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Hay que dejarlo jugar

Obra de teatro en dos escenas

Fernando Zabala Argentina


Personajes

Gloria

Jorge

Don Julio


Escena I


Sala de estar de una vivienda proletaria en el barrio de Arguello en la ciudad de Córdoba. En la sala hay una mesa chiquita con platos sucios y vasos de gaseosa a medio tomar, hay dos sillas rotas y rajadas por donde se las vea, diríase que simulan cierto orden y prolijidad. A un costado, un sillón hamaca con un tallón encima, hacia el foro un aparador con toda clase de adornos, fotografías y chucherías varias. En el piso, una docena de tablas de inodoro, prolijamente embolsadas y acomodadas contra la puerta de ese aparador. Una pared de vistoso ladrillo bloc divide dicha sala que vendría a ser la cocina de la casa. Jorge vende tablas de inodoro a domicilio por el barrio y de vez en tanto apunta una changa que otra. Se encuentra de camiseta y pantalón de vestir, escucha la radio bajita y lustra viejos mocasines negros para la ocasión. Gloria entra a la cocina acarreando varias bolsas del supermercado. Es portera de escuela y llega a la casa con gastado uniforme de trabajo. Don Julio es el padre de Gloria y suegro de Jorge. Es un anciano extremadamente delgado, tiene un poco de Parkinson y los tics propios que tienen los viejos a esa edad.


Gloria: (Llegando de la calle.) Bueno, todo arreglado, ya hablé con Minusi… El lunes lo internamos a primera hora.

Jorge: (Se la queda mirando.) ¿Cómo que lo internamos… a quién internamos?

Gloria: (Dejando las bolsas en una silla.) A papá… a quién va ser.

Jorge: (Decepcionado.) ¿A tú viejo?

Gloria: (Agarra el mate.) Claro… Habíamos quedado en eso, ¿no? (Le da chupón al mate.) Bueno, Minusi me dijo que si queremos… lo podemos internar este mismo lunes, eh… (De pronto se acuerda.) Ah, y haceme acordar que llame al geriátrico que quedé en pasarles el número de documento de papá, esta mañana se ve que salí muy apurada y me lo olvidé.

Jorge: Pero escuchame una cosa Gloria… vamos a gastar una bocha, un chorro de guita si lo metemos a tu viejo en un geriátrico, ya lo habíamos hablado a esto.

Gloria: ¿Y dónde querés que lo ponga, Jorge? ¿En un zoológico?

Jorge: (Se le queda mirando, luego.) No… pero… (Piensa, luego.) ¿Pero acaso… tu viejo no puede ir a lo de… de…?

Gloria: (Interrumpiéndolo.) ¿A dónde va a ir?

Jorge: (Piensa, luego.) A lo de tu hermana… Puede ir a lo de tu hermana.

Gloria: (Se sirve un mate con la pava.) Imposible, el otro día ya lo hablamos a eso… mí hermana tiene los chicos, el marido… la suegra… No, en lo de mi hermana sería imposible, olvídate.

Jorge: Bueno, pero es que también es la hija.

Gloria: (Se le queda mirando. Luego.) Sí, ya sé que es la hija, Jorge, pero ella está tan ocupada como yo, tiene un familión encima de las espaldas la pobre.

Jorge: (Piensa, luego.) Y si lo llevamos a… (Se le ocurre.) Y si lo llevamos al bar.

Gloria: ¿Al bar?

Jorge: Y claro, si se trata de no estar solo… por lo menos ahí va estar acompañado.

Gloria: Claro, con esos borrachines de cuarta va a estar acompañado… Mirá, Jorge, lo del geriátrico ya está hablado, el lunes firmo los papeles y a papá lo internamos a las ocho de la mañana, eh.

Jorge: (Pausa breve.) Pero escuchame una cosa… (Piensa, luego.) Tu hermana no puede venir a cuidarlo aunque sea dos horitas por día, eh… ¿Qué son dos horitas por día? No llega a ser ni medio jornal.

Gloria: Es que no son dos horitas por día, Jorge, ya te dije, son como ocho horas las que tengo que estar en el comedor… Y eso contando los sábados y domingos que recién salgo como a las cinco… Además, ya te dije, mi hermana no puede venir a cuidarlo.

Jorge: Y claro, si esa ni siquiera viene a visitarlo.

Gloria: (Se le queda mirando.) Perdón, ¿qué dijiste?

Jorge: ¿Qué, estoy mintiendo ahora?

Gloria: (Molesta.) Mirá, Jorge, no empecemos otra vez de vuelta con las indirectas porque vamos a terminar muy mal, te lo voy avisando nomás, eh.

Jorge: (Piensa, luego.) ¿Y doña Melisa?

Gloria: (Lo mira con el mate en la mano.) ¿Qué? ¿Qué tiene doña Melisa?

Jorge: Y… podría cuidarlo a tu viejo en la despensa… bah, digo…

Gloria: ¿Vos me estás hablando en serio?

Jorge: Y pero por supuesto… doña Melisa puede cuidarlo en la casa… Tiene una casa amplia, grande… espaciosa… Además, tu viejo estaría chocho ahí con doña Melisa… (A don Julio.) ¿No es cierto, don Julio?

Gloria: ¿Pero vos estás mamado? Doña Melisa tiene como 100 años.

Jorge: ¿Y qué tiene que ver? Entre los dos se pueden ayudar, se pueden entretener… son de la misma generación… ¿o no?

Gloria: (Empieza a sacar mercadería de la bolsa.) Sí, claro, una de 90 y el otro de 80 pirulo… Que además el otro día se dejó la hornalla prendida y de casualidad no volamos todos a la mierda.

Jorge: Bueh… Un descuido lo tiene cualquiera.

Gloria: Sí, claro, el descuido casi nos destripa a todos por el aire.

Jorge: (Pausa breve.) ¿Y si me acompaña?

Gloria: ¿A dónde?

Jorge: Al laburo… De paso me puede ayudar a vender… Mal no le va a hacer.

Gloria: Claro… Y cuando le vengan necesidades va a usar el baño de los vecinos también, ¿no?

Jorge: ¿Y qué tiene de malo? En eso, acá los vecinos son muy solidarios… Además, eso tiene solución… (Piensa, luego de pronto se le ilumina el rostro.) Le ponemos pañales descartables y a la mierda… Eso, le ponemos pañales descartables, Gloria.

Gloria: ¿Ah, sí? No me digas. ¿Y se los vas a cambiar vos?

Jorge: ¿A qué cosa?

Gloria: (Irónica.) A los pañales…

Jorge: (Se le queda mirando sin saber qué decir, luego.) No… ¿Cómo se los voy a cambiar yo? No sé planchar una media, menos voy a cambiar un pañal.

Gloria: Ah… ¿Y entonces?

Jorge: (Piensa, luego.) Y se los cambias vos cuando venís del laburo.

Gloria: Claro… Y papá va a andar todo el día por la calle recontra meado y recontra cagado en el pantalón, cosa que después agarre una buena pulmonía y termine tirando la pata por ahí, ¿no es cierto? Mirá, Jorge, no insistas más porque lo del geriátrico ya está decidido, eh.

Jorge: (Pausa breve, piensa otra vez.) Pero escuchame una cosa, Gloria… (Que no sabe que decir.) Estas cosas… estas cosas hay que pensarlas muy bien… Escuchame una cosa, en el geriátrico… (Piensa, luego.) Lo pueden llegar hasta a envenenar, hasta… hasta a decapitar, ¿qué sabes?

Gloria: (Don Julio abre los ojos asustado.) ¿Quién lo va a decapitar?

Jorge: Y las enfermeras, quién va a ser.

Gloria: ¿Ah, sí? No me digas.

Jorge: Y pero por supuesto… ¿No ves la televisión vos? Lo agarra una enfermera media loca, media chusa de la cabeza. ¿Y qué sabés lo que le puede hacer ahí adentro? Eso es como una cárcel… Lo que pasa ahí adentro, muere ahí adentro, después nadie se entera de nada, eh.

Gloria: (Saliendo nerviosa para la cocina.) Mejor me voy a poner las empanadas.

Jorge: (Molesto.) Sí, andá, andá, andá… Andá a poner las empanadas nomás, andá.


Gloria se va hasta la cocina, Jorge agarra el diario y se queda leyendo un tiempo. De pronto se le ilumina el rostro, mira hacia la habitación donde se encuentra don Julio, luego vuelve a mirar el diario y sigilosamente va hasta donde está Gloria.


Jorge: Che, Gloria…

Gloria: (Desde la cocina.) ¿Qué? ¿Qué querés?

Jorge: (Con el diario en la mano.) Escuchate esta…

Gloria: ¿Qué cosa?

Jorge: (Leyendo.) Se convoca a exfutbolistas del club Deportivo Peñarol a jugar y a formar parte del partido homenaje a Molina Funes Salvador… (Mira a Gloria y luego sigue leyendo.) El partido será el sábado por la tarde y se entregará una plaqueta y una mención de honor a cada uno de los asistentes.

Gloria: (Reaparece comiendo un pedazo de pan.) ¿Y?

Jorge: (Sonriente.) Y tu viejo jugó en ese club… fue el wing histórico que tuvo el club Peñarol… ¿o no?

Gloria: Sí… ¿Y qué tiene eso?

Jorge: ¿Cómo y qué tiene? (Sonriente.) ¿No te das cuenta?

Gloria: (Se le queda mirando, luego.) ¿De qué cosa no me doy cuenta?

Jorge: ¿Cómo de qué cosa? Es un homenaje que le quieren hacer a tu viejo, Gloria… Tu viejo lo conocía muy bien a Molina Funes Salvador, jugaba con él en las inferiores del club… (A don Julio.) ¿No es cierto, don Julio?

Gloria: ¿Y qué tiene que ver todo eso con papá?

Jorge: ¿Cómo qué tiene que ver? Gloria, esto es una invitación para que tu viejo juegue ese partido, esto es un partido homenaje del club… (Piensa, luego.) Hasta anda a saber si no le pagan y todo.

Gloria: (Se le queda mirando, luego.) A vos te picó algo en la cabeza ¿no?

Jorge: Escuchame una cosa, Gloria, esto es una invitación, una convocatoria abierta del club… además, tu viejo fue un goleador histórico del Deportivo Peñarol… No... Tu viejo no puede darse el lujo de perderse semejante oportunidad.

Gloria: Para un cachito. ¿De qué oportunidad estás hablando?

Jorge: ¿Cómo de qué oportunidad? Y la de jugar un partido histórico, emblemático para el club… No es cualquier partido el que se va a jugar el sábado, Gloria, eh… (Mostrándole el diario.) Mirá, acá dice, partido homenaje.

Gloria: (Nerviosa.) Perdón, no digas más que papá va a jugar un partido homenaje, porque papá no va a jugar ni siquiera a un picadito en la canchita de la esquina; segundo, papá no juega ni a las bolitas; y tercero, no sé si te diste cuenta, pero papá tiene como 80 años… ¿Sí?

Jorge: ¿Y pero qué tiene que ver? Para estas cosas no hay edad, es un partido homenaje y un partido homenaje no se juega todos los días.

Gloria: Papá hace más de 40 años que no toca una pelota, Jorge, no sé si te diste cuenta… Hasta dejó de jugar a las bochas porque se agitaba cada vez que ganaba… y es más, la última vez lo tuvimos que traer en ambulancia porque el mal perdedor de Guzmán no lo quiso llevar hasta el hospital.

Jorge: (Gloria vuelve a sacar mercadería de la bolsa.) Pero esto no es un partidito de bochas, Gloria, esto es otra cosa… Acá estamos hablando de un evento de envergadura, de un evento… deportivo de los más importantes en estos últimos treinta años… (Pausa breve.) Pará… pará un cachito… Vamos hacer una cosa, mejor… Vamos a preguntárselo a él… ¿eh? (Se asoma a la habitación de don Julio.) Oiga, don Julio… (Levanta más la voz.) Don Julio… ¿a usted le gustaría jugar ese partido?

Gloria: No te oye.

Don Julio: (Desde la pieza.) Eh…

Jorge: (Grita.) Si le gustaría jugar en el club… El partido homenaje… El de Fele… cómo es… (Manda cualquier verdura.) El de Molina Funes Mori, bah…

Don Julio: (Después de un tiempo.) Sí…

Jorge: (A Gloria, sonriente.) ¿Viste? Él quiere jugar.

Gloria: Sí, seguro, él te va a decir que “sí” a todo… Lo llevas a Vietnam y también te va a decir que sí.

Jorge: Bueno, pero si él decide jugar… Está en su derecho.

Gloria: (Se le queda mirando, luego.) Perdón, pero te aclaro algo, acá nadie decidió nada, eh… Y en todo caso, si hay algo que decidir, lo decido yo, que para eso soy la hija. ¿Estamos?

Jorge: Pero pará un cachito, Gloria. ¿Qué cosa vas a decidir vos?... Vos ya lo escuchaste, él dijo que quiere jugar.

Gloria: No, no señor… Él no dijo que quiere jugar… Él dijo que podía ser, que es otra cosa.

Jorge: (Se le queda mirando, luego.) Pará, pará un cachito… (Otra vez a don Julio.) Oiga... don Julio… don Julio… ¿Usted quiere jugar ese partido sí o no?

Don Julio: (Sordo.) Eh…

Jorge: El partido… el que se juega sábado…

Don Julio: ¿Qué pasa?

Jorge: ¿Quiere jugarlo sí o no?

Don Julio: ¿Qué partido?

Jorge: (Impacientado.) El partido, don Julio... El partido homenaje de… de Molina Funes Mori.

Don Julio: Ah… sí.

