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Identidad y orgullo mexicano

Zaraí Ameyalli Negrete Jiménez


El origen del mexicano es diferente y, a la vez, muy parecido al de otros pueblos. Nos definen y nos identifican nuestras raíces y nuestras costumbres, pero ¿tenemos nuestras costumbres bien definidas? ¿Sabemos quiénes somos? ¿Por qué actuamos de una manera especial? ¿De verdad nos identificamos como mexicanos o al mismo tiempo nos sentimos extranjeros? Argumentamos que somos güeros quemados por el sol, usamos palabras en inglés para sentirnos gringos o decimos “mi bisabuelo era de Italia o de Estados Unidos”.

Si de verdad nos sentimos mexicanos estamos obligados a defender nuestra identidad, pues si no lo hacemos nosotros, ¿quién lo hará? Buscamos parecer españoles y no decimos con orgullo soy mexicano, moreno, güero, pelirrojo… México no se distingue por un color de piel, de ojos o de cabello, se distingue por lo que es.

Pero, ¿qué significa ser mexicano? Ni siquiera nosotros mismos podemos responder a esa pregunta. Es como si el mexicano realmente no existiera y viviera bajo una máscara, como sostienen Octavio Paz y Roger Bartra. El mexicano sólo vive de lo que le dicen; no digo que todos los mexicanos seamos así, pero la mayoría sí vivimos detrás de una máscara para ocultar quiénes somos realmente. Incluso no sabemos quiénes somos, sólo vivimos por existir. Una triste realidad, pues vivir sólo por vivir no es realmente vivir. De ahí surgen muchos de nuestros problemas, como la violencia.

A los mexicanos se nos dice que somos muy sentimentales, sensibles, desconfiados, entonces nos ocultamos debajo de una máscara. Nuestras emociones y complejos, el sometimiento, la tristeza las sacamos a través del enojo, de querer demostrar que somos fuertes sometiendo o avergonzando a otros, haciendo sentir inferiores a personas más débiles o de menor rango para sentirnos mejor.

El detalle histórico de haber sido una colonia de España explica mucho de lo expuesto hasta ahora, pero es momento de responsabilizarnos de nosotros mismos, de no echarle la culpa de nuestros problemas a los demás como el gobierno, los padres, el dinero. Aunque ello influye, tiene más poder la capacidad del individuo.

Desde mi punto de vista, al mexicano le falta identidad, hacerse responsable de sí mismo, dejar atrás los roles de género. Si bien hay un avance porque una mujer asumió como presidenta, esto ocurrió apenas en este siglo XXI, mientras otros países eligieron una en fechas previas.

Aunque nos falta mucho por mejorar, no estamos tan mal como otros países donde la hambruna es su peor enemigo, o donde las mujeres ni siquiera pueden mostrar su cara ni elevar su voz al mundo.

El machismo es una cadena que necesitamos romper, pues da la impresión de que cada vez nos ciñe más fuerte y nos aprisiona cada vez más y más; incluso algunas mujeres implementan el machismo, aunque lo hacen constantemente y sin darse cuenta.

Pero ahora nosotras queremos un cambio. Cada vez estamos abriendo más lo ojos. Desde mi punto de vista, deberíamos establecer un equilibrio, pues el machismo y el feminismo en muchas ocasiones se van a los extremos. La vida es un constante equilibrio; al ubicarnos en polos opuestos ocurre el caos.

Los mexicanos tenemos un mal concepto de nosotros mismos. Nos decimos huevones y, por tanto, los extranjeros nos miran de esa manera. No nos valoramos y eso influye en cómo nos ven los demás. Los mexicanos no somos flojos: qué gran ejemplo nos dan las madres solteras; son madres, padres, trabajadoras y mujeres, todo a la vez. Madres mexicanas que trabajan en casas ajenas, y al terminar su jornada se dedican a cuidar su propio hogar y a sus hijos.

Y aquellos que trabajan en una oficina de sol a sol y además llevan trabajo a casa; eso no ocurre en los países de Europa y allá no se les dice flojos. Los mexicanos debemos reconocernos a nosotros mismos con todas nuestras virtudes, y desde el fondo de nuestros pensamientos encontraremos el verdadero cambio tanto para nosotros los mexicanos como para el mundo entero.


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