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Hábitos para fomentar la autoestima

Juan Castañeda Jiménez


Concepto

El concepto de la autoestima ha venido ganando importancia en las últimas décadas (Bilbao Marcos y Gama Millán, 2006, p. 1). Podemos afirmar con López de Llergo (2008, p. 104) que la “autoestima es el aprecio personal basado en el conocimiento de nuestras cualidades físicas, psíquicas y espirituales”. También es “la suma de la confianza y el respeto que debemos sentir por nosotros mismos y refleja el juicio de valor que cada uno hace de su persona para enfrentarse a los desafíos que presenta nuestra existencia” (Ureta, 2010, p. 36). La autoestima es el amor propio.

El amor a uno mismo se distingue del egoísmo en que se extiende y expresa en el amor a los demás, mientras que el egoísmo excluye y se excluye. Si bien la mayoría de autores considera que la autoestima es una valoración positiva de sí, hay quienes incluyen también la valoración negativa (Ferreras Casado, 2007; Ramos Martín, 2012). Por ejemplo, Rosenberg dice que es “el componente afectivo de la actitud hacia uno mismo, que puede ser básicamente de aprecio y respeto o de menosprecio y rechazo, favorable o desfavorable” (citado en Ramos Martín, 2012, p. 123) de allí que se pueda hablar de alta o baja autoestima.

La autoestima en positivo (amor propio):

“Asegura la capacidad de pensar, de aprender, de comprender, de vencer obstáculos. Proyecta a la colaboración. Facilita la toma de decisiones, el espíritu emprendedor, la inventiva y la creatividad. También favorece el entusiasmo por la vida y la actitud flexible pronta a la rectificación ante las equivocaciones” (López de Llergo, 2008, p. 105).

En general, la persona con autoestima tiende a atribuirse la causa de los buenos acontecimientos que le suceden, pero no se culpabiliza ante los malos; en su lugar, tiende a atribuirlos a su contexto (Lannizzotto, 2010, p. 50). La persona sana usa su desventura como estímulo para aprender de ella y producir efectos positivos al corregir errores. Por eso la afirmación de Melcón Álvarez y Melcón Álvarez resalta que “la felicidad de los individuos, su engrandecimiento personal y la prosperidad de los pueblos dependen en buena parte del grado de autoestima que poseen” (1991, p. 449). Quienes gozan de alta autoestima:

  • Realizan su trabajo con fructífera serenidad.
  • Son flexibles pero inquebrantables.
  • Tienen conciencia de su dignidad humana y la viven día a día.
  • Poseen confianza en sí mismos y en las metas que se proponen.
  • Logran crear a su alrededor un clima de equilibrio y bienestar.

Las personas con baja autoestima son —desde el punto de vista emocional— inestables, tienden a la agresividad, timidez, alarde, impaciencia, competitividad, arrogancia, crítica, rebeldía ante figuras de autoridad, entre otras. Al mostrar hipersensibilidad propician conflictos en sus relaciones interpersonales (Naranjo Pereira, 2010, p. 39). Según López Rodríguez (1997), algunas características de la baja autoestima en escolares son:

  • La vulnerabilidad a la crítica: al más mínimo contratiempo, ya retiran sus propuestas.
  • La inseguridad: después de una explicación de clase que parece que ha sido entendida por todos los alumnos, cuando se proponen unos ejercicios, saltan como movidos por un resorte y declaran, en la mesa de la profesora, que no lo han entendido.
  • La poca participación: se mantienen aislados del grupo.
  • La negatividad al expresarse: usan continuamente expresiones parecidas a “no me va a salir bien”, “no soy capaz de…”, “no me atrevo”.
  • El extremismo: pueden llegar a ser perfeccionistas y a exigirse más de lo que realmente un niño de su edad está capacitado para hacer; de esta manera tendrán algo que reprocharse.
  • La grafología: el tipo de letra exageradamente pequeña y la forma como hacen su firma.

Aun cuando la persona tenga baja autoestima puede no mostrar todas las características nombradas, porque más que alguna característica, lo que define su estima es la actitud general hacia su persona. Quien tiene baja autoestima no sólo muestra actitudes de indefensión: a veces también tiene problemas para administrar su agresividad y cae en violencia contra los demás, complicando más su situación en lugar de resolverla. Algunos estudios apoyan la idea de que los hombres llevados a juicio por violencia suelen culpabilizar a quien agreden, en lugar de asumir la responsabilidad de sus actos (Lila, Gracia, y Herrero, 2012). Los hombres violentos con baja autoestima tienden a percibir las situaciones como amenazantes y ejercer violencia para mantener la imagen que tienen de sí mismos. En ellos se pierde el autocontrol y se disminuye la responsabilidad por sus actos.

En resumen, “el autoconcepto es la representación mental que el sujeto tiene en un momento dado de sí mismo, mientras que la autoestima sería la dimensión evaluativa de esa representación” (Esteve Rodrigo, Musitu Ochoa, García Pérez, Lila Murillo, 2005, p. 84). Sea que vengan de uno mismo o de los demás, viene bien saber que los juicios que desvaloran, derivan de un mal momento de quien los emite y no de conocimiento verdadero.


