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Silogringo

Obra de teatro en un solo acto y una sola escena

Fernando Zabala Argentina


Personajes:

Adelaida

Aurelio


Interior de un silo de chapa en medio del campo. Un sol de noche ilumina tenuemente el lugar. Una bandera argentina, pintada con estridente aerosol negro cuelga del fondo y reza: "No maten al campo". Fardos de alfalfa desparramados aplastan los granos podridos que brotan nauseabundos del piso con evidente mal olor. Bidones de agroquímicos forman un círculo, dando origen a una suerte de trinchera militar. En medio de esa barricada, una mesa de camping, un banquito tambero y una conservadora vieja o heladerita pequeña. Yendo de un lado a otro y con escopeta doble caño recortado, Aurelio. Un gringo gordo y cincuentón que viste con calzoncillo largo, camisa de vestir y un aparatoso moño color negro. Lleva puesta unas orejeras empalmadas a una radio a transistores que cuelga de su cuello como rosario. Sentada en el otro rincón, en el banquito tambero, Adelaida. Una mujer gorda y muy pintada. Su vestido brillante de fiesta y sus zapatos lustrosos, contrastan con el interior oscuro y sombrío de todo el lugar. Ella se abanica pesadamente con un pedazo de chapa, mientras los dos, cruzan furtivas miradas hacia el otro rincón.

Adelaida: Muy buena idea la de encerrarnos acá Aurelio, eh… Muy buena idea…

Aurelio: (Parándose enfrente de ella.) No, no es una idea, es una necesidad…

Adelaida: (Aurelio vuelve a ir de un lado para el otro.) ¿Pero me podés decir de dónde sacaste eso de que nos van a robar, eh…?

Aurelio: (Yendo hacia ella.) Pero oírme, escuchame una cosa, lo acaban de decir en Cadena Tres como tres veces, se afanaron cien cabezas de ganado acá en Villa María… Y eso sin contar los cinco camiones de trigo y alfalfa, que se afanaron la semana pasada acá en Fotheringham…

Adelaida: Sí, seguro… Villa María está como a 300 kilómetros de acá, Aurelio…

Aurelio: Y por eso, por eso justamente, tenemos que estar muy, pero muy atentos a lo que pueda pasar esta noche… Ojo que en diez minutos los tenés a los tipos armados hasta los dientes y saltando esa tranquera como si fuera la de su propia casa… (Saca rápidamente el teléfono de su bolsillo y pierde la señal.) Ordaz, Ordaz…

Adelaida: (Inquieta.) Pero pará un poquito… ¿Y qué vamos a hacer entonces nosotros? Porque me imagino que no nos vamos a quedar toda la noche esperando a que lleguen esos tipos…

Aurelio: (Baja la voz para no ser oído.) Escuchame una cosa, y escuchame bien… Hace unos meses, acá, en lo de Lito, carnearon 23 ovejas, Adelaida, 23 animales y en el mismo día... Yo mismo hice una investigación y se la llevé al comisario con el nombre de los delincuentes y todo… ¿Y qué me dijo el tipo? ¿eh? ¿Qué fue lo que me dijo? Que primero tenía que certificar que los animales fueran de Lito y después necesitaba una orden de allanamiento… (Da un fuerte grito.) Que tardó como 48 horas en llegar… (Se va hasta un rincón oscuro y allí se logra tranquilizar, luego prosigue dramático.) Cuando entramos a la casa de los tipos ya no quedaba nada… Ni siquiera la esquila de los animales quedaba. Apenas encontramos una cantimplora vieja. Y en el baño… una bañera rebosante con bosta de oveja. ¿Te das cuenta? (Yendo hacia ella.) En este país, en este bendito país, si nosotros no nos defendemos, nos terminan degollando como un par de carneros…

Adelaida: (Pausa breve, luego sin saber qué decir.) Y bueno…

Aurelio: (Se le queda mirando nervioso, luego.) ¿Y bueno qué cosa?

Adelaida: Y bueno... Entonces habrá que llamar a la policía, a la patrulla rural, no sé, supongo…

Aurelio: Pero de qué policía me hablas, de qué policías me hablas… De tres patrulleros locos que tenían, sólo les queda uno. (Se le queda mirando. Luego de un fuerte grito.) Es una vergüenza…

Adelaida: (Pausa breve. Luego, nerviosa.) ¿Y qué vamos a hacer, entonces?

Aurelio: (Espiando por la ranura.) ¿Qué vamos a hacer con qué?

Adelaida: ¿Y qué vamos a hacer? En una hora tenemos que estar en la iglesia, no sé si te acordás, pero se casa tu hija Aurelio, eh…

Aurelio: (La mira, luego nervioso.) Ya sé, ya sé que se casa, ahora no me vengas con eso… (Piensa, luego.) No sé, supongo que…

Adelaida: (Al ver que no sigue, se le queda mirando.) ¿Supongo qué, qué?

Aurelio: Supongo que… supongo que tendremos que aguantar aquí dentro… Qué vamos a hacer.

Adelaida: (Se le queda mirando otra vez, luego.) ¿Aguantar dónde?

Aurelio: Acá, en el silo, encerrados, dónde va a ser… Acá vamos a estar mucho, pero mucho más seguros que en el depósito de nuestra propia casa, eso te lo aseguro…

Adelaida: ¿Vos me estás hablando en serio?

Aurelio: Pero por supuesto. Qué mejor escondite que un silo en medio del campo para un par de ancianos pobres e indefensos como nosotros, eh…

Adelaida: (Se le queda mirando nuevamente, luego.) Ah... O sea que nos quedamos acá encerrados toda la noche… ¿Vos, vos me estás diciendo eso?

Aurelio: (Piensa un tiempo, luego muy serio.) Es la única... opción que nos queda.

Adelaida: Ah, o sea que mientras Claudia se casa, nosotros nos quedamos acá encerrados como dos pavotes, eh… Qué bien pensado, excelente tu idea, Aurelio, eh, excelente, te felicito… (Se levanta para irse.) Bueno, ¿sabés qué? Conmigo no contás, chau…

Aurelio: (Corre por detrás, tratando de detenerla.) Pero pará, pará un poco mujer, escuchame una cosa, esto no es moco de pavo… (Adelaida lo mira un tiempo y luego se sienta fastidiada en el banquito.) Si estos tipos se encuentran con la casa sola, nos desvalijan todo en un segundo. Se afanan cocina, heladera, microondas… y la caja fuerte, que es mucho peor. Y Ordaz no puede enfrentarse solo a cinco monos que vienen armado hasta los dientes, hay que pensar en algo…

Adelaida: ¿Y qué hacemos si no llegamos?

Aurelio: (Se le queda mirando.) ¿Si no llegamos a dónde…?

Adelaida: Dónde va a ser... si no llegamos a la iglesia. En una hora se casa tu hija, te vuelvo a recordar Aurelio, eh…

Aurelio: (Nervioso.) Ya sé, ya sé que se casa, tampoco me lo repitas todo el tiempo, che… Pero también te recuerdo que en un par de horas nos pueden reventar toda la cosecha de un año entero si nos vamos de esta casa como si nada. (Señala los tachos de agroquímicos en el piso.) ¿Sabés lo que cuestan estos agroquímicos, eh? ¿Vos sabés, vos tenés una idea de lo que cobrarían estos tipos en el mercado negro, vendiéndolos por dos míseros centavos de mierda, eh? (Da un fuerte grito.) Valen una fortuna.

Adelaida: (Suspira fastidiada, luego.) Pero por Dios, a quién le puede interesar un par de agroquímicos podridos que se consiguen en cualquier ferretería de pueblo.

Aurelio: (Se le queda mirando un tiempo, luego va nervioso hasta ella.) A mí, a mí me interesan, medio millón de dólares invertidos para que a uno se lo saquen, se lo roben, se lo afanen como a un mísero caramelo. (Ahora en un tono más bajo, pero sin perder el nerviosismo.) Escuchame una cosa, y escuchame bien: hace un par de días, acá, en Hernando, entraron dos camiones grandes con acoplados, dos… ¿Y sabés lo que hicieron? (Levanta la voz.) ¿Sabés lo que hicieron? Durmieron al sereno, al perro del sereno ¿Y sabés qué hicieron después? Pusieron el camión a la par, activaron el sinfín de silo y se afanaron 120 toneladas de soja. (Da un fuerte grito.) Que es una locura…

Adelaida: (Agarra la chapa y se abanica nerviosamente otra vez.) Por Dios… (Por Aurelio.) Me falta el aire acá adentro.

Aurelio: (Se le queda mirando, luego.) El aire te va a faltar, pero cuando vengan esos chorros de mierda y nos encañonen bien encañonados, ahí te va a faltar el aire…

Adelaida: (Pausa breve.) Voy a llamar a Claudia.

Aurelio: ¿A quién?

Adelaida: A Claudia. (Mientras marca el celular.) Tengo que saber a qué hora va a salir de la peluquería, tiene que venir a casa.

Aurelio: (Da un grito.) No… (Ahora en un tono más bajo.) No la llames…

Adelaida: (Que se le quedó mirando.) ¿Por qué no?

Aurelio: (Nervioso.) No es bueno que la llames… Escuchame… (Se le ocurre de pronto.) Estos tipos pueden interceptar la llamada y… quién sabe qué, eh… (Al ver que Adelaida se le quedó mirando.) No, no... En serio te digo, escúchame, estos tipos tienen radares hasta por los calzoncillos, después la siguen, fingen un accidente y la terminan secuestrando, que es mucho peor… No, en una situación así… mejor no hacer correr la liebre y no correr con ciertos riesgos, no jodamos, te lo pido por favor. (Da un grito.) Y menos en un día como hoy…

Adelaida: Pero decime una cosa: ¿de dónde sacas tantas estupideces y tantas pavadas juntas? ¿Me podés decir?

