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La feria de Juan José Arreola y la microhistoria

Laura Catalina Arreola Ochoa

Creo fielmente que el arte es conocimiento, y lo único que espero
es tener el valor suficiente para transmitir a los demás los datos que
un habitante de Zapotlán puede aportar al hombre de todas partes.
Juan José Arreola

Con el centenario del natalicio del escritor de Zapotlán el Grande, se hablará y se discutirá, en distintos foros tanto nacionales como internacionales, sobre su obra, su trayectoria en el mundo de las letras, de la edición, como formador de talleres literarios a los que acudieron jóvenes deseosos de hacerse algún día grandes escritores. Del Arreola que, recién finalizada la Segunda Guerra Mundial, viajó a París, invitado por uno de los grandes actores francés, Louis Jouve, por lo que llegó a actuar en la Comedia Francesa. Desde su juventud en Zapotlán se enamora de la literatura francesa, convirtiéndose en un conocedor de los grandes escritores franceses, por eso le decían que era un afrancesado.

Son muchas las facetas de Juan José Arreola, y no entraré en berenjenales de los que luego no pueda salir. No podemos olvidarnos de su origen, conocido en Zapotlán como Juanito el Recitador, porque a la edad temprana de cuatro años recitaba de memoria el poema “El Cristo de Temaca”. Así lo consignan algunos programas de mano de la época. Y que prácticamente fue autodidacta, ya que tan sólo cursó hasta el tercer año de primaria. Pero tuvo la fortuna de contar con un padre que amaba la lectura, y unas hermanas que participaban en las obras de teatro que se escenificaban en el pueblo, y que Juan José las acompañaba a los ensayos y ahí aprendió a escuchar y a memorizar.

En este centenario segura estoy que veremos reimpresiones de sus libros, nuevos estudios sobre su obra, que si fue escasa, que si fue suficiente, que por qué se fue a la televisión… Este capítulo del Arreola en la televisión me aventuro a decir que les abre la televisión a los intelectuales, quienes tardaron en entrar en este medio de comunicación, y que muchos hoy en día recuerdan esos programas de televisión de Arreola.

Vayan entonces estas palabras como un pequeño homenaje, desde mi formación de historiadora y como lectora de La feria, parte de la bibliografía del curso que imparto en la licenciatura en Historia. El autor nos da todo un relato histórico en torno al pueblo de Zapotlán. Nos lleva de una época a otra para pasearnos por la fiesta del santo patrón del pueblo. ¿Por qué los estudiantes de historia deben leer La feria? Durante la lectura el lector se dará cuenta que no se trata de una novela romántica; su estructura en fragmentos nos permite hacer una lectura fragmentada, donde podrá viajar de una época a otra, de conocer las costumbres y formas de vida del pueblo de Tlayolán, Zapotlán el Grande, o Ciudad Guzmán, a través de los siglos.

La primera edición de la novela se dio en 1963, bajo el sello de Joaquín Mortiz. El estudio de la microhistoria se pone de moda, con la publicación de títulos El queso y los gusanos de Carlo Ginzburg, en Italia, y Pueblo en vilo, de Luis González, historiador oriundo de San José de Gracia, convirtiéndose este en libro de cabecera para todo aquel que quiera dedicarse a la historia regional y a la microhistoria. En la obra de González vemos el rigor científico del historiador, el manejo de las diferentes fuentes para construir la historia de su pueblo. Lo mismo en el trabajo de Ginzburg, quien con un solo expediente de un juzgado (condenado por la Inquisición en Italia en el siglo XVI) nos plantea toda la situación que se vivió en torno a un molinero. Ambos son considerados como los padres de la microhistoria.

Y Arreola es un hombre de letras, un narrador, un cuentista. En La feria son varios los pasajes que hablan de la historia de Zapotlán, se ve el manejo y conocimiento de hechos reales en la obra, pero al ser una obra literaria tiene la libertad de no darnos sus fuentes o sus recursos con los que construyó la novela, es ahí cuando el estudioso de la historia debe de apoyarse en la literatura para construir su relato. En una ocasión Luis González comento que Arreola y Rulfo fueron importantes sus trabajos para redactar Pueblo en vilo pero sobre todo en La feria se puede hablar de que Arreola hizo microhistoria, y si sacamos cuentas veremos que La feria fue publicada en 1963 y Pueblo en vilo en 1968 y El queso y los gusanos en 1976. Arreola se les adelantó algunos años a los historiadores y escribió desde la microhistoria su única novela.

En La feria Arreola nos narra de una manera magistral la historia de Zapotlán el Grande, en un periodo que va de mayo a octubre, meses que corresponden al inicio de los preparativos de la tierra para la siembra y la culminación con la fiesta en honor al santo patrón del pueblo.

La feria está construida de una manera fragmentaria, entremezclándose las múltiples historias que se van desarrollando a través del texto. El problema de la querella por la tierra será hacer medular durante la narración, tema que nos lleva desde la colonia hasta el reparto agrario, así como la organización de la fiesta al Señor San José. Quienes cuentan la historia son los propios habitantes de Zapotlán, Arreola les da la voz.

