Observo mi alrededor: no queda nadie. Todos han sido convertidos. Criaturas cegadas por su deseo de atraparme, con el único objetivo de convertirme a mí también. Escucho un ruido a mi izquierda y detrás de un árbol. Sigiloso como siempre, aparece el que hasta hace poco fuera mi amigo, mi aliado. También él me ha abandonado y es ahora uno de ellos. Lo esquivo y huyo de él; logré salvarme una vez más, pero no será tan sencillo la próxima.
Continúo mi camino, explorando el terreno, en busca de un refugio. Supongo que lo mejor que puedo hacer es presentar batalla el mayor tiempo posible. Sé que todos ellos hubieran hecho lo mismo.
A lo lejos veo a Martha. Pobre, sólo una pequeña niña de seis años, una que, se supone, yo protegía; pero ahora también es una de ellos. Viene hacia mí, está decidida a ser quien termine con todo esto, o tal vez sólo sigue la corriente, la verdad no lo sé, ahora lo que importa es lo que yo, el único que no ha sido convertido, quiera, y lo que yo quiero es ganar esta batalla, al igual que todos ellos quisieron e intentaron, hasta que ya no pudieron más. Escucho pasos a mi izquierda, retrocedo a la derecha; alguien se aproxima por ese lado y también detrás de mí. Sé que ha llegado el fin, me han tendido una emboscada. Me rindo, estoy a su merced y cualquiera puede ser quien pronuncie las temidas palabras...
—¡Dieciocho, ayúdame! Fuiste difícil de atrapar, Javier.
