En los tiempos de cuaresma se dio un retiro espiritual para jóvenes de la diócesis. En aquellos tiempos tenía la idea de ser sacerdote luego que terminara la secundaria. Un retiro es un espacio de oración y charlas dirigidos por los responsables de los grupos de convivencia cristiana. Luego de los cantos, Ernesto dijo que no podía moverse de la silla, que sentía que algo lo tenía inmovilizado. Nuestro líder juvenil y también uno de los líderes del retiro nos orientó pidiéndonos hacer un círculo alrededor de Ernesto. Mientras colocábamos las manos sobre Ernesto y el líder hacía un exorcismo improvisado, pidió que nadie impusiera las manos sobre la cabeza. Yo pensé que mi fe bastaba para expulsar aquel ser del averno que se aferraba a la humanidad de Ernesto. Quizás no fue una buena idea; al instante de haberle impuesto las manos una energía malévola recorrió mis brazos hasta llegar a mi cabeza, mientras sentía que la presión arterial iba a explotar los vasos sanguíneos de mi cabeza, tuve contacto con aquel ser macabro. Me aferré al líder mientras este expulsaba a la entidad. Lo vi huir del recinto en que nos encontrábamos. Aunque era un espíritu pude observarlo corriendo con sus piernas enormes de saltamontes y su piel en forma de caparazón (exoesqueleto).
A veces tengo miedo de que vuelva.
Iba rumbo a su casa. Desde que arrancó en su motocicleta tuvo miedo. Sabía que cuando esto pasaba algo malo debía ocurrir. Observó por los espejos retrovisores, pero el tráfico parecía normal, sin embargo, una corazonada lo inquietaba. Sabía que corría peligro, pero estaba alerta. Entró a la ciudad y se estacionó analizando de dónde provenía el peligro. Todo continuaba en calma. Pensó para sí que tal vez no era nada, sólo un poco de nervios. A veces intentaba adivinar lo que pasaría en el futuro, pero era en vano, aquellas premoniciones funcionaban al antojo del universo.
Trató de calmarse. Observó, al pasar del otro lado del puente La Tonga, cómo avanzaba la construcción del nuevo supermercado Pali. Continuó recto e hizo giro hacia el mercado Mayales. Un auto intentó adelantarlo en una zona de línea continua al tiempo que él viraba en el mismo sentido; por fracciones de segundo observó al vehículo venir contra él, ipso facto cambió el sentido del viraje hacia el lado de la iglesia de los Mormones; entró hacia la calle, el corazón palpitaba tan fuerte que podía escucharlo y la respiración se volvió incontrolable, volvió a la escena y miró a una mujer bajarse del automóvil, asustada y observando a todos lados, el frenazo causó una marca de caucho en el pavimento. Él entró al mercado y bendijo a Dios por ese don.
Poca gente lo sabe, pero también estuve en la isla en conflicto. No es que me gusten los conflictos internacionales, pero era chavalo para entonces y quería experimentar la adrenalina. Nada fuera de lo normal. Un tanto aburrido. Hasta que tuvimos la genial idea de jugar con el miedo. Como nos advirtieron que no lleváramos alcohol, hicimos amistad con el panguero para que nos comprara ron. Por las noches se hacían turnos de diez muchachos para cuidarnos de los lagartos del río. Después de alcoholizarnos, decidimos jugar una broma con la facilidad de creencias en lo paranormal en América Latina. Después de correr como locos por el campamento y entrar abruptamente a las galeras donde dormía los demás compañeros, gritamos como enloquecidos:
—¡El diablo! ¡El diablo!
—¿Dónde?
—¡Lo miré, iba en una carreta jalada por bueyes acompañado por una mujer vestida de novia!
El campamento activó la alarma, todos salieron asustados, algunos inventaron que nos invadían de las fronteras. El especialista dijo que se trataba de estrés psicológico por estar sometidos a la tensión de la invasión. Nosotros guardamos el secreto.