1.
Luz que despunta en los cerros con voz de océano en el caracol. Vela encendiéndose cual primera fogata en este continente, desplegándose por todo el pluriverso: los habitantes del cosmos al unísono inician el galope celeste con el primer verso. Destello que nos vence siempre. Ojo de agua. Marejada de diciembre al amanecer de la tonada.
Zopilotl en el firmamento de las palabras. Serpiente por la piedra. Jaguar en el agua. Esfera en las estrellas. Los astros inician su revuelta con un número que no alcanza para enumerar el fundamento de infinitos nexos.
Es la alquimia del monte. La hoguera, por siempre la hoguera. Es el fin del principio, el principio del fin. El equilibrio del centro.
Porque todas las certidumbres están en el árbol: La Gran Ceiba. En sus lianas, en la mano de tigre, sus frutos de obsidiana. Todo proyecto en sus raíces. Todo manifiesto en sus hojas que apuntan hacia los ríos del cielo. Todo sentimiento en la savia. El ánima de su silueta se dibuja y danza en estos versos.
Hablamos de lo incierto. Del invierno. Ciertos insectos. El humo. La cadera. El vientre. Lo que se ha dicho siempre. O tratamos de decir. Pero no se entiende. O se entiende lo suficiente para disimular que no se entiende. Lo fulmíneo. Lo inesperado. Lo que se presiente.
No se habla de puentes ni del presupuesto de la colmena. Sino de lo justo. Apenas lo audible. Lo necesario. Lo que se ocupa y desocupa. Lo que nadie expele. La conciencia de saber que se sabe lo que no debería saberse. El ser y la manada. O el viento. Oeste. Sur. ¡En su quiasma la luna y su nawal!
El secreto está en el lirio de agua. En el delirio. En el sueño. En el invento. En la navaja.
Sépase que se hace lo imposible por lo posible. No nos engañemos. Dios está en todas partes pero especialmente en el sol, en los soles de todas las galaxias. En el cuento que descuento hacia atrás y hacia adelante como la cuerda del Kamal. En la cascada de nieve. En el fuego de la lluvia. En el néctar del juego. Sobre todo en el tablero. En los escaques. En la ventolera de marzo y su conejo entero. En Piscis 4. En la visa de los bárbaros. En la barbarie de la visa.
Por eso debés revisar tu nombre siempre. Tu número de identidad. Tu tarjeta. Nadie te avisa, ni te visa, pero tu banco pudo ser intervenido. ¡A lo mejor! A lo inmobiliario. En junio como en enero. En temporada baja o en tu pañuelo. Porque la moda ya no está en París sino aquí. En tu casa. En tu silla. En tu vitamina. Tu parábola. Pues todo se repite y se reescribe. Todo es pasaje bíblico para la compraventa y el rito: un pase de celulosa. Una chilena. El gol en el periódico de mañana. El ombligo. La parada. Los mangos del traje que no lucimos. Sí, Lucía, el personaje más caro de cualquier peli o novela. (Léase Mary Jane, verdadera virgen invisibilizada por las iglesias).
Suficiente. Tenemos bastante: récord de reservas federales. La leguminosa. El cafeto. La oliva. El cacao. La amapola. La bolsa. Rascacielos. Spa. Campos de golf. La bicicleta neoyorquina. Los asesinos de Kennedy. La meseta. Una suiza para saltar o brincar, que no es lo mismo pero es igual, como dijo el poeta de La Habana, para burlar la vigilancia y el castigo. La guerra.
Regresemos: elaboremos un portal al estilo Castilla aunque mis tías ya no rezan. Ni enamoran. Siguen por la vida liberticida. (Estuvimos al tris de decir una palabra mala: desdecir). Un portal conceptual puesto que la poesía está acoplada con el porvenir, por tanto, forjada con números y tallas. La poesía, esa Grande Bruja más allá de la Vía Láctea, niña perdida en el bosque y hallada en el reino de los acertijos con las siempre malditas promesas. Por eso extrañamos el pasado, porque todo tiempo futuro fue mejor.
¡Las Maras! Lo malo nos viene de allá. Lo bueno también. Pero lo confundimos. Lo espantamos. Espantapájaros. Como fantasmas emigramos. Y regresamos. De América solamente se puede emigrar, decía Bolívar en carta a Manuela. Y de Abya Yala salieron ellos, los Navegantes Quetzal. Llevaron la casa de cristal hasta La Acadia.