Jorge: Viste, vos ya lo escuchaste, si querés se lo pregunto de nuevo, eh.

Gloria: No... No le preguntes nada, mejor contestame vos a mí.

Jorge: ¿Qué cosa?

Gloria: ¿Vos de verdad pensás que un hombre mayor como mi papá, con dos operaciones en el corazón y con 80 pirulos puede jugar un partido de fútbol? ¿De verdad pensás eso, Jorge? Te lo pregunto porque me preocupa un poco bastante lo que vayas a decir al respecto.

Jorge: (Se encoge de hombros.) Yo no le veo impedimento alguno, eh.

Gloria: ¿Ah, no?

Jorge: No… Además, sería por muy poquito tiempo… Cuanto mucho jugaría diez minutos… ¿Qué son diez minutos, eh?

Gloria: ¿Diez minutos? Ja. ¿Diez minutos? Diez minutos es una eternidad para un enfermo del corazón.

Jorge: Bueh… ni que tuviera un baipás.

Gloria: Sí, claro que tiene… Tiene dos baipás… Y también tiene un estén, no sé si te acordás.

Jorge: (Piensa, luego.) Bueno, pero con dos todavía puede jugar… Malo sería si tuviera cinco… (Gloria agarra el teléfono y marca.) ¿A quién llamas?

Gloria: (Con el tubo en la oreja.) Al geriátrico llamo…

Jorge: (Alarmado.) ¿Para qué?

Gloria: Para empezar los trámites, para qué va a ser.

Jorge: (Casi de un grito.) Pero pará… Lo del geriátrico puede esperar, Gloria… eso se ve después… Acá lo que tenemos que resolver ahora es si tu viejo quiere jugar… (Al ver que Gloria colgó el teléfono.) ¿Qué pasó?

Gloria: (Cuelga el teléfono.) Me da ocupado… (Mira nerviosa para todos lados, luego.) ¿Vos no viste dónde dejé el documento de papá yo?

Jorge: No, ni idea... Supongo que en las trescientas cuarentaiocho carteras que te regalaron tus tías.

Gloria: (Se va rápido hasta la pieza.) Ah, sí, tenés razón… En la cartera… Lo debo haber dejado en la cartera. (Gloria sale hacia la pieza.)

Jorge: (Piensa, luego.) Hagamo una cosa, se lo pregunto de nuevo, así evacuamos todo tipo duda, eh… Oiga, don Julio… (Le chista.) Don Julio… ¿Usted quiere jugar ese partido, sí o no? (Gloria vuelve de la pieza con tres carteras. Don Julio asiente con la cabeza medio dormido.) ¿Viste? Más claro echarle agua.

Gloria: (Nerviosa.) Sí, pero yo no quiero que juegue y si yo no quiero que juegue, no juega, punto, se acabó, se terminó.

Jorge: (Gloria empieza a revisar las carteras.) Pero pará un cachito, Gloria… Vos no le podés coartar esa posibilidad a tu viejo, es él quien tiene que decidir sobre sus propias posibilidades… Además, tu papá tiene la suficiente libertad y la suficiente autonomía para decidir si quiere jugar o no… Y si el señor quiere jugar, hay que dejarlo jugar.

Gloria: (Que se le quedó estudiando un tiempo.) Y decime una cosa: ¿desde cuándo te preocupan tanto las decisiones de papá a vos?

Jorge: (Queda pensando, luego no sabe qué decir.) Bueno… lo… lo que pasa es que… que… eh…

Gloria: (Lo apura.) ¿Qué?

Jorge: (Nervioso.) Es que esta no es cualquier decisión, Gloria… Esta es una decisión importante, de… de trascendencia, de… Además, acá te recuerdo que está en juego el honor de una familia, eh... El honor de un apellido… Eso es lo que está en juego acá… Y tu viejo... no puede estar en falta con ese honor y esa dignidad que ameritan defender un apellido como es el nuestro… Porque si tu viejo no juega ese partido, al que van a venir a buscar a esta casa es a mí, a mí me van a venir a buscar… Y van a venir todos esos atorrantes de mierda y van a pintar todas las paredes con aerosol… (Titulando.) “Peligoti, usted es un traidor, traicionó al club Peñarol, cagón”. Así lo van a poner enfrente de casa, para que lo vea todo el barrio… ¿Y vos te imaginás, te das una idea de lo que puede pensar la gente de este barrio, la vergüenza que podemos llegar a pasar nosotros acá, eh?

Gloria: Por mí que hagan y digan lo que quieran, yo a papá no lo voy a exponer a semejante pelotudez… (Deja la cartera y agarra el tubo de vuelta.) Dictame el número, que voy a llamar ahora.

Jorge: ¿A dónde vas a llamar?

Gloria: Y al geriátrico, dónde va a ser.

Jorge: Pero pará, Gloria… cómo vas a llamar al geriátrico si el partido es el sábado.

Gloria: (Con el teléfono en la mano.) ¿Y qué tiene que ver la chaucha con los palitos?

Jorge: Y qué tiene que ver… Que el partido está primero, tu viejo entraría al geriátrico recién el lunes.

Gloria: (Impacientada.) Bueno, me vas a dictar el teléfono Jorge, sí o no.

Jorge: ¿Pero acaso no estábamos hablando del partido nosotros?

Gloria: (Se le queda mirando, luego.) ¿Y por qué te preocupa tanto ese partido a vos?

Jorge: Y ya te dije… Acá está en juego el honor de un apellido, el honor de una familia, Gloria… Y también… la dignidad de este querido barrio.

Gloria: ¿Y por qué no jugás vos entonces? Vos también sos parte de este barrio, ¿o no?

Jorge: (Pausa breve, en víctima.) Yo nunca… Jugué bien al fútbol, Gloria… Y vos a eso, lo sabes muy bien… Y tampoco jugué en ese club.

Gloria: Pero fuiste socio.

Jorge: Ser socio es una cosa y ser jugador es otra… Y tu viejo... fue un gran jugador… un gran jugador que cuando pise el verde césped del Argentino Peñarol… imaginatelo, imaginatelo... (Imita el griterío de la hinchada y poco a poco empieza a saltar alrededor de la mesa.) Don Julio, don Julio, don Julio, don Julio, don Julio, don Julio, don Julio...

Gloria: (Nerviosa.) Bueno, ¿me vas a dictar el número, Jorge, o lo tengo que marcar yo?

Jorge: (Se le queda mirando, luego.) Ah, muy bien… O sea que vos le vas a sacar… le vas a arrebatar a tu viejo la oportunidad de jugar su último partido… Muy bien, Gloria, eh, muy bien, te felicito.

Gloria: Sí, seguro… si juega va a ser su último partido, de eso no me cabe la menor duda… (Vuelve a enfrascarse en la cartera, de pronto preocupada.) ¿No me habré dejado el documento en el colectivo yo, no?

Jorge: (La señala con el dedo índice.) Eso… eso es no tener corazón… Dejar tirado a un pobre viejo en un geriátrico como si fuera... como si fuera una mísera bolsa de basura, es no tener corazón.

Gloria: (Vuelve a revisar las carteras.) Ah… Pero qué buen corazón que tenés vos… qué buen corazón... Mirá vos… El otro día llorabas como un bebé para que me lo lleve a la casa de mí hermana.

Jorge: Eso es otra cosa.

Gloria: Y ahora resulta que el señor, así como de la nada se lo quiere llevar a jugar un partido de fútbol con él, qué tal, eh.

Jorge: Yo no… él quiere jugar.

Gloria: Sí, seguro que va a jugar, pero en el geriátrico va a jugar… Y a los dados va a jugar.

Jorge: (Pausa breve.) Pero escuchame una cosa Gloria… (Piensa, luego.) ¿Qué va a pensar el presidente del club si don Julio no juega ese partido? ¿Eh? ¿Vos te pusiste a pensar eso?

Gloria: Y a mí qué me importa lo que pueda decir o pensar ese tipo… Qué me calienta a mí lo que diga o no diga el presidente del club… (Nerviosa.) Es mi papá… y sobre mi papá decido yo, ¿estamos?... Lo único que faltaba, que ahora hasta el presidente del club se quiera meter en las decisiones de esta casa… (Nerviosa, empieza a revisar otra cartera.) ¿Pero dónde puse yo ese bendito documento?

Jorge: (Pausa breve.) Es que Rodríguez no lo va a dejar escapar, eh… Yo te aviso.

Gloria: (Se le queda mirando, luego, nerviosa.) ¿A qué te referís?

Jorge: Y… que lo va a venir a buscar acá, va a venir acá a golpear la puerta… ¿O vos te crees qué se van a perder del mejor wing izquierdo que tuvo el Club Peñarol?

Gloria: Por mí que se pierdan lo que quieran, yo a papá no lo voy a dejar jugar ningún partido de fútbol… (Agarra otra cartera.) Papá tiene 80 años Jorge, no 35.

Jorge: Pero otra vez con el tema de la edad… Es un partido de fútbol, escuchame una cosa, don Julio no va a correr una maratón de 800 kilómetros, juega un partidito y se acabó.

Gloria: (Se le queda mirando.) Claro, juega un partidito y se acabó… Qué fácil lo haces, ¿no? Como no es tu papá.

Jorge: ¿Y qué tiene que ver? Si fuera mi viejo lo haría jugar igual… ¿Por qué no? ¿Cuál es el problema?

Gloria: (Vacía una cartera sobre la mesa.) ¿Ah, sí? Mirá vos… y sin embargo, nunca lo dejaste viajar a Mendoza.

Jorge: ¿A quién?

Gloria: Y a tu viejo.

Jorge: (Que no sabe qué decir.) Y lógico… Porque era un viaje muy peligroso.

Gloria: ¿Ah, sí? ¿Y no te parece un poco peligroso que un viejo de 80 pirulos juegue un partido de fútbol?

Jorge: Es que eso no tiene comparación alguna, escuchame una cosa, no vas a comparar nunca un viaje de ocho horas y pico con un picadito de quince minutos.

Gloria: Ah, sí, claro, con un picadito de quince minutos… Y con un pobre viejo que no camina siquiera cinco segundos seguidos para ir al baño, por favor Jorge… (De un grito.) ¡Lo encontré!

Jorge: (Que se le quedó mirando.) ¿Qué cosa encontraste?

Gloria: (Con el documento en la mano.) Encontré el documento de papá… (Jorge se desanima.) Sabía que en esta cartera tenía que estar… (Apurada.) Bueno… ahora sí me voy.

Jorge: ¿Cómo que te vas? ¿A dónde te vas?

Gloria: (Agarra un bolso.) Y al geriátrico, dónde va a ser… si no me contestan el teléfono me voy personalmente, que tanto…

Jorge: Pero pará… no me contestaste.

Gloria: (Se detiene en la puerta y lo mira.) ¿Qué cosa te tengo que contestar?

Jorge: ¿Cómo qué cosa? Y qué vamos a hacer…

Gloria: (Se le queda mirando.) ¿Qué vamos hacer con qué?

Jorge: Y con tú viejo… Al final va a jugar o no va a jugar.

Gloria: (Se le queda mirando otra vez, luego.) ¿Y no decís que es una decisión de él?

Jorge: Bueno, pero vos sos la hija, tenés que opinar… al fin al cabo es tu papá, no el mío.

Gloria: Ah, pero qué comprensivo que estás, eh, qué comprensivo... (Se le queda mirando un tiempo, luego.) Bueno, está bien, te lo constesto… pero cuando venga del geriátrico, ¿sí?

Jorge: Pero pará, Gloria, me tenés que contestar ahora.

Gloria: Ah, te tengo que contestar ahora.

Jorge: Bah, a mí no, a él le tenés que contestar.

Gloria: (Se le queda mirando, luego.) Pero, perdón, ¿acaso no eras vos el interesado en que papá juegue ese partido, eh? ¿No eras vos él interesado en dejar nuestro ilustre apellido allá arriba, en lo alto del cerro Uritorko?

Jorge: ¿Yo? Pero para nada. Yo simplemente hago valer sus derechos, que es otra cosa.

Gloria: (Se cruza de brazos.) Ah, mirá vos… así que ahora hacés valer sus derechos… hacés valer los derechos de los pobres viejos indefensos y abandonados, mirá vos.

Jorge: Y lógico, ese partido es un derecho que a tu papá le corresponde jugar.

Gloria: Y decime una cosa: ¿por qué no lo invitaron entonces?

Jorge: (Que no se la esperaba.) ¿A dónde?

Gloria: Y a jugar ese partido. ¿O dónde está la invitación? ¿La tenés vos a la invitación?

Jorge: (No sabe qué decir.) No… ¿Qué invitación? Es sin invitación.

Gloria: Ah… es sin invitación. (Se cruza de brazos.) ¿Y cómo sería entonces? A ver, explícame.

Jorge: (Trastabilla.) Y ya te dije, es una invitación abierta, una… una convocatoria para que participe toda la gente del club, por algo sale acá en el diario… Además, si van a mandar invitación por cada socio que tiene el club se funden, Gloria, directamente se van a la quiebra.

Gloria: Sí. ¿Pero sabes qué? Papá no era cualquier jugador, y a papá seguro le mandarían una invitación, o por lo menos lo llamarían del club.

Jorge: Es que por eso justamente, por eso te estoy diciendo, como don Julio ha sido uno de los mejores jugadores que ha tenido el club, el jugador estrella para decirlo como corresponde, sería una falta de respeto que le manden invitación, sería… sería prácticamente un atropello por parte del club.

Gloria: (Se le queda mirando, luego.) Qué raro, eh…

Jorge: ¿Raro qué cosa?

