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Narraciones

Betzabé Martínez


Mis pasiones

Me despierto temprano, giro hacia el otro lado de la cama y me encuentro con mi amante, posada suavemente en las sábanas de nuestra cama, la tomo con pasión y recorro cada parte de su cuerpo, acaricio sus líneas de tipografía Times, todo en ella es fino y perfecto. Salgo de la cama, me sirvo un té, saludo a mis hijos como se saluda a un amigo querido, nos sentamos a disfrutar de la bebida caliente mientras me dicen lo felices que los hago o lo miserables que se sienten. He de confesar que cuando alguno no me dice nada simplemente lo echo a la basura. Vuelvo a la habitación y me cambio, utilizo la ropa de gala, iré a encontrarme con mi esposa. Salgo de casa, mi amante sabe que no puede venir, a mis hijos me los llevo para hacerlos personas de provecho. Llego. La veo sobre mi escritorio incitándome a hacer con mis manos magia. Aquí estamos, mirándonos como la primera vez que nos conocimos, igual que aquella noche en la que me tomó en sus poéticos brazos y me envolvió en su olor a tinta barata o cuando decidí entregarle mi vida entera a cambio de poder hacerla soneto, noticia o microficción.


Trastorno bipolar

Estás seis tormentosos meses en tu fase más oscura, me susurras cada uno de mis defectos, suprimes mis ánimos y te dedicas a enterrarme en el jardín de los tristes recuerdos. Luego, llegada la primavera es cuando tus seis eufóricos meses entran en vigor; derrocho dinero, empiezo proyectos y me pintas un cuadro en donde todas las historias de éxito son mías. Durante tu etapa primiotoñal es cuando me desconozco, a las cuatro de la mañana me acarician los dolores del alma y a la una de la tarde me toman de la mano las valientes manías.


Impotencia

El costal cada vez es más pesado, está llenándose de cosas muy difíciles… todos tenemos un saco de esos, cada uno lo carga con lo que considera duro de llevar en las manos, desde pequeños nos enseñan a que no debemos compartirlo con nadie más y que para mayor seguridad lo tengamos sobre nuestros hombros todo el tiempo.


Jacaranda

Frente a mi casa vive una mujer de humor primaveral, no es nada perfecta, es real y eso me hace pensar que es extraordinaria. Por las mañanas, cuando voy a la escuela, la veo sentada en el jardín tomando café. Con cara de cansancio me dedica una sonrisa sincera. Me voy pensando en qué hará durante el día. Al volver a casa la encuentro de un mejor ánimo, vestida con traje, usa tirantes para sujetar su pantalón, su cabello color lavanda lo lleva algo alborotado, levanta la mano para saludarme y se queda ahí afuera, tomando el sol, fumando un cigarrillo. Lleva cuatro meses viviendo en la colonia, la miro siempre de lejos, no sé en qué trabaja o qué hace, a veces me pongo a imaginarla sentada frente a una computadora haciendo aburridas cuentas, otras tantas la imagino frente a un grupo de adolescentes dando clases de historia, aunque su ropa parece de directora de cine, no lo sé, igual y no hace nada y tiene un esposo ruso millonario que la mantiene mientras ella se da sus lujos. Me he dado cuenta que tampoco sé su nombre, he decidido decirle “Gys”, me hace recordar a alguien especial.

Hoy he tenido un buen día, la veo afuera en su jardín y decido ir ahí a platicar, me acomodo un poco el cabello, rocío un poco de loción en mi cuello y salgo de mi departamento. Cruzo la calle, llego a con ella, me saluda calurosamente y dice:

—Hola, ¿qué te trae por acá?

En ese momento perdí todo el valor que había tomado, pero decidí quedarme, algo me decía que debía hacerlo.

—Hola, te he visto afuera, pensé que podríamos platicar, digo, llevas poco aquí, no hablas con nadie y bueno, espero no te incomode.

—No, no, adelante, por favor —abrió el cancel e hizo una seña para que pasara, le sonreí y entré—, a todo esto, ¿comes pan?

Solté una carcajada, me resultó graciosa su pregunta.

—Sí, como pan, ¿tú comes?

—Sí, hoy pasé a comprar, podemos comerlo, si quieres.

Contesté que sí, estuvimos un rato platicando, tomamos frappé y comimos cuernitos con chocolate, duré dos horas en su casa, vi la hora, ya debía irme; me despedí, agradecí por todo y volví a casa.

Su nombre es Jacaranda, trabaja en un cine, usa disfraces graciosos durante su jornada; por las noches escribe, es adicta al café, fuma cigarros de menta para el estrés o los malos momentos, de vez en cuando bebe, ama leer cuentos de terror y disfruta mucho la música pop. En esa tarde sentí que pude conocerla por completo.

Pasaron otros meses más antes de que se mudara, iba seguido a su casa, a veces sólo platicábamos en la calle, en otras ocasiones me invitaba a pasar, bebíamos té o malteadas de chocolate; la recuerdo riendo de algún chiste malo, recitándome poemas de Sylvia Plath, leyéndome textos de su autoría.

Jacaranda era la mujer más extraordinaria, me doy cuenta del vacío que ha dejado en mí al irse, se fue sin siquiera decir adiós, dejó un poemario en mi buzón con una nota en la que se puede leer lo siguiente:

“Esta mañana me han llamado por asuntos importantes, debo irme hoy, lamento hacerlo así, sin avisar, gracias por las tardes de charla, no creo volvernos a encontrar, pero de ser así, estaré agradecida con el destino.
Con cariño:
Jacaranda”.

La verdad no comprendo por qué me siento tan mal. Al final, ella está viviendo su vida. Es sólo que ya tenía un regalo para su cumpleaños, sabía cuáles eran sus chocolates favoritos, quería compartir con todo el mundo sus talentos.

Haces falta aquí, Jacaranda.


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