Dios dijo apáguese la luz
tu ropa cayó al piso
y el mundo se iluminó.
Eva mía, poema mía (sí, el poema es femenino), que me expulsen del paraíso si te deshojo.
De Adán para Eva
Mi incomparable Eva:
Que este poema reemplace a la hoja
que te arrebataron cuando perdimos el Paraíso.
De Eva para Adán
Inevitable Adán, razón de mis pecados:
Del Paraíso perdido
sólo extraño la obscena sensación de lo prohibido.
El poema se escribe
como se hace el amor,
se empieza por la palabra
nacida como un deseo
y luego renuncias a la dignidad.
Dejas al instinto guiar las manos,
al arrebato nublar la razón,
y te complaces en cada estrofa
para que el poema como el sexo,
pase por nuestra piel como el agua por la arena
dejándonos húmedos y satisfechos.
Me excita el lenguaje de tus labios cuando lee mi deseo. Me gusta tu sexo para guardar las palabras que mi lengua reserva para ti. Escalar la cumbre de tus senos y coronarlos con un mordisco. Tus nalgas, ¡ay tus nalgas!, una ovación de mi mano desnuda bastará para salvarme. Adoro tus gemidos porque anuncian la llegada del sexto sentido, el que da sentido a la vida misma.
En mi templo interior
se escucha una oración
repetida como un mantra
que invoca un deseo sagrado:
el nombre de mi amor que,
como el nombre de Dios,
se canta en alabanzas.
Desnuda sobre la cama,
con la ventana abierta al mundo
y las cortinas aleteando en la leve oscuridad,
la luz de la luna divide tu cuerpo en dos:
uno está al lado mío y el otro siempre está en mi memoria.