Para APT, tal cual
—Las muy feas que me perdonen —dijo Vinicius—, pero
la belleza es fundamental —allá por los 70,
y pasaron los años,
vientos, polvos, lluvias, fríos…
procreación, crianza, desarrollo,
encuentros, desencuentros, hallazgos, fugas, muertes,
y la flor que es el fruto,
esa flor que se anida en silencio en el centro de todo,
tocó mi corazón como una brizna.
Tocó mi corazón con su voz de cacao,
sus dedos recorrieron apenas mis mejillas,
sus caderas centraron mis sentidos y locura de amor me voló la cabeza.
¿En dónde estabas antes, qué caminos
recorrías, qué truculencias,
qué extrañas aventuras surcabas para llegar a tiempo?
¿Qué de cosas pasaron en tu vida y la mía,
qué dolores, qué llantos, qué locuras,
qué encierros necesarios, qué luchas tan violentas, tan mortales,
en los campos de guerra de nuestra vida diaria?
Antes que tú supieras de mi vida,
antes que yo supiera que vivías en un lugar del mundo,
en una geografía centrada en un momento,
creía que era un sueño, creía
que era una fantasía adolescente
a pesar de los años, a pesar de los tiempos,
a pesar de todas las batallas, de todos los encuentros,
las partidas, los amores fugados,
los hijos engendrados, las angustias oscuras…
Te miré simplemente una tarde de mayo.
Te miré y era el mundo otro mundo.
Tus ojos me llenaron los espacios vacíos
Tu voz tocó mis sueños y los trajo a la tierra.
Tus caderas tranquilas alinearon mi vida en nuevos horizontes,
en otras vibraciones conformando
la melodía nueva de mis vidas contigo.
Tu belleza camina tomada de mi mano como la primavera en el invierno.
Somos un alma dividida en dos en nuestro tiempo.
Se prolongan, se alejan, se distancian, pero vuelven
como el sol o la luna
en sus cambios de forma y movimiento.
Somos un corazón que gira en dos centros distintos,
centros que se prolongan veloces hasta superponerse
y girar en un ritmo, conformando
sólo una melodía que se vuelca en el tiempo
hasta llegar a ser una sonata.
Dos cuerpos diferentes, eso somos;
dos cuerpos que se alejan y se acercan como olas en la superficie
y adentro, bajo el músculo, bajo la piel, la linfa misma,
el espíritu nuestro es uno solo.
El espíritu de ambos se entrelaza sin que nadie lo vea,
como las cuerdas mismas de la vida.
Señora de los ojos de china, de la cara de luna,
de la sonrisa clara y la mirada esquiva,
déjeme tocar su oreja con la punta de mi lengua,
susurrarle unas cuantas palabras insensatas,
morderla con cordura y un poco de arrebato
y bajar su cuello altivo con unas dentelladas muy felinas.
Abrirle sólo un poco su blusa azul oscuro
para dejar desnudo el hombro izquierdo apenas
hincándole los dientes con fuerza suficiente
y succionarle el alma poco a poco
y cambiarme después al otro extremo,
usando su trapecio como puente.
Desabrocharle al ritmo de mis manos
esa blusa que se estremece sola
y al mismo tiempo echar sobre la cama
todo lo que le cubre,
para dejar en libertad mis manos
recorriendo sus generosos frutos de dulces y exquisitos jugos
—el maná de su cuerpo—
y viajar por el valle luminoso de su vientre al trote
de mis labios absorbiendo el sabor terso
de lima que su piel me gratifica.
Señora de los ojos chinos y la cara de luna,
sus piernas son el linde del mundo racional,
el punto donde pierdo mi cordura,
el camino de ingreso al paraíso,
recobrado con sus entrecortados y suspiros plenos
por el intenso gozo de inmediato,
de la locura ardiente tan rotunda
que siente en cada célula su cuerpo chocando con el mío,
brillando entre mis manos, tan sensible
ante la actual premura de estar pronto
en el punto más cumbre de la cima
para tomar el vuelo en el vacío sin remedio alguno.
Cuando usted me transmite el calor interior de sus mejillas
tan rojas por sus ansias, ardientes de deseo y de entusiasmo
al levantar su torso para plantarme un beso
con sus dedos cruzados suavemente
aferrándose fuerte detrás de mi cabeza,
toco con pulso suave y firme el punto donde radica su alma
y salta hacia la mía.
Señora con los ojos de china y la cara de luna,
con usted voy por todo el universo.
El poeta falleció esta mañana leyendo al buen Vallejo,
llorando del dolor que no se mira,
suspirando tendido por la falta
del aire tornasol de tus pulmones,
de tu olor a jengibre apisonado,
del timbre de tu risa danzarina,
de tu no estar sentada en esta mesa
bajo este sol de este abril encabronado.
Se murió del amor que no pudo entregarte,
del amor coagulado entre sus venas,
del amor en remanso como un lago.
No se murió de ti; se murió de sí mismo;
tampoco de su edad, sino del fruto
que le creció de pronto gigantesco como un árbol de pan en las entrañas.
El poeta murió de tanto amor acumulado
en el momento que se abrió el rosal de la maceta,
que un niño vino al mundo todo rojo y violento, cubierto por el llanto,
la gata dio tres críos, y la joven,
la muchacha bonita de toda esta manzana,
se fugó con el novio de la casa.
El poeta murió por la mañana con la rosa coral y la ironía atenta,
con el viaje de Schubert a finales de invierno
y tu nombre en susurro, en el nombre de Dios,
como su último aliento.