Leer una novela implica comprometerse con lo narrado, con las voces, con el mundo que el autor nos ofrece. A esto, los teóricos de la literatura le llaman “pacto de lectura”. Cierto que, de alguna manera, se verifica un pacto, un contrato entre quien lee y lo escrito, donde se asume la voz de alguien más, de esa imagen fantasmagórica que pulula en cada palabra elegida y que presumiblemente encontramos en la entidad llamada “autor”, a quien otorgamos el poder imaginativo de crear, de fabular, de transportarnos a los mundos diseñados. Esta es la propuesta continua de cada escritor: el traslado. ¿Usted tiene su pasaje?
Mi asiento, como siempre, lo elijo cerca de algún ventanal. Al guiar mis ojos por las líneas de cada página de Destino 6, recordé aquellas ocasiones cuando José Ángel Lizardo Carrillo nos compartía lo que, ahora comprendo, era el borrador de esta novela. Lo cual me lleva a pensar en el complejo proceso de creación literaria, en el fino hilvanado de las palabras, de las anécdotas, de cómo en esta creación es necesaria la respiración profunda. Esta novela surge del tiempo reposado, cual vino en barricas aromáticas que sólo en cada sorbo es posible distinguirle; así esta novela que tiene en sus manos.
Dos ferromozas nos guían por la ficción. A menudo nos dejan conocer los artilugios necesarios para generar la inmersión en la historia que cuentan. Nos impele a nosotros la necesidad de conectar las historias, de buscar los referentes literarios, culturales, periodísticos, que ellas nos van dejando ver. ¿Se imagina, lector, un vagón donde además del traslado pueda usted disfrutar de cultura? Tome su asiento, participe, ponga atención a nuestros personajes, porque un Smith no es el que usted conoce ni un Petrov el que usted podría imaginar, ¿o sí? Quizá es eso. El autor juega con nuestras mentes, las apela, las convoca para que podamos construir la novela. Esto también, esos teóricos de la recepción, lo habían dibujado y es claro que aún Lizardo Carrillo no tenga una intención consciente, explícita, de hacer un llamado al lector, ya nos involucra en las primeras palabras donde se va creando una atmósfera que oscilará entre ese inicial siglo XX y el contraste temporal, lingüístico, de un también inicial siglo XXI. Es posible que el tiempo no sea un no-tiempo señalado, específico, sino uno fabulado, condensado en la cápsula de la enunciación. Esta es una novela que juega con los referentes, con las fabulaciones, con todo eso a lo que invitaba Francois Rabelais con su risa carnavalesca; mas, por otro lado, también está la seriedad de una problemática que se da de manera inquieta y que es posible descubrir al final.
La lectura de lo que se conoce como literatura, es decir, aquella en la que la ficción, la metáfora, la fabulación, a veces nos hace exigirle al componente de realidad vívida, histórica, algo más semejante a lo que nos es común. Se nos olvida (por un momento) que lo leído tiene su propia lógica, sus propias leyes y dinámicas de representar los hechos que no son precisamente los que recordamos. De ahí surge la magia de la escritura, de poder convertir aquello cotidiano en algo espectacular. Al leer, nos encontramos frente a un hecho fuera de nuestra realidad vivida; por eso recurrimos a estos libros.
La incógnita se abre en cada capítulo. ¿Quiénes son los pasajeros de ese tren? ¿Hacia dónde van? ¿Por qué todos coincidieron en este momento? Ese tren, llamado Destino 6, nos hace reflexionar en varias cosas a la vez, algunas radican en la diégesis, en la manera de contar las anécdotas, en esas voces, diálogos, escenarios como pequeñas postales de la vida; otras tantas radican en la estructura profunda, en esa otra trama que se teje a la par: la filosofía, la existencia, la conciencia de ser-en-el-mundo. Una guerra viene, una guerra ha sucedido, o varias, y el ciclo histórico se repite, como un tren de juguete que regresa al punto del que partió. ¿En eso radica el destino?
El inicio y el fin de una existencia. Las preguntas se suman, pero podrían sintetizarse en aquellas que explican nuestro estar-en-el-mundo: el por qué y para qué. Un destino implicaría algo predispuesto, algo pre-configurado, siquiera a la propia existencia. Recordemos que este tópico ha sido reiterativo en la tradición literaria y la mente evoca en la historia de la literatura española la palabra sino matizada en el poema, el guion teatral, la novela. Desde que la humanidad tiene conciencia de la finitud, de su mortalidad, la interrogante prevalece. ¿A dónde nos llevará este tren? Si usted tiene el pasaje en sus manos, es justo que sepa a dónde. Sólo una advertencia antes de que tome asiento: recuerde que este tren se llama Destino 6, lo cual implica que hay otros destinos anteriores y probablemente otros posteriores; que el 6 es el inverso de 9, que el 9 es la perfección y el 6 la imperfección; que el número representa a su vez las pasiones, las calamidades, aquello que no es lo espiritual. Ahora sí, toda vez que conoce la certidumbre de lo incierto, con pasaje en mano, ¿está dispuesto a su lectura? ¿Está dispuesto al viaje? Venga, vamos juntos.