Gloria: (Misteriosa.) Nada… (Agarra un bolso.) Me voy.

Jorge: Pero pará… Eso significa que lo dejas jugar.

Gloria: (Se detiene en la puerta, luego vuelve.) No, eso significa que me voy.

Jorge: Ah, o sea que te vas y no lo autorizas. Muy bien, muy bien. ¿Vos sos consciente de que le estás cortando las piernas a tu viejo, Gloria? ¿De que le estás hundiendo la puñalada, el cuchillo trapero en el hueso, eh? ¿Vos sos consciente de todo eso?

Gloria: (Volviendo.) ¿Y vos sos consciente de que querés hacer jugar un partido de fútbol a un pobre viejo de 80 años, eh? Contestame.


Don Julio se raja un pedo, ambos lo miran.


Jorge: ¿Eso contesta tu pregunta?

Gloria: (Gritando.) Contestame lo que te pregunto yo: ¿sos consciente de que querés hacer jugar un partido de una hora y pico, a un pobre viejo que ni siquiera puede levantarse de una silla?

Jorge: Eso… es una subestimación.

Gloria: (Gritando.) No, no es una subestimación, es una realidad, que es muy diferente.

Jorge: (Pausa breve.) Pero si vos el otro día lo viste, y hasta con tus propios ojos y todo, Gloria. Estaba haciendo lagartijas al ladito de la pileta, subía y bajaba, subía y bajaba, si hasta parecía un gladiador.

Gloria: Qué lagartijas ni que nada, se cayó y estaba intentando levantarse de la silla, animal.

Jorge: (Pausa breve.) Bueno, pero hay que reconocer que, por lo menos, el hombre se levantó solito.

Gloria: Bueno, se me hace tarde para seguir escuchando estupideces. (Yendo hacia la puerta.) Mejor me voy.

Jorge: (Intenta detenerla.) Pero pará Gloria, pará un cachito.

Gloria: (Lo corta de un grito.) ¿Qué querés ahora?

Jorge: (Piensa, luego.) ¿Por qué no le preguntamos de nuevo? A lo mejor si le preguntamos de nuevo tu viejo nos saca la duda. (Gloria mira para otro lado, enojada.) Pará, pará un cachito, vos dejame a mí. Oiga… (Le chista.) Oiga… ¿usted no tiene nada para decir?

Don Julio: (Sordo.) ¿Eh…?

Jorge: (A los gritos.) Si tiene algo para decir, pregunto.

Don Julio: ¿De qué cosa?

Jorge: (Nervioso.) De qué cosa… de lo que estamos hablando.

Don Julio: (Gloria espera la respuesta en la puerta.) Ah… sí…

Jorge: (Impacientado.) Y diga, hombre, diga o calle para siempre.

Don Julio: Quiero ir al baño.

Apagón brusco.


Escena II


Jorge aparece con ropa del trabajo, pantalón y camisa de vestir. En el cuello lleva atada una camiseta del club argentino Peñarol. Está en la puerta mirando hacia todos lados y hace un sinfín de señas para que don Julio vaya hasta él. Don Julio aparece vestido deportivamente y se sienta lentamente sobre el sillón hamaca. El viejo mastica una suerte de caramelo o alguno de esos chocolates que suele esconder bajo la cama.

Jorge: (Espiando por la puerta.) Ahora, venga, venga que no hay muros en la costa, venga. (Al ver que don Julio no se mueve.) Vamos, venga hombre, ¿qué hace ahí parado? ¿No se da cuenta que si viene Gloria somos carne de cañón?

Don Julio: (Dolorido.) Es que, para serle honesto, la verdad… yo no sé si tendría que jugar.

Jorge: (Que se le queda mirando.) ¿Cómo que no sabe si tendría que jugar? Claro que tiene que jugar, usted anoche me dijo que quería jugar, ahora no me venga a cambiar una pelota por otra.

Don Julio: (Quejándose.) Es que ahora me duele mucho la rodilla.

Jorge: ¿Y qué tiene que ver? Usted tiene que jugar con los pies, no con la rodilla.

Don Julio: Con decirle que anoche no pude pegar un ojo del dolor que tenía.

Jorge: Pero escúcheme una cosa, yo le estoy hablando de un partido consagratorio, de un partido homenaje. ¿Y usted ahora me sale con un dolorcito de rodillas? Oiga.

Don Julio: La rodilla y la cadera… debe ser el frío.

Jorge: Pero óigame una cosa: ¿usted se da cuenta de que lo está esperando toda la comisión directiva, de que lo está esperando todo el club?

Don Julio: (Levantando los hombros.) Y bueno, que esperen, qué quiere que le haga. A mí me duele la rodilla.

Jorge: O sea que usted no es consciente de que hoy se juega una patriada.

Don Julio: (Que no entendió.) ¿Una qué?

Jorge: (Se agarra la cabeza, luego.) Mire, se la voy hacer corta: hoy es un día… (Piensa, luego.) Donde usted se está jugando el apellido, donde usted se está jugando el honor, la dignidad, un día donde usted puede dejar una huella, un sello, una marca distintiva. Un día donde usted puede entrar en la historia grande del club, don Julio, en la historia grande del club. ¿Se da cuenta de lo que le estoy diciendo? Pero si usted deja pasar la oportunidad, deja pasar el bondi... lamentablemente, usted no deja una mierda. Y honestamente, don Julio, para serle sincero, me parece que hoy es el día no sólo para que usted se despida del fútbol, sino también para que se despida del club. ¿Entiende lo que le digo?

Don Julio: Sí, todo lo que vos quieras, pero a mí me duele mucho la rodilla.

Jorge: (Se le queda mirando.) O sea que usted... no quiere jugar.

Don Julio: Imposible… ¿Cómo querés que juegue, con los brazos?

Jorge: (Pausa breve.) Y bueno, es una verdadera pena… Sinceramente, es una verdadera pena, don Julio.

Don Julio: Y bueno, qué querés que le haga.

Jorge: (Lo mira, luego algo nervioso.) Que juegue, eso quiero que haga, que juegue.

Don Julio: Es que ya le dije que no puedo. ¿Cómo quiere que se lo diga?

Jorge: ¿Ve? Esa... es una condición psicológica. ¿Se da cuenta que usted está condicionado?

Don Julio: No, es un dolor de rodilla.

Jorge: Y seguramente que lo condicionó aquella otra, eh… Porque esa siempre anda condicionando a todo el mundo, siempre tiene algo para decir de los demás. Pero claro, que si le va a estar dando pelota a todo lo que diga la otra… Además de meterle los palos en la rueda, doña Melisa no lo va poder ver jugar.

Don Julio: (Se le queda mirando sorprendido.) ¿Doña Melisa?

Jorge: (Lo mira, luego.) Sí, doña Melisa. Ella lo quiere ver jugar.

Don Julio: ¿Pero cómo, estuviste con ella?

Jorge: (Piensa, luego.) Me la crucé esta mañana en el bar.

Don Julio: ¿En el bar?

Jorge: Sí, en el bar. Estaba tomando un café y…

Don Julio: (Ansioso, lo interrumpe.) ¿Y ella te dijo eso?

Jorge: ¿Qué cosa?

Don Julio: Lo del partido, ella te dijo eso.

Jorge: (Piensa, luego estratega.) Bueno, me lo dio a entender.

Don Julio: (Interesado.) ¿Cómo? ¿Qué cosa te dio a entender?

Jorge: Y… me preguntó…

Don Julio: (Se le queda mirando preocupado, luego.) ¿Qué cosa te preguntó?

Jorge: Y… me preguntó si usted estaba dispuesto a jugar.

Don Julio: (Ansioso otra vez.) ¿Y vos qué le dijiste?

Jorge: Y yo le dije que sí, pensando en lo que usted me dijo anoche, yo le dije que sí.

Don Julio: (Su rostro iluminado.) ¿En serio que te dijo eso?

Jorge: (Se le queda mirando.) ¿Qué cosa?

Don Julio: Eso, de… de que me quiere ver jugar,

Jorge: Y pero claro, si lo vio jugar toda la vida. Cuando yo le conté me dijo que iba a ir a alentarlo con toda la familia.

Don Julio: (Sorprendido otra vez.) ¿Con toda la familia?

Jorge: Y por supuesto, doña Melisa a la cancha no va a ir sola.

Don Julio: (Queda pensando, luego.) ¿Pero vos estás seguro?

Jorge: Y pero claro. ¿No se lo estoy diciendo? Va a ir con toda la familia y con algunas compañeras del hogar. (Se le acerca confidente.) Oiga, ¿no la va a dejar en banda, no? Mire que una cosa así después no se la perdona de por vida, eh, y guarda que después no le trae más pasta flora los domingos, eh, ojo.

Don Julio: Je, hace como un mes que no trae pasta flora.

Jorge: Bueno, pero cada tanto le trae un pedazo, eh... Además, me dijo que quería presentarle a los hijos.

Don Julio: (Se le queda mirando sorprendido.) ¿A los hijos?

Jorge: Sí, a los hijos, le quiere presentar a los hijos.

Don Julio: (Piensa, luego.) Y si no tiene hijos…

Jorge: (Piensa, luego.) Bueno, los nietos serán, entonces, qué sé yo.

Don Julio: Pero si no tiene hijos, cómo va a tener nietos.

Jorge: (Que no sabe qué decir.) Y bueno, qué sé yo, don Julio; doña Melisa tiene un familión. Además, también van a ir a alentarlo sus amigos del bar.

Don Julio: ¿Qué amigos?

Jorge: Y los del bar, ¿qué amigos van a ser? Los del bar de Tirica… ¿Los va a dejar en banda a ellos también?

Don Julio: ¿A ellos también les dijiste qué iba a jugar?

Jorge: Y pero claro, si lo sabe todo el barrio, lo sabe todo el pueblo. ¿O acaso usted no lee los diarios, eh?

Don Julio: (Más sorprendido todavía.) ¿Qué diario? ¿Salió en el diario también?

Jorge: Y pero por supuesto, ¿no se lo estoy diciendo? Y también va a salir en la televisión. Ahora, si usted va a dejar en banda a los del club, a los del diario y a los de la televisión, a usted, sencillamente, lo rajan a patadas.

Don Julio: (Pausa breve.) Y bueno…

Jorge: (Que se le queda mirando.) ¿Y bueno qué cosa?

Don Julio: Me tendrán que rajar a patadas, yo así no puedo jugar.

Jorge: Pero óigame una cosa, ¿usted está loco? ¿Usted no se da cuenta de la vergüenza que vamos a pasar si usted no juega ese partido? Imagínese a Gloria, las cosas que le van a decir por la calle, la vergüenza que va a pasar en el trabajo ¿Y yo… yo dónde me meto después? ¿Con… con qué cara salgo yo a la calle a vender tablas de inodoro? ¿Eh? (pausa breve.) Ojo, eh, que usted con esta actitud lo que está logrando es un verdadero atentado familiar, desde ya se lo voy diciendo.

Don Julio: Je, eso lo decís vos porque no sos el que tenés que poner el cuero.

Jorge: (Titubea.) Pero es que oiga, escúcheme una cosa: yo en su lugar lo pondría… me jugaría el todo por el todo, jugaría ese partido como sea… Quedaría bien con el barrio, con… con el club… con… hasta con la municipalidad quedaría bien.

Don Julio: Je, a estas alturas del partido, quedar bien o mal a mí me tiene sin cuidado.

Jorge: (Se le queda mirando, luego.) Y bueno, ahí tenemos un problema, ¿vio? Porque la cosa va más allá de quedar bien o mal. (Fingiendo nerviosismo.) No, no sé si me entiende, eh. (Pausa breve.) No sé si sabe pero… (Piensa, luego.) Pero Gloria... estuvo apostando la casa.

Don Julio: (Sorprendido.) ¿La casa?

Jorge: Bueh… la casa y el auto para ser más preciso.

Don Julio: ¿De en serio me está diciendo?

Jorge: Y por supuesto. ¿Qué cree que yo le miento ahora?

Don Julio: (Que se le quedo mirando atónito.) ¿Pero usted me está diciendo… qué ella apostó…?

Jorge: (Interrumpiéndolo.) La casa… Ella apostó la casa, eh, así como lo escuchó. Gloria tiene puesta todas las fichas en que usted va a jugar ese partido, por eso es que ella apostó la casa.

Don Julio: (Queda pensativo un tiempo, luego.) Pero cómo, ¿usted está seguro?

Jorge: ¿De qué cosa?

Don Julio: (Preocupado.) De lo que me está diciendo.

Jorge: Y por supuesto. ¿O por qué cree que ella anda tan afligida y tan preocupada, eh? ¿No vio las ojeras cómo las tiene por el piso?

Don Julio: (Queda pensativo, luego.) Pero no puede ser…

Jorge: (Que se le queda mirando.) ¿Qué cosa no puede ser?

Don Julio: Ella no haría nunca una cosa así.

Jorge: (De un grito.) ¿Gloria? ¿Gloria? Gloria es capaz de eso y de mucho más.

Don Julio: (Pensativo.) Y pero cómo…

Jorge: (Lo mira.) ¿Pero cómo qué cosa?

Don Julio: Por qué no me lo dijo antes.

Jorge: ¿Y no se lo estoy diciendo yo acaso? Porque ella cree que usted va a jugar ese partido. Ella cree que usted se va a calzar la camiseta y se va a jugar entero por toda la familia. Mire, aunque usted no lo crea, Gloria en usted tiene puesta una fe y una confianza inquebrantable, don Julio, tiene una fe ciega en usted.

Don Julio: (Pausa breve, luego desorientado.) Y pero cómo… no… no… no entiendo.

