En casa abandonamos las armas de hueso, pulidas cuando la noche está en nosotros. No somos piezas de caza. Deshacemos trampas. Guardamos a los hijos, a la mujer que sabe nuestras cuitas.
La gente barre la calle. Comienza el ajetreo en la parada de autobuses, para exorcizar tragedias silba una canción el aprendiz de todos los oficios.
Decimos amor y la mañana abre límpidos ojos, disipa monstruos que nos sueñan. Una muchacha obsequia fragancias a quien por un instante atenaza la vida, pero la muerte asola el universo de la habitación que nos abriga.
Recorre la ciudad contaminada un pertinaz río que late entre cenizas. Somos puro laberinto que recibimos del sol cordial saludo.
Al ocaso, los rostros del día
incuban de nuevo el tiempo.
Despiertas sin el rostro que debes encontrar durante el día.
El pan aroma el centro de la mesa,
luz amanecida asoma a la ventana.
El cuerpo regresa del mar inmenso de la noche,
te envuelven los minutos en su hoguera.
¡Las aves cruzan el umbral de la mañana! La gente ofrece el corazón: morada ardiente. Los más, apuestan al licor del día.
Bienvenido tu asombro a este enigma compartido en el precario instante.
Voz colectiva murmura al oído de padres
abatidos en estación oscura
de ciudad marchita.
Encontré una atractiva mujer: oráculo viviente que interpreta el rumbo de mis actos y palabras.
Admito con resignación mi desconcierto en la maraña de ciudad constelada, y en recuerdos inciertos que se confunden con la dicha.
Ni siquiera para el rostro lacerado del espejo formulo respuesta convincente. Siempre fuera del ritmo que la razón exige. Ni sé cómo la piel aprenderá de nuevo ante la ciudad en el vértigo del exterminio.
Admiro a esta mujer de sólidas certezas. De repente, la tarde vela su mirada. Su nombre es zarandeado por el viento. La opresión del tiempo la deja abandonada
—ángel de cementerio—
en el centro de la lluvia.
Sube al autobús un hombre abandonado por todos, por él mismo. Cuerpo con la mugre de caminos, y arrullos de intemperie.
Con mochila y cobija enrollada nos mira desafiante. Aprendió a tomar el exilio por los hombros. Respondemos con hostil indiferencia.
Su cabello en liendres pone en cuestión nuestro baño diario, el after shave, la ropa nueva que confiamos nos protejan de cualquier miseria.
Nos recuerda el no retorno tan semejante a la muerte, olvidada, al paso de nuestras, podrían ser,
últimas horas
Todavía no terminas la primera cerveza, contemplas la clave del misterio en cada rostro que agobia el aire de cantina. La música remeda el drama de corazones amorosos —se tararean canciones para nadie.
Estás como un diciembre en antro que sólo conoce de tristezas. Otros saben el invento de tu vida.
Sales de la Fuente. Caminas sin saludar al suntuoso Teatro Degollado. Hidalgo destroza las cadenas. En tu ciudad natal la noche destempla huesos, calcifica el pensamiento. Tu corazón se abrasa en vocación de tósigo.
Te regresa la vigilia en plena arena
—sin amparo de dioses cardinales
Te engatusan monólogos de amor, plegarias irresueltas a un Dios inexistente: burbuja de omnisapiencia inescrutable.
Se pudre el ahora para el ayer desde mañana. Sin esqueleto respetable deambulas por senderos filosos.
En el tiempo vital de las claudicaciones, una gota de piedad reclamarías para este presente que vives como una frase interminable.
José Ángel Lizardo
Anadelia Guzmán Ramírez
Armando Parvool
Claudia Gómez