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La espera y la nada

Andrea Madrigal

La espera es árbol cenizo ante la dialéctica de dos hombres que no dicen nada. Escenario, árbol; escenario, soga; escenario, tiempo; escenario, espera; escenario, nada.

Somos seres esperanzados (no desde lo positivo) desde que nacemos: esperamos crecer, esperemos pasar de año escolar, de materia, de escuela; esperamos graduarnos, trabajar, encontrar otro trabajo, ganar un concurso, encontrar a alguien, que esa persona sea de cierta forma, esperamos olvidarla, esperamos volver a enamorarnos. Nuestra vida es una constante espera godotesca. Siempre vamos a estar esperando bajo un árbol cenizo la llegada de algo, de alguien. Espera, cadena, que nos atará a un punto de vida del cual no querremos partir: ¿y si Godot llega cuando nos hayamos marchado?

Esperando a Godot de Samuel Beckett es una obra perteneciente al teatro del absurdo. Texto en el que Beckett nos muestra la terrible condición ilógica del ser humano y, principalmente, de las relaciones humanas: la espera y la imposibilidad del diálogo con el otro. La trama es sencilla, hay dos vagabundos, Vladimir y Estragón, quienes están esperando junto a un árbol a algo o alguien llamado Godot.

Ellos esperan todos los días la llegada de Godot, pero este nunca llega y nunca lo hará. Sin embargo, ellos se rehúsan a alejarse del árbol, se han vueltos raíces en cada estación y en cada ciclo lunar.

Asimismo, Vladimir y Estragón mantienen una relación tóxica de dependencia. Ambos quieren marcharse de ahí, quieren suicidarse, pero no lo hacen porque dejarán solo al otro. De igual forma, su comunicación es absurda, trunca, insólita, monologada, reflejo del diálogo que los seres humanos tenemos con el otro. Yo hablo, hablo y hablo; el otro, habla, habla y habla; ambos decimos y entendemos cosas distintas, jamás entenderemos a la otredad y al mismo tiempo, estaremos temerosos a dejarnos ir, ya que “en medio de esta inmensa confusión, una sola cosa está clara: estamos esperando a Godot”.

¿Quién no ha esperado a Godot? Todos tenemos un Godot o varios, y los vamos a tener toda nuestra vida si no empezamos a cortar raíces y abandonar el árbol. Pero se trata del absurdo, de lo ilógico, de la espera y la nada. Jamás llegará Godot a nuestras vidas porque siempre estaremos esperando algo mejor para movernos de nuestra situación.

Estragón. Me pregunto si no hubiese sido mejor que cada cual hubiera emprendido, solo, su camino. (Pausa.) No estábamos hechos para vivir juntos. […]

Vladimir. Todavía podemos separarnos, se crees que es lo mejor.

Estragón. Ahora ya no vale la pena. (Silencio.)

Vladimir. Es cierto, ahora ya no vale la pena. (Silencio.)

Estragón. ¿Vamos, pues?

Vladimir. Vayamos. (No se mueven.)

“No es tan complicado” dirían algunos cronopios que conozco. Bajtin plantea un concepto que explica perfectamente por qué no nos movemos de una relación (familiar, amorosa, laboral, material, etc.) cuando hemos pasado a ser un dúo del absurdo: “La otredad es la condición de posibilidad para re-conocer la palabra del otro. El otro define y se define por el lenguaje; el otro es ‘otro yo’ vertido en la otredad del lenguaje”.

Confirmamos nuestra existencia en el otro. Sin él somos Narciso sin su lago. Por ello, al dejar a la alteridad y emprender un camino que se bifurca lejos del tronco, donde una vez Godot prometió que llegaría y no lo hizo, estamos dejando la otredad que nos confirma como seres. Dependencia que se representa en los personajes de Beckett. Un completo absurdo de la condición humana que puede ser desenredado fácilmente, letitgo:

Vladimir. Ya no estamos solos para esperar la noche, para esperar a Godot, para esperar, para esperar. Hemos luchado toda la tarde con nuestros propios medios. Ahora se acabó. Ya es mañana.


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