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Son las tres de la mañana

Sofía Márquez


Son las tres de la mañana

Mientras dormía sentí unos ojos sobre mí. El miedo me ganó y no miré, incluso por curiosidad intenté moverme, pero no quise. A eso de las dos de la mañana me harté y dije casi en un susurro: “Ya déjame dormir”. Y juro por mi santa madre que escuché una respuesta: “No”. Y en ese momento me salió lo católica que mi abuelita Luisa siempre quiso que fuera: con prisa, los ojos bien cerrados y las uñas encajadas en las sábanas, empecé un “Padre nuestro” y pensé en todo lo positivo que vino a mi mente. No sirvió, porque aun después de todo aquello seguía sintiendo que algo había ahí. Dios, yo también soy tu hija. No me abandones. “Dios conmigo nada me daña”, volví a susurrar. Y aunque no hubo respuesta sentí miedo. Tomé el valor para volverme y para mi suerte no vi nada más allá de la oscuridad de mi cuarto, y la sobrepantalla de mi computadora. Eran las tres. Y me maldije por dentro. Según mi abuelita Luisa, a las tres el Chamuco se sale por elotes y se jala a quien se tope. La verdad nunca le creí, siempre pensé que las doñitas tenían algo que decir para que quedara claro que ellas sabían algo, fuera verdad o no. Igual, mi abuelita es muy lista, una viejita canija que se salva de la jalada de mi mamá; que, pensándolo bien, se podría referir a mi mamá… Porque ella también sale por elotes y me jala con ella. Pensando en eso me relajé y me volví a dormir.

—Muchachitos de ahora, ya nada los asusta —dijo el demonio sentado en la esquina de mi cama mientras revolvía el chile que pica de su elote.


Una historia

Esta historia me hace sentir joven. Me recuerda todo lo que mis ojos vieron e incluso lo que mis amigos vieron. En aquellos tiempos, cuando las mujeres eran mujeres, los hombres caballeros y el romance era romance porque era bonito, me topé con alguien que hizo brillar mis ojos. Maravillosa e inesperadamente resultó ser un hombre encantador y además inteligente. Era de esos que te hacían caminar un poco más de lo debido sólo para estar más tiempo juntos, de los que te dan el paso, de esos que eran amables sin objetivo o sin regaños de por medio.

Me hacía sentir capaz de escribir sin fin. Me sentí capaz de amar sin orgullo o prejuicios. Podía ver el final a la vez que comenzó. Momentáneo como una canción fue este amor. Pero sé que cada vez que la reproduzca, sus ojos verdes vendrán a mi mente, su perfume llenará mi nariz y su calor volverá a acogerme. Pero sé que estas cartas viejas, los sueños rotos y los libros olvidados te seguirán, sé que tú también me verás, aunque sea en tus sueños.

Pero como dije, era momentáneo. Me casé un tiempo después de ti. No me iba a dejar matar por él, no soy tan débil ni tan tonta. Todo eso es un recuerdo porque tú te encuentras lejos y mi marido no se fue. Al menos hasta que la Parca se lo llevó. Y ni modo, me tocó quedarme sola, otra vez. Y así vi pasar los años, en mi casa y en mí, deseando que los amores de mi vida jamás hubieran muerto, que no fueran una canción. Aunque quizás, si son una canción, en algún momento se repetirá.


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