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Una isla desde la ventana

Luis Medina Gutiérrez

El águila afila su mirada desde la altura

La muy manifiesta

Va el día en puntas de oro,
con ardientes pasos
en la arena de Naxos;
la corriente de amor indeciso
abraza el arrecife y se desaparta;
los cangrejos suben
por la piedra bañada
y va el mar, el mar,
de salto en salto:
inmenso gato pez de piel arisca.

Ariadna duerme en la sombra
que arrulla el engaño;
su boca guarda
el dátil de un beso,
una promesa roja,
un reptil de Medusa.


La esposa burlada

Aridela:
tus ojos sumisos
persiguen la gaviota,
en la bahía inmensa del sueño;
tendida como una lanza
abandonada por el guerrero,
la moldura de tus pechos en la arena:
tortugas desovando fuego.
El pelícano iza su ala torpe
y el hocico enamorado,
por encima de la estela
del ingrato Teseo.

La bailarina
de ensangrentados pies se hunde:
crepúsculo vino,
ebrio canto
por la santa dormida.


Dionisio despierta a la abandonada

Arriba Dionisio
en un coche jalado por delfines;
sopla el viento una tibia melodía
y el canto es devuelto por la ola.

Hermosa mujer de huérfana herida,
tu cabello de viña fresca
detiene mi rumbo;
de verdes uvas tus ojos
y oscuro racimo guarda
tus piernas de vergel.
Cobarde y miserable
el hombre que huyó de ti;
yo apaciguaré
el violento corcel del recuerdo
y lloraré licor dulce y suave
sobre las ocho copas de tu cuerpo;
encallaré mi costado al tuyo
y adornaré tu frente
con la áurea corona de Tetis:
será la guirnalda
que expíe la culpa de Eros.
El cielo se desprendió
de tanto lamento,
que tu dolor anidará
la mortaja marina del rey Egeo.


Ariadna calla:
su mirada es un anzuelo sin carnada,
el incienso apagado sobre las algas.
Su lágrima de sal:
paraguas ligero,
abeja de agua,
inunda el océano.


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