Jorge: (Se le queda mirando.) ¿Qué cosa no entiende?

Don Julio: Ella me dijo que no tenía que jugar.

Jorge: (Se hace el sorprendido.) ¿Gloria le dijo eso?

Don Julio: Y sí, me lo dijo ayer.

Jorge: No, don Julio, no se confunda. Escúcheme una cosa: Gloria le dijo eso porque quiere… (Se le ocurre.) Porque quiere que salga de usted, que brote de sus entrañas, que brotes de sus tripas, por eso le dijo eso… ¿Entiende lo que le digo?

Don Julio: Pero ayer me lo dijo muy seriamente.

Jorge: Y lógico que se lo va a decir seriamente, si ella está esperando que se lo diga usted, que nazca de su corazón, ella está esperando su reacción, don Julio, su reacción.

Don Julio: (Piensa, luego.) Y pero no entiendo… ¿Por qué ella querría qué yo juegue ese partido?

Jorge: (Que se le queda mirando.) ¿Cómo por qué, cómo por qué? ¿Y no se lo estoy diciendo acaso? Porque apostó la casa, el auto; si usted no juega ese partido nos quedamos todos en banda, cirujeamos de por vida. Por eso que ella está tan preocupada por todo este asunto.

Don Julio: (Pausa breve.) ¿Y por qué no me lo dijo antes?

Jorge: (Se le queda mirando, luego nervioso.) ¿A qué cosa?

Don Julio: Y… que apostó el auto, la casa… Nunca me dijo nada.

Jorge: (Piensa, luego.) Pero es que es lógico que nunca se lo va a decir. No lo va a querer preocupar, no le va a querer enchufar la presión de entrada. En eso, usted la conoce muy bien, en estas circunstancias Gloria siempre fue una tumba, siempre actuó de callada… (Pausa breve.) Pero claro, que si usted jugara ese partido, las cosas serían muy distintas.

Don Julio: (Astuto.) ¿Ah, sí? ¿Y por qué? ¿Qué pasaría si yo jugara ese partido?

Jorge: (Piensa, luego.) Ganamos trescientas mil lucas, y no perdemos ni la casa ni el auto.

Don Julio: ¿Trescientos mil pesos?

Jorge: Así como lo escuchó, trescientas mil lucas, de contado y en efectivo. Claro que no es mucha guita, vio, pero… escúcheme… para una familia tipo como la nuestra…

Don Julio: (Que quedó pensando.) ¿Pero usted está seguro?

Jorge: (Se le queda mirando.) ¿De qué cosa?

Don Julio: (Sorprendido.) De que Gloria haya apostado tanto dinero.

Jorge: Pero que no le quepa la menor duda. ¿No se le estoy diciendo yo? (Mira para todos lados, y luego se le acerca.) Mire: es un partido solo, usted juega y se acaba la bola, se termina el quilombo, embolsamos la guita y nos vamos todos a casa, así de fácil y así de sencillo.

Don Julio: (Que se quedó pensando.) ¿Y pero con quién apostó tanto dinero?

Jorge: Y con Rodríguez, con quién va a ser, con el presidente del club. (Mira hacia todos lados para no ser escuchado.) Escúcheme una cosa: esta gente está dispuesta a pagar lo que sea con tal de verlo jugar a usted. ¿Se da cuenta lo que significa eso? ¿Se da cuenta de la importancia, de la jerarquía deportiva que usted está teniendo ahora en el barrio? Usted en este momento, don Julio, está más cotizado que Messi en el Barcelona, para que tenga una idea. ¿Entiende lo que le digo?

Don Julio: (Que se quedó pensando.) ¿Y cuánto tiempo tendría que jugar?

Jorge: (Pensando.) Y… qué sé yo… 30, 45 minutos por lo menos, seguro… Corriendo toda la hora, ¿no?

Don Julio: (Lo mira espantado.) Imposible… ¿Cómo voy a jugar tanto tiempo si apenas puedo caminar hasta la cocina?

Jorge: ¿Vio que usted está condicionado? ¿Vio que yo tengo razón? Usted está con la idea fija todo el tiempo, hombre, como el dolor ese que tiene en la rodilla y no le deja ver la realidad. Mire, es muy sencillo: usted tiene que jugar y olvidarse de todo, cierra los ojos y se olvida de todo… Hasta de nosotros se olvida. ¿Entiende lo que le digo?

Don Julio: (Piensa, luego.) ¿Y si no juego, qué pasaría?

Jorge: Y… a Gloria la mata de un bobaso, le parte el corazón en cuatro. (Baja la voz.) Además, no sé si usted sabe algo pero… (Crea una pausa expectante, luego en tono dramático.) Pero Gloria últimamente… (Lo mira dramáticamente y le hace señas de tomar.)

Don Julio: (Se le queda mirando asombrado, luego.) ¿Toma?

Jorge: Hasta el agua de los floreros, don Julio.

Don Julio: ¿De en serio me está diciendo?

Jorge: (Haciéndose el sorprendido.) ¿Qué, usted no la vio nunca?

Don Julio: (Encogiendo los hombros.) Nunca la vi tomando nada.

Jorge: Y claro, es que delante suyo disimula.

Don Julio: (Que no entiende.) ¿Cómo que disimula?

Jorge: Y claro disimula, delante suyo se guarda, toma de canuto, no va a andar reboleando la botella por todos lados.

Don Julio: ¿Usted dice que ella… toma a escondidas?

Jorge: (Bajando la voz otra vez.) ¿Que toma? (Mira para todos lados para no ser escuchado, luego.) Llega a la pieza y lo primero que hace es bajarse un ocho hermanos en menos de diez minutos. Y si tiene vodka ni se le vaya a ocurrir sacarle la botella, porque directamente le come la mano.

Don Julio: (Impresionado.) ¿Tanto así?

Jorge: (Fingiendo sorpresa.) Pero oiga… (Mira para todos lados, luego.) ¿De en serio que usted no la vio nunca? (Don Julio hace que no con la cabeza. Jorge mira para todos lados para no ser escuchado.) Chupa que da miedo. ¿No escuchó la otra noche que llegó a los tumbos, que llegó medio borracha, que se llevó puesta la mesa, las sillas, el televisor?

Don Julio: Yo no escuché nada.

Jorge: (Nervioso.) Y porque a usted no lo despiertan ni a cañonazos, don Julio, usted tiene el sueño más pesado que un elefante, por eso… (Mira para todos lados, luego baja la voz para no ser escuchado.) Pero lo peor todo ¿sabe qué es? (Crea una pausa expectante.) Que Gloria... (En sordina.) está muy amarilla.

Don Julio: (Que no entendió.) ¿Cómo?

Jorge: (Vuelve a repetir pero en sordina.) Gloria está muy amarilla. ¿No se dio cuenta? (Al ver que don Julio se le queda mirando.) ¿No vio que está más amarilla que un chizito?

Don Julio: (Sorprendido.) ¿Amarilla?

Jorge: Bue, amarilla tirando a naranja. Y ojo que ese no es un buen síntoma, don Julio, eh, no es un buen síntoma. ¿Usted no vio que tiene la piel así como flácida, cómo… cómo verrugosa, eh, qué tiene la piel así como cuero de pollo? (Vuelve a mirar para todos lados.) ¿Y los ojos?

Don Julio: (Lo mira preocupado.) ¿Qué, qué tienen los ojos?

Jorge: ¿Y no vio cómo los tiene dando vuelta? ¿No vio que los tiene así abiertos como un dos de oros? Camina así, mire... (Pone los ojos en blanco y camina grotescamente de un lado a otro.) Camina así con los ojos dando vueltas y medio chueca, que parece un zombi recién salido de la tumba... Es evidente que le está cayendo mal la bebida, que le está fulminando el hígado. Y ahí le puedo asegurar que hay un trecho así de corto, pero así de corto, para caer en la cirrosis.

Don Julio: (Que se quedó consternado.) Pero yo no sabía nada.

Jorge: Y bueno, ahora ya lo sabe… (Falsa preocupación.) Tenemos una alcohólica empedernida en la familia, don Julio.

Don Julio: (Piensa, luego preocupado.) ¿Y pero qué podemos hacer?

Jorge: (Se le queda mirando.) ¿Qué podemos hacer con qué?

Don Julio: Y para que Gloria deje la bebida, para que no tome más.

Jorge: Muy sencillo, don Julio, usted juega ese partido, ganamos la apuesta y ella no toma más de por vida, así de simple y así de sencillo.

Don Julio: Pero escúcheme, en ese caso, ¿no sería mejor llevarla a un centro de rehabilitación para alcohólicos?

Jorge: (Reaccionando nervioso.) Pero usted está loco. ¿Usted sabe el chorro de guita que nos van a comer en un centro de rehabilitación para alcohólicos? Oiga, y encima con lo que chupa su hija.

Don Julio: Bueno, pero con mi jubilación, a lo mejor…

Jorge: (Interrumpiéndolo nervioso.) Olvídese, su jubilación un carajo. Acá la única solución es que usted se calce los botines y salga dignamente a jugar ese partido como corresponde. ¿O usted quiere que su hija ande por ahí con… con… con la tripa revuelta y el hígado reventado de tanto chupar, eh? ¿Usted quiere eso?

Don Julio: (Afligido.) No…

Jorge: Y bueno, ¿entonces?

Don Julio: Es que no puedo, yo ya le dije…

Jorge: (Nervioso y a los gritos.) ¿Qué cosa no puede? ¿Qué cosa?

Don Julio: No puedo jugar, me duele mucho la rodilla.

Jorge: (Calentón.) Pero... pero escúcheme una cosa, ¿su rodilla es más importante que su propia hija? Oiga…


Llaman por teléfono. Jorge atiende rápidamente.


Jorge: Hola, sí… Ah, ¿cómo le va, Molina, qué dice? (Escucha, luego.) Ajá, pérese un segundito, pérese, eh. (Busca un metro y mide a don Julio, que lo mira sorprendido.) Y… calcúlele uno ochenta y algo… Bah, tirando a uno ochenta y uno… A ver, deme un segundito que corroboro bien. (Vuelve a medir a don Julio, que se tira un pedo, luego confirmando.) Sí, uno ochenta y uno… No, no, con seguridad. (Escucha, luego.) Sí… ¿Y qué me saldría uno? (Escucha.) Eu… ¿Algo, un poquito más económico no tiene? Y qué sé yo… de paraíso, no sé… ¿de pino no tiene? (Escucha, luego.) ¿Y de fibrofácil? (Escucha, luego.) Aja… Bueno, guardame uno de esos… (Se acuerda de golpe.) Ah, y la sala… ¿Tenés algo libre? No, para mañana no, para hoy… (Mirando el reloj.) Y… más o menos como a las ocho… y… como para veinte personas, qué sé yo… es un viejo… Incluye el bufet, Julito, ¿no? (Escucha, luego defraudado.) Ah, sin facturas, claro… ¿Y vigilantes tampoco... copetín no hay? (Escucha, luego resignado.) Bueh… ta bien… Ah, y guardame un par de coronas también… y siete, ocho, qué sé yo… No, con ocho pienso de que vamos a tirar bien, ¿no? Bueno, guardame nueve por si las moscas, dale, listo, macanudo, nos vemos, Molina, chau… (Corta el celular, luego utiliza el metro como si fuera una soga y salta alrededor de la mesa contento.)

Don Julio: (Luego de un tiempo.) ¿Con quién hablaba?

Jorge: (Que sigue saltando.) ¿Eh?

Don Julio: Por teléfono…

Jorge: (Piensa mientras sigue saltando.) Ah, con el técnico.

Don Julio: ¿Qué técnico?

Jorge: (Se le queda mirando, luego deja de saltar.) ¿Cómo qué técnico? El técnico... (Lo mira fijamente sonriente, luego.) El que lo va a dirigir a usted.

Don Julio: ¿Ah, sí? ¿Y quién es?

Jorge: (Piensa, luego.) Mandolino, ¿se acuerda de Mandolino?

Don Julio: (Queda pensando, luego.) Mandolino... No recuerdo haber conocido a ningún técnico con ese apellido.

Jorge: Y claro que no lo conoce, si no es de acá. Viene exclusivamente de Villa Esquiú para dirigir este partido.

Don Julio: (Que se quedó mirando la cinta.) ¿Y la cinta?

Jorge: ¿Qué cinta?

Don Julio: La que tiene en la mano.

Jorge: (Descubre la cinta, luego.) Ah, porque quería saber cuánto medía.

Don Julio: (Que lo mira sin entender.) ¿Cuánto medía quién?

Jorge: Y cuánto medía usted.

Don Julio: (Sorprendido.) ¿Cuánto medía yo?

Jorge: Y claro, tiene que saber cuánto mide usted.

Don Julio: ¿Y para qué?

Jorge: Y para qué va a ser, para el psicofísico, para el examen. ¿O usted cree que lo van a poner así nomás, eh? Primero hay que hacer todo el papeleo, la... la homologación, hay que autorizarlo.

Don Julio: (Queda pensativo, luego.) ¿Y las coronas?

Jorge: (Se le queda mirando.) ¿Qué coronas?

Don Julio: Usted habló de unas coronas recién.

Jorge: Ah, sí, las coronas, sí. ¿Qué tiene?

Don Julio: ¿Para qué son?

Jorge: (Se le queda mirando, luego.) ¿Qué, no se dio cuenta? Para los homenajeados son, para los jugadores. (Se le queda mirando, luego extiende el metro a lo largo y lo señala.) Y le aviso que hay una que ya tiene su nombre, eh. (Ríe tentado mientras le sigue apuntando con el metro.) Hay una... que es para usted, don Julio.