Aurelio: Pero es que no son pavadas, mujer. ¿No ves la televisión? ¿No ves lo que pasa con los secuestros virtuales, con los empresarios… con los sicarios? Por día secuestran hasta diez tipos en la ciudad de Buenos Aires, diez tipos…

Adelaida: En Buenos Aires, no acá…

Aurelio: (Se le queda mirando un tiempo, luego va salvajemente hasta ella.) En Buenos Aires y en todos lados. (Adelaida queda achicada en el banquito frente a él y luego Aurelio se va nerviosamente hasta el rincón. Allí vuelve a ponerse dramático otra vez.) ¿Te das cuenta? Esto ya se está convirtiendo en una epidemia. (Da un grito.) En una maldita epidemia… (Pausa breve, se va hasta el rincón nuevamente y espía por la ranura.) En este país ya no sé ni qué somos. (Deja de espiar y se va hasta el otro rincón.) Y no sé dónde, dónde vamos a ir a parar así… Lo único que sí sé es que cada día que pasa nos parecemos más a la Colombia, a la Cuba… A la Venezuela de ese bruto dictador…

Adelaida: (Marcando el celular.) La voy a llamar igual.

Aurelio: ¿A quién vas a llamar?

Adelaida: Y a Claudia, a quién va a ser, estamos a minutos de la ceremonia y todavía no sé nada de ella.

Aurelio: (Nervioso, da un grito.) Pero pará, pará un poco, mujer. ¿Cómo que la vas a llamar?

Adelaida: (Ídem.) ¿Qué, qué, qué es lo que tengo que parar?

Aurelio: (Nervioso.) Pero es que no te das cuenta que si la llamas nos estás exponiendo a todos. (Suena el celular. Aurelio atiende rápidamente.) Ordaz… Lo escucho, sí… (Escucha, luego.) No, no, eso no… Mire… Admiro su coraje y su espíritu campero pero… no haga eso, hombre, no les tire con soda cáustica… mejor tíreles con ácido, es más efectivo… hay muriático en el galpón… bien, después hablamos. (Corta nervioso el celular y se seca la transpiración con el pañuelo. Luego más tranquilo.) Escuchame: hace cosa de días, a Lito los ladrones le desvalijaron la casa por completo… Se llevaron un par de herramientas, dos escopetas, dos revólveres y un par de jamones que tenían guardado ahí en la heladera. (Impresionado.) Escuchame… a la mujer la ataron desnuda a una silla y como no encontraron joyas, cortaron los cables de una plancha y la picanearon en los pechos durante más de una hora y media… Pobre Clarita… ¿Sabés lo que es eso? (Da un grito.) ¿Sabés lo que es? Cómo será la brutalidad de los tipos... que hasta llegaron a quemar toda la instalación eléctrica de la casa.

Adelaida: (Que se quedó pensando.) Pero pará un poquito, eso no fue hace diez días, eso fue hace como diez años… Y no fue con los cables de la plancha, fue con los cables de la soldadora, que es otra cosa. (Se abanica con la chapa nuevamente y Aurelio se va a espiar por la ranura.) Me acuerdo muy bien yo de eso, eh… La quemaron toda, y la dejaron complemente inutilizada.

Aurelio: (Se le queda mirando un tiempo, luego.) ¿A Clarita…?

Adelaida: No, a la soldadora… Bueno, y a Clarita también, claro…

Aurelio: (Asiente pausadamente con la cabeza, luego.) Sabe lo que habrá sufrido la pobrecita… Las ubres de una mujer son tan sagradas como la gruta de una virgen… Escuchame, hay que ser un hijo de muy mala madre para, para... Imaginate que la chancha de Faria gritó como una condenada cuando le arrancaron las tetas en semana santa… (Adelaida, impresionada, se cubre los pechos con la chapa.) ¿Sabés lo que habrá sufrido ella, sabés lo qué habrá sufrido…? (Se va hasta el rincón oscuro, luego acongojado.) Le quemaron hasta los pies… el cuello… (Ahora va hasta Adelaida y con sus dedos dibuja una vagina enorme.) Y ojo que no sé si hasta le habrán quemado la… como es, la… (Adelaida se le queda mirando. Aurelio esconde la mirada, luego.) ¿Te das cuenta? ¿Te das cuenta de cómo son las cosas en este podrido país…? El chacarero es un hombre de trabajo, Adelaida, es un hombre pacífico, no tiene que andar a los tiros… Pero no nos queda otra, o son ellos o somos nosotros... (Pausa breve, se va hasta el rincón oscuro, luego dramático.) Vos te pensás que yo… me divierto con todos estos fierros oxidados, eh… (Yendo hacia Adelaida otra vez.) No, para que veas, para que tengas simplemente una idea de cómo son las cosas, me entristezco de sólo verlos… Apenas voy al tiro federal y una vez por semana… Y si lo hago, lo hago solamente para no perder la costumbre, para eso lo hago.

Adelaida: (Pausa. Luego pensativa mientras se abanica.) Pero tampoco se puede vivir así…

Aurelio: (Se le queda mirando, luego.) Escuchame… Escuchame una cosa... Hay que hacer algo... tenemos que hacer algo urgente... No podemos quedarnos así de brazos cruzados mientras estos tipos se llevan todo como si nada.

Adelaida: ¿Y algo como qué?

Aurelio: Y no sé, algo… Algo que a los tipos les haga… (Piensa, luego se le ocurre de pronto y va hasta ella nuevamente.) Hay que pedir recompensa, eso… eso... Hay que pedir la cabeza de los tipos. (Entusiasmado camina de un lado a otro.) Tenemos que empezar a repartir afiches en estaciones de servicio, terminales, almacenes y destacamentos policiales. No podemos creer en esa fantochada de que nadie vio nada, alguien los tiene que haber visto y con las manos en la masa.

Adelaida: Y vos te pensás que te van a llevar el apunte.

Aurelio: Pero por supuesto. ¿Acaso no estamos todos metidos en el mismo saco, en el mismo brete, eh?

Adelaida: Pero por favor, Aurelio… El año pasado dijiste exactamente lo mismo y no vino absolutamente nadie, ni siquiera el sereno vino.

Aurelio: Vos esperá, esperá que vean cómo desguazan los silos y los galpones en menos de un día y los tengo a los Roso paraditos ahí, ahí como mojones en la tranquera… (Al ver que Adelaida teclea con el celular.) ¿Qué haces?

Adelaida: (Nerviosa.) Y le mando un mensaje a Claudia, qué voy a hacer… Falta menos de una hora, ya te dije.

Aurelio: (Se le queda mirando, luego.) ¿Una hora para qué?

Adelaida: (Le clava los ojos furiosamente.) ¿Y para qué va a ser, Aurelio? Para que se case tu hija… (Nerviosa.) ¿O vos no te acordás que se casa tu hija, eh?

Aurelio: Tu hija, tu hija… (Se va hasta el rincón.) Siempre me la querés enchufar a mí…

Adelaida: (Irónica.) Ja, y hace dos días estabas recontraorgulloso diciendo que era tu hija porque se casaba por la iglesia.

Aurelio: Orgulloso de ella sí, pero no del marido que tiene, eh… (Se le ocurre de pronto.) Ese, ese justamente… Pero cómo no lo pensé… Ese puede haber dado la voz de alarma, pero claro, más claro echarle trigo…

Adelaida: ¿Pero qué estás diciendo? ¿De qué alarma estás hablando?

Aurelio: Pero no te das cuenta mujer, tu yerno, tu yerno... (Queda pensativo un tiempo, luego cayendo.) Puede estar detrás de toda esta tramoya… (Se le queda mirando a ella nuevamente, luego.) Pero claro, claro... Por eso es que el tipo se quiso casar hoy. ¿Te das cuenta?

Adelaida: (Cortándolo rápidamente de un grito.) Pero no digas pavadas, Aurelio, qué estupideces estás diciendo ahora… Decís eso ahora porque te la querés agarrar con el chico, como siempre… Y a minutos de que se case Claudia con él… (Aurelio vuelve a espiar nuevamente a su rincón.) Lo único que faltaba ahora, que lo metas a él también… (Mirándolo de arriba abajo.) Pero si mirate… Mirate un poco cómo estás… (Aurelio se mira.) Ni los pantalones tenés puestos…

Aurelio: (Se le queda mirando, luego va nerviosamente hasta ella.) Ah no, eh… Eso sí que no, eh… No señor, no te lo permito, los pantalones yo los tengo bien puestos, bien puestos…

Adelaida: (Cortándolo de un grito.) Los pantalones del traje, digo yo…

Aurelio: (Se le queda mirando un tiempo, luego vuelve a espiar al rincón.) Ah…

Adelaida: (Que se quedó mirando hacia un costado.) Es una rata…

Aurelio: (Por el pantalón.) No, es un pantalón chupín… creo.

Adelaida: (Señalando el rincón horrorizada.) No… una rata ahí, digo.

Aurelio: (Mirando para todos lados.) ¿Dónde?

Adelaida: Ahí, ¿no la ves?

Aurelio: (Que sigue buscando.) ¿Dónde mujer, dónde?

Adelaida: Ahí, debajo de esa bolsa, de la mesa…

Aurelio: (Vuelve a su rincón.) Eso no es una rata.

Adelaida: (Impresionada.) ¿Y qué es?

Aurelio: Un sorete de chancho.

Adelaida: ¿Y cómo entró?

Aurelio: No entró, lo puse yo.

Adelaida: (Carita de asco.) ¿Y para qué?

Aurelio: (Con toda la rabia.) Para tirárselo por la cara a los tipos, de tal modo que cuando ya no vean ni mierda, agarre mi ithaca y los descosa a balazo limpio.

Adelaida: (Abanicándose.) Eso es una locura.

Aurelio: Si vienen, se van a encontrar con esta matraca. Porque en el campo ya no andamos con carabinas para matar zorrinos. (Cachetea el fierro.) Esta mágnum, esta mágnum te tira diez metros a la distancia, te revienta la cabeza como un tomate. Y te aseguro que no vuelven más, eh, lo piensan diez veces, diez veces antes de poner un pie en esta chacra, te lo aseguro.

Adelaida: (Se abanica nerviosamente.) Como un tomate vamos a quedar nosotros, pero de vergüenza si no llegamos a la iglesia. (Aurelio escucha un ruido y se va escopeta en mano hasta el rincón.) Y si es que llegamos, claro.

Aurelio: (Chistando.) ¿Escuchás?

Adelaida: ¿Qué?

Aurelio: (Con la oreja en la chapa.) Escucho... escucho el... el motor de un camión… pará. (Trata de escuchar nuevamente.) Es… es el motor de un Bedford V8. (Vuelve a parar la oreja, luego.) Lo reconocería a miles de kilómetros de acá, es un Bedford V8.

Adelaida: Yo no escucho nada.

