Las lumbreras apagan su luz
al cerrar sus ojos.
El océano de tu alma vibrante
se ha secado y se tiñen de grisáceos
los amaneceres.
Tu vida perdió color
entre las manos de viles
deseos.
Ingenua al pensar
que te amaba, sus caricias
anunciaban falsedad
al abrazarte.
Y de repente,
con sonrisa de guasón
otra vez, te conquistaba.
Quizás pudiste remediarlo o no.
Denunciarlo era lo mejor.
Te jugaste el todo por la nada.
Y ahora es demasiado tarde,
tu voz con dolor feneció.
Grita la tierra, desde sus entrañas ruge
su clamor.
Ahogando sus voces
por las encrucijadas.
De repente los mustios sauces
asoman a las orillas de la vida.
¡Callan los seres humanos el infortunio!
¡Enloquece la brújula en su furor!
Hoy, el mundo extingue su luz.
La sed reclama el agua
que ha de beber.
Una voz angelical gime
desde la otra entraña.
Pujó de nuevo la naturaleza.
¡Piedras, lodo, tristeza, muerte y desolación!
¿Habrá esperanza todavía?
¡Enigmático orbe!
Dedicado a todos los puntarenenses, con el cariño de siempre
Besan dos soles el umbral bendito
en el vuelo supremo de los aconteceres,
en mi amada Puntarenas.
Pintando los sueños sutiles y frescos,
van los piangüeros sudorosos
en su afán.
A tempranas horas salen rumbo al lodazal,
en busca del rico manjar que han de llevar
a la mesa de su hogar.
A lo lejos destellan los surcos en el agua,
y los botes van y vienen, con gente sencilla
alegrando la mañana.
Erguidos están los verdosos mangles:
rojo, blanco, negro y botoncillo
que se nutren del agua salobre
de sus profundidades.
El viento los acaricia, resguardando
sus entrañas por las encrucijadas
del pantanal.
La sombra huyendo de las pisadas del sol,
en su dualidad competente por dar vida.
Los hombres y mujeres regresan cansados
al hogar, picados de zancudos y purrujas
los valientes van
con sus sacos llenos del divino tesoro
para el otro día regresar al manglar
mientras el ocaso tiñe de colores
naranja el infinito
despidiendo el claro
luz puntarenense.
