Viene a mí un triste despertar,
la cuerda del tiempo aún no se rompe,
los recuerdos no mueren en mañana
y mis ojos cada vez en oscuridad.
Camino y camino cansado sin llegar,
la silueta de un árbol desaparece,
cada hoja cae y se acaba en mi piel,
respirando profundo el aire que se agota,
y surgen estremecimientos de mis manos.
Me veo al espejo sediento de rabia,
he escrito mi historia sobre un viejo papel
y aquí estoy, como un gato sobre el balcón,
viendo pasar la luna,
sólo queda esperar y esperar el momento,
aquel que espero con ansia,
lerdo y solitario,
perdido y enamorado,
alertando que llegará pronto
mi profundo silencio.
Me he quedado aquí ante el silencio,
ayer se fue la vehemencia de mi rostro enfurecido,
ayer tan sólo seguí cada paso de mis palabras sin sentido,
que provocaron el daño penetrando en mi oído.
Ayer saqué de un baúl fatales decepciones
fragmentadas en mi cuerpo
que se quedaban señalándome sin desaparecer de mi ser,
ayer corrí entre los muros derrumbados con cada paso que di,
ayer cada granito del cielo desaparecía ante mis ojos,
derritiéndose en mi alma y mi rosa sin florecer,
ayer no tuve más remedio que mirar hacia arriba, con mi ropa desaliñada.
Ayer calló mi canto y mi escrito borró
el ayer que sigue y sigue acechándome entre paredes de papel
sin darme salida;
gritaré enmudecido:
sólo quiero olvidar ese ayer.
Se oculta la estrella en un disfraz,
caen ilusiones en cada gota,
perciben los cantos de forma ignota
y el placer sereno en diluvial paz.
Duermen los deseos a las velas,
quedando en las cortinas emprendadas,
rugiendo de olvidos y atrapadas
en sórdido momento entre las nieblas.
¿Qué hay detrás de aquella puerta?
No abre ni con el toque de las manos,
los cánticos grises y fragmentados,
inefable ante el templo de un alma incierta.
Los unicornios se han rendido en la faz,
arando la tierra en sentido contrario,
el soberbio guardado en un armario
que se esconde detrás de aquel antifaz.
¡Ahí está!
Se oye su andar silencioso,
se oye su voz misteriosa,
sigilosa y arrogante en la penumbra,
marcado en el asfalto.
Eufórica la arena del desierto,
el reloj aletargado en el tiempo,
tensionados los alfiles,
se han rendido en el juego,
envueltos en la ira y la desesperación.
Excéntrico el lobo en la piel del cordero,
esbirros que acechan con su maldad,
caen las plumas de los ángeles perdidos,
y se ven desde lejos en el surrealismo,
esparciendo la tinta hecha de lágrimas.
Ráfaga de ensueños extraviados
han caído en un despertar profundo,
pues no hay nada detrás de aquella puerta...
Aturdido y desesperado aquí,
cruzo mis manos desiertas de sueños,
mi noche prendida libre de ensueños
en mis manos cae agua carmesí.
Ágil y frío el brillo de un rubí,
el alba la espero frente a mis leños,
escucho el silbido de aves sin dueños,
la estrella prendida se oculta en mí.
Cae el silencio y empiezo a cantar,
trémula voz en nostalgia profunda
con migajas de ardor en un altar.
Vibrante temblar de forma rotunda,
no sé cuánto pueda o quiera esperar
me quedaré aquí con la fe que abunda.