Aurelio: Pará... (Saca el celular y llama.) Ordaz, Ordaz… (Mientras espía por la ranura.) Escucho el ruido un camión que se aproxima… (Escucha, luego.) ¿Usted lo oye también? (Escucha nuevamente, luego la mira a Adelaida.) Dígame que son ellos, dígame que lo son… (Se queda serio un tiempo, luego con menos entusiasmo.) Ah, bien, gracias… No, no, está bien, está bien. (Corta más tranquilo.)

Adelaida: (Intuyendo la situación, lo mira fijamente.) ¿Y?

Aurelio: (La mira un tiempo, luego agacha la cabeza, la vuelve a mirar nervioso y vuelve a agachar la cabeza, la mira otra vez y finalmente, al ver que ella no le saca los ojos de encima.) Es el camión de la basura…

Adelaida: (Hace los ojos para atrás.) Ja, te aviso que Claudia va a llamar en cualquier momento, eh…

Aurelio: (La mira nervioso, luego va hasta ella.) Que llame, que llame todo lo que quiera esa… Pero sabelo muy bien, yo no pienso mover un solo dedo de acá, hasta que no vengan esos tipos… Mirá lo que le pasó con Coria, escuchame, cuando se fueron le dejaron en la tranquera como regalo un cartucho de calibre 16. ¿Y eso sabés qué quiere decir? (Grita.) ¿Sabés qué quiere decir? Quedate piola, Gringo, porque te hacemos boleta el quiosco, eso quiere decir… Y el comisario, estúpido como de costumbre, lo caratulo como bala perdida… (Adelaida mira adentro de la conservadora.) ¿Podés crees? ¿Te das cuenta? Estamos solos, Adelaida, solos, solos, solos… (Termina con un grito, luego encolerizado.) Porque este país, este bendito país, no da para más, a este país, ¿sabés qué?, hay que arreglarlo con la cruz, con las armas, con la gendarmería en la calle si es necesario...

Adelaida: (Cortándolo de golpe.) ¿Qué es eso?

Aurelio: ¿Qué cosa?

Adelaida: (Mira adentro de la conservadora.) Esa bolsa… (Olfatea la bolsa con cara de asco.) Tiene como un olor a…

Aurelio: Es locro…

Adelaida: ¿Locro? ¿Para qué locro?

Aurelio: (Dramático.) No sabemos el tiempo que podemos estar encerrados acá adentro... (Adelaida le clava los ojos.) Nos tenemos que organizar… Hay que preparar todas las municiones… Digo, hay que preparar todas las provisiones…

Adelaida: Ah, mirá vos… (Aurelio vuelve a espiar a la ranura.) Y vos pensás que yo me voy a quedar acá con vos encerrada toda la noche mientras se casa mi hija y comiendo locro ¿No es cierto?

Aurelio: (Deja de espiar y la mira.) Y se supone que sí, para eso somos esposos… Y los esposos tienen que estar ¿cómo? juntos hasta que la muerte los separe… Ya lo decía el padre Alfonso. (Se va hasta el rincón a espiar otra vez.) ¿O no lo decía el padre Alfonso?

Adelaida: ¿Ah, sí?

Aurelio: Sí...

Adelaida: No me digas…

Aurelio: (Mientras espía.) Sí le digo...

Adelaida: Bueno… Entonces, ¿sabes qué?

Aurelio: (Que sigue espiando.) Diga...

Adelaida: (Se levanta del banquito tambero y se va hasta la puerta del silo.) Yo ya estoy muerta, chau…

Aurelio: (Corriendo por detrás.) Pero pará, pará un poco mujer, ahora no me vuelvas loco. (Adelaida se detiene enojada. Aurelio queda paralizado y se va rápidamente hasta la conservadora.) La puta que lo parió…

Adelaida: ¿Qué?

Aurelio: (De la conservadora saca una masacota congelada.) Me olvidé de descongelar el locro. (Nervioso, agita la bolsa.) Mirá… Mirá lo que es esto, mirá… (Lo deja caer al piso como una piedra pesada y empieza a dar vueltas nervioso por todo el lugar. Adelaida se sienta resignada y echa el taper adentro de la conservadora.) ¿Te das cuenta, eh? Esto, esto es lo que yo te vengo diciendo, esto... En este bendito país ni comer se puede ya… (Termina en un grito.) Pero espera, eh, espera que de los cien millones de toneladas cosechadas este año, cosechemos 60 menos. ( Adelaida toma la linternita y espía por la ranura.) Ahí lo quiero ver al súper ministro Maradoniano de economía, qué ensalada de números le lleva al bendito gobierno.

Adelaida: (Chistando mientras espía con la linternita por la ranura.) Luz… luz…

Aurelio: (Se le queda mirando, luego.) No se puede encender nada.

Adelaida: (Otra vez en voz baja y con señas.) Luz… Es la luz…

Aurelio: (En voz alta desde el otro rincón.) Ya te dije que no se puede encender nada, mujer.

Adelaida: No… Es la luz, la más chica de los Roso.

Aurelio: (Queda pensativo sin entender, luego.) Ah… (Camina en círculo por todo el silo.) ¿Qué hace por acá?

Adelaida: (Espiando por la ranura.) No sé… Camina.

Aurelio: (Espiando en el otro rincón.) Es mejor que se vaya a su casa… Es peligroso andar ahí afuera con esa tropelía de lobos hambrientos.

Adelaida: (Deja de espiar y se sienta en el banquito tambero, luego caprichosa.) Quiero ir al baño.

Aurelio: (La mira nervioso, luego.) ¿A dónde?

Adelaida: Al baño… Quiero ir al baño.

Aurelio: (La mira despectivamente otra vez, luego vuelve a espiar en el rincón.) Imposible, no se puede salir de acá.

Adelaida: ¿Cómo que no se puede salir de acá? Si recién entramos…

Aurelio: (Nervioso, sin saber qué decir.) Igual, no se puede… (Se corta, piensa, luego.) Le pedí a Ordaz que cierre con candado y que se lleve la llave.

Adelaida: Bueno, entonces decile que la traiga porque yo quiero ir al baño.

Aurelio: (Da un grito.) Ya te dije que no se puede, mujer…

Adelaida: (Ídem.) ¿Pero cómo que no se puede?

Aurelio: (Nervioso otra vez.) Es que la llave no la tiene él… Le dije que la esconda… Y que no importara dónde.

Adelaida: (Se le queda mirando.) ¿Cómo que no importara dónde? ¿Pero vos estás loco?

Aurelio: (Yendo nerviosamente hacia ella.) Escuchame una cosa, Adelaida, y escuchame bien… Prefiero estar bien encerrado adentro de esta mierda… a que mi familia la terminen acribillando ahí afuera como a un mísero perro sarnoso.

Adelaida: (Se abanica histéricamente con la chapa.) Ah, muy bien, eh… muy bien… O sea que encima de que estamos encerrados yo me tengo que aguantar las ganas de hacer pis acá adentro. Muy bien, Aurelio, eh, muy bien, te felicito, muy bien.

Aurelio: Vos las ganas de hacer pis acá adentro y yo las ganas de comer ese bendito locro… (Mira el locro despectivamente adentro de la conservadora, luego patea la heladerita y sale disparado hacia el rincón.) Que parece una cubetera de hielo.

Adelaida: ¿Y si viene Claudia qué hacemos? ¿Le decimos que estamos acá encerrados, de picnic, esperando a que lleguen los ladrones, eh? ¿Que Ordaz tiró la llave por ahí, vaya saber dónde?

Aurelio: (Se le queda mirando un tiempo. Luego, preocupado, va hasta ella.) Pará, pará, pará, pará, pará… ¿Ella tenía que venir?

Adelaida: Y claro, si el vestido lo tiene acá en la casa.

Aurelio: (Se le queda mirando otra vez, luego.) Entonces… (Piensa un tiempo, luego nervioso.) Entonces que busque otro vestido, qué joder…

Adelaida: ¿Pero vos estás loco? Cómo va a buscar otro vestido si es el único que tiene… Además, le salió como 30,000 dólares ese vestido. ¿O no te acordás?

Aurelio: (Nervioso mientras espía por la ranura.) Eso es lo de menos… En el centro puede alquilar uno y un vestido mucho más barato y de más calidad.

Adelaida: ¿Vos me estás diciendo en serio?

Aurelio: (Yendo hacia ella.) ¿Te das cuenta? ¿Te das cuenta? Esto, esto es obra de tu yerno, de tu yernito querido, por algo le hizo dejar el vestido acá en la casa. ¿Te das cuenta?

Adelaida: (Enojada.) Pero no digas pavadas, si fue justamente Claudia la que quiso dejar el vestido acá en la casa.

Aurelio: Ah... ¿Ves? Ves cómo lo defendés, siempre lo defendés a él, siempre le defendés el culo al otro, ni que el otro tuviera coronita o… o no sé qué.

Adelaida: (Ídem. Se para y lo enfrenta.) Sí, claro, claro que lo defiendo, lo defiendo porque te recuerdo que va a ser tu yerno, tu futuro yerno va a ser.

