Ya veníamos de una crisis teatral en la que abundaba el trabajo,
pero mal pagado y poco trascendente; para el 2017 parece que
viene una crisis mucho peor.
La representación escénica es un cerillo en combustión, su flama resplandece y se consume como la vida.
Y si trasladamos ese carácter efímero del teatro a la práctica, la vida deja de ser vida y se convierte en un prontuario.
En este mundo de oferta y demanda el teatro también es una carrera profesional y se supone que quien la practica debe lograr lo suficiente como para ganarse la vida, lo que incluye la compra de los pañales, la despensa, la renta, el pago de la luz, el pago del celular y el pago de uno que otro chocolate de los caros. Así, igualito a lo que se espera de un contador cuando ejerce su profesión.
Y si uno le entra al vértigo de ganar pesos, acepta de inmediato las reglas de esta economía voraz que rige a México, un país especializado en materias primas, maquiladoras y mano de obra barata. Un país con una clase política de mentalidad pequeña cuyos miembros creen que la cultura es un asunto superfluo que no debe entrar en la canasta básica de los mexicanos. Un país que para el 2017 recortará brutalmente el presupuesto para la cultura.
Los afectados serán los mexicanos en general, porque un recorte en cultura significa que las manifestaciones artísticas le llegarán a cada vez menos personas.
Olvídense de los posdramas, transdramas, biodramas y mamadadramas, lo in para el teatro en México en 2017 será trabajar a destajo: a lo que caiga con empeño, sin descanso y aprisa, porque el tiempo es oro.
Las agendas de los buenos actores han estado repletas en los últimos años, hay memes absolutamente ciertos que describen el infierno de quien intenta hacer coincidir las agendas de los artistas.
¿Ha habido mucho trabajo? Parece que sí, pero en la mayoría de las ocasiones se trata de un trabajo pulverizado: hay que pepenar algún apoyo para hacer 6 funciones, y luego hay que pepenar otro apoyo y otro proyecto y otro. Porque también hay pocos foros y muchos teatreros, porque también hay poco público y hay que buscar el montaje prometido que logre llenar sala desde la primera función.
Se nos olvida que el teatro es arte y que si trabajar en el teatro también sirve para comprar los gerbers nos metemos en un conflicto del que hoy en día muchos no pueden salir.
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Y si venimos de un fenómeno de mucho teatro mal pagado con procesos de montaje rapiditos, ahora que el recorte presupuestal a la cultura se acerca en muchas regiones al 100%, ¿en qué tipo de proceso entraremos?
Muchos coinciden en que un montaje comienza a madurar a partir de la función 20. Incluso, desde el punto de vista de la mercadotecnia, la mejor publicidad de un espectáculo teatral es la recomendación que se hace de persona a persona, y para eso se necesita que las temporadas corran más tiempo, el mínimo para que alguien vea los montajes y pueda recomendarlos. Si ya era difícil llegar a 20 funciones por el asunto del trabajo pulverizado, ahora parece que el hecho mismo de montar algo, lo que sea, entrará en el nivel de hazaña.
Recordemos una postal del 2016: los súper actores y directores están en tres obras al mismo tiempo y ya tienen en mente el proyecto de hacer unas tres más en los próximos dos meses: en la mañana ensayo como Romeo, en la tarde ensayo como el Ogrito y en la noche represento a Hermile Lebel. En los descansos de cada ensayo y al finalizar la función, armo mi proyecto para el FONCA; ah, se me olvidaba: muy tempranito de mañana doy clases de teatro en una secundaria donde estamos montando una pastorela.
Los que hacemos teatro no podemos aceptar la estupidez de nuestros legisladores, les tenemos que recordar de todas las maneras posibles que los habitantes de un pueblo sin teatro, sin arte, son personas con una calidad de vida deficiente, con un desarrollo personal coartado. ¿No será que eso mismo es lo que pretenden?
¿Nos extrañará el público? ¿Alguien que añore el teatro —que no sea teatrero— levantará la voz porque ya no podrá verlo tanto como lo hacía antes?
El gran culpable es nuestro sistema económico que nos lleva a este nudo gordiano de entrarle al mercado ofertando arte. Teatro como arte y no teatro Escuelita VIP salido de la tele o medios masivos, para el que todavía hay público.
El movimiento slow food intenta rescatar el placer de saborear con calma un platillo que ha sido preparado con elementos frescos de buena calidad con su debido tiempo de cocción.
Según el manual del buen armador de hamburguesas de McDonalds, una hamburguesa estándar debe quedar lista en un minuto.
En el 2016 la economía nos llevó a aceptar trabajitos que medio mal pagan, pero que al aceptarlos nos obligaron a cocinar hamburguesas de a minuto.
Este asunto económico dividió la cartelera entre el teatro rapidín y el teatro reposado y escaso que en ocasiones llega a ser para gourmets.
En el 2017 parece que nos podremos considerar afortunados si sobreviven las hamburguesas teatrales. ¿Alguien podrá hacer teatro para gourmets sin el subsidio correspondiente del gobierno? Estoy seguro que sí, pero habrá poco y será para muy pocos, ahí radica el gran problema.
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¿A quién de sus preferidos subsidiará el gobierno y a quién de sus preferidos dejará de subsidiar el gobierno? Hay que estar muy atentos al respecto.
Parece que nos enfrentaremos nuevamente al brutal mundo de la oferta y la demanda sin subsidio, parece que tendremos que hacer nuestro mejor esfuerzo para lograr que esa teta gubernamental vuelva a dar leche, al menos como la escuálida del 2016. Leche para alimentar a algunos artistas, pero principalmente, leche para poder llevarles teatro y arte a más personas.
Mientras tanto, a los sobrevivientes de este recorte no les quedará de otra que hacer el mejor teatro del que sean capaces, para decirle algo al público de hoy, explorar nuevas estrategias para hacer que las personas vayan a las salas de teatro y paguen bien por verlo.
Es un hecho que el arte le llegará a menos personas.
Habrá quien deje de hacer teatro por falta de subsidios.
Habrá quien seguirá haciendo teatro, aun sin subsidios.
Habrá que luchar fuera y dentro del teatro para salvarle la vida a la clase política que hoy gobierna este país. Porque si logramos que entiendan que es tan vital que el arte alcance a todos los habitantes de este país como lo debe hacer el agua potable, les estaremos ahorrando una de esas muertes terribles donde los dirigentes insensibles son linchados por alguna turba enardecida que ya no tiene ni siquiera el consuelo de ver reflejados sus sentires y problemas en escena.