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Obertura *

Carlos Prospero


I

Vamos, me digo,
ella sólo ha venido para que despertara tu corazón vencido
y corriera de nuevo por los campos teñidos
por la hojarasca densa de los olmos viejos.


II

Verás, la soledad rompe los huesos,
exprime al alma hasta dejarla seca;
distorsiona la vista de quien la padece.

Hay muchos ciegos en esta población,
muchos tullidos del alma, dando palos de ciego en su camino,
matando sin saber, pero matando como un profesional
porque no miran, porque su corazón les miente,
pues la ambición induce sus acciones.

Verás, la soledad es el ambiente en el que viven
los hombres y mujeres disolutos del todo,
preocupados por acabar con todo.


III

Hay traición en sus venas,
entre las piernas llevan la miseria, la ruina,
el odio que transmite la maldad subyacente en los rincones tristes.
Viven correctamente en todas las ciudades
a las que en cuanto pueden las vuelven miserables.

Si tú y yo caminamos por las sórdidas calles se detendrá el olvido.
Abriremos los pozos de las aguas tranquilas.
Vendrá la primavera.
Si tú y yo caminamos por las calles oscuras
se llenarán de luz con nuestros pasos.


IV

La ciudad está llena de personas drogadas,
van cantando y bailando por las calles sedientas,
duermen en los dinteles de las casas vacías,
pelean con los perros los restos de comida,
mientras los precios suben aguzando la lucha.

Es un mundo insensato. Es un mundo que lleva
la maldad en sus pechos.

¿Alma mía, muchacha, caminarás conmigo
para traer la luz a las conciencias
de estos muertos en vida?


V

A veces me pregunto si procede que camines conmigo en estas calles
en donde todos tiran con la confianza absurda
su frustración, su miedo, sus vanas esperanzas.

¿Cómo hacer que te mezcles tan hermosa, tan feliz en tu mundo,
al infierno en que viven los hombres que se niegan,
los hombres que deliran por algo que no saben?

Me detengo, me digo que me calme,
me llamo la atención por esa idea,
¿pero qué no sería el paraíso que iríamos descubriendo
al caminar bien juntos por las eriales calles?


VI

Poca vida me queda y no quisiera
que el dolor te abrumara en mi partida,
pero es fuerte el amor que te reclama.

Mientras la gente lucha para que la conozcan,
el amor nos alienta para seguir el paso
sin pena ni revancha.

Ellos mueren al vernos,
incapaces sin duda de parar nuestra marcha.
No pueden detenernos.
Somos los avatares de un mundo que ya viene.

Sólo podría vencernos la muerte tan terrible.

Sólo la muerte puede, definitivamente, detener el proceso
de los tercos amantes que caminan las calles iluminando todo.


VII

Caminamos las calles peligrosas en donde el mal abunda
en forma de ladrones que sorprenden,
en forma de asesinos con un sueldo,
“hombres de media hora” en donde sale,
a pesar de sus deseos firmes
la enorme frustración de la impotencia,
la rabia que se vuelca por lo inútil,
la vanidad ansiosa de comerse el ansia
que va tras los deseos.

Caminemos tú y yo cogidos de la mano
las calles peligrosas de esta ciudad ruinosa.


VIII

Tu belleza despliega mis delirios,
rompe mis lindes y me expande todo;
va alargando mis músculos tensores
y el alma como flecha se dispara.

Es sólo tu presencia reflejada la que me desatina
pues tu presencia actual es la locura.

Mis sentidos se extienden en las cosas.
Explota mi cabeza en mil millones de imágenes tangibles
y el corazón palpita como palpita el sol en tanto rota.

Tu presencia de pronto es toma de agua
luego de andar vagando en el desierto.


IX

Las mañanas transcurren silenciosas en estos tiempos fríos.
La luna en su hipogeo,
el deseo metido en su esperanza
frente al sordo dolor que la edad va invocando.

La lucha permanece; el hombre no se rinde y continúa su acción
contra el tirano que se arrastra buscando las maneras
de seguir en el hurto continuado.

Las obras minuciosas del todo innecesarias
son fuente de riqueza para el que roba en gajos.
Las obras repetidas innecesariamente
van llenando las bolsas sin que nadie se espante.

Los funcionarios roban como fatal destino.
Hay que tomar la hachuela para cortar las manos como se lo merecen.


X

El que ama a mi enemigo merece ser juzgado de manera severa.
En su pecho se anida la traición inminente.
Que el infierno devore de manera galana su alma sin convicciones.

El que ama a mi enemigo tiene a la mano el dolo.


XI

Cuando el pueblo se anime los matará con saña cobrando sus traiciones.
Los que ahora gobiernan quedarán mutilados,
perderán los sentidos y el sentido del habla,
quedarán inhibidos para seguir sus robos y sentirán la culpa
recorriendo sus nervios.

Las torturas más finas con la crueldad intensa
los mantendrá con vida
antes que los machetes les corten las cabezas.


* Del libro inédito La belleza de un guiño, 2012.

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