Confieso que a veces leo las obras de los ganadores del Nobel más por morbo que por interés literario. Desconfío de los premios. Muchos amiguismos, compadrazgos (hasta nepotismo), intereses creados, fines oscuros y turbios… Siempre que se publica el nombre del ganador (o ganadora) lo primero que viene a la mente es la larga lista de los que, a la fecha, siguen sin recibirlo (y peor, los que nunca lo recibieron). Qué decir de todas las controversias que se derivan del fallo. Que ese es cantante, no escritor, que aquel apoya a los neoalbos, lo cual es políticamente incorrecto, que si…
Reviso la lista de los ganadores de los últimos años y percibo en varios de ellos un tufillo de mercadotecnia. Un defecto propio no sólo de la literatura, sino del arte y en general de todo el quehacer humano de los últimos tiempos. El Poderoso Caballero del siglo XXI gobierna en todos los ámbitos, con su cauda de materialismo, mezquindad, egoísmo, banalidad y demás taras que contaminan y pervierten cualquier actividad del espíritu.
Nada extraño, desde luego. Por más rebelde y contestatario que pretendas ser o parecer eres hijo de la época. Si aspiras a exhibirte en el aparador debes acatar las reglas de esos duros y siniestros de los que habla Mario Benedetti. Exagero, quizá, pero se trata de una descripción realista de los tiempos que corren.
Lo que extraño de muchos autores es cierto grado de intensidad humana, honestidad emocional, fidelidad artística. Hasta qué grado los intermediarios (editores) son responsables de esta contaminación mundana, y en qué medida los autores son cómplices de esta perversión del arte.
Claro que entre los galardonados algunos me han dejado un grato sabor en la conciencia y en las emociones, aunque con ciertas reservas.
Debo confesar mi gusto por los autores orientales; soy más afín a sus introspecciones, a su manera tranquila y reposada de andar por el mundo.
Claro: no oculto mi entusiasmo por la obra de Han Kang. No; no la conocí por La vegetariana. Mi primer acercamiento hacia ella fue a través de Actos humanos. Novela breve, intensa, emotiva, humana.
Actual e intemporal.
Sus páginas mucho tienen que decir a este sufrido rincón del mundo, nuestra amada América (latina, no la usurpada por la voracidad e inopia de los gringos). La lectura nos remite a un pasado no muy lejano, recuperado a través de notables autores de una corriente que se dio en denominar como novela de la dictadura. Sucesos, más que ficticios, dolorosamente reales.
La dura represión, intensificada por hechos violentos, inhumanos, responsabilidad de autoridades insensibles, brutales, ciegas de poder y anhelosas de imponer sus principios a sangre y fuego.
Derivado de esta represión, las desapariciones, con su carga de sufrimiento, de incertidumbre, de furiosa impotencia. El pasado y el presente se entretejen, lo mismo que los espacios: ayer, hoy, norte, sur, oriente, occidente, en todo momento y en todo lugar un poderoso y sus sicarios imponen su ley y cometen los peores abusos y las mayores atrocidades que uno se pueda imaginar.
Sobre este fondo de sucesos deplorables destacan los personajes que convierten en hechos vitales los acontecimientos sobre los que gravita nuestra existencia. El lector no puede menos que involucrarse emocionalmente con esa vida que debe continuar a pesar del dolor, de las esperanzas rotas, de las emociones confusas.
Y todo ello implica a la sociedad en su conjunto: al adolescente que ingresa a la vida por la ruta más tortuosa, al anciano cuyo mundo se destroza cuando creía que sólo le aguardaba un plácido final, al empleado que descubre la crudeza y crueldad de su entorno…
Nadie escapa a esta realidad asfixiante. Ni siquiera en el más allá hay redención. En un estilo que evoca a Juan Rulfo, en uno de los capítulos de la novela el narrador-personaje es el alma de una de las víctimas, caída bajo las balas de la brutalidad asesina y la impunidad, incapaz de entender lo que ocurrió y, literalmente, como alma en pena procura encontrar una explicación a la dantesca imagen que se muestra a su conciencia nebulosa: el amontonamiento de cuerpos que día a día crece producto de la salvaje e irracional represión.
Actos humanos expone sucesos ocurridos en 1980 en Gwangju, pueblo natal de la surcoreana Han Kang. Pero si alteráramos los nombres de los personajes y los lugares nos daría la impresión de que leemos nuestra propia historia, independientemente del rincón del orbe que habitemos. Ese es el verdadero valor y la universalidad de la literatura.