A lo mismo: el diezmo de los domingos. La horca señalada. El autoengaño. La mascarada. Vejigas de chancho. Turno de bombetas. Yeguas en tumulto. Cantina abarrotada. Lotería. Chorizo. Mercancía. Espuela. Paella nocturna con viandas propias. Anegadas. La mesa. El vino. La veladora. El enemigo. Todo en este cuarto. En la cocina. En el modo de habladuría. Faruscas.
Queremos decir: en la forma está el primer golpe. O el cuchillo. La cruceta. En fin, el machete, según se estila en el norte donde nos persiguen con patrullas. (¡Descansen!) Todo es hormiguear.
Por ello la consigna: en el bar la vida es más sabrosa, en el silencio, en la manera de madrugar con el ganado de la hacienda hotelera. Mejor: el frijolar ennoblecido por los recolectores. El Capital. Una idea. Un proyecto. El sistema. Un mundo. ¡Enjoy! ¿Es eso? Nada más que esto. Un modus. Un locus. Un totus. ¿Una consigna?: ¡fast food! Un malentendido fronterizo quizás. Un pase. Un ala leve. Un diga lo que ve, lo que sabe o no sabe. Lo que oculta. ¡Suelte! Un diga lo que digan.
(¡Caramba, qué manera de contonearse! ¡Qué sutileza de revoloteo! ¡Qué tijereta en el aire! ¡Qué salpullido de movimiento! ¡Qué cumplido! ¡Qué factura! Lo consumado y consumido. El folclor todo lo vende. Lo eleva. Y lo reduce. Total, son los signos de la noche cuando la luz nos ciega).
Pudo ser de otro modo si los Aztecas no derrotan a los Teotihuacanos, Toltecas y Zapotecas. Si los chinos o Colón. Si los ingleses en vez de los españoles. Y viceversa. O si los Aztecas derrotan a Hernán Cortés. O los Mayas. O los Incas a Pizarro. Si Qajchiquel en vez de castellano. O los sumerios. Si Trostky en vez de Stalin. Sí, de otro modo posible. Versavice. Aunque todo se repite de forma diferente. Como la flecha que torna al arco. La bala al cañón. Boomerang.
Allí están las ruinas de Persépolis, Palmira, Pompeya, Delos, Ayutthaya, Novgorod, Samarcanda, Teotihuacán, Machu Pichu, Caral, Petén, Chichen Itzá, Copán, Monte Albán, Guayabo, Cutris… proyectos enterrados por lava, el imperio o la misma tarea de zapa de sus nativos. Peor les irá a nuestras ciudades cuando se rompa el equilibrio y la velocidad de los continentes alcance la Gran Colisión. Así nuestros sueños, estas palabras…
Cierto Poeta: nunca se pone más oscuro que cuando va a amanecer. Pero también nunca se aclara más que cuando va a oscurecer.
En el firmamento está el secreto. En la órbita. En el fugitivo regreso. Porque en mi camino estaba el otro sendero: todos los caminos conducen a Abya Yala que es el eterno retorno: el vuelo de las mariposas que migran y regresan ya otras, segunda o tercera generación. De allí el vahído de los volcanes. La furia de los ríos. El latigazo de los mares. Noche y día se dan la mano. Las muchedumbres se reúnen. Las élites conspiran. El humus se mueve. Respira.
Vení hija a este refugio. Hijo más pródigo que nunca. ¡Vení! Acá hay lechugas y arracache. Tortilla casera con mantequilla de oveja. Acá en las catacumbas el arroz y los frijoles son el pan nuestro de cada día. Las vacas pastan en las nubes. Los rascacielos en la niebla. Aquí en este jardín cercado por los emisarios del Imperio y sus cipayos. Defenestrado casi. Pero en resistencia: ojo al Cristo y mano a la chuspa. Vigilantes tras las empalizadas de madero negro. Selva adentro. En la ribera de los sueños. En la pubertad del tugurio. Gota a gota se resiste. Y se tantea la danza total de lo simple. El turno de la Comuna. La feria de los descalzos con el pregón de los afligidos. Con los cantores y artesanos. Con el Sermón de la Montaña. El Cantar de los Cantares. Los códices. Las estelas. Los quipus. Los manantiales.
Sin embargo, esto no es un sermón, ni una parábola. Tampoco una encíclica o una profecía. Enderezar ese clavo ya no es posible. Menos el árbol que es apenas sensitivo. Más la dura piedra porque esa ahora siente. Lo sabemos: todo regresa. En el yunque cambian las historias. En las ocarinas. Las guitarras. Al son de tambores, chirimías y marimbas. Con las manos y los pechos de madres desamparadas. Con el beso de Infierno y Cielo. Con la invocación. Hombre a hembra. Hembra a hombre. Hermanados. Con hambre. ¿Resistiremos?
