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El periódico en la Nueva España

Andrés Guzmán Díaz


Introducción

En el siglo XXI, el periódico ha quedado relegado —respecto de los actuales medios de comunicación masiva— de aquel rol informativo que durante siglos lo mantuvo como el medio comunicativo por antonomasia. La historia del periódico, como lo conocemos hoy, empieza en el siglo XIX, con la Inglaterra industrial marcando las pautas. No obstante, habría que mencionar que, tal como dice Benítez (2003), la materia prima del periódico —o del periodismo, en términos más amplios— es la noticia.


La noticia y la comunicación

El origen del periodismo debe remontarse al principio de la noticia: cuando el humano pudo, mediante el habla u otro lenguaje, comunicar a otro, emergió la noticia. No resultaría del todo extraño, sin embargo, imaginar a un humano o cualquier otro animal que, sin estar en comunicación con un semejante, no recibiera noticias de su entorno. Notar, percatarse, interactuar con el ambiente es, sin dudas, recibir noticias: una nube gris, viento veloz, destellos en el cielo, agua que cae sobre la tierra, en fin, cualquier criatura con inteligencia suficiente para procesar dicha información, podría obtener noticias. Ahora bien, dar noticia sólo supondría intercambiar lugar con el emisor, que el entorno note la interacción; en este sentido, se necesitarían dos o más seres inteligentes para que la comunicación se realice.

La comunicación primera (base del periodismo) sucede, pues, hace miles de años, aun antes del habla humana, pues el lenguaje pudo haber sido corporal o de otra índole. Con el habla, el humano pudo sintetizar mejor su mensaje: el mínimo esfuerzo con la máxima expresión. La interacción oral quizá propició una comunicación mayor, pues la sociedad requería en todo momento mantenerse unida y en comunión. Se sabe, por cierto, que Motecuhzoma tenía a su disposición espías y mensajeros que le hacían llegar informes de distintos lugares, por ejemplo, de la costa del Golfo de México cuando arribaron los españoles.

No se puede afirmar que antes del habla no existiera la pintura, pero es probable que, con la posibilidad de verbalizar, el humano interpretara la imagen mediante palabras. Sucedió, luego, la ideografía: una pintura específica representaba ideas, palabras o frases más o menos similares. El siguiente paso —aunque resulta obvio que la evolución del lenguaje es prolongada— fue el alfabeto, la representación gráfica del sonido, con el cual se podía estructurar palabras, oraciones, párrafos, de manera unívoca.

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De lo oral a lo escrito

Algunas manifestaciones orales de autoridades se plasmaron en escritos para conservarlos inalterables, tales como proclamaciones, acuerdos, impuestos, etcétera. De cierta manera, dichas transcripciones fueron las precursoras del periódico, ya que se trataba de novedades impresas dirigidas a un público específico, a saber, las élites socio-políticas.

En los monasterios, durante la Alta Edad Media, los monjes escribientes en sus scriptoria se daban a la tarea de copiar textos antiguos, los llamados breves o, en términos más actuales, incunables. En los márgenes de dichos libros anotaban algunas noticias independientes, de tal forma que, al trasladarlos, las noticias eran leídas por otros monjes. No pasó mucho tiempo para que las anotaciones marginales devinieran en epístolas independientes, cuyo propósito principal era el intercambio de información contemporánea relevante. Dicho sistema se trasladó de manera natural a los artesanos y comerciantes, quienes en la Baja Edad Media tuvieron un papel más destacado que en tiempos anteriores. “A partir del informe ocasional que se adjuntaba a una misiva surgió el periódico epistolar” (Gürtler, 2005, p. 5). En estas misivas transmitían promulgaciones oficiales, de negocio y comercio, y añadían crónicas sensacionalistas de asesinatos, historias diabólicas, quema de brujas, catástrofes naturales y fenómenos astrológicos.


La imprenta

A mediados del siglo XV, Johannes Gutenberg introdujo el invento asiático de la imprenta en Europa: fundición de tipos móviles que al ordenarse en una plancha y cubrirlos de tinta, plasmaban en minutos los caracteres que forman letras y párrafos. La introducción de la imprenta fue tanto revolucionaria cuanto potenció la producción intelectual de la humanidad. A diferencia de los manuscritos, de elaboración artística, cuyo uso y lenguaje era personal-aristocrático, la imprenta promovió la divulgación de conocimiento e información, otra base del periodismo. Las noticias, entonces, se comercializaron con mayor facilidad.1

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Se supone que la imprenta llegó a México circa 1539. Se trataba de una empresa de Juan Cromberger, radicado en Sevilla, quien envió a la capital novohispana a Juan Pablos (Brescia, Lombardía) para que administrara su franquicia. La segunda imprenta de Nueva España se estableció en Guatemala (1567) y le siguieron Puebla de los Ángeles (1640), Oaxaca (1720), Guadalajara (1792), Veracruz (1794) y Santo Domingo (1800).