Aurelio: (Cruza el dedo con el caño de la escopeta.) Ja, cruz diablo, mi yerno todavía no es… Le faltan dos materias para recibirse de ingeniero, primero eso, y después, mucho después recién hablamos… (Suena el celular. Aurelio atiende rápidamente.) Ordaz, lo escucho sí… (Escucha, luego mira a Adelaida.) ¿Que va a pedir comida? Ah, bien, bien… Y ya que estamos entonces… Pida una pizza para nosotros también… (Adelaida lo asesina con la mirada. Aurelio vuelve a espiar por la ranura mientras habla por teléfono.) No, no sé, hombre, de mozzarella, de lo que tenga… (Adelaida come ansiosamente una factura mientras monitorea la hora en el celular. Aurelio sigue con el teléfono en la oreja.) Qué sé yo, con aceituna o sin aceituna... Me da lo mismo… (Escucha, luego nervioso.) Con anchoa o sin anchoa, es igual, es igual... (Escucha otra vez, luego impacientado.) Eh... ¿Cómo...? Pero… (Se saca el teléfono de la oreja, luego compulsivamente de un grito.) No sé, como venga… (Pausa breve, deja la escopeta en el piso y de la conservadora saca un bonete infantil.) El tiempo crítico transcurre entre la una y las cuatro de la madrugada, no más de eso. Tal vez... Tal vez cuatro y media… (Adelaida mastica ansiosamente la factura, mientras revisa el celular nuevamente.) ¿Y qué hay que hacer? Rondas… Rondas de dos horas… Porque en cualquier momento... (Espía hacia el frente en semicírculo con el bonete.) Los ladrones tienen que saber que la cosa va en serio… De paso se controla… Que la policía haga bien su trabajo, porque no se puede confiar en nadie, eh, no se puede confiar… (Deja de espiar con el bonete y va rápidamente hasta Adelaida.) Ojo, que estos no son ladrones de gallina, eh, te lo puedo asegurar, esta es una mafia muy bien armada y muy bien organizada, pero espera nomás, espera que tropiecen con la yunta y le erren al vizcachazo, ahí aparecemos nosotros y los amasijamos bien amasijados mierda…

Adelaida: (Suena el celular y lo atiende rápidamente.) Hola… (Aurelio, pensando lo peor, va rápidamente hasta ella.) Hijita, sí… (Aurelio, defraudado, vuelve a espiar a su rincón.) ¿Nosotros…? (Mira a Aurelio.) Nosotros estamos saliendo para allá mí vida… Y… Estamos un poquitín demorados nada más… (Con un hilo de voz vuelve a mirar a Aurelio.) ¿Papá? Papá se está cambiando… (Aurelio hace gesto de mandar al carajo y empieza a caminar en círculos con escopeta en mano.) Sí, él también te quiere mucho… No, no, quedate tranquila, que ya estamos saliendo para allá… (Se acuerda de pronto.) Ah, el vestido te lo dejé sobre la silla ¿Sabés…? Sí, obvio, en la pieza… (Escucha, luego.) Y la corona de novia está sobre la cama… Bueno, dale, dale… (Escucha, luego.) Yo también te quiero mucho, nos vemos allá, chau, besitos…

Aurelio: (Se le queda mirando un tiempo muy serio, luego.) ¿Y… qué te dijo?

Adelaida: (Lo mira enojada, luego burlonamente.) ¿Y... qué te dijo? Y que nos quiere ver. ¿Qué me va a decir?

Aurelio: (Piensa. Luego de un tiempo.) Escuchame… No nos dejemos atropellar por los sentimientos ahora… (Adelaida lo mira con mala cara, mientras se abanica nerviosamente con la chapa.) Afuera están esos tipos y seguro que van a querer entrar… Y si nos agarran en el camino ahí puede ser peor… Quién sabe si hasta no nos cruzan una camioneta y se bajan cuatro o cinco de esos cacos y nos descosen a balazo limpio, ojo, ya lo dijeron en cadena tres, eh, ahora vienen por todo. (Se va paranoico a espiar nuevamente por la ranura.) Y son capaces de cualquier cosa, Adelaida, créemelo, de cualquier cosa… (Yendo nuevamente hasta ella.) ¿Te das cuenta? Estamos perdiendo rentabilidad en los commodities, nos están chuceando la cosecha por todos lados y encima, ahora, nos mandan estas mafias armadas… (Al ver que Adelaida ni se inmuta.) Alcanzame esa petaca por favor… (Adelaida le alcanza la petaca de mala gana mientras teclea ansiosa el celular. Aurelio bebe nervioso, mientras se seca la transpiración con el pañuelo. Luego dramático otra vez.) Qué más quisiera yo… Estar en el casamiento de mi propia hija… Pero acá estamos defendiendo una causa, una causa patriótica, nacional, eso es lo que estamos defendiendo nosotros acá… (Agita sin darse cuenta la petaca, derramando líquido por todas partes.) Pero como siempre, en este bendito país nos quieren cortar la cabeza a todos antes de llegar a la guillotina, antes de llegar a ser un putrefacto y podrido difunto, carajo…


Se produce una pausa larga. Aurelio se va sigilosamente a espiar a otro rincón. Adelaida empieza a sentir el crudo frío de la noche, que ya traspasa la chapa.


Adelaida: (Refregándose los brazos.) Hace un poco de frío acá, ¿no te parece?

Aurelio: (Que sigue bebiendo de la petaca mientras camina por todo el lugar.) Más bien yo tengo calor… Pero si querés taparte… (Señala con el mentón despectivamente el otro rincón.) Ahí yo traje una colcha.

Adelaida: (Pausa breve.) Por qué no nos vamos, Aurelio, eh… Nos terminamos de cambiar y nos vamos… ¿Qué es lo que podemos hacer nosotros acá, eh…? Decime qué podemos hacer… ¿Por qué no dejamos el campo con Ordaz y nos vamos de una buena vez, eh?

Aurelio: Pero es que no nos podemos ir mujer, no nos podemos ir, cómo querés que te lo diga… Si estos tipos se encuentran con la casa sola nos desguazan, nos afanan, nos desvalijan y nos dejan en banda para todo el viaje (Da un grito.) ¿Pero cómo carajo querés que te lo diga, che…?

Adelaida: (Da un grito y se pone de pie.) Y que nos desvalijen entonces, qué tanto, que nos desvalijen… (Ambos quedan enfrentados y allí se miran un tiempo. Luego Adelaida vuelve a sentarse en el banquito tambero y Aurelio se le queda mirando fijamente. Silencio tenso.) Hoy es el día más importante de Claudia y lo sabes muy bien… Y yo no me pienso perder el casamiento de mi propia hija por un par de agroquímicos de mierda… (Golpea con la mano sobre la mesita de camping y aplasta la factura que comía.) Y tampoco… (Se mira la mano, luego sigue.) Me interesa esta casa… Si querés quedarte, quedate vos.

Aurelio: (Se da vuelta y va lentamente hasta ella.) ¿Ves? Escuchate… Escuchate nomás... Ya estás hablando como esos hippies, eh… Como esos vagos… (Da un grito.) Como troskos-veganos de mierda que se ponen la remerita del glifosato "No" y cortan las rutas para sentirse un poco más comunistas de lo que son.

Adelaida: (Se para nuevamente y lo enfrenta otra vez.) Hablo como cualquier persona racional hablaría en un momento como este, que no es otra cosa…

Aurelio: (Va a decir algo, pero luego se contiene.) Pero escuchame, escuchame una cosa, mujer… (Se le ocurre de pronto.) Si nos roban la cosecha, ¿con qué carajo vamos a pagar el casorio de tu hija? ¿Con qué carajo lo pagamos?

Adelaida: (Piensa, luego restándole importancia.) Eso es lo de menos…

Aurelio: (Da un grito.) No... No es lo de menos… (Se le ocurre de pronto.) ¿Y los viajes? ¿Qué vamos a hacer con los viajes? (Adelaida escucha un ruido y mira hacia el rincón.) Dijimos que los cuatro nos íbamos a ir Cuba… Que por cierto ese viaje lo eligió tu hija, porque yo a ese país de troskos y de zurdos no piso ni muerto… (Se oye que alguien golpea la chapa.)

Adelaida: (Chistando.) ¿Qué fue eso?

Aurelio: ¿Qué fue qué cosa?

v

Adelaida: ¿No sentiste qué golpearon afuera?

Aurelio: (Corre agazapado a espiar por la ranura.) ¿Que golpearon afuera?

Adelaida: (Se asoma detrás de él.) Sí, golpearon afuera… (Toma su linternita diminuta y trata de iluminar.) Yo sentí que golpearon afuera…

Aurelio: (Nervioso.) Pará… Dejame ver a mí… (Adelaida trata de iluminar por encima de la figura regordona de Aurelio dando pequeños saltos desde atrás. Aurelio grita hacia afuera.) Ordaz… Ordaz… ¿Ordaz, es usted?

Adelaida: (Un tótem los dos. Ambos se miran.) No contesta, eh…

Aurelio: (Le chista corto a Adelaida.) Conteste, Ordaz… ¿Es usted? (Golpea con las manos haciendo la melodía de Carlitos Bala.)

Adelaida: (Ilumina con la linternita el rostro de Aurelio.) ¿Qué haces?

Aurelio: (Le chista corto, luego.) Un código que tenemos en común…

Adelaida: (Vuelve a iluminar a Aurelio otra vez.) ¿Un código de qué?

Aurelio: (La mira feo, luego nervioso.) Un código mujer, una clave, una contraseña, eso quiero decir…

Adelaida: Escuchá, están golpeando de nuevo…

Aurelio: (Mientras espía por la ranura.) Ves, ves, qué te dije, son ellos, estoy seguro que son ellos…

Adelaida: ¿Pero cómo sabés que son ellos?

Aurelio: (Se aparta del rincón oscuro y va hasta el centro del silo.) Pero claro, mujer, que lo son… Hacen eso para amedrentarnos, para intimidarnos… Pero vos dejá, dejá que yo me encargue de estos tipos… (Da unos pasos hacia adelante y se para apuntando en cazador.) Ahora sí... Los voy a poner de culo y a tocar el arpa de sombrero, hacete un lado de ahí… (Toma distancia, luego hacia afuera con escopeta en mano.) Oiga caballerito, póngase en guardia porque si no contesta, lo bajo como una gacela…

Voz de afuera: Delivery… (Adelaida y Aurelio se miran entre sí.)

Aurelio: ¿Qué dijo?

Adelaida: No sé… Delivery, dijo…

Aurelio: (Se va a espiar rápidamente hasta la ranura y luego vuelve pensativo.) ¿Delivery?

Adelaida: Yo le entendí delivery…

Aurelio: (Piensa un tiempo, luego.) No… No dijo eso... Dijo, dijo otra cosa… Dijo otra cosa... Nos... Nos está hablando... Nos está hablando en inglés para despistarnos, para… Para meternos el perro… Pero claro, por eso que los tipos arman todo el chanchullo acá…

Adelaida: ¿Pero despistarnos de qué…?

Aurelio: Pero no te das cuenta, esta gente es muy astuta, escúchame, se pueden estar haciendo pasar por uno de estos negros de mierda que traen la pizza para meternos el sombrero…

Adelaida: Pero pará un poquito… ¿Vos no le dijiste a Ordaz que pida una pizza…?

Aurelio: (Piensa, luego.) Sí… Creo que sí…

Adelaida: (Hacia afuera, iluminando con la linternita.) Oiga, señor... (Aurelio se pone en posición de ataque apuntando hacia la puerta.) ¿Usted no es el de la pizzería?

Voz de afuera: Sí, señora, el de la pizzería…

Aurelio: (En voz baja.) Preguntale de qué pizzería es…

Adelaida: (Hacia afuera.) ¿De qué pizzería es, señor?