Don Julio: Je, por mí que ni se molesten. Yo ya dije que no voy a jugar.

Jorge: (Se le borra la sonrisa del rostro, luego.) Y bueno, así a usted lo van a guardar en el geriátrico más rápido que un bombero.

Don Julio: (Ríe resignado.) De todas maneras me van a llevar igual.

Jorge: (Se le queda mirando, luego.) No crea, eh, no crea... Si Gloria a usted lo ve en buenas condiciones. No lo deposita. Anoche me dijo: “Si papá está en buenas condiciones, yo no lo llevo a ningún geriátrico, en todo caso, se viene al Caribe con nosotros”.

Don Julio: (Que se le queda mirando.) ¿A dónde?

Jorge: Al Caribe. Qué, no me diga que usted no sabía nada.

Don Julio: (Se le queda mirando.) ¿Al Caribe?

Jorge: Y claro, al Caribe. Se viene al Caribe con nosotros. ¿Cómo lo vamos a dejar a usted que nos va a ayudar a embolsar toda la guita gorda? ¿Eh? (Se ríe.)

Don Julio: ¿De en serio me está diciendo?

Jorge: Y por supuesto, ya tenemos reservados los pasajes de avión y todo. Es más, Gloria me dijo que de ser necesario… (Piensa, luego.) Doña Melisa puede venir con nosotros.

Don Julio: (Sorprendido otra vez.) ¿Doña Melisa? (Jorge asiente con la cabeza.) ¿Pero cómo… ella también iría?

Jorge: Y claro, por supuesto, no la vamos a dejar sola, ¿no? Es más, si vamos al Caribe, su hija ya me dijo: “A papá le ponemos una enfermera de acompañante las veinticuatro horas del día”. (Ríe cómplice.) ¿Qué tal, eh? ¿Qué dice, don Julio? (Le guiña el ojo.) No me va a negar que ahora va a estar bien custodiado, ¿o no?

Don Julio: ¿Una enfermera? ¿Pero para qué una enfermera?

Jorge: Y claro, una enfermera... una enfermera que a usted lo asista, que lo cuide, que no lo deje solo, que lo mime, don Julio, ¿me entiende? Pero yo me refiero… a una enfermera… digna... Una enfermera joven, linda. (Con las manos hace gesto de pechos grandes.) Atractiva para usted, ¿me sigue? ¿O usted qué se piensa, que le vamos a encajar a una de esas gordas feas, olorientas, que son buzones de geriátrico? No, señor, usted se va al Caribe y con una enfermera del brazo que lo va a custodiar en el baño hasta para hacer pichi.

Don Julio: ¿Pero usted está seguro de todo esto?

Jorge: (Se le queda mirando.) ¿De qué cosa?

Don Julio: Y… de lo que me está diciendo.

Jorge: Y por supuesto. ¿Acaso no se lo estoy diciendo? Es más, creo que Gloria tiene pensado sacar los pasajes la semana que viene. Y Gloria reservó un hotel que ni le cuento... Unos paisajes, unas comidas... (Mira hacia todos lados para no ser escuchado.) Unas mujeres… (Se besa la punta de los dedos.) Y el color del mar… (Pega un aplauso en el aire.) Usted tendría que ver el color del mar, don Julio, el color del mar... (Imita con la boca el sonido del mar mientras se tira para atrás como si las olas chocaran su cuerpo.) Un color grisáceo, azulado, turquesa, perlado… ¿Y las playas? Arena blanca don Julio, arena blanca… (Ríe divertido.) No, si le digo que el Mediterráneo, al lado de esto, es el Fantasio de Carlos Paz, don Julio.

Don Julio: (Entusiasmado.) ¿Y vamos a ir los cuatro?

Jorge: Y por supuesto; contando la enfermera cinco, claro.

Don Julio: (Queda pensando, luego.) ¿Y doña Melisa?

Jorge: (Se le queda mirando.) ¿Qué tiene?

Don Julio: (Que no se anima.) ¿Ya le dijo que... que...?

Jorge: (Al ver que no sigue.) ¿Qué cosa?

Don Julio: (Tímidamente.) ¿Ya le dijo que… que ella va a ir?

Jorge: Y por supuesto, doña Melisa ya está agendada de la primera hora, fue lo primero que decidimos con Gloria.

Don Julio: (El rostro iluminado.) ¿De en serio me está diciendo?

Jorge: Delo por hecho, y también le llevamos una enfermera de repuesto por si las moscas.

Don Julio: (Entusiasmado.) ¿Y cuándo saldríamos?

Jorge: (Piensa, luego.) En una semana.

Don Julio: (Sorprendido.) ¿En una semana?

Jorge: Bueh, en una semana y días… pero… en una semanita estaríamos allá. (Mira para todos lados, luego baja la voz.) ¿Se imagina, no? Usted con doña Melisa de un brazo y con la enfermera del otro. (Ríe divertido.) Qué tul... (Camina aparatosamente alrededor de la mesa como si estuviera del brazo con las dos.) Paseando así los tres juntos por la playa, por Copacabana. ¿Sabe la festichola que se arma allá en Copacabana? Oiga, apagan las luces y canilla libre, eh… Lo que viene, viene, don Julio. (Tentado.) A doña Melisa y a la enfermera después no se las va a poder sacar de encima ni rociándolas con dos kilo de Raid.

Don Julio: (Asiente con la cabeza, sonriente.) Debe ser lindo allá, ¿no?

Jorge: (Sonriente.) ¿Y a usted qué le parece? ¿Sabe la panzada de tequila que nos vamos a aflojar allá? ¿Se imagina? A los mexicanos los dejamos mirando el techo, secos lo dejamos a los mexicanos. (Ambos ríen, luego de un tiempo, Jorge se pone serio.) Ahora, eso sí, ¿no?, si usted no juega ese partido, de toda esta historieta del Caribe, de todo este jolgorio, olvídese, no queda nada en pie, se no viene todo a pique, don Julio. ¿Entiende lo que le digo? Empezando por su hija, que no sé qué locura sería capaz de hacer si le rematan la casa. Porque vaya a saber si además de esconder las botellas en el mueble… en realidad… (Crea una pequeña pausa expectante.) su hija no esconde otra cosa.

Don Julio: (Se le queda mirando.) ¿Cómo, qué cosa podría esconder?

Jorge: (Misterioso.) Y qué sé yo, don Julio, vaya a saber… (Crea un silencio expectante, luego estira el metro y apunta como si fuera una escopeta.) Podría esconder un arma.

Don Julio: (Sorprendido.) ¿Un arma?

Jorge: Y claro, podría esconder un arma, un revólver, una pistola. Imagínese, si fue capaz de esconder una botella, cómo no va a esconder un fierro.

Don Julio: (Preocupado.) ¿Pero cómo? ¿Usted vio que ella… tiene un arma?

Jorge: (Se encoge de hombros.) Y como ver, ver, no vi, pero…

Don Julio: ¿Pero qué?

Jorge: (Hace un silencio dramático.) Mire, no se lo quería decir así, pero… (Mira para todos lados, luego.) El otro día, revisando el mueble de la pieza, ahí donde guarda los calzones… ¿Vio el que está al lado del baño? Bueh, abrí un cajón y…

Don Julio: (Al ver que no sigue.) Encontró un arma.

Jorge: (Asiente con la cabeza.) Una Magnum calibre 38, con mira telescópica y con tiro automático de hasta cinco balas por segundo, suficiente, como para hacerse un buraco así de grande en la sesera.

Don Julio: (Impresionado.) ¿De en serio me está diciendo?

Jorge: (Mira para todos lados y baja la voz.) Lo que tiene su hija en el mueble es un verdadero cañón alemán.

Don Julio: (Que queda atónito.) Pero cómo, no puede ser… a ella nunca le gustaron las armas.

Jorge: Bueh, pero en circunstancias como estas, don Julio…

Don Julio: (Que se quedó pensando.) Pero escúcheme una cosa: ¿usted está seguro? ¿No la tendrá para defensa personal?

Jorge: (Que se le queda mirando feo.) ¿A qué cosa?

Don Julio: Y a la pistola.

Jorge: (Nervioso.) No, qué defensa personal ni qué ocho cuartos, la tiene para volarse la cabeza, para hacerse un buraco así de grande en la sesera. Mire: si usted no juega ese partido, Gloria se mete de un saque cinco balas en la capocha, se revienta la cabeza de un chumbazo. Y le aviso que esta misma noche tenemos un velorio en esta casa, y guarda que ella es capaz de cualquier cosa. Porque usted la conoce muy bien. Porque un suicida, es capaz de cualquier cosa. ¿Y usted va a permitir que Gloria se suicide por un mísero partido de fútbol, por un picadito de mierda? ¿Usted va a permitir que ella se reviente la cabeza de un chumbazo por tan poca cosa, don Julio? ¿Usted va a permitirlo? Mire, si usted permite eso… es porque no tiene corazón.

Don Julio: (Pensativo un tiempo, luego.) No, corazón tengo… (Pausita.) Lo que no tengo son rodillas.

Jorge: (Se le queda mirando, luego.) No… no... Usted es un egoísta de mierda… Usted se mira su propio culo... Usted ahora no me puede salir con esa… ¿Usted se escucha lo que está diciendo? (Gritando.) Usted está privilegiando esas rodillas de mierda por sobre… la situación… (Que no sabe cómo seguir.) económica de la familia… la situación… psicológica… y… y… hasta moral de su propia hija… Escúcheme una cosa: ¿usted no se da cuenta que es su propia hija la que se está jugando el pellejo por un partido de morondanga, la que se está jugando el cuero y las siete vidas miserables que tiene para que no caigamos todos en la lona? ¿Usted no se da cuenta de eso?

Don Julio: (Rápido.) ¿Y qué quiere que le haga? ¿Que me corte las piernas?

Jorge: (Nervioso, gritando.) No… que salga, que salga... que salga a jugar ese partido, eso quiero, que juegue, que piense un poco más en nosotros, en su hija, en… en… en… en su nieto, que piense un poco más en su propia familia. ¿No se da cuenta que nos está matando a todos? (Pausa breve, luego se logra tranquilizar.) Mire, es muy sencillo: el trato es que usted juegue los noventa minutos del partido como corresponde, SIN parar… Si usted juega esos noventa minutos como corresponde, no perdemos ni la casa ni el auto, y encima, después nos vamos al Caribe. ¿Entiende cómo viene la mano?

Don Julio: (Que se quedó pensando.) Pero cómo, ¿acaso no eran diez minutos los que tenía que jugar?

Jorge: (Piensa, luego.) Bueno, pero es que si usted juega los noventa minutos del partido como corresponde… (Sonríe de costado.) redoblamos la apuesta, ¿me entiende? En vez de hacerlo por trescientas mil lucas lo hacemos por seiscientos mil, don Julio, le hacemos la diferencia, ¿entiende?

Don Julio: (Quejándose por un dolor en la rodilla.) Ay…

Jorge: (Alarmado.) ¿Qué le pasa?

Don Julio: (Dolorido.) La rodilla… ay… Le digo que si sigo así no voy a poder jugar ni cinco minutos. (Don Julio se sigue quejando. Jorge se agarra la cabeza y se va hasta un rincón.) Oiga... ¿no podré jugar aunque sea en silla de ruedas?

Jorge: (Lo mira para asesinarlo.) ¿Usted me está cargando?

Don Julio: (Rápido.) Sí, no… es que por lo menos así no tendría que correr tanto tiempo.

Jorge: (Se le queda mirando, luego.) Ah, sí, claro, y ya que estamos, también lo empujo yo, ¿no es cierto? (Empuja la mecedora como si fuera una silla de ruedas y da vueltas sobre la mesa.) Lo voy pechando, voy con la silla así detrás de usted llevándolo por toda la cancha: ahí viene don Julio, cuidado que ahí viene don Julio: gol... gooool de don Julio... gol... gooool del deportivo silla de ruedas. (Deja la mecedora en el lugar.) ¿Así le parece, eh?

Don Julio: Entre los dos podríamos hacer el esfuerzo, ¿eh?

Jorge: (Se le queda mirando.) ¿Usted está loco? Usted no puede jugar en silla de ruedas, usted tiene que jugar solo, solo como corresponde.

Don Julio: ¿Y por qué no?

Jorge: (Nervioso.) Y porque no, porque el trato es que corra, usted tiene que correr, co-rrer. Es usted el homenajeado acá, no yo.

Don Julio: Espérese un momentito, el trato no era ese.

Jorge: (Se le queda mirando, luego.) ¿Ah, sí? ¿Y cuál era el trato, a ver?

Don Julio: El trato es que juegue a la pelota, que juegue al fútbol, pero no que corra.

Jorge: (Se le queda mirando, luego.) Y bueno, ¿no es la misma cosa? Para jugar al fútbol usted tiene que correr.

Don Julio: Ah, no necesariamente.

Jorge: ¿Cómo que no necesariamente? ¿Y cómo hace para llegar al área rival? ¿Cómo hace para atacar y para marcar un gol en el arco de los contrarios? ¿Eh?

Don Julio: (Que se le queda mirando.) Eso depende…

Jorge: (Que se le queda mirando.) Cómo, no le entiendo, ¿eso depende de qué?

Don Julio: El trato es que juegue al fútbol, ¿no es cierto?

Jorge. Sí, ¿y?

Don Julio: Y bueno, entonces también puedo atajar, no necesariamente tengo que correr.

Jorge: ¿Pero usted está loco? Usted es un wing izquierdo. ¿Cómo va a jugar de arquero? ¿Estamos todos del tomate? Usted jugó toda su vida como wing izquierdo, no puede atajar ahora.