El lector debe saber que no es ningún pueblo imaginario, es un pueblo que se encuentra al sur del estado de Jalisco, que tiene de vecinos dos volcanes que le han dado fuertes dolores de cabeza a través de la historia, y que además sobre el pueblo hoy conocido como Ciudad Guzmán pasan varias fallas geológicas, por lo que hace que sea una zona muy propensa a los temblores, siendo este otro de los temas que sobresalen en la novela. Para el lector que no es de Zapotlán o no esté relacionado con la historia del pueblo y sus tradiciones, es preciso destacar que la fiesta en honor al Señor San José data de 1747, y tiene su origen en un fuerte terremoto, añadiéndose una lista interminable de sismos y de erupciones del volcán de Fuego o el Colima, por lo que se ha invocado al Señor San José para que aplaque la ira en contra de Zapotlán.

El relato de este hecho es uno de los pasajes de la novela que nos lleva de la tristeza a la carcajada, por los diálogos que el autor pone en voz del pueblo. Los temblores y las erupciones volcánicas han sido, desde tiempos remotos, parte de la vida de los lugareños y es por ello que cada vez que ocurre alguno de estos fenómenos se invoca y se recurre a la venerada imagen del Señor San José, que se encuentra en la ahora ya catedral de Zapotlán. Es en este relato del temblor en La feria en donde el historiador puede darse a la tarea fascinante de la investigación y búsqueda de los datos que Arreola nos narra de una manera magistral. ¿Pero realmente podremos buscar y datar los terremotos y las erupciones? Los archivos municipales y parroquiales son verdaderas minas de diamantes en las que tenemos que localizar datos y hechos para dar veracidad al texto.

Se cuenta que en 1747 Zapotlán el Grande fue sacudido por un fuerte terremoto que causó gran destrucción y pérdida de vidas. Los pobladores suplicaron clemencia y misericordia a San José cuya imagen, junto con la de la virgen María y el Niño Jesús, llegaron al pueblo de manera inesperada años atrás; fue un 22 de octubre de ese año cuando deciden las autoridades eclesiásticas y el pueblo que el Señor San José será nombrado patrón del pueblo, y que cada año en esa fecha se organizará su fiesta y se renovará el juramento que se firmó, ante notario, en 1806, luego de que nuevamente Zapotlán fuera azotado por un fuerte terremoto que mató a más de dos mil personas.

Cuando el joven estudiante de historia lee La feria por primera vez tal vez no logre comprender varios de los pasajes que ahí trata el autor y que son acontecimientos que ocurrieron en su pueblo. De ahí la importancia de que los jóvenes que se quieran acercar al estudio de la microhistoria deban tomar en cuenta este texto que, aunque novelado, nos aporta información sobre parte de la historia de Zapotlán.

La feria está compuesta por doscientos ochenta y ocho fragmentos narrativos, los cuales son de diferente temática y extensión; los segmentos están separados por ochenta viñetas diseñadas por Arreola y por el pintor Vicente Rojo Almazán, las cuales ilustran y dan pauta para la temática del texto: caballo, corneta, ojos, bandera, pato, tren, cañón, cruz, toro, torre, pierna de mujer, machete, pistola, labios, zapato, herradura, arado, espuela, son algunas de las imágenes que se repiten doscientas veces.

En ciertos pasajes de la lectura pareciera que asistimos a una escenificación teatral en miniatura, en donde la comedia y la tragedia van de la mano, la cual representa las distintas historias que se vivieron en los diferentes tiempos históricos en Zapotlán. Para los historiadores que pretenden escribir o hacer microhistoria de alguna zona del territorio nacional resulta imprescindible su lectura porque Arreola nos describe su gente pero, sobre todo, su forma de hablar, los refranes tan característicos de la región que le imprimen a la obra su autenticidad y nos da una idea más clara de cuestiones culturales y religiosas. Se ven mezcladas distintas clases sociales sin darle preferencia a alguna.

Esta novela es un caleidoscopio donde se nos presentan distintas situaciones humanas con un toque de humor, pero a la su vez nos presenta situaciones reales que nos inducen a la búsqueda en archivos o periódicos de la época para contrastar los datos. No es sólo el festejo anual al Señor San José lo que nos lleva a ver la narración como una feria, sino los relatos que llegan a tornarse carnavalescos, como la confesión del niño que se comió una galleta antes de la comunión.

A través de la lectura nos damos cuenta del rotundo fracaso de los ideales revolucionarios en el reparto de tierras, lo cual se informa a través de distintas voces, hechos y discursos. Se relata, de una manera muy cuidada, los relatos de cómo los indígenas del valle de Zapotlán-Tlayolán, en el periodo prehispánico fueron víctimas de las autoridades, y es en el periodo colonial que se recrudecen los despojos de sus tierras por parte de las autoridades civiles y religiosas, conflicto que se vuelve recurrente.

“Somos más o menos treinta mil. Unos dicen que más, otros que menos. Somos treinta mil desde siempre. Desde que Fray Juan de Padilla vino a enseñarnos el catecismo, cuando don Alonso de Ávalos dejó temblando estas tierras” son las primeras palabras de la novela.

En La feria encontramos el microcosmos de Zapotlán el Grande, donde un hombre puede ser todos los hombres y el pueblo puede ser otros pueblos. La narración de los diversos episodios de la vida del pueblo nos lleva a través de la historia de Tlayolán-Zapotlán, Jalisco y México. Es buen momento para disfrutar La feria. Y vivir la feria en Zapotlán el 22 y 23 de octubre de cada año.


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