Si fuese otra persona, os daría gusto a todos
me llaman así
con este nombre
sin alcanzar al hombre
quien puebla los bares las calles
barrios de sombra piel de soledad
guerras abrazos despedidas de aeropuerto
libros entre muslos de miel y primavera
puntos suspensivos ante el vuelo del niño alcatraz
así sencillamente
sin concederme por qué debo diluirme
en la máscara que desenmascara al antifaz
(mi nombre cae ciego en la noche
blanco en las plantas aéreas de la luz
por los balcones de la memoria
minotauro amenazante de la medusa
del templo / la caverna / la noria)
no me saben muerto en la vida sin nombre
vivo en la muerte que me nombra
(Del libro Profesión u oficio, Ediciones Andrómeda, 2002)
En el año 908 Abdullah Ibn Al-Mu’Tazz
poeta príncipe de los árabes quien vivió consagrado
a la poesía y al estudio
es asesinado después de gobernar un día y una noche Bagdad
Entre el 627 y el 650 d. C. (¿700 y el 780 d. C.?)
Han Shan el monje de la Montaña Fría
con un sombrero de corteza de abedul
chanclas de madera y tierra
escribía sobre las hojas amarillas del otoño
sobre tablillas de bambú pedazos de troncos
en los muros de las casas de los vecinos de la aldea
sus trazos invisibles luz perpetua del andariego
Más cerca aún de mi tiempo y nuestra frontera
Carlos Martínez Rivas en sus arrebatos de fauno herido
ángeles y demonios convocados
solitario en una casa de Altamira Managua
pinta poemas en la pared desesperado
por la ausencia de páginas blancas máquinas de escribir
Yo digito una red de estrellas eléctricas
de no sé cuántos megabytes de memoria
como si tratara con sombras rupestres en la caverna
en la noche que teje y desteje La Vencedora
y no sé qué sentido tiene sino el mismo
de una guadaña de plata en Bagdad o Managua
rotas marionetas después de su momento en el tablado
o el año viento inconstante de la palabra vulnerada
(Del libro Profesión u oficio, Ediciones Andrómeda, 2002)
Nací en este pequeño país. Pero vengo del sol, del viento, del fuego, del socavón en el agua, del arroyo de la sangre. Del barro rojo, de las arenas calcinantes, del vuelo de las primeras aves. De los cráneos que brillaron en la noche de multitudinaria caza o en las innúmeras batallas contra la espada de nuestros contrincantes.
Vengo del África milenaria y renovada en sus tambores. De las estepas del Asia. De las playas, llanuras y montañas de Abia Yala. Y del rayo que no cesa: la cuchillada de la bárbara Europa.
Llevo a cuestas equipajes, siglos, la custodia cubriendo mis espaldas. Traigo la palma, el papiro y el amatl; la vihuela, el laúd y la guitarra; las monedas de la suerte dibujadas en el golpe místico de los dados de la muerte. Llevo un pan y un pescado, tortillas de maíz y casabe. Y el vino en todos los costados.
Despliego dioses tallados en humo y piedra, en las cuentas largas y cortas de las cosechas, en el estallido de la primavera.
Y una tristeza que no se apaga sino en el encuentro con ella, la belleza del tiempo estampada en sus pechos y caderas.
Sostengo lanzas y fusiles que cumplieron la hazaña, armas de la derrota, piélago de la victoria. Porto el talante de lucha y resistencia porque soy guerrero de cabellera larga y mirada tenaz. Libertario de barricada y trinchera.
Un manantial de placeres en el susurro del vendaval.
Y millones de palabras para defenderme cuando mi cuerpo ya cansado traza el itinerario por mi pequeñina comarca, que es la de todos.
Por eso la defiendo chavalita y amplia como el planeta.
Dibujada en mi mano la extiendo por todas las galaxias.
(Del libro San José Varia, Ediciones Arboleda, 2009).