Surgieron enseguida las hojas volantes, impresiones de una sola cara de una hoja suelta, de un cuarto de pliego (cuartilla). En ellas se divulgaban decretos eclesiásticos, anuncios de libros y editores, avisos oficiales, libros de oraciones, calendarios e información del día. Se adornaban dichas impresiones con grabados, a veces coloreados a mano. El pueblo sentía, así, que participaba más en los acontecimientos cotidianos. En este contexto surgió en la región germano-parlante el Zeitung2 y, poco tiempo después, en los primeros años del siglo XVI, el neue Zeitung, que con “nuevo” indicaba el uso de la imprenta. Su contenido, distribuido en cuatro páginas, era heterogéneo: sucesos políticos, bélicos y eclesiásticos, de la corte y de vida cotidiana. Bajo este formato se publicaron La libertad del cristiano (1520) de Martín Lutero, en Wittenberg, y Relación del espantable terremoto que agora nuevamente ha acontecido en la cibdad de Guatimala: es cosa grande de admiración y de grande exemplo para que todos nos enmendemos de nuestros pecados y estemos apercibidos para quando Dios fuere servido de nos llamar (1541), en México.

A finales del siglo XVI, en la Nueva España se habían impreso alrededor de doscientos treinta y un libros, en su mayoría devotos, pues la Inquisición vigilaba de manera exhaustiva toda producción impresa. Debido a este acoso, las publicaciones por entregas se volvieron un escape de la rigurosidad de dichas censuras inquisitoriales a los libros, de ahí que se publicaran hojas volantes literarias, históricas y científicas. Según Ochoa Campos (1968), aparecieron además en la Nueva España, en el siglo XVII, las siguientes hojas volantes:

  1. Relación de la inundación de la laguna de México y del desagüe hecho por el virrey Marqués de Montesclaros (1611).
  2. Verdadera relación de una máscara que los artífices del gremio de la platería de México y devotos del glorioso San Isidro el Labrador, hicieron en honra de su gloriosa beatificación (1621).
  3. Sobre las calamidades producidas por el desbordamiento de Tormes en Salamanca (1626).
  4. Sobre la crítica a diversos personajes notables de la Nueva España (1630).
  5. Diario de sucesos notables de Gregorio Martín de Guijo (1631).
  6. Relación verdadera en que se da cuenta de la presa que se ha hecho de un animal monstruoso, en el foso del lugar de Loyes, junto a la villa de la Rochela en Francia y el maravilloso descubrimiento de unas centurias que se han hallado escritas en una planta de cobre, debajo de una piedra que los vientos recios de este año de 1648, arrancaron de la torre de Garot, de dicha Rochela, todo a un tiempo: que pronostican el descubrimiento deste animal (1649).
  7. Declaración que dio en la horca Gabriel Marín, al licenciado Francisco Corchero Carreño, Presbytero, su confesor: a quien pidió por amor de Dios la publicase, en ella después de su muerte, para descargo de su conciencia (1651).
  8. Relación de lo sucedido en las provincias de Nexapan, Iztipeji y la Villa Alta. Inquietud de los indios sus naturales. Castigos a ellos hechos y satisfacción que se dio a la justicia reduciéndolos a la paz, quietud y obediencia debida a Su Majestad y Reales Ministros por Juan Torres Castillo, Gobernador, Alcalde Mayor y Teniente de Capitán General de la provincia de Nexapa (1662).
  9. Gaceta (1666).
  10. Primera gaceta del año de 1667.
  11. La gaceta nueva de varios sucesos (1668).
  12. La gaceta de Micaela Benavides de Calderón (1671, 1673).
  13. Diario de sucesos notables de Antonio Rivera (1675).
  14. Nueva gazeta (ca. 1680).
  15. Sucesos de Polonia (ca. 1680).

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De lo esporádico a lo periódico

Hasta este momento, toda impresión de esta índole era esporádica, característica que empezaría a cambiar en Europa a partir de Samuel Apiarius, quien en 1550 otorga a sus ediciones números consecutivos, aunque no en periodos regulares. Entre 1579 y 1588, el erudito jurista y matemático Michael von Aitzing publicó —de manera más o menos regular— cuatro obras consecutivas que formaban un mismo corpus: Relatio historica, cuyo último volumen recopilaba acontecimientos entre febrero de 1587 a abril de 1588. Había, en efecto, divulgación de información, pero faltaba todavía el componente de lo inmediato en la noticia. Debido al éxito de sus relaciones, Von Aitzing publicó en 1588 Ergänzungsberichte3 a intervalos más breves e incluso empató la publicación con las ferias comerciales de Frankfurt de primavera y otoño, de manera que este podría considerarse como el primer periódico formal de la historia.