¿De otro modo vice y versa? Las aguas negras a la fosa, la fosa al riachuelo. El riachuelo al río. Y el río a la mar. O al subsuelo. A los mantos acuíferos. Al detritus que luego será petróleo. O gas. Minerales calcinados. Por eso horadan el planeta y sangra. Las compañías del Imperio. Los cruzados y sus lacayos. Los lectores de noticias falsas. Los Heraldos Negros. Telenovela del tedio. Farándula tarántula de nuestros deseos.
Pero acá estarás bien, mujer. Con nuestras hijas e hijos. Tu cuerpo es nuestro templo. Nuestro refugio. Nuestro sustento. Mujer en las horas de la vigilia y del estremecimiento. En la cama y las hamacas. Compañera siempre. ¡Compañera! Nos amaremos como corresponde ser amados. Poliamorosos sempiternos en los oficios del milenio. En un lecho que, lo sabíamos, no es de rosas. En la Nueva Escuela. Sin maquilas. Ni financieras. Liberados. Libertados. En duermevela. ¡Versa que versa!
No, no es la utopía tampoco. Acá no hay ríos de leche y miel sino aguas turbias. Es el verso que versa y dice. Sencillamente el verso. La poesía de otra era. La de siempre. La llave. La flor. La quimera. Acá en este límite, en este batallar, está el centro del juego. Sin trucos ni escenarios. Desnudas al fin. Desnudos. Conversando con quienes ya partieron pero permanecen. ¡En oración! (Entreguemos las ofrendas. ¡Enciéndanse las velas! El copal. ¡Sírvanse los frutos del mar y de la tierra!) Ellos están con nosotros. Nosotros en ellos como estrellas y arenas blancas y negras. Olas que estallan, van y regresan y tornan y retornan a estallar. Aquí en nuestras habitaciones de donde nunca debieron haber salido. Nos guían. En silencio. Nos advierten.
Lo que vemos y no vemos se reunirá como la noche en el día y la brisa en el mar. Lo no sabido. Lo que sorprende. Lo que aterroriza porque no se entiende. Subyace. Adviene en la tregua. De repente. Se fuga. La ciencia no lo alcanza. Ni la filosofía. Solo la conciencia, La Gran Con-ciencia.
Por eso no esperamos a Todog. Nada. Todo está porque transcurre y permanece. Fluye. Pasado en Presente. Presente en Futuro. Futuro en Pasado. Raíces. Cadenas. Redes. Ciclos. Trasiego de imágenes. De peces. Hacia atrás a veces. En relente. Hacia nosotros siempre. Todo en Nada. Nada en Todo. Lo aparente en lo real. Lo real en lo aparente. Como la sombra del bastón en el agua que es el mismo bastón prolongándose. Lo que muere y renace. Lo que renace al morir.
Vinimos a decir esto porque decir es lo nuestro. Y hacer en el decir, en el orar, en el pedir. ¡Pero no es el evangelio! Ni el testimonio, ni una cátedra, menos la anécdota. Nada de literatura. ¡Sencillamente versar! Las palabras/pensamientos en tiempo real. Hilvanadas como las estaciones. Palabras/Hechos. ¡Pecho! Y no nos corremos. En este juego andamos Poeta. Por eso, versa Poeta, versa y vice versa.
Envejecimos peleando por el poder y la gloria. Por un puesto en la galería. Por un ascenso, un reconocimiento. Por llegar primeros. Vanidad de vanidades. Nos olvidamos del juego en la red. De la mujer de Lot. De lo que importa: el sentir, el hacer, el decir: versar. Lo que cuenta. No la cuenta. Ni el cuento. Ni el retrato. Ni el número. El asiento. El tomo. Sino lo que realmente cuenta. Lo que nos redime. ¡A lo que vinimos dijimos!
Es el comienzo al fin. O el final tantas veces esperado. El Apocalipsis temido y bien ganado. Porque todo acaba cuando se termina. Como el verso, querido Thomas Stearn. Como el FIAT, auto último modelo para desafiar a los futurólogos del futurismo que vaticinaron lo que no sería posible. ¡Esta bestia japonesa! Y nadie lo percibió. Solamente las salamandras que ascendieron las colinas, los cerros, las montañas, porque en las costas, llanuras y sabanas el calor era ya insoportable.
Del libro Todo tiempo futuro, publicado con permiso del autor
(BBB Producciones, San José, 2014).
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