La autoestima y los seis hábitos que la sostienen

Quizá Nathaniel Branden sea el escritor más importante en el tema de la autoestima. Ha escrito libros de autoayuda entre los cuales destaca Los seis pilares de la autoestima. En él desarrolla “los factores más importantes de los que depende la autoestima” (Branden, 1994, p. 11). La autoestima es una necesidad que todo ser humano presenta. “La autoestima es la disposición a considerarse competente para hacer frente a los desafíos básicos de la vida y sentirse merecedor de la felicidad” (Branden, 1994, p. 46).

Así como existen personas desnutridas, también las hay con baja autoestima. Se puede vivir en esas condiciones, pero ambas, desnutridas y con baja autoestima, tienen mermada su capacidad de funcionar:

“Una autoestima poco adecuada se puede revelar en una mala elección de la pareja, en un matrimonio que sólo presenta frustraciones, en una profesión que no te lleva a ninguna parte, en aspiraciones que, de alguna forma, son sabotajes a uno mismo; en las ideas prometedoras que mueren nada más nacer, en una misteriosa incapacidad para disfrutar del éxito, en el comer y vivir destructivamente, en los sueños que nunca se cumplen, en la ansiedad o depresión crónicas, en tener de forma habitual una baja resistencia a las enfermedades, en depender de las drogas en demasía, en un hambre insaciable de amor y de obtener la aprobación de los demás; cuando tenemos hijos que no aprenden nada sobre el respeto a sí mismos o sobre la alegría de vivir”. (Branden, 1994, p. 36).

Si bien la autoestima experimenta altas y bajas, la persona saludable puede mostrar una tendencia a adaptarse con mayor resistencia al sufrimiento. Resistir no significa ser insensible, significa tener recursos para aceptar y superar la adversidad. A vivir con alta autoestima se aprende, como también se aprende a vivir con baja autoestima. ¿Cuál es la clave para mantenerla alta? Vivir practicando hábitos sanos. Cuanto más desarrollados estén esos hábitos, mayormente se experimenta alegría por vivir.

Según Branden, los hábitos pilares que sostienen la autoestima pueden reducirse a seis (Castañeda Jiménez, 2019, cap. 2):

  1. La práctica de vivir conscientemente.
  2. La práctica de aceptarse a sí mismo.
  3. La práctica de asumir la responsabilidad de uno mismo.
  4. La práctica de la autoafirmación.
  5. La práctica de vivir con propósito.
  6. La práctica de la integridad personal.

Práctica de vivir conscientemente

Las tradiciones espirituales y filosóficas siempre han identificado la evolución humana como una expansión de la conciencia. Esto es válido tanto para la especie como para sus miembros en particular. Expandir la conciencia significa aceptar la realidad (externa e interna) tal como es, sin distorsiones. Esto implica realizar esfuerzos deliberados por distinguir entre los hechos, las percepciones que tenemos de los mismos y los significados que hemos construido de ellos. A diferencia de los animales, las personas sufrimos mucho más por los significados que les damos a los hechos que por los hechos mismos; en cambio los animales, al no contar con inmediación intelectual de los hechos, se relacionan directamente con la realidad y les es más fácil superar sus dificultades. Pero su vida, quizá, no sea tan rica como la humana. Al parecer, el hombre es la única especie que puede desarrollar amplia conciencia de su existencia. Decir puede desarrollar no implica que todos los miembros de la especie lo hacen; hay persona que viven con poca conciencia de su experiencia vital. Por eso Branden propone ejercitar el hábito de vivir consciente de la propia vida.


Práctica de aceptarse a sí mismo

Sin la aceptación de sí mismo no es posible la autoestima. La aceptación es su condición. “La aceptación de mí mismo es mi negativa a permanecer en una relación de confrontación conmigo mismo” (Branden, 1994, p. 111). Es conveniente iniciar con la aceptación del cuerpo y sus funciones en todos sus aspectos. Aceptar no necesariamente significa querer todo lo que somos, pero sí reconocer la verdad en nosotros y luego trabajar para modificar lo que sea posible y reconciliarse con lo que no sea posible modificar. Supone la actitud que podría expresarse así: “Elijo valorarme a mí mismo, tratarme a mí mismo con respeto, defender mi derecho a existir” (Branden, 1994, p. 112). Sin aceptación, uno es su primer enemigo. La aceptación es “la voz de la fuerza de la vida”. Cuando las cosas no salen bien y todo parece atascarse, conviene preguntarse: ¿De verdad me acepto así como soy? ¿No estaré yo mismo en mi contra?


Práctica de asumir la responsabilidad de uno mismo

Para sentirme competente para vivir y disfrutar de la vida, necesito experimentar la sensación de control de mí mismo y eso no ocurre sin responsabilidad. Asumir la responsabilidad de mis actos y del logro de mis metas es manifestación del nivel de mi autoestima.


