ya no necesite mi registro de nuestros primeros años compartidos.
Cuando me entero de que alguna de mis amigas va a ser mamá, le recomiendo que le escriba a su bebé, que le muestre su corazón, que le dé detalles de esos meses de gestación y muy especialmente del día de su nacimiento.
Yo estoy segura que si no lo apunto, lo olvido. Gracias a ese diario, hoy tengo grabado que mi hija nació en la mañana, a las 7:53, de un martes otoñal. Y para escribir no hay que ser poeta. Tampoco veo por qué el padre no pueda ser partícipe activo; al contrario, sería lo ideal.
Mi plan es que una vez que mi hija esté por empezar sus estudios universitarios, habré de ponerle en sus manos este diario con el que espero complete los recuerdos de su vida, desde el momento mismo que la supe parte de mi cuerpo y en donde queda constancia de todo el esmero y el amor de esta su madre desmemoriada.