Voz de afuera: La pizzería que está en el paso nivel, señora…

Aurelio: Preguntale en qué calle…

Adelaida: (Hacia afuera nuevamente.) ¿En qué calle?

Voz de afuera: Alsina 35…

Aurelio: Preguntale… Preguntale si hace humita en chala…

Adelaida: (A punto de preguntar, luego se da vuelta desorientada.) Eh…

Aurelio: Preguntale cómo se llama.

Adelaida: ¿Y cómo se llama?

Voz de afuera: José Alberto…

Adelaida: No, cómo se llama la pizzería, digo…

Voz de afuera: Ah… Pizzería Las tres hermanas…

Aurelio: (Se mira con Adelaida un tiempo, luego.) Pero cómo, no puede ser… Acá hay algo que no... que no cuaja, que no... que no coagula…

Adelaida: ¿Qué cosa no coagula?

Aurelio: (Nervioso.) Pará, déjame preguntar a mí... (Hacia afuera.) Oiga, ¿acaso no eran Las cinco hermanas?

Voz de afuera: Sí, hasta la semana pasada, sí señor… Pero se murieron tres, Lita, Graciela y Andrea… (Adelaida se persigna.) Perdón, se murieron dos, Lita y Graciela nomás… (Adelaida se vuelve a persignar.)

Aurelio: (Baja la escopeta y se va hasta el rincón.) Ah… Lo siento mucho, eh… Puede dejarlas en el suelo si quiere, el hombre que está en la tranquera le paga…

Adelaida: (Que se quedó pensando.) ¿Pero cómo la vas a entrar si no tenés la llave?

Aurelio: (Se le queda mirando, luego.) ¿A qué cosa?

Adelaida: Y a la pizza…

Aurelio: (Se le queda mirando otra vez, luego.) Tenés razón… (Adelaida se encamina hasta el rincón.) Por primera vez en la vida, tenés razón… (Adelaida se da vuelta rápidamente y se le queda mirando feo. Luego dramático.) ¿Te das cuenta… que hasta en eso estamos desgraciados? (Gritando nervioso mientras da vueltas por todo el lugar.) ¿Hasta en eso nos cagan estos hijos de puta…? (Adelaida ilumina hacia la puerta con la linternita.) Encima de que nos afanan, de que nos revientan enteros, tenemos que andar pariendo hasta para comer una pobre pizza de mierda… (Camina enojado de un lado a otro.) Pero eso sí, eh, eso sí… que ni se les ocurra a esas mierdas llegar hasta los Cóndores, porque te aseguro que el agua, el agua va a llegar al río…

Adelaida: (Corrigiendo.) La sangre…

Aurelio: A vos te parece, te parece que nosotros tengamos que estar así, eh… Haciendo trincheras, barricadas en medio del campo… Metidos acá adentro como un par de comadrejas inmundas… ¿A vos te parece? (Adelaida, fastidiada, vuelve a sentarse en el banquito tambero.) Pero esperá nomás, esperá que vengan, que vengan que los persigo con el tractor hasta Río Cuarto de ser necesario… (Se seca nervioso la transpiración, mientras Adelaida vuelve a mirar su celular.) Ya me lo dijeron el otro día en la Sociedad Rural, a usted Palma, a usted… Huevos no le faltan... (Yendo hacia Adelaida.) Ellos me ven como un referente, como un líder, Adelaida ¿Te das cuenta? Ellos me ven… Me ven como el papa Francisco... (Adelaida se le queda mirando.) Como un héroe justiciero, así me ven ellos, así me ven… (Humilde, se sigue secando la transpiración con el pañuelo y se va hasta el rincón.) Pero yo soy un simple elemento... de una causa… y de una lucha perdida… Como una parte de las 18 mil piecitas que tienen un automóvil, nada más, eso es todo… No tengo soluciones… voy a misa todos los domingos y… y sólo me hago carne de ellos… pero ellos siempre, siempre me escuchan a mí, Adelaida, siempre… Y ya les vengo diciendo hace tiempo, eh: (Pasional, como si les hablara a ellos.) No soy un salvador, muchachos, no señor, no lo soy… No lo soy... (Ahora para sí mismo.) Aunque ellos me vean así... (Vuelve a ponerse pasional otra vez.) Parado, erguido en medio de la ruta, no soy ningún salvador… (En un tono más calmo.) Apenas soy un hombre que intenta vivir en paz… en medio de tanta violencia…

Adelaida: (Suspira preocupada y mira el reloj.) ¿Pero por qué se demorarán tanto, digo yo? Me dijo que de la peluquería salía como a las nueve y son más de las nueve y cuarto…

Aurelio: (Saca un rollo de papel higiénico del bolsillo de la camisa y va contento a mostrárselo a Adelaida.) Mirá… Mirá lo que me escribieron el otro día en la Sociedad Rural, me lo escribió el Gringo Trentini… (Ríe tentado.) Je, ese sí que tiene manos pesadas para la pluma y la entraña, escuchá, escuchate esto, eh… (Va hacia la conservadora ansioso y saca una lupa tamaño baño. Allí adopta una postura de falso orador y luego empieza a leer aparatoso. Adelaida hace caritas de fastidio, mientras vuelve a comer otra factura nerviosamente.)

Una vaca generalmente se arrima a otras vaquitas para rumiar…
Un chacarero se arrima a otros para protestar…

Una vaca a veces está en el camino y no saben muy bien por qué…
Un chacarero a veces está en el camino y no saben para qué…

Una vaca se la pasa de sol a sol, llueva o truene en el campo…
Un chacarero se la pasa de sol a sol, llueva o truene en el campo…

Una vaquita todos los días la ordeñan para sacarle la leche, que tendría que ir a su ternero…
Un chacarero lo ordeñan para sacarle el pan y el estudio, que tendría que ir para su hijo…

(Mira a Adelaida, que devora nerviosamente el último bocado de la factura.) Pará, pará que eso no es todo, eh… Hay más, hay mucho más… (Adelaida se limpia las manos en fino papel blanco y empieza nerviosamente a sacar cosas de su cartera. De aquí en adelante comenzará a peinarse y a pintarse los labios en estridente color rojo.)

Una vaca se la ve pelirroja... (Se corta y mira la hoja más de cerca. Luego retoma corrigiendo el error.) Una vaca se la ve peligrosa, pero no hay nada que una picana no resuelva…
Un chacarero se lo ve peligroso, pero no hay nada que una mesa, coordinadora no resuelva…

Una vaquita cuando está muy gorda, se la pone en un camión incómoda al matadero…
Un chacarero que le va bien en el campo, se lo pone en un plan de retenciones, rumbo al matadero…

Una vaquita se termina muerta, en los platos siendo morfada…
Un chacarero termina en el banco, entregando su título de propiedad…

Una vaquita termina muerta, pero hay más, más de donde vino esta…
Un chacarero termina suicidándose, pero hay mucho, pero mucho más de donde vino este…

Una vaquita es un animal que Dios nos dio para comerlas…

(A Adelaida.) Y ahora sí, eh… Agarrate… Un chacarero es un animal... Que Dios le dio al gobierno para comerlo… (Aurelio guarda la lupa en la conservadora y enrolla el papel higiénico para guardárselo en la camisa. Adelaida sigue maquillándose frente al espejo.) Estas sencillas y modestas comparaciones pueden resultar tremendamente odiosas, Adelaida, pero son la pura verdad… son la pura verdad... Por algo, en este bendito país, estamos como estamos… (Espía nuevamente por la ranura y luego queda pensativo un tiempo en el rincón. Ahora para sí mismo.) Claro, claro... (Mira a Adelaida un tiempo, pensativo, luego.) ¿Te das cuenta, eh? ¿Vos te das cuenta? Antes, antes éramos clase media nosotros… Éramos... Éramos otra cosa… Otra cosa... (Pausa, mira hacia el horizonte de chapa como buscando el mundo.) Mirábamos el mundo, el mundo de otra manera… (Camina lentamente por el lugar.) Podíamos caminar por la calles… Por las calles... Escuchame... Las calles… (La mira, que se peina sin prestarle la más mínima atención.) ¿Sabés lo que es eso...? ¿Sabés lo que es...? Sacar la sillita afuera, mirar la gente, la gente que pasa caminando por la vereda... Y sentirnos libres, pero libres de verdad… (Casi emocionado.) Como en la época de nuestros abuelos... ¿Vos te acordás? (En un hilo de voz.) ¿Te acordás? (Pausa, se mira las manos y luego mira cabizbajo a su alrededor. Todo irá en un crescendo de rabia y llanto hasta el final.) Pero ahora… Mirá lo que somos… Mirá lo que somos... Mirá en lo que nos hemos convertido... Esto somos, Adelaida, esto… unos miserables linyeras, un par de indigentes muertos y apaleados por un bendito sistema comunista, eso somos… Y eso, eso es porque el populismo es el cáncer latinoamericano… (Va hasta Adelaida eufóricamente y termina su frase en un rotundo grito.) Escuchame, sin el comunismo, Rusia, Rusia hubiera sido Canadá, Cuba New York y Venezuela la Ibiza sudamericana… (Adelaida lo corta chistando fuertemente.) ¿Qué pasa?

Adelaida: (Corre rápidamente a espiar.) Escuché algo afuera…

Aurelio: (Se le queda mirando.) ¿Qué cosa?

Adelaida: (Mientras espía por la ranura.) No sé, estacionó un auto, me parece…

Aurelio: (Toma la escopeta y corre rápido a espiar agazapado.) ¿Dónde, dónde, dónde, dónde?

Adelaida: (Corre y queda atrás de Aurelio.) Abajo de la parra…

Aurelio: (Mientras mira por la ranura.) ¿De qué parra?

Adelaida: (Se le queda mirando, luego.) De la única que hay, de la nuestra, de cuál va a ser…

Aurelio: (Espiando.) Es una camioneta…

Adelaida: (Asomada detrás de él, e intenta mirar también.) Me parece que sí… ¿Serán ellos?