Don Julio: Perdón, ¿y cuál sería el problema? Además, si vamos a jugar al fútbol, uno tiene que jugar en el puesto que quiera, ¿o no?

Jorge: Es que usted no puede jugar en el puesto que quiera, así nomás porque se le da la gana.

Don Julio: ¿Y por qué no?

Jorge: (Nervioso.) Y porque no, porque no se puede. Hay otros jugadores para eso, hay otros futbolistas. Además… además, ya tenemos al arquero.

Don Julio: (Tentado.) ¿Ah, sí? No me diga. El arquero nuestro ya feneció hace como diez años.

Jorge: (Se le queda mirando serio, luego.) Bueno, pero el técnico se encargó de buscar otro. Y si el técnico decide que juega fulano o zutano en el arco es su palabra, no se discute, se acata y se obedece. Para eso es técnico y para eso usted es un jugador más del equipo y a usted le tocó jugar de wing, no de arquero, eh… de wing.

Don Julio: Entonces no juego.

Jorge: ¿Cómo que no juega?

Don Julio: No, no juego. Si yo no voy al arco no juego.

Jorge: Pero oiga, escúcheme una cosa. Usted no puede venir ahora a renunciar después de todo lo que arreglamos, después de todo lo que acordamos,

Don Julio: (Rápido.) ¿Qué cosa arreglamos?

Jorge: (Nervioso.) ¿Cómo qué cosa arreglamos? Usted anoche me dijo que quería jugar.

Don Julio: Sí, y lo sostengo.

Jorge: ¿Y entonces?

Don Julio: ¿Entonces qué?

Jorge: (Gritando.) ¿Y va a jugar o no va a jugar?

Don Julio: (En el mismo tono.) ¿Y no se lo estoy diciendo, acaso? ¿No habíamos acordado eso? (Jorge respira más tranquilo, luego de un tiempo.) Si voy al arco, voy a jugar.

Jorge: (Se le queda mirando, luego.) Claro, si voy al arco voy a jugar. ¿Vio que lo suyo es puro capricho, puro antojo? ¿Vio que yo tengo razón cuando digo que usted no piensa en Gloria, que no piensa en su propia familia, qué sólo piensa en su propio culo y se caga en todos nosotros? No… si yo sabía que a usted tarde o temprano se le caía la careta.

Don Julio: (Se levanta de la silla.) Mire, mejor me voy a acostar.

Jorge: (Yendo hacia donde está don Julio.) ¿Cómo que se va a acostar? Usted no se puede ir a acostar.

Don Julio: ¿Ah, sí? ¿Y por qué no?

Jorge: (Nervioso.) Y porque no, porque en una hora usted tiene que jugar.

Don Julio: (Se da vuelta y lo mira autosuficiente.) ¿Voy a atajar?

Jorge: (Se le queda mirando, luego.) Ni lo sueñe…

Don Julio: (Se va yendo.) Entonces no juego.

Jorge: (Que lo sigue por detrás.) Pero oiga, escúcheme una cosa, cómo quiere que se lo diga, cómo quiere que se lo explique… Ya tenemos al arquero, ya tenemos quién ataje, entienda que no es un capricho mío, el equipo ya está conformado así, es una decisión soberana del club, es una decisión inapelable del técnico. ¿Qué quiere qué le haga? (Al ver que don Julio emprende el camino.) Oiga, ¿a dónde va?

Don Julio: Hasta mañana, que descanse.

Jorge: (Se le queda mirando, luego.) Bueno, espere… espere… (Pausa breve, se toma la cabeza preocupado, luego.) Voy a hablar con... Mandolino… Voy a hablar con él, a ver si… si lo dejan atajar. Pero le advierto una sola cosa: igual usted juegue en el puesto que juegue, usted va a tener que hacer el calentamiento previo como corresponde, ¿me oyó?

Don Julio: ¿De qué calentamiento me habla? Si voy al arco.

Jorge: ¿Y qué tiene que ver que vaya al arco? Usted para jugar tiene que hacer la entrada en calor como corresponde, el calentamiento previo es obligatorio, usted no puede entrar así nomás como Pancho por su casa y pegarle a la pelota como viene. Le… le puede hacer mal… le agarra un… cómo es, un… (Encuentra la excusa.) Le agarra después un ataque al bobaso y… y… y ahí sí que zonamo fuego.

Don Julio: Ah, en eso no tengo problema, en cuestión de segundos camino un poquito y ya está.

Jorge: (De un grito.) No, qué segundos ni qué segundos. ¿Usted está loco? Usted por lo menos tiene que calentar cincuenta minutos, fácil.

Don Julio: ¿Quién dice?

Jorge: (Piensa, luego.) El estatuto dice. Un arquero necesita de, por lo menos, un calentamiento previo de cincuenta minutos. Inciso 94, según lo reglamenta FIFA Internacional y Copa de Confederaciones.

Don Julio: Bah… Pero para jugar apenas treinta minutos.

Jorge: Para jugar el tiempo que sea necesario, los minutos, los segundos que tengan que ser… Pero se ve que usted no tiene ganas de hacer las cosas como corresponde. Por eso me lleva la contra y me discute cada idea que pongo sobre la mesa. Y así nos vamos a ir todos al tacho, así nos vamos a quedar sin la casa y sin los cincuenta mil pesos, se le voy avisando. (Pausa breve.) La que más pena me da de todo este asunto es su propia hija, que ella ha hecho un tremendo sacrificio para que usted pueda jugar ese bendito partido de una buena vez. Y mire, mire cómo lo vistió: le consiguió la camiseta, el yor, los botines, la pilcha completa, hasta se tomó el trabajo de bordarle el número diez en la espalda… Y mire... mire usted nomás cómo se lo paga, anda con maña, empacado con caprichito de criatura, subido al árbol como gallina. Pero le advierto una sola cosa: si Gloria se llega a volar la cabeza esta misma tarde, que no le quepa la menor duda, que va a ser todo por culpa suya. ¿Me escuchó? Bue… (Pausa. Jorge queda en un rincón esperando una respuesta. Don Julio queda hamacándose en el sillón hamaca. Jorge lo mira con rabia, luego.) ¿Y?

Don Julio: ¿Y, qué?

Jorge: (Nervioso.) ¿Y no piensa decir nada?

Don Julio: (Pensativo un tiempo mientras se hamaca, luego.) ¿Tenés un chocolate?

Jorge: (Que lo mira sin entender.) ¿Eh?

Don Julio: Si tenés un chocolate.

Jorge: (Se le queda mirando, luego.) No... no... Usted por lo visto no se cura más... lo suyo directamente es incurable. Escúcheme una cosa: yo le estoy hablando de su propia hija, de la sangre de su sangre. ¿Y usted ahora me sale con un chocolate de mierda? Oiga...

Don Julio: Y qué quiere que le haga, si tengo hambre.

Jorge: (Nervioso.) Es que usted a toda hora tiene hambre, come y come y come, es una máquina de comer... (Gritando.) Usted nos va a salir una bocha de guita a su hija y a mí.

Don Julio: (Pausa breve.) ¿Tenés o no tenés?

Jorge: ¿Qué cosa?

Don Julio: El chocolate…

Jorge: (Lo mira un tiempo. Piensa, luego.) ¿Usted quiere un chocolate?

Don Julio: Sí, ¿tenés uno?

Jorge: (Asiente con la cabeza.) Bueno, yo le voy a dar algo mejor que un chocolate, espérese un segundito.


Jorge sale hacia la cocina y luego vuelve con un sobre.


Don Julio: (Se entusiasma.) ¿Qué cosa?

Jorge: (Entregándole un sobre.) Tome.

Don Julio: (Mira el sobre.) ¿Qué es esto?

Jorge: (Se lo deja en la falda.) Agarre.

Don Julio: (Agarra el sobre.) Pero esto no es un chocolate.

Jorge: No, no es un chocolate.

Don Julio: (Mira el sobre, lee, luego.) ¿Y qué es?

Jorge: ¿Qué, no sabe leer?

Don Julio: (Forzando la vista otra vez.) No entiendo la letra.

Jorge: Es un test de embarazo.

Don Julio: (Sorprendido.) ¿Un test de qué?

Jorge: De embarazo… Lo que usted tiene en sus manos es un test de embarazo.

Don Julio: (Se le queda mirando.) ¿Y de quién?

Jorge: (Se le queda mirando, luego.) De Mirtha Legrand, don Julio. Y de su hija, de quién va a ser. ¿O acaso hay otra mujer en la casa?

Don Julio: (Cayendo.) ¿Gloria… está embarazada?

Jorge: Ah… ¿Se dio cuenta?

Don Julio: (Sorprendido.) Usted me está diciendo que Gloria está embarazada…

Jorge: De tres meses y cuatro semanas, don Julio.

Don Julio: (Se le queda mirando, luego.) ¿De en serio me está diciendo?

Jorge: Y póngase contento, porque aparentemente va a ser un varón.

Don Julio: (Sorprendido.) ¿Un varón?

Jorge: Así es, su hija va a tener un varón.

Don Julio: (Sonríe feliz.) Mi hija… mi hija… va a tener un varón.

Jorge: Bueno, si es que no son dos, ¿no?

Don Julio: (Se le queda mirando.) ¿Cómo… dos qué? ¿Dos niños, dice usted?

Jorge: (Interrumpiéndolo.) Y claro… Pueden ser mellizos, gemelos, qué sé yo.

Don Julio: (Entusiasmado.) ¿Gemelos, le dijeron que pueden ser gemelos?

Jorge: Bueno, si el estado de gestación lo permite. Tranquilamente ella puede parir los mellizos sin ningún tipo de inconveniente.

Don Julio: (Sonriente.) ¿O sea que Gloria puede tener dos varoncitos, dos machitos, dice usted?

Jorge: Y si ella está bien de salud y no tiene reniegos… Su hija fácilmente… Mire, si quisiera podría tener hasta una fábrica de trillizos, don Julio.

Don Julio: (Queda pensativo, luego.) Pero oiga, ¿usted está seguro de todo esto?

Jorge: ¿De qué cosa?

Don Julio: De que ella esté embarazada.

Jorge: (Señalando el sobre.) ¿Y no ve que el resultado que está a la vista dio positivo?

Don Julio: ¿Y pero por qué no me lo dijo antes?

Jorge: ¿A qué cosa?

Don Julio: Y que estaba así, embarazada… ¿Por qué no me lo dijo antes?

Jorge: Y qué sé yo por qué no se lo dijo antes… Le habrá querido dar la sorpresa, lo habrá querido sorprender. Vio cómo son las mujeres en estas cosas, cuando usted menos lo espera…

Don Julio: (Que había quedado pensativo.) ¿Y la pancita?

Jorge: (Se mira la panza.) ¿Qué tiene?

Don Julio: No, la pancita de Gloria, digo…

Jorge: (Cayendo.) Ah, ¿qué pasa?

Don Julio: No sé, noto que… que no está, tan… tan hinchadita.

Jorge: Y lógico que no está tan hinchadita, si la panza de su hija no es una panza normal.

Don Julio: (Se le queda mirando.) ¿Cómo que no es una panza normal?

Jorge: Y claro, su hija no tiene una panza normal como la de cualquier mujer embarazada.

Don Julio: (Que se le quedó mirando otra vez.) Cómo… no entiendo.

Jorge: Pero oiga, ¿usted en qué planeta vive? ¿En el Arzat vive? ¿No vio lo flaquita, lo escuálida que está? ¿No se dio cuenta que ya casi ni come?

Don Julio: (Alarmado.) ¿Usted… la ve muy flaquita?

Jorge: ¿Y no ve cómo está quedando, no ve que cada día que pasa su hija parece un palo vestido, una… una tabla de lavar parece? Fíjese un poco cómo tiene las costillas, cómo se le nota la carne pegada al hueso… Anoche prácticamente no quiso ni comer.

Don Julio: (Queda pensativo un tiempo, luego.) Oiga, usted tiene razón. Ella últimamente… casi no come. Anoche no quiso comer el pollo… y eso que a ella le gusta el pollo.

Jorge: Y no solamente no quiso comer el pollo… (Mira hacia todos lados para no ser escuchado, luego.) Anoche estuvo vomitando hasta las tres de la matina.

Don Julio: ¿Vomitando?

Jorge: Sí, vomitando. ¿No escuchó anoche cómo gritaba? Poco más y tuvimos que salir rajando con su hija hasta el hospital.

Don Julio: (Preocupado.) Y oiga… eso… ¿a qué se debe?

Jorge: Y a qué se va a deber… ¿Usted no se dio cuenta que los nervios se la están morfando cruda, que se la están achurando por dentro, que su hija ya ni sangre tiene?

Don Julio: ¿Qué nervios?

Jorge: (Nervioso.) ¿Cómo qué nervios? Estamos por perder la casa, el auto, las pocas porquerías que tenemos y, encima, ahora con un hijo a cuestas. ¿Le parece poco? (Pausa breve, luego dramático.) Pero lo peor de todo este moño sabe que es… que esas preocupaciones y esas angustias que tiene su hija le terminen afectando y perjudicando muy seriamente su embarazo. Eso... sería lo peor de todo este asunto... eso es lo que justamente terminaría destruyendo a su hija, al bebé y a toda la familia.

Don Julio: Bueno, pero ella tiene que estar más tranquila. Hacer reposo como lo indicó el médico.

Jorge: Pero escúcheme una cosa: ¿a usted le parece que ella puede estar más tranquila con todo lo que está pasando?

Don Julio: ¿Qué cosa está pasando?

Jorge: (Reacciona nervioso.) ¿Cómo qué cosa está pasando? ¿Y encima me lo pregunta?

