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Una cuestión del reloj

Agustín de la Cruz


Personaje:

Íker, un joven soltero.

En el parque, Íker, sentado y nervioso, espera.


Íker: No puede ser, se supone que nos íbamos a ver a las 7:00 y resulta que ya ha pasado media hora, quizá no venga. En definitiva, no quiero llegar a casa, no aún… ¿Es que cómo les explico? Es la cuarta vez que me dejan plantado. Quiero perder el tiempo en lo que sea, pero quiero perderlo. Tal vez sólo si… me quedo aquí… En realidad esa chica vale la pena: Cecilia Padilla, 1.60, figura para perderse en esas curvas, buen porte que hace que luzca esos ropajes oscuros, que se acentúan con su piel blanca como los copos de nieve, las facciones de su cara medio finas pero compensadas por un sutil maquillaje, su sonrisa de labios escarlata como dos pétalos de una rosa, sus ojos café oscuro, tanto, que quiero tomármelos en una taza, su cabello arreglado de algunas partes y uno que otro hilo suelto, oscuro como la noche, su cuello delgado y adornado por un colgante que lo hace ver más delgado… ¡En definitiva la mujer de mis sueños! Quería invitarla desde hace meses. La conocí en una reunión entre amigos allá por navidad. Platicamos y vimos que teníamos mucho en común. Antes de despedirnos le pedí su Facebook y por ahí nos estuvimos comunicando varios meses: nos deseamos feliz navidad, año nuevo y cumpleaños. Todo iba bien, quizá bastante bien, así que me dije a mí mismo: “Llevas mucho tiempo de conocerla y si no la invitas no te hará caso después”. Acordamos una salida. La primera vez me dijo que tuvo un percance; la segunda, que tuvo problemas familiares; la tercera, que tenía examen. Y ahora, cuando al fin acepta tomar un café, no llega. Tal vez no entiendo bien cómo funciona esto del amor… para qué digo esa palabra, no creo que el amor encaje bien en esta situación ahora. ¡Carajo! Nunca he sido bueno en esto, y si lo fuera no estaría aquí… o quizá sí, pero no esperando. Ni desde la secundaria me iba bien. En tres años sólo me gustaron dos chicas y cuando intenté acercarme me mandaron por un tubo. Bueno, sí, quizá la etapa de la adolescencia era pura calentura, pero en la prepa me fue peor. Recuerdo que cuando me acercaba a las chicas me respondían: “Piérdete”. Yo sólo les hacía caso. Bueno, con una me fue bien, incluso llegamos a ser algo, fuimos una de esas típicas parejas que al primer día se jura amor eterno y a la semana se dejan; más tarde descubres que sólo te quería por lástima; peor aún, que le daban asco tus besos. Pero es que era mi primera vez. ¡Por dios!, ¿quién enseña a besar? Ya no quiero pensar en eso. Bueno, supongo que eso de besar… quizá lo hubiera practicado con la pared o algo así; no, no, no, concéntrate… A Ceci me la solía encontrar en muchas partes. Primero resultó que íbamos en la misma escuela, así que entre clases, al salir del salón, a veces me la encontraba, y tan sólo la saludaba, a veces me devolvía el saludo, otras sólo me ignoraba. “Uno se acostumbra”, siempre me digo eso, pero la verdad es que no: uno siente feo cuando es ignorado, pero aun así sigo tratando de llamarle la atención a las chicas para recibir siempre las mismas respuestas cortantes: “Está bien”, “okey”, “ajá”: son sus favoritas, siempre son esas tres. De niño ni me preocupaba por esto, es decir, las chicas se me hacían lindas pero si no hablaban me daba igual, antes, cuando lo más importante para pasar el día era salir a jugar y en la noche ir a ver Dragon Ball en la tele; antes, ver la batalla en Namekusein me importaba más que responder un mensaje… Pero si de por sí no te contestan los mensajes, cuando lo hacen uno se desespera y quiere contestar lo más pronto posible, para esperar unas cinco horas por el siguiente y terminar en un ciclo sin fin. Hay ocasiones en que te contestan rápido, entonces uno se entusiasma, pero sólo es producto de tu mente, en realidad es difícil que le intereses a una persona del género opuesto, sobre todo con tanta tecnología que nos hace estar más distanciados en el mundo conectado. Pensé que al menos ella me hacía caso, ella me respondía al menos… Sigo atado, siempre buscando chica. Si no es Ceci será otra, y no es tan fácil, si lo fuera buscaría a cualquiera y le preguntaría: “¿Quieres salir?” Pero no lo es, para llegar a enamorar a alguien es cuestión de tiempo, pero no mucho, porque luego puede perder el interés, es ese insano estar y no estar a tiempo. Si voy ahora a preguntar a una desconocida si quiere salir, me paro frente de ella, tratando de ser lo más sincero, tragándome los nervios, les digo… ¡No funcionará! Te tacharán de loco y quizá hasta se rían… ¡Por supuesto! Quién en su sano juicio invitaría a un desconocido; hasta ilógico sería que me aceptaran. ¡ESTOY HARTO! Qué más da que me quede soltero toda la vida; ser soltero me está pareciendo mejor, menos peleas, menos charlas incómodas, sin intentos de enamorar a nadie, hasta sin cuidar la apariencia y sólo amándote a ti mismo, qué más da quedarse solo, hasta uno lo puede pasar mejor, si dejamos de lado aquellos compromisos y no nos tomamos nada en serio. Quizá así tendría menos complicaciones, porque el amor no es más que una fantasía idealizada, una mentirilla para dejar de pensar en la soledad; en realidad el amor no existe, y si llegó a existir se ha extinguido. No quiero sonar fatalista, pero objetivamente les puedo decir que no quiero creer en el amor, no quiero quedarme desvelado pensando en qué hacer, o preocuparme por los problemas de alguien, no quiero caricias si ya sé que todas son falsas. Me estoy cansando de todo esto… en realidad esto desgasta más de lo que parece, ni me deja pensar con la verdadera quietud que tenía antes de contagiarme, porque no es más que eso, una maldita enfermedad que sólo sigue y sigue, se propaga por la piel y es como si fuese una droga que te hace ver bonito por un rato pero al final te lleva a nada, sólo te eleva y te deja caer, desplomarte de manera horrible por el suelo, te deja sin respiración y, al paso de los días, no sabes ni siquiera dónde estás o qué hacer, ya que dispones del amor como el principal motor de la existencia. Ni siquiera sé qué día es hoy; no puede ser, 29 de octubre, ¡Esperen!: se atrasó una hora el reloj… ¡Ay, soy un idiota! Espero que llegues, porque no quiero repetir esto. (Dirigiéndose al público.) Disculpen, si ven a Cecilia y les pregunta por mí díganle que la quiero y que acabo de llegar. En un momento vuelvo, voy por unos chicles.


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