Práctica de la autoafirmación

Practicar la autoafirmación significa ser fiel a lo que uno es en cada momento y contexto. No significa que una persona ha de actuar igual en cualquier contexto. Se trata de no sacrificar autenticidad frente a las situaciones diversas que pueda presentar la vida. Ser auténtico puede significar congruencia entre lo que pienso, siento y hago. No siempre será necesario expresar mis ideas para ser auténtico, simplemente no permitirme hacer lo que no quiero o decir lo que no pienso, quizá presionado porque otros se manifiestan de esa forma en ese contexto.


Práctica de vivir con propósito

La existencia tiene sentido sólo cuando tiene propósito porque con él se tiene un parámetro para juzgar lo que vale la pena de lo que no vale la pena hacer. Uno puede pasarse la vida sin considerar lo que quiere de ella y entonces vivir a la deriva dejándose arrastrar por el contexto. Entonces, se viviría una vida reactiva y pasiva. Reactiva porque sólo contesta a las demandas inmediatas de la realidad, pero no prevé más allá de eso, pues siempre se encuentra a la deriva, sorteando, esquivando, buscando salir lo mejor librado de la circunstancia. Pasiva porque no toma la iniciativa, sino que espera a que la situación u otros le presionen a actuar: siempre con el mínimo esfuerzo. Vivir con propósito es elegir unas metas para vivir y trabajar en ellas: estudiar, crear una familia, realizar un proyecto, etc., constituyen motivos que impulsan la existencia y exigen nuestro esfuerzo y despliegue de facultades y vigorizan nuestra vida.


Práctica de la integridad personal

A medida que desarrollamos nuestros propios valores y normas, se hace más necesaria la integridad. La integridad congrega intereses, ideales, valores, creencias y normas por una parte; y por otra, correspondencia en la conducta. La congruencia entre estas dos partes se llama integridad. “Cuando nos comportamos de una forma que entra en conflicto con nuestro criterio acerca de lo que es adecuado, se nos cae el alma a los pies. Nos respetamos menos” (Branden, 1994, p. 163). Si obramos en contra de lo que creemos, nos traicionamos a nosotros mismos y eso socava nuestra identidad más que cuando otros nos rechazan o censuran.


Conclusión

Como ya se dijo: se puede vivir con baja autoestima pero la calidad de la existencia varía mucho respecto de quien vive con alta autoestima. Por desgracia la cultura actual (me atrevería a decir que no sólo regional, sino mundial) no valora en su justa dimensión la importancia de amarse a sí mismo (autoestima). Amarse a uno mismo pasa por el hábito de amar a los demás. El camino más seguro para el bienestar depende de dos aspectos: sentirse capaz (este aspecto podrá ser el tema de otro artículo) y de amar y sentirse amado. La buena noticia es que ambos pueden ser desarrollados.


Bibliografía

Bilbao Marcos, F., y Gama Millán, M. (2006). “Autoestima de la mujer en el momento de separación de su pareja”. Liberaddictus. Núm 90. Pp. 9-18.

Castañeda Jiménez, J. (2019). Autoconocimiento y personalidad (séptima edición). Guadalajara: Amate-INNCOMEX.

Esteve Rodrigo, J. V., Musitu Ochoa, G., García Pérez, J. F., Lila Murillo, M. S. (2005). “Estilos parentales, clima familiar y autoestima física en adolescentes”. Recuperado de http://dialnet.unirioja.es/servlet/articulo?codigo=2590303&orden=0&info=link.

Ferreras Casado, E. (2007). “La autoestima”. Anales de Mecánica y Electricidad. Núm. 84. Pp. 54-60.

Lannizzotto, M. E. (2010). “Sentimiento de culpa y autoestima”. Persona. Revista Iberoamericana de Personalismo Comunitario. Núm. 13.

Lila, M., Gracia, E., y Herrero, J. (2012). “Asunción de responsabilidad en hombres maltratadores: influencia de la autoestima, la personalidad narcisista y la personalidad antisocial”.

López de Llergo, A. T. (2008). “¿Desde cuándo la autoestima?” Revista Panamericana de Pedagogía: Saberes y Quehaceres del Pedagogo. Núm. 12. Pp. 103-117.

López Rodríguez, R. (1997). “Un ejemplo de dinámica de grupos en educación primaria: la mejora de la autoestima”. Aula de Innovación Educativa. Núm. 5. Recuperado de http://oceanodigital.oceano.com/Universitas/welcome.do?at=lp&prd=6&login=udg&password=udg0506.

Melcón Álvarez, M. A., y Melcón Álvarez, A. (1991). “Educación en la autoestima”. Revista Complutense de Educación. Núm 2. Pp. 491-500.

Naranjo Pereira, M. L. (2010). “Factores que favorecen el desarrollo de una actitud positiva hacia las actividades académicas”.

Ramos Martín, J. M. (2012). “Autoestima y trastornos de personalidad de lo lineal a lo complejo”.

Ureta, J. C. (2010). “Autoestima en el proceso creativo”. Revista Cultura de Guatemala. Núm. 31. Pp. 35-37.


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