Carlitos jugaba con Mauricio. Solos en el patio de la casa, solos porque no había nadie en casa.
—¿Qué te parece, Carlitos, si agarramos un huevo, lo lanzamos a la casa vecina, que el huevo pase en medio de los ventiladores, que el huevo caiga sobre la cabeza de la vecina mientras camina a la cocina?
Años más tarde descubrimos que todo fue perfecto, salvo porque la vecina nunca fue tomada en cuenta.
—Y si me haces un favor, voy a salir, dejo la puerta de atrás abierta, mi madre no me dejó llave —le dije aquella tarde de ferias en el pueblo.
—Claro, no hay problema.
La fiesta transcurrió más alegre de lo planificado, salvo porque la casa, mientras tanto, estaba siendo saqueada.
Pero él, como siempre, será un secreto.
Mientras iba rumbo a la cita de la cual nunca saldría libre, el celular sonó.
—Regrese, no vaya al sitio al que se dirige.
Años después, aún me encuentro prisionero de las casualidades.
Luego de salir del cuarto y rezar por un largo periodo, se dirigió a la sala de la casa y excavó con un cuchillo. Días antes se expresaba una protuberancia como si del suelo eclosionara una planta. Al momento de ser extraída se extendió un olor a rosas frescas.
Momentos después el olor se convirtió en tufo.
—¡Las fuerzas del infierno ya no podrán contra esta familia! —exclamó.
Algunos dijeron que era flor de muerte y otros un simple hongo a punto de salir a la superficie.