Aurelio: (Marca el celular nerviosamente mientras espía.) Ordaz, Ordaz… ¿Quiénes son los de la camioneta? (Escucha, luego.) ¿En serio? (Mira a Adelaida, que angustiada se frota las manos.) No me diga… (Escucha, luego.) Entiendo, entiendo… (Adelaida, queriendo escuchar también, le tironea de la camisa.) Pará, pará... Bien... Bien, bien, bien... (Escucha, luego.) Ok... (Escucha y mira a Adelaida, que se deshace en ansiedad.) Estamos... (Adelaida, impaciente, pega un tacazo sobre el piso.) Pará, pará... Está bien… (Escucha, luego.) Bien, bien… (Escucha, luego.) Avíseme cualquier cosa, eh… Ta luego...

Adelaida: (Con toda la expectativa.) ¿Y… qué te dijo?

Aurelio: (Muy serio.) Que la anchoa está muy pasada, el queso desabrido y la salsa muy rancia…

Adelaida: (Da un grito.) No, qué te dijo de la camioneta, digo…

Aurelio: (Se le queda mirando un tiempo, luego se encamina nuevamente hasta el otro rincón.) Ah… Es el Gringo Perea… Hoy tiene franco, se ve, anda cazando liebres con camioneta. (Adelaida queda espiando por la ranura.) Je, pobre gringo, mientras que no lo cacen a él. (Ahora Adelaida, desolada, se sienta en el banquito y queda agachada con la cabeza entre sus manos.) Escuchame, tiene una chacrita de 25 mil hectáreas, con mil chanchos que engordan y 200 toneladas de soja. ¿Y qué pagó el tipo el año pasado? ¿Sabés lo que pagó? 140 mil mangos de impuesto, 200 mil de retenciones, 125 mil pesos de anticipo de ganancias. (Su rabia irá en crescendo hasta el final.) Y ahora, ¿qué le devuelven? ¿Sabés lo que le devuelven? Le devuelven migas, Adelaida, migas, 12 mil pesos que es menos del cinco por ciento. (Da un grito feroz.) Que es una vergüenza… (Busca el locro congelado en la conservadora y lo intenta descongelar con la chispa de un encendedor.)

Adelaida: (Se incorpora lentamente, luego.) ¿Vergüenza…? ¿Vergüenza...? Vergüenza va a ser que nosotros nos quedemos acá encerrados mientras Claudia esté en la iglesia, eso sí que va a ser una vergüenza y una vergüenza con mayúsculas, que es peor… (Se le queda mirando nuevamente, luego.) ¿Qué estás haciendo?

Aurelio: (Con el encendedor en una mano y el locro en la otra.) Intentando derretir el locro, qué voy a hacer…

Adelaida: (Lo mira sin entender, luego.) ¿Con un encendedor?

Aurelio: (Mientras sigue haciendo chipa.) Por supuesto… Esto se derrite en cuestión de segundos.

Adelaida: En cuestión de horas, querrás decir, así no lo vas a derretir nunca.

Aurelio: Vos esperá, esperá que una vez yo le chanté la herradura al caballo de García simplemente con sopletearlo.

Adelaida: (Por lo bajo.) Pobre animal…

Aurelio: (Se le queda mirando, luego intimidatorio.) Te prohíbo... te prohíbo... que me insultes, eh… Y menos en un momento como este.

Adelaida: (Irónica.) Por el caballito lo decía… (Se queda inmóvil de pronto.) Me parece que está llegando otro auto…

Aurelio: ¿Otro más?

Adelaida: (Saca un larga vista de su cartera y corre a espiar a la ranura. Aurelio va tras ella. Un tótem los dos otra vez.) Sí, es otro auto, yo de acá veo otro auto, deben ser ellos.

Aurelio: (Se le queda mirando un tiempo, luego asustado se echa hacia atrás.) ¿Los cuatreros?

Adelaida: (Da un grito.) No, qué cuatreros, Claudia y el marido… (Vuelve a espiar nerviosa por la ranura.) Tienen que venir a buscar el vestido a casa…

Aurelio: (Se le queda mirando sin entender, luego.) ¿Claudia y el marido?

Adelaida: (Mientras sigue mirando por la ranura.) Sí… Me parece que es el auto de él…

Aurelio: Pero cómo pueden ser Claudia y el marido, si ellos tendrían que estar en la iglesia.

Adelaida: (Deja de espiar y lo mira furiosa, luego.) Y sí, justamente, tendrían que estar en la iglesia… Pero antes tiene que venir a buscar el vestido a casa.

Aurelio: (Marca nervioso el celular, mientras Adelaida vuelve a espiar por la ranura otra vez.) Ordaz, Ordaz… Es mi hija y el guampudo de mi yerno, dígales que se vayan…

Adelaida: (Deja de espiar y va nerviosa hasta él.) Pero nooooo, ¿cómo que se vayan, pero vos estás loco?

Aurelio: (Rápido y tranquilo.) Estoy más cuerdo que nunca.

Adelaida: (Desesperada.) Pero es que no se pueden ir, si ella tiene que venir a buscar el vestido a casa.

Aurelio: Pero no te das cuenta… Te la van a descoser a perdigones limpios si no la rajo de casa esta misma noche… Y ese pelotudo va a seguir siendo virgen toda su vida.

Adelaida: (Se le queda mirando, luego.) Ah, no... Vos estás en pedo… Vos estás en un reverendísimo pedo… (Busca el celular en la cartera.) La voy a llamar ahora.

Aurelio: (Nervioso, da un grito, va hasta ella e intenta tomar su celular, allí forcejean un tiempo los dos con el teléfono.) Pero no, ni se te ocurra, la vas a preocupar peor, escuchame, no te das cuenta que estamos haciendo todo esto por el pellejo de nuestra propia hija.

Adelaida: (Arrancándole el celular de la mano.) Por el pellejo de nuestra propia hija tendríamos que estar en la iglesia, que no es otra cosa… Y acompañándola como Dios manda.

Aurelio: (Se le queda mirando, luego sin saber que decir.) Y la estamos acompañando... de alguna manera, la estamos acompañando. (Se va hasta el rincón sombrío y espía por la ranura.) Le estamos salvando las papas, que no es poca cosa- (Deja de espiar y va hasta Adelaida, que teclea nerviosa el celular.) Y nos estamos salvando el pellejo nosotros también. (Se le queda mirando un tiempo rabioso, luego.) ¿O de dónde crees... de dónde mierda crees que va a salir todo ese chorro de guita... para ese bendito crucero que te querés tomar en Bahamas, eh? (Adelaida deja el celular y se le queda mirando.) ¿De dónde puta, de dónde carajo crees que va a salir? ¿Del cielo va a salir? ¿De la poronga hervida va a salir?

Adelaida: Pardoooooón... Yo no me quiero tomar ningún crucero a Bahamas, no señor, muy equivocado; en todo caso, el que se lo quiere tomar es el monseñor, que es otra cosa… (Nerviosa, ahora avanza hacia él empujándolo celular en mano. Aurelio retrocede.) Que por algo estuviste hurgueteando en mi tarjeta de crédito para pagarlo anticipadamente sin decirme una sola palabra, nada, absolutamente nada, como de costumbre…

Aurelio: (Se le queda mirando, luego nervioso va tras ella.) Pero escuchame, escuchame una cosa mujer… Si nos choricean es una cosecha de un año y medio la que se pueden llegar a llevar… (Termina en un grito.) Y ya te dije lo que cuestan esos agroquímicos… (Adelaida espía por la ranura con la linternita otra vez. Aurelio habla tras ella.) Entre enero y febrero, nomás, se llevaron 300 toneladas de semillas y 120 cabezas de ganado acá en Berrotarán. Se afanaron dinero en efectivo, maquinaria, vehículos, agroquímicos y no hubo ningún detenido, Adelaida, ni siquiera uno solo, ni siquiera uno solo, mierda… (Da un fuerte grito.) Pero cómo carajo te lo tengo que decir... (Se vuelve a secar la transpiración con el pañuelo, luego bebe de la petaca y repite desahuciado.) Ni siquiera uno solo… uno... (Ahora hacia Adelaida.) Escuchame, uno, uno que hubieran agarrado... (Pausa. Adelaida se sienta nuevamente y vuelve a mirar infructuosamente su celular. Aurelio queda en el rincón sombrío.) A la madrugada siguiente, después de tremendo desguace, no pude pegar un ojo en toda la noche… (Da un grito hacia ella.) Y vos a eso, lo sabés muy bien… (Vuelve a hundirse entre sus pensamientos. Luego más sereno.) Al otro día... me subí a la camioneta... la llené de fierros... y salí a recorrer el campo… Como pude, como Dios me ayudó... (Yendo hacia ella.) ¿Te das cuenta? No somos nada, Adelaida, nada… Un puntito en la tierra, eso somos, eso… (Termina en un grito otra vez.) Nosotros… nosotros, ¿sabés qué? (Adelaida se para y vuelve a espiar nuevamente por la ranura con la linternita.) Nosotros tendríamos que hacer como el país vecino, que cambió todo su esquema económico cuando un tercio de los disputado del congreso de la nación vino del rubro rural, de las mismísimas entrañas del agro y de la tierra, carajo…

Adelaida: (Gritando hacia afuera.) Claudia… (Chista.) Claudia…

Aurelio: (Le chista fuerte, luego gritoneando va hasta ella.) ¿Pero qué haces, mujer? ¿Qué carajo haces?

Adelaida: Y la llamo para saber si sacó el vestido de casa.

Aurelio: Pero no, dejala, dejala… Eso es peor… (Se le ocurre de pronto.) Amparados en las sombras de la noche, los ladrones pueden estar ocultos en cualquier escondrijo.

Adelaida: (Se le queda mirando, luego irónica.) Sí seguro, seguro que van a estar ocultos en cualquier escondrijo y seguro que también va a venir un camión con toda la policía de Suat, Margarito Terere y Brigada A. Por favor, Aurelio, a esta altura del partido en ladrones yo ya no creo.

Aurelio: (Adelaida vuelve a espiar con la linternita otra vez. Aurelio va tras ella.) Eso lo decís porque no sabes lo que se afanaron del campo de Graziani la última vez que le entraron, escuchame, se ajustaron 8 vacas, 8 vacas holando y tres toros machos Bradford reproductores. ¿Sabés lo que piden por esos ejemplares acá en el mercado de vientre…? (Da un grito.) ¿Sabés lo que carajo piden?

Adelaida: (Explotando.) Pero qué carajo me importa a mí el mercado de vientres el día que se casa mí hija, ¿me podés decir? ¿Me podés explicar?

