Enero.
Empezamos
desde el dos
porque uno
no es ninguno.
Y se prolongan las distancias
dilatadas
bajo un símil sol
que cierto dolor incierto estira.
El humo del festejo
se disipa
en el espeso
esmog de lo real
y acaban
los balazos
en muerte
y en resaca el alcohol vivo…
Se va muriendo el sol
se va fundiendo el día
junto con la noche,
exhalando estrellas frías,
azules de otoño.
Rezagado con las calles,
con el caos apoderado
infectando de su prisa
el calor de las edades,
te busco y te busco
en la memoria perdida,
de mi bolsa con llaves.
Puberto perdido,
rabioso, confundido,
un vuelco da el alma
que hasta la luna recuerda,
se queja y la olvida.
Y te voy a encontrar en mi vaso de alcohol.
La chava de Garibaldi
llora, viene, se desviste
y se posa junto al cauce
de las luces de concreto.
En su ilusión que fue tormento
mira atentamente hacia el espejo
buscando una sonrisa, una caricia
en el portal pequeño del reflejo.
En eje vial central o en Alfred,
la chava de castaño y de rojo,
se asoma buscando en alguien
una mirada transformada
entre lágrimas de alcohol.
Y se sienta a esperar...
pide una cerveza en el bar,
y oculta entre sus brazos
un eje vial a desbordar.
Me declaro detractor
de la fuerza de atracción
que en esta ocasión
me arrambla de las altas
horas de la noche
a la sima del ensueño.
Porque todo lo que sube
tiene que bajar y
una vez abajo, se tiene
que arrastrar…
Y las cosas se rebelan
haciendo lo que quieren.
Cae la noche, cae el sol,
caen los delincuentes.
Caen las sombras y el amor
dejando atrás las nubes.
Del lecho, del catre de la vida
que rechina y que hace ruido.
Deambulando por las fases del tiempo
se nos va a zanjar el suelo y
¡de bruces contra el piso!
duro, pétreo, bien macizo.
Medir el suelo, caer del cielo,
encanallarse en los despojos
viles de la greda pegajosa
hecha de chicle y salivazo.
Hundirse, desplomarse,
desmoronarse
y
sucumbir.
