Rosario Castellanos fue una mujer talentosa y valiente, voz de la poesía mexicana que aún resuena en el ámbito de la cultura nacional. Autora prolífica, sus obras incluyen teatro (Salomé y Judit, El eterno femenino), narrativa (Ciudad Real, Balún Canán, que rescata la riqueza étnica, cultural y literaria de los indígenas chiapanecos, Álbum de familia), ensayo (Mujer que sabe latín, Juicios sumarios, El mar y sus pescaditos, esclarecedoras visiones sobre la obra literaria de sus contemporáneos) y, por supuesto, poesía, de la que hablaremos en las siguientes líneas. Fue una intelectual adelantada a su época. Su obra en general subraya la importancia de la mujer más allá del ámbito doméstico, y defiende el innegable papel que ésta debe desempeñar en todos los espacios de la vida social, económica y política de nuestro país. Opuesta a cualquier tipo de sujeciones, exaltaba ante todo la posición de igualdad que le corresponde a la mujer, ahogada por la cultura machista que trataba de negar su identidad.
Su obra poética está recogida en el volumen Poesía no eres tú, editado por el Fondo de Cultura Económica. De este libro comentaremos algunos aspectos de “Materia memorable”, en el cual la autora crea imágenes en las que revela fielmente la esencia de su femineidad como un clamor que surge de su naturaleza, de la profundidad de su ser, rasgo que se imprime en cada uno de sus poemas.
El primer rasgo que destaca es una ambivalencia entre las enseñanzas de sus padres (“no conocí la ley, esa constelación / bajo la que mis padres me engendraron”, p. 205) y su enérgica rebeldía ante tales preceptos (“ay, aunque —a veces— tienta el arrebato / de comer fruta verde, / de entregarse a la muerte prematura / gritando ‘no me importa’ a los que quedan”, p. 226).
Otro tema notable es el de la maternidad, el cual se transparenta en versos como los siguientes: “el globo que se escapa en las manos de mi hijo” (p. 209), “defendiendo de sí el sueño de los niños / que juegan con imágenes de agua” (p.198).
Curioso que dedique poemas a mujeres que conoció, pero no a hombres. Es exigua en sus poemas la descripción de la figura masculina: “de un enemigo que también se esconde / y que también tirita / encuentro a un hombre que es distinto a mí” (p. 209). Con vaguedad entrevé la actitud del engaño del varón: “rostro del que partió con la promesa de volver, / entre los labios” ( p. 210). En sentido concomitante hace escasa referencia al acto sexual entre la heterogénea pareja: “somos uno solo y en nosotros suspira el universo” (p. 209), unión de esbozo breve: “no sabrán que un instante nuestro nombre fue amor” (p. 216), que se reafirma con estos versos: “basta… / se retira saciada, / sin advertir el ulular inútil… / ni el ímpetu del cuajo de la sangre / que embiste la compuerta del borbotón” (p. 219).
En el sentido de la arbitraria supremacía masculina sobre la femenina escribe: “el himen desgarrado fue la hazaña / del rudo semental y de ella hemos nacido” (p. 221).
Subraya más bien la mansedumbre mujeril predada por su estirpe: “tal vez cuando nací alguien puso en mi cuna una rama de mirto y se secó” (p. 215), “en su día fui casta / y después fiel al único, al esposo, / la casa de mi dueño” (p. 203). Como estandarte irónico emerge la situación humana interna de la poetisa, de profunda negación a la posesión: “excepto un, virgen, que se guardó a sí misma / tal vez como la ofrenda para un Dios” (p. 203), hasta llegar al extremo de sentirse esclava: “y he sido obediente al desastre: / viuda irreprensible, reina que pasó a esclava” (p. 203).
En repetidas ocasiones alude en sus poemas a elementos del planeta: tierra, aire, nubes, y como parte fundamental de la naturaleza a la fecunda mujer, quien luego de la preñez es descrita en los siguientes términos: “he pagado el tributo de mi especie / pues di a la tierra” (p. 227).
La mujer y sus valores, indeleble presencia de su gratuidad por la vida, en gala de sus gozos, plenitud y tristezas. El agradecimiento al creador está en los siguientes versos: “la mano que se abrió sobre mis días / es una mano grande como el cielo” (p.195). La plenitud de su existencia se muestra así: “crepito / la respuesta gozosa: ¡viven todos!” (p. 210). Y la tristeza: “nada sino el silicio de aquella nervadura / me exprimió el corazón” (p. 215).
La fortaleza de su temperamento se trasparenta al escribir “In memorian: “se consumió entera / de calor y de luz como una lámpara” (p. 196), “profunda de cimientos / ancha de muros, sólida / y caliente de entrañas” (p.202).
La ironía de la escena con líneas, figuras e imágenes: “fui invitada a asistir al rito inmemorial, de ese culto secreto en el que se renueva / la sangre ya caduca”, (p. 220), y “entré en el templo de los sacrificios… en la puerta del escarnio. De allí saldría la víctima” (p. 220).
El peso de la responsabilidad, lastre que moldea la conducta femenina, tatuaje perpetuo sensible mas no visible, se recrea en estos términos: “con esa cicatriz / que el ceño del deber me ha marcado en la frente” (p. 201).
Aparecen también las faenas domésticas, propias de su sexo y desdeñadas por los demás: “las mujeres / siguen una labor paciente, cuyo origen / apenas se recuerda” (p. 197), “mujer / hilaba copos de luz; / tejía redes para apresar estrellas” (p. 212).
La entrega de amor inmensurable, a costa incluso de su propia existencia, se revela: “y amó hasta el fin ‘como quien se desangra’; y las hizo vivir / en la atmósfera mágica creada por su aliento” (p. 213).
Reconoce la divinidad cristalizada en su existencia: “pero hay entre la tribu / uno que no es igual a los demás, que inventa / (que da) nombre a los seres / y que forma figuras de barro con las manos” (p. 215).
Alude al ciclo de vida, de su andar por el sendero terrenal, hasta el pórtico de la muerte, siempre en actitud de desacato: “alguien asiste mi agonía. / Me hace beber a sorbos una docilidad difícil” (p. 213).
Rosario Castellanos representa a la mujer y a las mujeres de sus poemas en franca confrontación entre la obediencia y la rebeldía, representa la maternidad, la axiología en el fragor, en el crisol de la vida que moldeó su ardiente temperamento. En sus preceptos religiosos reconoce la deidad creacionista y alude también a la muerte. Y deja por fin de lado a la figura masculina en exigua y efímera cercanía de cuerpos y almas heterodoxas durante el acto sexual.