Don Julio: Si lo dice por cuidar a Gloria… Mire, yo no tengo ningún tipo de problema.

Jorge: (Interrumpiéndolo nervioso.) No, no lo digo por eso, no se haga el boludo conmigo, usted ya sabe a lo que me refiero.

Don Julio: (Se le queda mirando, luego.) No, discúlpeme, pero no sé a lo que se refiere.

Jorge: (Se agarra la cabeza y se contiene los nervios.) Escúcheme una cosa, a ver si nos entendemos de una buena vez: el asunto es muy sencillo, don Julio, si usted juega ese partido la va a estar ayudando a Gloria, la va a estar ayudando en su embarazo, en su gestación, nos va a estar ayudando a nosotros, ¿me entiende? Pero fundamentalmente lo va a estar ayudando a su nieto, le va a estar dejando un porvenir, un futuro, una huella, le va a estar abriendo una puerta, don Julio, ¿entiende lo que le digo? Pero ahora, si usted se empaca como una mula y no juega ese partido, nos quedamos todos en la calle, eh… ¿Y usted soportaría ver a su familia en la calle, con un changuito de supermercado y con su nieto juntando cuanta porquería, cuanta basura se le cruce por ahí, eh? ¿Usted soportaría ver eso? No, usted no soportaría ver eso, seamos sinceros, a nadie le gustaría pasar por una situación semejante. Ahora, si usted jugara ese partido, o sea ahora, hoy, la cosa sería muy distinta, don Julio, sobre todo para el futuro de su nieto, que por otro lado, el futuro de su nieto hoy es muy incierto, porque desgraciadamente el futuro de su nieto depende de usted, depende de que usted hoy juegue ese partido. ¿Entiende lo que le digo?

Don Julio: ¿Y pero quién dijo que no voy a jugar? Claro que voy a jugar. (Jorge respira aliviado, luego de un tiempo.) Que juegue de arquero no significa que no vaya a jugar.

Jorge: (Se le queda mirando, luego.) Bien, o sea que usted no entendió un carajo de lo que yo dije recién, ¿no es cierto?

Don Julio: No, sí, sí entendí… yo entiendo lo que usted dice, yo voy a jugar, de eso quédese tranquilo.

Jorge: (Interrumpiéndolo a los gritos.) Pero es que usted no puede jugar de arquero, usted no puede ir al arco… ¿Cómo quiere que se lo diga, cómo quiere que se lo explique?

Don Julio: Ah, eso es otra cosa, eso ya está hablado, ya está acordado… Condiciones son condiciones.

Jorge: (Grita nervioso.) Pero es que usted no me puede venir con condiciones cuando estamos hablando de la vida de su nieto, es la vida de su nieto la que está en juego, no la de una bolsa de papa. O usted quiere que el día de mañana su nieto vaya fresco por la vida, diciendo que se quedó en la calle, en la lona, y que nunca llegó a ser nada en la puta vida por culpa de… por culpa de un viejo cagón que no se jugó lo que se tenía que jugar. ¿Usted quiere eso? Conteste, vamos, ¿usted quiere eso? (Al ver que don Julio se para del sillón hamaca, lo chista y lo sigue por detrás.) Oiga, no se escape… ¿A dónde va?

Don Julio: (Yendo hacia el baño.) Al baño.

Jorge: Ah, bueno, entonces saquémonos la careta de una buena vez: a usted no le calienta un pomo la vida de su nieto.

Don Julio: (Se detiene.) Perdón, yo no dije que no me calentara, dije que voy al baño. Permiso.

Jorge: (Gritando mientras don Julio camina hacia el baño.) Claro, igualita a la otra, ¿no? Se escapa por la rendija, por la tangente... de tal palo, tal astilla, lo llevan en la sangre eso ustedes, ¿no?

Don Julio: (Se detiene solemnemente.) Perdón, ¿usted me quiere decir algo a mí?

Jorge: ¿Yo? ¿A usted? (Mira hacia todos lados, luego.) Pero para nada, eh… Por mí usted se puede ir la Cochinchina misma si quiere, es más, usted puede hacer un viaje al centro de la tierra y no volver nunca más, que a mí me da exactamente lo mismo. (Don Julio emprende nuevamente la lenta marcha hacia el baño. Jorge se le queda mirando mientras se va, mira el reloj nerviosamente, lo vuelve a mirar, luego lo detiene.) Bueno, espere, espere, espere... (Nervioso.) Vamos hacer una cosa… Vamos por partes, sí… Yo le propongo algo, eh… le… le propongo algo… ¿Está muy apurado… para ir al baño? (Don Julio niega con la cabeza.) Bueh… (Agarra una botella de ginebra impulsivamente y bebe un trago largo mientras piensa, luego deja la botella y se peina nerviosamente.) A ver… Recapitulemos, empecemos de vuelta… Si usted hoy juega el partido… como corresponde… ¿Me sigue? (Que todavía no se le ocurre nada. Don Julio asiente con la cabeza.) Bueh… Si usted hoy juega el partido como corresponde… o sea de wing, no de arquero, ¿eh? de wing… (Piensa otra vez, luego.) Yo al chico… le… (Carraspea.) le… (Se le ocurre al fin.) Le pongo el apellido suyo y el mío… Los dos apellidos juntos, el del padre y el del abuelo… (Ríe nerviosamente.) ¿Qué tal, qué me dice? No me va a negar que es una muy buena idea, ¿o no?

Don Julio: (Descreído.) ¿Usted me está diciendo en serio?

Jorge: Y pero por supuesto. Le ponemos el apellido suyo y el mío, Olivarri Peligoti, los dos apellidos juntos. ¿Cuál es el problema?

Don Julio: Pero por favor, sería un mamarracho un chico con dos apellidos. Sería… sería como un perro con dos colas.

Jorge: ¿Y pero qué tiene de malo? Hay mucha gente que usa dos apellidos.

Don Julio: A mí no me gusta.

Jorge: Bueno, a usted no le gusta, pero a lo mejor a su hija…

Don Julio: Mire, que le guste a mi hija es una cosa… y que me guste a mí es otra. Y sinceramente a mí no me gusta.

Jorge: (Se le queda mirando, luego.) ¿Perdón, usted no pretenderá que al chico le pongamos el apellido suyo nomás, no?

Don Julio: Mire, mientras el chico sea feliz y tenga lo que tenga que tener, yo me doy por satisfecho, lo del apellido es lo de menos.

Jorge: (Queda pensativo un tiempo, luego se sienta resignado.) Y sí, usted tiene razón. Al fin y al cabo, lo del apellido es lo de menos ¿no? Lo importante es que el chico sea feliz, ¿no es cierto?

Don Julio: Eso, eso es lo importante, que el chico sea feliz, eso.

Jorge: (Asiente con la cabeza, pausa breve, luego.) Lástima que al chico después… en el club no lo van a dejar jugar ¿no?

Don Julio: (Se le queda mirando.) ¿Y por qué no lo van a dejar jugar?

Jorge: ¿Y a usted qué le parece? ¿Después de semejante papelón a usted le parece que lo van a dejar jugar? Además, si a usted hoy no lo echan a patadas en el culo, seguro mañana, a usted lo nombran persona no grata y por el resto de su vida.

Don Julio: Entonces jugará en otro club, que tanto…

Jorge: (Se le queda mirando.) ¿Cómo que jugará en otro club? ¿Usted me está diciendo en serio? Óigame una cosa: ¿y la saga, la dinastía, la trilogía familiar? ¿Qué hacemos con todo eso, verdurita?

Don Julio: ¿Qué trilogía familiar?

Jorge: ¿Cómo qué trilogía familiar? Su padre, su tío y usted han sido jugadores expertos del argentino Peñarol.

Don Julio: ¿Y eso qué tiene que ver?

Jorge: ¿Cómo qué tiene que ver? Escúcheme una cosa, con semejante linaje deportivo el chico no puede terminar jugando con cualquier equipito de barrio, oiga.

Don Julio: ¿Y por qué no? Él puede jugar donde se le cante, donde quiera puede jugar. Equipos de fútbol acá en esta ciudad es lo que sobra.

Jorge: ¿Ah, sí? No me diga. ¿Y a usted le parece que con semejante prontuario al chico lo van a aceptar en algún club serio de la ciudad? ¿Eh? ¿Que después de semejante agachada suya lo van a tomar en cualquier institución seria de barrio? No, no señor, no lo van a tomar de ningún lado, no se equivoque. Al chico lo van a poner en una lista negra, le van hacer la cruz, lo van a escrachar y lo van a correr del barrio para todo el viaje. Dese cuenta que a su nieto, después de semejante barrabasada suya, lo van a sepultar y definitivamente acá en Arguello.

Don Julio: Bah, no sea tan exagerado.

Jorge: ¿Yo exagerado?

Don Julio: Además, el chico también puede jugar en cualquier equipo del interior. Que, además, equipos hay muchos.

Jorge: (Que se le quedo mirando.) ¿Cómo que en cualquier equipo del interior? ¿Qué me está diciendo? (Riendo irónicamente.) ¿Usted me está cargando a mí, me está tomando el pelo? Con semejante historia futbolera acá en el barrio, ¿usted va a permitir que el chico termine jugando en cualquier baldío, en cualquier ratonera roñosa del interior? Oiga.

Don Julio: Mire, que el chico juegue en un club o en otro es totalmente indistinto. Para mí lo importante es que el chico sea feliz.

Jorge: ¿Ah, sí? No me diga. Para usted es indistinto, eh... Pero para mí no lo es. Y seguro que para la madre tampoco. Pero si usted quiere estigmatizar al chico deportivamente, le aviso que va por muy buen camino. (Lo palmea.) Lo felicito, siga así que después, al chico, no lo van a llamar ni de fallutos unidos.

Don Julio: Bueh, primero habría que ver que el chico quiera jugar al fútbol. ¿No le parece?

Jorge: (Se le queda mirando, luego.) Y oiga… ¿A usted le parece que no? Óigame una cosa: usted tiene menos sangre que una polilla. Qué pibe hoy en el barrio no sueña con consagrarse campeón en la primera de Peñarol, qué pibe hoy en el barrio no va a querer jugar en el mítico y glorioso trampero de Arguello. Y más aún si se trata de una familia con historia, con sangre competitiva, con sangre futbolera como la suya.

Don Julio: (Permisivo.) Sí, bueno, pero tampoco es una exigencia.

Jorge: (Se le queda mirando.) ¿Qué cosa no es una exigencia?

Don Julio: Y que el chico sea jugador de fútbol no es una exigencia. El chico puede hacer lo que quiera.

Jorge: No, no, no… Claro que no es una exigencia. El chico puede ser médico, abogado, contador, ingeniero, empresario... Pero la historia que tiene encima esta familia, la leyenda del linaje futbolístico y deportivo que tienen los Peligoti ameritan a que el muchacho sea un experto jugador de fútbol y no un vendedor fracasado y fallido de tablas de inodoro como lo es el padre. (Ha terminado en un grito y se produce una pausa.) ¿Y usted es consciente de la herencia deportiva y futbolística que le estaría dejando a su nieto si usted juega hoy ese partido? ¿Es consciente de todo eso? ¿Es consciente de que hoy usted está entrando en las páginas doradas, en las páginas memorables de los millonarios de Arguello? Cuántos quisieran colgarse esos botines por el hombro y jugar ese partido. (Se le queda mirando un tiempo, luego se sienta a la par de él.) Mire, usted a su nieto le estaría dejando una herencia maravillosa, don Julio, un legado único. Póngase a pensar que al chico le estaría dejando nada más y nada menos que las puertas de la institución abiertas de par en par. ¿Entiende lo que le digo? Pero ahora, si usted sigue achicando y amagando como de costumbre, lo que le va a dejar de herencia al chico… es una mierda.

Don Julio: ¿Y pero qué tengo que ver yo con todo eso? ¿Qué tengo que ver yo con una herencia? Además, yo no soy el padre para criar al chico. Apenas… apenas voy a ser el abuelo.

Jorge: Bueno, pero es que justamente usted va a ser el abuelo, usted también puede dejarle una herencia si quiere, sobre todo una herencia familiar, una herencia de sangre, una herencia de vida, don Julio. ¿Entiende lo que le digo? Pero desgraciadamente, como va el partido, lo que está dejando al chico es la herencia del arrugue, del achique y del cagoneo fácil. ¿Y usted sabe cómo lo van a gastar en la escuela de por vida si usted hoy no juega ese partido? ¿Usted sabe cómo lo van a gastar al chico, eh?

Don Julio: Bah, por favor, esas cosas al otro día se olvidan.

Jorge: ¿Cómo que se olvidan? ¿Cómo que se olvidan? No, no se olvidan, don Julio, esas cosas no se olvidan nunca, no se equivoque, a su nieto le van a pasar el trapo de por vida, lo van a agarrar para el macaneo fácil. ¿Y sabe lo que le van a decir cuando lo vean caminando por acá, por el barrio? ¿Sabe lo que le van a gritar esos negros de enfrente?: “Ahí va el nietito del viejo CAGÓN de Olivarri”. Eso le van a decir, porque lo que usted está logrando fabricar con este cagoneo, con este recule suyo, es el Cuasimodo, el jorobadito del club Peñarol. Y una vez que lo encasillen al muchacho, lamentablemente, lo encasillan y para todo el viaje. ¿Y usted sabe lo traumático, lo duro que podría ser para el muchacho que hasta los amiguitos, los compañeritos del barrio le anden escapando como enema? ¿Y que encima después el muchacho termine humillado, fracasado, denigrado y hasta de alcanzapelota vaya a saber en qué club de morondanga? ¿Usted sabe lo que es eso? No, no lo sabe… Usted no lo sabe, ni lo va a saber nunca, porque usted no se pone la camiseta de su nieto, porque usted no se pone en el cuero del muchacho. Pero vaya sabiendo que si llegara a pasarle algo psicológicamente al muchacho el día de mañana, le aviso que el único responsable y el único culpable va a ser usted, eh…

Don Julio: ¿Yo?

