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Vampirismo y erotismo

Paulina García González

La imagen de la mujer dentro de la literatura de terror, misterio y horror está ligada a una cualidad inseparable: la belleza; sin embargo, esta cualidad va acompañada de un adjetivo que gusta a los amantes de esta literatura: la imagen diabólica, vampírica y seductora que nos lleva de la mano a los inicios de la llamada femme fatale.

Este prototipo de imagen femenina es perceptible al comenzar a leer apenas unas cuantas líneas de alguno de los cuentos de Edgar Allan Poe, de Horacio Quiroga o de E. T. A. Hoffmann. Dichos autores realizan descripciones finamente cuidadas y su lectura configura el concepto de belleza que se tenía en aquella época de literatura oscura.

Mis primeras lecturas sobre este género me impactaron por la enorme importancia que se le da a la mujer en cuentos, novelas y relatos. Pero sobre todo por el énfasis en el prototipo de belleza característico de la mujer protagonista de un relato de terror, horror o misterio.

En este sentido, se nos muestra a una mujer angelical pero con un destello diabólico en la mirada, lo cual se aprecia claramente desde el momento en que comenzamos a leer el texto Vampirismo de Hoffmann. El él se relatan historias de vampiros que varios amigos se cuentan en una taberna.

Uno de esos relatos refiere la historia de Aurelia, una mujer extremadamente bella, de una blancura deslumbrante y una piel hermosa, tan hermosa que se creería de porcelana. Este encanto propició que su futuro esposo quedara perdidamente enamorado de ella, aunque tiempo después descubre que su mujer es un vampiro, pero no solo de los que toman sangre, sino que además devora a sus víctimas.

En este cuento se enfatiza el papel de la seducción de la mujer vampiro para atraer a su víctima. En otros textos, por el contrario, la mujer recurre a otros medios que van mucho más allá de las reglas naturales y divinas, como en La muerta enamorada de Théophile Gautier.

Este cuento —que se puede considerar tan cercano al lector que conmueve con un grado poético increíble— relata la historia de un joven cura, de nombre Romualdo, quien está a punto de recibir las órdenes en el pueblo de su futura parroquia.

En el preciso momento de obtener las órdenes sacerdotales, Romualdo vislumbra una imagen bellísima en la puerta de la iglesia: una mujer blanca, con cabellos dorados y ojos verde mar. Desde ese momento no dejó de pensar en ella, aunque había quienes le advertían que aquella mujer no era más que el mismo demonio.

Romualdo hace caso omiso de las advertencias y no puede dejar de pensar en la joven quien, después se enteró, se llama Clarimonda. Ella le pide que se retire de tan noble oficio, mas él se niega. Después Romualdo se entera, por voz de otro sacerdote, que Clarimonda murió tras haber participado en una orgía que duró 8 días y 8 noches. Posteriormente, en un ambiente de sueños y tras el incesante asedio seductor de Clarimonda, Romualdo escapa con ella a un lugar que parece ser Venecia.

Clarimonda conocía muy bien una de sus armas y poderes: su belleza y poder de seducción, y es con ellas como logra poco a poco succionar la sangre de quien decía era su único amor. Poco antes del final, Romualdo recapacita y vuelve a ser llamado por el sacerdote que tanto lo buscó, quien lo lleva hasta la tumba de Clarimonda en donde yace un simple cadáver convertido en casi nada. Luego de esto, se aleja de Clarimonda pero recuerda siempre aquella mujer que fue su primer y único amor.

Este cuento será retomado posteriormente por Charles Baudelaire en sus poemas Las flores del mal como homenaje a Gautier. En dichos poemas la imagen que se muestra de la mujer es la misma, una imagen fuerte, de porcelana, fría, apacible, con un tono tan blanco que se diría muerta pero siempre con un tono seductor en la voz poética, misma que se muestra a lo largo del relato de Gautier. Es este poder de seducción que mantiene a las víctimas de las vampiresas atadas a ellas. Atadas al amor, a la pasión, a la seducción y al deseo.

“Son húmedos mis labios y la ciencia conozco de perder en el fondo de un lecho la conciencia, seco todas las lágrimas en mis senos triunfales. Y hago reír a los viejos con infantiles risas. Para quien me contempla desvelada y desnuda reemplazo al sol, la luna, al cielo y las estrellas. Yo soy, mi caro sabio, tan docta en los deleites, cuando sofoco a un hombre en mis brazos temidos o cuando a los mordiscos abandono mi busto, tímida y libertina y frágil y robusta, que en esos cobertores que de emoción se rinden, impotentes los ángeles se perdieran por mí” (Baudelaire, Las flores del mal).


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