David arrastraba su entusiasmo por el circo desde mucho tiempo atrás. Quizá desde que tenía seis años y su padre lo llevó por primera vez a una función en su natal Arandas. Tal vez desde entonces le nació esa costumbre de imitar las graciosas desgracias de los payasos, las complicadas piruetas de los equilibristas, los desmesurados esfuerzos de los forzudos, los impresionantes aspavientos de los valientes domadores de leones, actos que luego repetía una y otra vez ante los sorprendidos ojos de sus hermanas y de su madre.
También sus compañeros de la escuela fueron testigos de sus actuaciones y se reían a carcajadas al verlo ejecutar un sinfín de suertes de payaso, hombre fuerte, equilibrista y domador. Pero lo que nadie sabía era que a David lo que en verdad le interesaba era convertirse en el mejor lanzador de cuchillos, actividad que se dedicó a cultivar en la soledad de su cuarto con una pasión digna de mejor causa. Y tuvieron que pasar casi veinte años para que Doña Chuchis, madre de David, comprendiera qué fue lo que pasó con todos sus cuchillos aquella mañana que entró a la cocina y no encontró ninguno.
Con los cuchillos hurtados a su mamá, David se dedicó a practicar todas las tardes al salir de la escuela. Lo primero que hizo fue pintar una silueta humana en la parte interior de las puertas de su ropero. Cuando dominó sus lanzamientos sobre una imagen fija con el brazo derecho lo intentó con la mano izquierda. Posteriormente buscó blancos móviles y se dedicó a perseguir perros por las calles de su pueblo.
Al principio David no calculaba con precisión los tiempos ni las distancias, por lo que múltiples canes cayeron sacrificados en aras de la perfección de su acto y unos cuantos más salieron corriendo con un cuchillo clavado en el lomo y que David jamás pudo recuperar. La obsesión de David llegó a tal grado que todos los perros arandenses en cuanto lo veían salían huyendo, aullando despavoridos.
Sin embargo, con el paso del tiempo David logró dominar los tiempos y las distancias a tal grado que con los ojos cerrados era capaz de lanzar los cuchillos y partir en dos a una mosca en pleno vuelo. Y convertido en el mejor lanzador de cuchillos de la región alteña se dedicó a dar exhibiciones en todas las ferias patronales y fiestas patrias, desde Arandas hasta Ojuelos, pasando por San Miguel, Jalostotitlán, Teocaltiche, Villa Hidalgo, Encarnación de Díaz, Lagos de Moreno, San Juan de los Lagos, Unión de San Antonio, San Julián, San Diego de Alejandría, Tepatitlán y Atotonilco. Pero con la misma rapidez con que se hizo famoso también le llegó el aburrimiento y David buscó la manera de superar la dificultad de sus actos. Y no encontró una manera mejor de hacerlo que lanzar los cuchillos con los pies.
Transcurrieron casi dos años para que David dominara a la perfección la naturaleza de su nuevo acto. Y cuando volvió a pasar por Arandas el viejo circo al que asistió por primera vez en su vida se unió a él y se lanzó a la aventura de una gira nacional. Pero tratando de darle más realismo a su actuación David ocultó sus brazos debajo de una amplia camisa chiapaneca y era presentado como “Rey David, el Hombre sin Brazos”. Cada noche David lanzaba sus cuchillos alrededor de la humanidad de dos o tres personas elegidas al azar entre el público y muy pronto se convirtió en una de las máximas atracciones de la trouppe.
Y como la pista de un circo es el lugar en el que conviven mejor que en ningún otro las risas y las lágrimas, desde el primer momento de su incorporación a la compañía circense se dieron los elementos suficientes para tejer un drama. Sucede que en cuanto la vio, David se enamoró de Margaret, la trapecista estrella y máxima atracción del espectáculo.
Margaret, quien en realidad se llamaba Margarita, era la mujer más bella, y por lo tanto la más codiciada, de la compañía circense y también ella se enamoró perdidamente de David en cuanto lo vio. Y no es que a Margaret le faltaran pretendientes, sino todo lo contrario, pues todos los hombres que la veían quedaban prendados de su hermosura, sobre todo al verla enfundada en su uniforme de trabajo. Pero resulta que Margaret estaba fastidiada de que todos los hombres que la buscaban sólo quisieran tocarla. Y como David no tenía brazos lo consideró la pareja perfecta.
Cuando se hicieron novios también comenzaron a presentarse como pareja en las funciones del circo. David dejó de buscar entre el público a las personas que serían el complemento de su arte y cada noche lanzaba sus cuchillos sentimentales contra la amada silueta de Margaret. Y por primera vez tuvo miedo de fallar.
Pasaron seis meses sin que Margaret se diera cuenta del engaño. Pero una noche, después de la segunda función de un domingo cualquiera, la bella trapecista entró sin llamar a la letrina y sorprendió a David con un cómic de Chanoc en las manos y su decepción fue enorme.
Entonces, en un desesperado arranque de amor por Margaret, y buscando la autenticidad en esa relación, David metió los brazos dentro de la jaula de los leones para que se los devoraran… y así ocurrió.
Pero resulta que a final de cuentas a Margaret no le gustó tanta realidad y terminó la relación con David y mejor se hizo amante del domador de leones.
Este texto forma parte del libro de cuentos
Náufragos en el asfalto, de Julio Alberto Valtierra,
que próximamente se publicará en Editorial Olvido.