Aurelio: (Se le queda mirando rabioso un tiempo, luego.) Te va a importar… Y te va a importar el día que nos revienten hasta el último centavo que tenemos, ahí te va a importar…

Adelaida: Sí, seguro, hace tres años venís diciendo lo mismo y jamás, nunca, nunca pasó nada, absolutamente nada…

Aurelio: (Adelaida vuelve a marcar infructuosamente el celular.) Porque tenemos demasiada suerte, por eso no pasa nada… (Aurelio toma un tacho vacío de agroquímico y se pone de espaldas al público. Allí se baja la bragueta y mea adentro del tacho. Adelaida se le queda mirando hasta que reacciona.) Y porque también tenemos la patrulla rural monitoreando toda la zona… ¿O por qué crees que tenemos tantos canas al cuete dando vueltas como idiotas, eh? ¿Por qué carajo crees que estamos todos encerrados (grita y agita el bidón bruscamente) como borregos miserables? (Al ver que se manchó el pantalón.) La puta que lo parió…

Adelaida: ¿Qué haces?

Aurelio: (Mira a Adelaidadesconcertado.) Eh... ¿Qué hago con qué?

Adelaida: Con el bidón…

Aurelio: (Se le queda mirando, luego.) Voy a mear… Qué otra cosa puedo hacer…

Adelaida: Ah, no… eso sí que no, no señor… Si yo no pude mear (le arrebata el bidón de un manotazo) vos tampoco vas a mear.

Aurelio: (Se da vuelta con el calzoncillo meado.) Pero qué haces mujer, qué carajo haces.

Adelaida: (Rápido, da un grito.) Lo que es justo, eso hago. (Al ver que Aurelio se le queda mirando, da un grito nuevamente.) ¿Qué? (Aurelio agacha la cabeza como perro retado y queda resignado en el rincón. Adelaida saca el larga vista de su cartera y vuelve a espiar nerviosamente por la ranura. Aurelio aprovecha que está de espaldas a ella y va sigilosamente a tomar el tacho de la fila de agroquímicos para mear; al percibir que Adelaida se le queda mirando fijamente con el larga vista, deja lentamente el tacho en su lugar y se sienta mansamente en el banquito tambero. Allí se coloca el auricular para escuchar radio, mientras bebe desenfrenadamente de la petaca. Al ver que Aurelio ya se sentó, Adelaida retoma su búsqueda con el larga vista por la ranura. Espiando nerviosa.) Me imagino que Ordaz le habrá dejado sacar el vestido de casa por lo menos, ¿no?

Aurelio: Pero claro, mujer.

Adelaida: ¿Vos decís?

Aurelio: Pero por supuesto, que no te quepa la menor duda, ellos vienen por eso.

Adelaida: (Que sigue espiando.) ¿Pero vos estás seguro?

Aurelio: Pero por supuesto, lo acaban de decir en cadena tres, ahora vienen por todo.

Adelaida: (Se da vuelta y lo mira con el larga vista, luego le saca el auricular de la oreja y le grita fuertemente.) Me refiero al vestido de tu hija, Aurelio.

Aurelio: (Se saca los auriculares, se para y se va hasta la puerta.) Ah, eso no sé… Pero lo que sí sé es que acá no nos podemos dormir ni un solo segundo, tenemos que estar muy, pero muy atentos a todo lo que pase ahí afuera. (Toma la escopeta nuevamente.) En una noche de ronda, hay que andar con los ojos bien abiertos y, sobre todo, (cachetea el fierro) con el trabuco sin seguro en la mano. (Adelaida vuelve a espiar con el larga vista.) Y si no aparecen, hay que ir a buscarlos, como sea, pero hay que ir a buscarlos, hasta no dar con ellos no parar de buscar… (Apunta en redondo.) En estos establecimientos en los que predomina el monte es muy fácil llevarse hasta un lote entero si se conoce el movimiento del personal. (Deja de apuntar y mira de reojo a Adelaida.) O si se cuenta con la complicidad de ellos, que es mucho peor... (Vuelve a apuntar hacia el frente, luego nuevamente hacia Adelaida.) Ah, no... Pero ya le dije al Gringo Palestri (hace la cruz con los dedos y la escopeta) con la cruz y con las armas no se jode en los pagos de Palma, eso es así…

Adelaida: (Que sigue espiando preocupada.) Yo no veo que hayan entrado a la casa, eh… (Aurelio saca un calzón viejo de la conservadora.) Pero tampoco veo que hayan salido…

Aurelio: (Contempla la escopeta en el aire, mientras la limpia con el calzón.) Este juguetito, así como lo ves, oficialmente comenzó a usarse en la década del 80 en Oriente Medio. (Limpia el caño de la escopeta lentamente hasta llegar a la punta.) Extendiéndose rápidamente su uso a toda Europa y América Central, exclusivamente sólo, sólo para tumbar guerrilleros, para eso se usó…

Adelaida: (Se agacha con el larga vista para tratar de ver mejor.) ¿Pero dónde se metieron? (Aurelio, confundido, se seca el rostro con el calzón, pensando que es el pañuelo. Luego saca de la conservadora un espejo de mano y varios broches de colores. Adelaida espía con el larga vista a la redonda.) Yo no los veo por ningún lado… Y el auto sigue ahí afuera… ¿O será que se habrán ido a lo de los Roso?

Aurelio: (De espaldas al público, se coloca los broches colorinches en la barba.) Es mucha responsabilidad manejar tanta gente con armas en un conflicto tan duro, pero no nos queda de otra, o son ellos o somos nosotros… Y la sociedad rural está muy preocupada, y guarda, eh… guarda... que no descartan en traer un arsenal de armas para constituir la nueva patrulla…

Adelaida: (Que se le quedo mirando.) ¿Qué haces?

Aurelio: (Se da vuelta con los broches en la barba.) Eh… ¿Qué hago con qué?

Adelaida: Con los broches.

Aurelio: (Se le queda mirando, luego.) ¿Qué broches?

Adelaida: Los que tenés puestos en la barba…

Aurelio: (Mientras se sigue colocando más broches en la barba.) Ah, los broches… Estrategias para no quedarme dormido. (Adelaida se le queda mirando un tiempo, luego va rápidamente hasta la mesita de camping a recoger sus cosas. Aurelio va por detrás.) No, no, no... Ya lo usaban en la segunda guerra mundial… Lo usaban los nazis contra los rusos y lo usaban con muy pero muy buenos resultados.

Adelaida: (Se le queda mirando nuevamente, luego toma su cartera para irse.) Ah, no… esto para mí es mucho… Esto para mí ya es demasiado, disculpame pero yo así no sigo…

Aurelio: Pero pará mujer, pará un poco… (Por los broches.) Si tanto te molestan… (Ríe estúpidamente.) Me los saco y a la mierda… (Se saca un broche rápidamente y se lo muestra.) Mirá, mirá, mirá, ya me lo saqué…

Adelaida: No, no es que me molesten. ¿Sabés qué pasa, Aurelio? ¿Sabés qué pasa? Que vos no te compones más… (Deletreándoselo a gritos.) No te compones más…

Aurelio: (Tomándola de un brazo.) Pero pará, pará un poco mujer… ¿A dónde vas?

Adelaida: (Se da vuelta rápidamente y lo enfrenta a gritos otra vez.) En menos de una hora se casa Claudia y vos ahí, hecho un espantapájaros, un ridículo total con esos broches en la barba... (Ahora en un tono más calmo.) Mirate, mirate lo que pareces… (Se le queda mirando, luego.) Das pena, Aurelio, das pena… sinceramente das pena… (Se encamina hacia la salida.)

Aurelio: (Tomándola de un brazo nuevamente.) Pero pará, escuchame una cosa mujer, escuchame una…

Adelaida: (Lo corta de un grito, sacándole el brazo buscamente.) Escuchame nada... Mirate lo que sos, Aurelio… Mirate lo que sos... un hombre grande, un hombre adulto, un hombre de familia y con esas actitudes ridículas e infantiles que tenés…

Aurelio: (Desesperado la toma de los brazos.) Pero escuchame, escuchame una cosa, estos tipos saben que se liquidan los dólares, los dólares de la última cosecha, y van a intentar hacer cualquier cosa para que no salgamos de acá… Escuchame, van a querer poner una camioneta en la tranca, se la van a querer agarrar con Ordaz, se la van a querer agarrar conmigo, conmigo, te van a querer atracar a vos… (Una bola de nervios.) Nos van a querer reventar la cabeza a todos…

Adelaida: (Da un grito, explotando.) Pero qué mierda me importan a mí los dólares de la última cosecha... (Toma su cartera dorada y arroja las tarjetas de créditos por el aire.) Me cago en los dólares de la última cosecha, me cago... me… cago…

Aurelio: (Se le queda mirando un tiempo, luego gira alrededor de ella.) ¿Ves?... Escuchate… Escuchate nomás… Ya estás hablando otra vez como esos... sssssoretes, eh... como esos amigos tuyos... como esos vagorrrros, vagorrrros… (Da un grito.) Como esos troskos-soretes de mierda que parece que tanto admiras… (Explotando.) ¿Pero qué sos ahora, la presidenta del club de fans? ¿Eso sos? ¿Querés que te ponga un atril también para hablar, para…?

Adelaida: (Interrumpiéndolo de un grito.) Hablo como carajo se me cantan las pelotas... (Se miran un tiempo los dos, luego.) Y te advierto una sola cosa: si no venís al casamiento conmigo, te juro que me separo esta misma noche Aurelio, te juro que me separo…

Aurelio: (Adelaida se va hasta la mesita de camping y busca su perfume y otros accesorios. Aurelio se le queda mirando y luego va desesperadamente por detrás.) Pero escuchame, escuchame una cosa... (Piensa, luego se le ocurre.) Blanca palomita... (Adelaida se da vuelta y le clava los ojos furiosamente.) Se me fue un poquito la mano, nada más, eso es todo… (Que no sabe qué decir.) Pero ahora más que nunca no podemos bajarnos del caballo, escuchame, estamos perdiendo rentabilidad con los roles de siembra, nos están... nos están hachando los silos por todos lados… Y encima, ahora, nos mandan estas mafias armadas… ¿Vos te das cuenta, te das cuenta de cómo estos hijos de puta nos están enhebrando?