De estas publicaciones periódicas que llegarán a Messrelationen o mensuales surgieron las incipientes gacetas en Bélgica (1605) y en Berlín (1608). Pasó más de un siglo para que México (1722) tuviera la propia, antes que India (1784) y Cuba (1764). Casi todas las gacetas fueron auspiciadas por el gobierno, de manera que, aunque la Inquisición estuviera más preocupada por los libros, la Corona incidía sobre las noticias y la información en general dentro de las publicaciones.

La Gaceta de México fue producida, durante sus seis números de duración, por Juan Ignacio María de Castorena Ursúa y Goyeneche (Zacatecas, 1668, Mérida, 1733) a quien se le debe, según Ochoa Campos (1968), el título de primer periodista americano. Este periódico tuvo una segunda etapa, del 1 de enero de 1728 a diciembre de 1739, bajo la producción de Juan Francisco Sahagún y Arévalo Ladrón de Guevara y una tercera, del 14 de enero de 1784 al 2 de enero de 1810, por Manuel Antonio Valdés y Munguía, lo cual la convirtió en la publicación más longeva y destacada de la Nueva España.

Otro impresor importante fue el médico y químico Juan Ignacio de Bartolache (Guanajuato, 1739, México, 1790), quien estableció con Mercurio volante (1772-1773) el periodismo científico. Tanto Castorena como Bartolache cimentaron la base para el periodista novohispano más productivo, José Antonio Alzate y Ramírez (Ozumba, 1729, México, 1799), cuyo espíritu ilustrado le inducirá a publicar Diario literario de México (marzo-mayo 1768), Asuntos varios sobre Ciencia y Artes (1772), Observaciones sobre Física, Historia natural y Artes útiles (1787) y Gazeta de literatura de México (1788-1795) (Valdez Garza, 2014).


Conclusión

En síntesis, a manera de conclusión, podría decirse que el periódico surgió de la curiosidad del hombre por conocer e interactuar con la sociedad de la cual forma parte. En la Nueva España, desde el siglo XVI y a lo largo del XVII, se publicaron numerosas hojas volantes que sirvieron para divulgar información destacada del llamado Nuevo Mundo y de Europa. Las noticias, sin embargo, no tuvieron un carácter tan reciente como lo tienen en el siglo XXI, cuando la era del instante y lo efímero obliga a procesar altas cantidades de noticias a nivel global que, a su vez, provocan una saturación de información que, pese a la interacción cuasidirecta entre suceso-periódico-lector, condena a la desmemoria, pues no bien se termina de comprender una noticia cuando ya se tienen muchas otras nuevas.

Los periódicos novohispanos sirvieron un poco para evadir la censura acosadora de la Inquisición, a la vez que promovieron, sobre todo en el siglo XVIII, una postura ilustrada al difundir conocimiento científico de la mano de Bartolache y Alzate, precedidos por el primer periodista americano, Castorena, quienes produjeron durante varios meses o años una empresa periódica que condujo hacia una reflexión más profunda y hacia una libertad de expresión que se consolidarán en el siglo XIX con los primeros diarios nacionales, vinculados con la postura independiente respecto de la Corona española (Bernedo, 2004).


Notas

1 El término gaceta, por ejemplo, proviene del italiano gazetta, moneda veneciana a cuyo precio se vendía una publicación periódica ya entrado el siglo XVII.

2 Traducido textualmente como temporal (zeit “tiempo”), pero en términos prácticos como periódico.

3 Informes suplementarios.


Bibliografía

Benítez, J. A. (2003). Los orígenes del periodismo en nuestra América. Buenos Aires: Lumen.

Bernedo, P. (2004). “Nacimiento y desarrollo de la prensa periódica nacional en América Latina”. En Barrera, C. (coord.). Historia del periodismo universal (pp. 135-165). Barcelona: Ariel.

Fermín Vílchez, J. (2005). “Prólogo”. En Gürtler, A. Historia del periódico y su evolución tipográfica (pp. IX-XXIII). Valencia: Campgràfic.

Gürtler, A. (2005). Historia del periódico y su evolución tipográfica. Valencia: Campgràfic.

Ochoa Campos, M. (1968). Reseña histórica del periodismo mexicano. México: Porrúa.

Valdez Garza, D. (2014). Libros y lectores en la Gazeta de literatura de México (1788-1795) de José Antonio Alzate. México: Bonilla Artigas-Instituto Tecnológico y de Estudios Superiores de Monterrey.


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