Cuando en 1966 irrumpió en la escena de la literatura mexicana la novela La tumba, de José Agustín, pocos críticos, como Emmanuel Carballo y Margo Glantz, se percataron que, con su aparición, las letras de México darían un giro de 180 grados, pues después de este acontecimiento una legión de jóvenes no daría tregua en su escritura durante los años posteriores. La onda fue uno de los movimientos en los años sesenta y partes de los setenta más fuertes, y consistió en renovar el lenguaje que hasta ese entonces se empleaba en narraciones.
La onda fue uno de los efectos colaterales del movimiento del 68. Un periodo turbulento en que la juventud de aquel entonces, exigiendo libertad de expresión, asaltó las calles, los cafés, los espacios públicos, las publicaciones periódicas y tomaron como estandarte la desfachatez, la irreverencia y las referencias de la cultura pop de aquel entonces, y que produjo algunas de las manifestaciones más originales de nuestra cultura moderna. Los onderos y los jipitecas, como Eduardo Marroquín los denominó atinadamente, fueron los responsables de esta renovación cultural y, por ende, del lenguaje.
Parménides García Saldaña, narrador, poeta y chamán groovy, fue el ondero mayor y quien acuñó el término hoyos funky durante los años setenta en la Ciudad de México, cuando los conciertos de rock fueron prohibidos por parte de las autoridades defeñas, después del festival de Avándaro, y la clandestinidad fue la única alternativa para que los jóvenes pudieran escuchar sus bandas favoritas como Three Souls in my Mind, Los Dug Dug’s, La Revolución de Emiliano Zapata, Toncho Pilatos, Botellita de Jerez y Rockdrigo González en espacios subterráneos como lotes baldíos, casas particulares y almacenes abandonados. Los hoyos funky fueron, pues, sinónimo de rebeldía y libertad: auténticos escaparates de los chavos banda en la capital del país. Su música, ropa, baile y manera de hablar los distinguió de otras tribus urbanas. Lo marginal fue su modus vivendi.
Neri Tello, en su poemario más reciente, En el hoyo funky (2018) rescata, a su manera, en algunos de sus poemas, el espíritu y la identidad que distinguió aquella generación de onderos y chicos banda, a través de un lenguaje que lo ha caracterizado a lo largo de los años en algunos de sus poemarios, como Playas underground (2005) y Revolución groovy (2013). Neri Tello pertenece cronológicamente a la generación de los poetas de la devastación: autores nacidos a finales de los años sesenta y en los setenta en Guadalajara, cuya aparición en medios impresos se dio durante la década de los noventa. Sus creaciones están marcadas, entre otros acontecimientos, por las explosiones del 22 de abril de 1992 en el Sector Reforma de la ciudad. Después de los acontecimientos devastadores, un conjunto amplio de poetas y narradores jóvenes en aquel entonces, armados solamente de aerosoles, plumas y máquinas de escribir, plasmaron su sentir en bardas y publicaciones marginales. La desolación, aunada a la inconformidad, caracteriza los versos en mucho de ellos. El lenguaje de estos jóvenes, entre ellos Neri Tello, hasta cierto punto nos hace recordar la poesía de algunos miembros de la generación de poetas disidentes de los años setenta en Guadalajara, como Ricardo Yáñez, Carlos Prospero, Enrique Macías, Ricardo Castillo y Raúl Bañuelos.
Así pues, la generación de los poetas de la devastación, en la cual ubicamos la obra de Neri Tello, está conformada por un puñado de poetas, entre ellos, curiosamente, publicaron su opera prima en Ediciones Arlequín, durante la primera mitad de los años noventa. La mayoría de ellos continuaron publicando su obra poética posteriormente en otras editoriales. Algunos de ellos son Alejandro Zapa, Gustavo Hernández “El Pato”, Jorge Orendáin, Enrique G. Gallegos y Pedro Goché.
Recordemos que en la poesía tenemos dos tipos de bardos: los que persiguen la musa a través de una retórica tradicional: el buen decir y las bellas imágenes, y los que la buscan por medio de piropos, guarrismos y shock imagery. Neri Tello se ha vuelto un maestro del shock.
Sus versos son himnos rabiosos para la chavaliza literaria de la ciudad. Pero sus creaciones nos son simples desfachateces, sino las de un poeta que ha sabido sintetizar influencias de los poetas beat e infrarrealistas, y seguir sus pasos. Cada uno de estos poemas contenidos En el hoyo funky son una nueva invitación para conocer la poética contracultural de Neri Tello, la cual se desdobla entre el realismo sucio y las contrapoéticas norteamericanas del siglo XX. En el actual panorama de la poesía mexicana es difícil encontrar otros escritores que hayan desarrollado este discurso en sus creaciones como lo ha logrado Neri. Cabe destacar aquí la poesía de Luis Felipe Fabre, autor del poemario Poemas de terror y de misterio (Almadía, 2013); asimismo la escritura de José Eugenio Sánchez, autor de Jack Boner and the rebellion (Almadía, 2014), quienes comparten el gusto por el verso insolente y embriagado por la asfixiante contemporaneidad compuesta por el rock, el pop, los B-movies, los cómics y la tecnología descerebrada que abarca todos los aspectos de nuestra existencia. En pocas palabras: la vida moderna en pleno siglo XXI. Estos poetas, en conjunto, intentan darle nuevos vuelcos a la poesía mexicana. Le inyectan una dosis de posmodernidad a la cultura letrada. Proeza iniciada, como ya mencionamos, con los onderos de los años sesenta y después con los “infras”, en los setenta. Santiago Papasquiaro, indiscutible fundador del infrarrealismo, fue otro poeta que navegó por las fronteras de la genialidad y la locura en los años setenta y ochenta, pues en sus poemas, compilados en Arte & basura, por Luis Felipe Fabre, se rescatan los versos olvidados de Papasquiaro. Uno de estos poemas borderline, llenos genialidad, escribe el poeta malogrado: “A la poesía que la salve su chingada madre. Yo ya me cansé”.1
Numerosos poemas de Neri Tello, en su más reciente poemario, también navegan por las profundidades de la cultura pop de los años sesenta y setenta, entre outdated roqueros y otras figuras emblemáticas de dicho periodo. Una época en que el amor libre y los alucinógenos rolaban como moneda corriente entre los concurrentes de los happennings y los hoyos funky.
1 Luis Felipe Fabre (selección y prólogo) (SFE). Arte & basura. Una antología poética de Mario Santiago Papasquiaro. México: Almadía.
Texto leído el 2 de diciembre en Expo Guadalajara, durante la presentación de En el hoyo funky, de Antonio Neri Tello (La Zonámbula, 2018), en el marco de la Feria Internacional del Libro de Guadalajara.