Adelaida: (Se le queda mirando un tiempo, luego.) Pero de qué mafias me estás hablando… de qué mafias me estás hablando… (Grita y busca por los rincones burlonamente.) Dónde, dónde están esas mafias que no las veo por ningún lado, dónde están, dónde carajo están…

Aurelio: (Da un fuerte grito, estrella los broches contra el piso.) Escondidas por todos lados están… Están más cerca de lo que vos crees... Están apenas a un par, a un par de kilómetros de acá… (Yendo a espiar nerviosamente.) Y eso sin contar los cacos, los cacos que andan merodeando por toda la zona… (Se logra calmar un segundo, luego va hacia ella.) Escuchame, escuchame una cosa mujer, si estos tipos fueron capaces de llegar hasta Villa María, pueden llegar tranquilamente, en un abrir y cerrar de ojos, hasta los Cóndores… y hacernos quién sabe qué, una entradera o una cama o... (mira el vacío como si pudiera ver esa imagen en la oscuridad) o cagarnos a tiros a todos juntos, tirados contra algún paredón… (Casi en un llanto y en los efectos etílicos del alcohol.) ¿Vos te das cuenta de lo que está pasando, eh? ¿Vos te das cuenta? (Dramático y lloroso.) Estos hijos de remil putas... Nos invaden toda la región… (Se golpea el pecho.) Y la gente decente como uno... como uno... (da un grito) no tiene paz… (Llorando.) No es así la cosa… No puede ser así… Escuchame, yo soy un contribuyente, pago los impuestos de lunes a lunes, los pago todos los días, los pago como cualquier… como cualquier persona normal, no puede ser así... No podemos seguir así... ¿Me entendés? (Al ver que Adelaida se le queda mirando sin reaccionar. Da un grito rabioso.) ¿Vos me entendés? (Se paraliza de golpe y chista fuertemente.) ¿Escuchás? ¿Oís? (Chista nuevamente y se va a espiar desesperadamente por la ranura otra vez.) Son ellos... Son ellos... Estoy seguro que son ellos… Son ellos...

Adelaida: (Lo mira consternada.) Estás enfermo, Aurelio…

Aurelio: (Aurelio se le queda mirando, luego completamente ido.) Eh...

Adelaida: Estás más enfermo de lo que yo pensaba…

Aurelio: (Se le queda mirando un tiempo. Luego yendo hacia ella.) No... no estoy enfermo… estoy muy sano... muy sano... Y más sano de lo que vos crees... Pero como siempre, me tratas como si fuera un enfermo... como si fuera un mismísimo minusválido mental… (Adelaida se va a recoger sus últimas pertenencias sobre la mesita de camping. Aurelio la va siguiendo sigiloso por detrás.) Pero esperá nomás... Esperá que vengan en tropa y se quieran llevar todos nuestros ahorros, nuestros míseros ahorros... Ahí te quiero ver la caripela, ahí te la quiero ver, eh... (Totalmente embravecido.) A ver cómo te pintas, a ver cómo carajo te pintas... ¿Y después qué? ¿Eh? Decime después qué… (Adelaida se encamina lentamente hacia la salida, mientras Aurelio, a gritos, la vuelve a seguir por detrás.) ¿Quién carajo nos va a salir a bancar a nosotros? ¿Quién carajo me va a cuidar los garbanzos a mí? Decime quién carajo me los cuida, che… (Termina en un estruendoso grito. Luego al ver que Adelaida se pierde en la oscuridad.) ¿A dónde vas?

Adelaida: (Se da vuelta lentamente, luego de un tiempo.) Con mi hija me voy…

Aurelio: (Se le queda mirando un tiempo, luego.) Ah... Te vas con esa… o sea que… ¿Te vas… te vas... y me vas a dejar solo?

Adelaida: (Asiente pausadamente con la cabeza. Luego.) Sí.

Aurelio: (Asiente con la cabeza pensativo, luego se da vuelta y se va hasta el rincón sombrío.) Ta bien, ta bien... (Pausa, luego da un grito.) Andate nomás… (Adelaida se va hasta la puerta. Aurelio da un grito, levanta su brazo en un entonado saludo nazi. Ella se detiene de golpe y queda de espaldas a él.) Pará… (Baja el brazo lentamente. Luego de un tiempo.) Te estás olvidando de un detalle... un detalle... flor… de detalle… (La mira y luego ríe nerviosamente.) Tu cara... Si tuviera un espejito, un espejito para mostrártela... (La vuelve a mirar autosuficiente, luego.) ¿No te diste cuenta, no...? Ta bien, ta bien... Yo te lo voy a decir, yo te lo voy a decir, es muy simple, muy simple... (Pausa breve, la última carta.) La puerta… (Al ver que ella se le queda mirando.) No caímos... No importa, no importa, voy de vuelta, voy de vuelta... La puerta… (La mira un tiempo, luego.) Está cerrada con llave… con llave... (Ríe autocomplaciente.) No la tenías a esa, eh... (Ahora abre sus brazos victoriosamente.) Aurelito viejo y peludo nomás... Y bueno, qué se va a hacer... A veces en la vida se gana... otras veces... en la vida se pierde...

Adelaida (Mira a Aurelio un tiempo fijamente, luego va lentamente hasta él, se le acerca. Tira de la cadenita que le cuelga del cuello con la imagen de María Auxiliadora, abre el escapulario y saca una diminuta llave que cuelga de un hilo. Pasa la llave delante de los ojos de Aurelio y se encamina nuevamente hasta la puerta del silo. Aurelio toma la escopeta silenciosamente y apunta hacia la espalda de Adelaida. Ella se detiene en la puerta sin mirarlo y mientras contempla la llave como trofeo, queda unos segundos de espalda a él.) Ves que hasta en esto mentís mal. (Aurelio baja la escopeta lentamente.) Hasta en esto mentís mal (Adelaida sale.)

Aurelio: (Intenta detenerla en la puerta, pero ella ya se ha ido. Luego da un fuerte grito.) Adelaida, Adelaida… (Ahora en un grito más fuerte.) Adelaida... (Aurelio le apunta rápidamente otra vez y queda estático unos segundos en el rincón, luego baja el arma tembloroso y vuelve tomar coraje para apuntar hacia la puerta. Nuevamente queda unos segundos petrificado en la oscuridad y cuando va a apretar el gatillo para disparar, salta finalmente el seguro del arma. Allí queda flotando un tiempo en el aire y luego da un fuerte grito.) PUM. (De allí se encamina pesadamente hasta la mesita de camping, toma la petaca y bebe un trago profuso. Luego de un tiempo, se oye de fondo la estridente sirena de la policía. Aurelio vuelve a sacar el seguro de la escopeta y corre a espiar por la ranura otra vez, allí marca nerviosamente el celular.) Ordaz, Ordaz… Sí, ya sé, no me diga nada… ¿Usted llamó a la policía…? (Escucha, luego.) ¿Quién? ¿Mi hija...? (Se toma la cabeza preocupado, luego nervioso.) No, no… No le diga nada… dígale… dígale que se vaya... que nosotros estamos bien, dígale eso… (Escucha, luego nervioso otra vez.) Y a ella también dígale, por eso… (Da un grito.) Pero por eso, dígale que se vaya… (Se acuerda de pronto.) Ah, y hágame un favor… ya que estamos… páseme la pizza por arriba del techo… o por abajo de la puerta… es lo mismo… (Nervioso.) Y qué sé yo hombre, dóblela en dos, en tres, en cuatro y tírela por arriba… ¿Eh?... ¿Cómo? (Escucha, luego.) Pero… pero que usted no se puede bajar ahora con todo lo que… (A los gritos.) Ordaz, Ordaz, Ordaz… (Queda pensativo un tiempo con el teléfono en mano, luego vuelve pesadamente a espiar por la ranura y bebe ansioso un trago de la petaca mientras espía. Beodo, toma la escopeta al revés sin darse cuenta. Se saca los broches de la barba y los estrella fuertemente contra el piso. Finalmente se sienta desahuciado en el banquito tambero y queda pensativo otro tiempo más. Allí vuelve a beber nerviosamente otro trago de la petaca. Mira el teléfono un largo rato, hasta que finalmente lo arroja violentamente a la oscuridad. Luego, como si escuchara algún ruido en los alrededores, empieza a darse vuelta temerosamente hacia todos lados.) Adelaida... Adelaida... (Vuelve a beber compulsivamente de la petaca, hasta que nuevamente empieza a escuchar ruidos en el entorno. Toma firmemente la escopeta y va hasta la conservadora. De su interior saca una linterna minera y se la coloca sobre su frente. Luego se coloca una mochila fumigadora sobre la espalda, de tal modo que en una mano tendrá la escopeta y en la otra la manguera fumigadora. Se para trabajosamente y va tambaleando beodo hasta el centro del silo, donde todo se ha teñido de oscuridad. Sólo se podrá divisar la bandera de fondo tenuemente iluminada y la linterna minera, que apenas titila sobre su frente. En medio de esa nebulosa, saca nuevamente la petaca y hace otro fondo blanco hasta terminarla. Luego empieza a dar vueltas y apunta hacia cualquier lado. Su figura grotesca y ridícula es la pintura viva de la desidia y la desolación.) No importa, eh… (Apunta hacia el frente.) No estamos solos… (Se da vuelta y apunta hacia otro rincón.) Que vengan cuando quieran… No voy a parar de disparar hasta terminar la última bala, eh… (Se tambalea nuevamente y luego, con toda la bronca en su voz.) Que vengan, que vengan, que les presentaremos batalla, qué mierda… (Apunta paranoico hacia todos lados, luego empieza a cantar nerviosamente el Himno Argentino. Al final sólo será un llanto desesperado en su garganta rota.) Oíd mortales el grito sagrado… Libertad, libertad, libertad… (Ahora, poco a poco, se empieza a oscurecer el interior del silo.) Oíd el ruido de rotas cadenas…Ved el trono a la noble igualdad… Ya a su trono dignísimo abrieron… Las provincias unidas del sud… Y los libres del mundo respon… (En plena oscuridad se oye un estruendoso disparo de fondo, luego el silencio estremecedor.)


Telón final.


Jumb26

La patrona

Paulina García González


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El poema de Miguel

Rolando Revagliatti


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No quiero

Tania Anaíd Ramos Puerto Rico


Jumb29

Verano en casa

Rubén Hernández


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Nueve lunas

José Ángel Lizardo


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Pintura

Anadelia Guzmán Ramírez


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Por las calles de Guachinango

Armando Parvool


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Pintura

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Fotografía

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Pintura

Araceli Salazar González