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Kabanga

Adriano de San Martín Costa Rica


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Solares ha sido mi vida. Amplio patio baldío con árbol de aguacate al centro, o mango, o manzana de agua, tal vez toronja. Ropa tendida cual papalotes en la memoria. O sembradíos de café y matas de plátano, arboledas de poró, guaba, un poco de yuca, tiquizque y malanga, lo suficiente para la olla de carne compartida.

El trepar y serpear enredando el aire de la chayotera, o el sutil arrastre de los bejucos del ayote. Guayabales. La delgada línea del pejibaye. Naranjos. Trojas. Naranjales. Carretadas de leña. Cañaverales. Granjeros. Peones. Lecherías. Pastizales.

El viento los hamaquea mientras continúa el viaje. Picada abriendo cuadrantes de enemiga selva. Carrilando. Víboras. Caza. Ojo de agua. Manantiales. Río embravecido. Cabeza de agua. Cortina líquida en la zambullida del instante. Playas blancas en la turgencia de un talle...

Solares lluviosos y soleados, o de nieve reverdecida. Potreros para la mejenga de aguadulce a cachito de luna en los aires para el sesteo de las vacas o el paseo de otros animales. Jardín para el primer beso y el escarceo. Alazán al viento desbocado...

Solares de fuego. Toma de tierras. Alambradas. Fogonazos. Trincheras. Colinas de sangre. Campamentos. Helicópteros y trazadoras. Asaltos con bayoneta calada. Granadas. Largas marchas. Plazas atiborradas. Banderas rojinegras del 79.

Solares de tiempo, frutos de aguardiente en la feria suburbana, máquinas contaminadas, canchas metafísicas en la madrugada de la ausencia con la angustia plantada a un costado, en los marcos desguarnecidos o en las gradas de público camuflado. Bodegas. Púgiles en el cuadrilátero de la humareda. Oficinas oxidadas. Amaneceres. O al atardecer cuando la tiniebla trae los demonios blancos y negros a la mira siempre del espíritu de los ancestros.

Solares. Precarista de solares anochecido.


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Viajamos en el tren de la ausencia Kabanga. Son muchas las estaciones, pero desconozco la última. A veces el controlador exige los tiquetes, le pregunto a qué hora llegaremos y nunca lo sabe. Paseo por los dispares compartimentos. Por tercera y primera clase. Allí he conocido mujeres bellas y escalofriantes, hermosas y desnutridas, perspicaces y estúpidas, artistas y poetas imbéciles e iluminados por la luz de su propio tranvía...

Cambiamos de tren hartas veces. Y de rumbo. Hubo esperas prolongadas, choques fulmíneos, sangrantes descarrilamientos. Pero siempre regresamos al expreso, o al trencito del círculo, y continuamos con el éxodo. Se suceden los paisajes, las ciudades, las personas, los animales, las páginas... El viento me despeina, la ventanilla nos devuelve un rostro crecientemente amargo y ajeno. Vamos de viaje Kabanga... Mis antepasados, mi infancia, los sueños, son nuestro único equipaje.


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