Jorge: Sí, usted, usted... usted va a ser el responsable directo de todo lo que le pase al muchacho de aquí en adelante. ¿Le quedó claro?

Don Julio: (Se le queda mirando, luego.) ¿Y pero por qué?

Jorge: (Que se le queda mirando, luego en tono burlón.) Y pero por qué. ¿Y a usted qué le parece? ¿Con todo lo que le está haciendo al chico y con toda la piedra que le tira encima, a usted le parece que no le caben responsabilidades, eh?

Don Julio: ¿Qué cosa le estoy haciendo?

Jorge: No, no es lo que le está haciendo, es lo que le puede llegar a hacer, que es otra cosa. Porque así como va la pelota, lamentablemente, el muchacho va camino al fracaso, va directo al descenso más humillante y estrepitoso que pueda sufrir una persona humana. Pero por sobre todo, va camino a ser la presa fácil de todos los carroñeros, de todas esas pirañas que hay en ese dichoso y bendito club.

Don Julio: Bah, no creo que sea para tanto.

Jorge: (Se le queda mirando.) ¿Qué cosa no cree que no sea para tanto?

Don Julio: Y lo que usted está diciendo del muchacho, usted lo pinta como si fuera…

Jorge: (Interrumpiéndolo a los gritos.) No, sí, sí… sí es para tanto, claro es para tanto. ¿Usted sabe el daño psíquico, psicológico y moral qué le puede hacer a la criatura? La humillación a la cual usted lo está sometiendo no va a ser una humillación pasajera, don Julio, no se confunda, va a ser una humillación y para toda la vida, que es muy distinto. No sé si entiende lo que le digo, eh…

Don Julio: (Pausa breve.) Bah, por favor…

Jorge: (Se le queda mirando.) ¿Qué? ¿Por favor qué?

Don Julio: (Nervioso.) Usted está exagerando.

Jorge: No, no señor, no estoy exagerando. En todo caso le advierto sobre el futuro miserable y caótico que puede tener su nieto si usted hoy no juega ese partido como Dios manda. Y creo fervientemente que con el tiempo... acá más de uno... va a quedar muy mal parado... Empezando por usted, eh…

Don Julio: (Se encoge de hombros.) La pelota no se mancha.

Jorge: (Que se le quedó mirando.) ¿Cómo dijo?

Don Julio: Que la pelota no se mancha.

Jorge: (Se le queda mirando nuevamente, luego.) No, la pelota no se va a manchar, don Julio, pierda cuidado, el que se va a manchar, desgraciadamente, es su nieto, y usted, que está más manchado que Lázaro Báez.

Don Julio: Bah, por favor… por un partido nadie se mancha.

Jorge: Claro, por un partido nadie se mancha, la baja así de pecho como si nada, la peina de taquito y la manda para el fondo... Como no es usted el que se ensucia las manos, no es usted el que tiene que andar poniendo el lomo, la caripela como lo hacemos con su hija... Lo dice muy sueltito de cuerpo, ¿no es cierto? Pero vaya sabiendo que su nieto va a ser el verdadero perjudicado de toda esta historia y el que desgraciadamente, por culpa suya, va a quedar manchado de por vida. (Pausa. Ambos no se miran, luego.) Y le voy avisando que si Gloria empieza con esas contracciones y esos dolores del otro día, que no le quepa la menor duda que también se debe a su falta de compromiso, ¿me oyó?

Don Julio: (Lo mira sorprendido, luego.) ¿Qué dolores?

Jorge: Ah, pero por lo visto el señor no se enteró de nada, pero mire qué curioso, eh… ¿Pero acaso no era usted el que sabía tanto sobre su hija, no era usted el que la conocía como si fuera la palma de su mano? Bueno, entérese que a su hija le diagnosticaron estrés postraumático, eh…

Don Julio: (Sorprendido.) ¿Cómo?

Jorge: Sí, lo que escuchó. A su hija le diagnosticaron estrés postraumático.

Don Julio: (Preocupado.) ¿Cómo estrés postraumático?

Jorge: Sí, estrés postraumático. Su hija no puede tener las facultades alteradas, ni hacerse mala sangre por nada, de lo contrario corre riesgo de perder el embarazo y de quedarse en el camino, no sé si le quedó claro, eh.

Don Julio: (Que se quedó congelado.) ¿Usted me está diciendo en serio?

Jorge: (Se le queda mirando, luego.) No se lo estoy diciendo en joda, don Julio, mire cómo me río. (Nervioso y de un grito.) Y por supuesto que se lo digo en serio. ¿O tengo a Piñón Fijo pintado en la cara yo? Pregúnteselo al médico. Pregúntele a ver qué le dice de la enfermedad de su hija. Pregúnteselo a él. Quinientos pesos me salió el chistecito con el médico. ¿Sabe lo que me cuesta ganar quinientos pesos a mí?

Don Julio: (Se queda pensativo, luego preocupado.) Y oiga, esa enfermedad… ¿es muy peligrosa?

Jorge: Y por supuesto que es peligrosa, es estrés postraumático, no un dolor de muelas. Y le aclaro que, en ese sentido, el médico fue totalmente terminante. Gloria no puede tener una sola gota de estrés ni de presión que le afecten y le perjudique el embarazo, eh… Pero si usted se sigue haciendo el boludo como de costumbre y no juega ese partido, lo que va a lograr así es matar a su hija y al bebé más rápido de lo que usted cree.

Don Julio: (Pensativo un tiempo, luego.) ¿Pero usted está seguro de todo esto?

Jorge: (Se le queda mirando.) ¿De qué cosa?

Don Julio: Y de esto, de lo que me está diciendo de Gloria.

Jorge: ¿Y no se lo estoy diciendo acaso? ¿Qué quiere, que le muestre los estudios también, quiere verlos por sus propios ojos, eh? (Al ver que don Julio se le queda mirando.) Oiga, ¿quiere que yo se los muestre? Mire que yo se los muestro, eh.

Don Julio: No, no, no… (Pausa breve. Piensa. Luego, preocupado.) Pero escúcheme una cosa: si ella me ve jugar a mí…

Jorge: (Al ver que no termina la frase.) ¿Qué… qué tiene?

Don Julio: ¿No le parece… que puede ser peor?

Jorge: (Se le queda mirando.) ¿Y por qué va a ser peor?

Don Julio: Y digo… porque si me caigo o me pasa algo… a ella la tensión… se le puede ir por las nubes.

Jorge: ¿Y por qué se tendría que caer?

Don Julio: (Mostrándole la rodilla.) ¿Y usted no vio cómo tengo la rodilla?

Jorge: (Un aplauso con las manos. Sacado.) ¿Pero otra vez con esa rodilla de mierda? ¿Qué tiene con esa rodilla, qué tiene que le duele tanto, espinas, rosetas tiene? Oiga… (Se trata de calmar, pero no lo consigue.) Escúcheme una cosa, a ver si nos entendemos de una buena vez por todas, eh… Si Gloria a usted lo ve jugar en la cancha… jugar... ju-gar... aunque sea... no sé, 30, 40, 50 minutos, póngale, yo le puedo asegurar que el estrés postraumático que le diagnosticaron lo liquida y para todo el viaje se le acaban todos los problemas y definitivamente. Pero si usted gambetea a su propia hija y se queda acá cuando debería estar jugando ese dichoso partido, a Gloria la terminamos de enterrar y de sepultar esta misma tarde. ¿Y usted va a permitir, va a soportar que su hija y su nieto pierdan la vida por tan poca cosa, eh… que queden sepultados, enterrados los dos metros bajo tierra y por un mísero partido de morondanga? Escúcheme una cosa: ¿usted va a permitir que su nieto no sepa lo que es correr bajo los árboles, que no sepa lo que es pegarle a una pelota de refilón, comer un asado con amigos… o simplemente rajarse al boliche con la novia, ir de putas a los cabarutes? ¿Usted va a permitir que su nieto se pierda de todo eso, de todo eso que se llama la vida, don Julio? ¿Usted va a permitirlo?

Don Julio: (Pausa breve. Acongojado.) No, obviamente que no, pero… (Se encoge de hombros.) ¿Qué puedo hacer yo?

Jorge: (Cae de rodillas, casi un ruego.) Jugar, don Julio, jugar... Usted tiene que jugar… Tan simple como eso. Usted juega y se acaban todos los problemas. Los problemas económicos, los problemas sociales, psicológicos, religiosos, barriales, interbarriales… Se acaban todos los problemas, don Julio, liquidamos todo de un saque y no perdemos ni la casa ni el auto, pero por sobre todo, no perdemos la dignidad, hombre. (Se le queda mirando, luego.) Ah, ¿no le alcanza? Está bien. Yo puedo… yo puedo, eh… (Se acuesta boca abajo en el piso con la pelota en el rostro, luego desesperadamente se arrastra como un gusano.) Don Julio, se lo pido por favor, se lo ruego por su santa madre, por lo que más quiera en este mundo… juegue ese partido de una buena vez y háganos un hermoso gol para toda esa tribuna familiar. (Se levanta gritando fuertemente y estrella la pelota con toda la bronca sobre el suelo.) Goooool… gol de don Julio, gol, gol, gol… gol… (Se vuelve incontrolablemente violento.) Gol… gol… gol… gol... gol... gol... gol... (Queda desinflado sobre el piso, luego se levanta pesadamente.)


Don Julio queda pensativo un tiempo, luego asiente con la cabeza, lo mira a Jorge que está a la expectativa de una respuesta.


Jorge: ¿Y?

Don Julio: (La mirada perdida.) ¿Y qué?

Jorge: ¿Y no tiene nada para decir?

Don Julio: (Lo mira solemnemente para responderle, luego.) ¿No tenés otro chocolate?

Jorge: (Que se le desfiguró el rostro.) Eh…

Don Julio: Sí tenés otro chocolate.

Jorge: (Como un zombi con la mirada perdida.) ¿Otro chocolate?

Don Julio: Sí. ¿Tenés o no tenés?

Jorge: (Se le queda mirando desorientado un tiempo, luego casi mecánicamente.) Sí, tengo otro chocolate. (Jorge se pone de pie y va hasta la cocina. La bronca va en crescendo.) ¿Cómo quiere el chocolate? ¿Con maní o con almendras? ¿Cómo lo quiere, don Julio?

Don Julio: Con maní… ¿Puede ser…?

Jorge: (Desde la cocina hecho un demonio.) ¿Está seguro?

Don Julio: Sí, me gusta más con maní. La almendra me cae mal.

Jorge: (Reaparece con una tabla de inodoro de las que suele vender, la levanta sigilosamente para pegarle a don Julio por la espalda.) Bueno, está bien, acá está el chocolate, acá lo tenés.


Levanta la tabla para golpear a don Julio, pero queda paralizado con la tabla en el aire y cae al piso fulminado. Don Julio no se percata de lo ocurrido y queda con la mano en alto para recibir el chocolate de espaldas.


Don Julio: (Mira hacia donde se pudo haber ido Jorge, se intenta dar vuelta para todos lados, luego de un tiempo al ver que no aparece.) ¿Y? ¿Dónde está el chocolate? ¿Te lo comiste vos? (Pausa breve.) Bah, no me importa. (Pausa, se queda con la mirada perdida.) ¿Qué hora es? (Pausa.) ¿No sabe a qué hora viene Gloria? (Pausa.) ¿Qué pasa? ¿Está enojado que no contesta? (Para sí mismo.) O se fue al baño… (Pausa, queda otra vez con la mirada perdida, se tira un pedo.) Si me va a dar otro chocolate no lo quiero, eh… Me puede caer mal al hígado. El estómago mío, hecho una media después. (Pausa, queda pensativo otra vez.) Además, Gloria cuando venga seguro me trae uno. Ella siempre me trae un chocolate. Je, usted ya se debe haber comido el mío, ¿no es cierto… eh? (Pausa breve.) ¿Estaba rico? (Pausa breve, intenta darse vuelta inútilmente.) ¿Se lo comió ya? (Se encoge de hombros.) No me importa. (Pausa.) Pero ahora, si usted me quiere dar uno… (Pausa, intenta darse vuelta y no lo consigue.) Oiga ¿dónde está? ¿Está enojado todavía? (Pausa, queda pensativo otra vez.) Bueno, está bien. ¿Sabe una cosa? (Pausa breve.) Voy a jugar… (Pausa breve.) Aunque me duela mucho la rodilla, lo voy a hacer. (Se levanta del sillón hamaca con mucho esfuerzo.) Y lo voy a hacer. (Se dirige hasta la puerta muy lentamente y arrastrando los pies.) Lo voy a hacer, por los que no están… (Finalmente llega a la puerta y se queda allí parado.) Por los que seguro… (Queda pensativo un tiempo, luego.) Ya nunca volverán… (Asiente con la cabeza.) Por ellos lo voy a hacer, sí señor. (Queda pensativo un tiempo más, luego.) Y si viene Gloria… (Queda pensativo otra vez, luego.) Dígale que ya vengo, ¿sabe? (Agarra la pelota solemnemente que estaba en el piso y desaparece, se oye un portazo. Luego de un tiempo se oye el ruido de la puerta que se abre y reaparece nuevamente su cabeza como un títere.) Ah, y espéreme con un chocolate. (Apagón brusco.)


Telón final


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