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Bienaventurado

Tonatiuh Tlacaélel Ruiz Rosas


6 de noviembre

Doctor Álvarez:

Espero que estés bien, que el nuevo puesto te haya abrazado. Yo tengo que contarte algo raro. Aquí en el pueblo pasó algo muy extraño.

Regresó Gabriel. Un día llegó vistiendo unos harapos, con el cabello largo hasta la cintura, y cargando un enorme libro. Estaba muy mal, se desmayó nada más llegar al pueblo, ya te imaginarás cómo se pusieron todos.

Francisco y yo lo llevamos a mi casa para cuidarlo todo el día. Sólo tenía fiebre, pero me daba la impresión de que había algo más. Quizás por la enfermedad, decía entre sueños cosas muy extrañas, repetía una y otra vez “el libro”. Lo revisé para ver su contenido y descubrí que estaba vacío; tenía en la tapa un símbolo, una espada rodeada por dos serpientes; era enorme, desgastado, pero en blanco.

A los pocos días se recuperó. Lo encontré escribiendo una noche que fui a ver cómo estaba. Lo llené de preguntas, pero aseguró que no recordaba mucho. No me pudo decir de dónde venía, ni de dónde había sacado el libro, ni siquiera fue capaz de saber qué estaba escribiendo. Decidí llevarlo al hospital al día siguiente, aunque antes di la noticia en el pueblo. Francisco se fue corriendo en cuanto me escuchó. Prohibí a los demás visitarlo.

Cuando regresé a mi casa más tarde, Francisco y Gabriel salían a toda prisa. Francisco me dijo: “Todo el pueblo debe conocer esto”. No entendía lo que pasaba, pero en cuanto reaccioné fui tras ellos.

Llegué a la plaza, donde había una multitud; en medio de todos, Gabriel pontificaba: “Soy el nuevo Mesías. He visto cosas que ningún humano ha conocido y mucho menos comprendido. Ahora mismo soy Gabriel, pero por las noches soy el vasallo de Dios, quien me ha otorgado sus conocimientos a cambio de un favor. Escribiré su voluntad y ustedes serán testigos de ello”. Su voz sonaba como un trueno, nunca lo voy a olvidar. No me puedo sacar de la cabeza lo que pasó. Te contaré si pasa algo más.

José María


27 de noviembre

Doctor Álvarez:

Espero te encuentre bien esta carta. El pueblo ha cambiado mucho. Todo se volvió tan... no sé bien cómo describirlo.

Después de su discurso, Gabriel se encerró durante seis días, y a pesar de mi insistencia de llevarlo a un hospital para que lo revisaran más a fondo, Francisco no me escuchó. Cuando terminó, todo el pueblo se amontonaba para leer el libro; desde aquel día, el pueblo se transformó, se volvió perfecto.

Ya han pasado dos semanas. Las cosechas son abundantes; los animales, incluso las personas, no se enferman, todos parecen tan felices después de la lectura. Yo no lo he leído aún. Hay algo que no cuadra, hay algo falso, esa es la palabra; las personas parecen no ser ellas, yo las conozco a todas. He hablado y he visto sus cuerpos, hay algo malsano en ellos; aunque todos lucen bien, se ven felices y saludables, pero siente algo extraño. Las cosas han cambiado tan rápido. Parece que hubieran transcurrido años y años, pero no, sólo han pasado unos pocos días.

José María


11 de diciembre

Álvarez:

Todos sonríen, saludan, todos llevan máscaras, de eso estoy seguro, incluso las personas que antes no querían que yo las atendiera, ahora me dicen doctor. No, hay algo mal aquí. Todos salen de sus casas a la misma hora, comen siempre juntos, a la vez, parecen títeres, como si estuvieran programados, comunicándose con frases prediseñadas. Eloísa dejó de ser cariñosa, ahora sólo es amable, don Javier igual, todos son buenos, pero cuando los veo no puedo dejar de pensar que son cascarones vacíos. No es el mismo pueblo donde me crie.

Gabriel da discursos todas las tardes. Tengo miedo de que me cambie, que me transforme en algo que no soy, como ha hecho con los demás. Gabriel dijo que era el vasallo de Dios… no estoy seguro si en verdad fue Dios quien le dio la encomienda de escribir.

La gente se me queda viendo, me pregunta qué pienso de las enseñanzas del Señor; yo no sé qué responderles. Los he visto afuera de mi casa, asomándose por las ventanas, siento que me observan, que me vigilan mientras te escribo. Sigo revisándolos a todos y nadie se ha enfermado; hasta el niño más frágil ahora parece inmune a todo mal. No estoy seguro si Gabriel hizo bien al hacerle esto al pueblo.

José María


25 de diciembre

Estoy paranoico, siento que me estoy volviendo loco. Cuando volteo a ver la ventana siempre hay alguien observándome; ya les he pedido que no me molesten, pero ahí siguen. Tengo miedo, siento que me van a hacer algo.

Desde la última carta, todos se asombran porque no he seguido el camino del Señor, me preguntan si estoy bien, y aseguran que parezco más viejo, que luzco enfermo; añaden que quizás Dios me puede ayudar… me quieren hacer caer. Los escucho gritar todas las noches fuera de mi casa: “Bienaventurados los que siguen el camino del Señor”. Antes lo dudaba, pero ahora estoy seguro (maldito el día que regresó Gabriel): fue un demonio el que le dio la tarea, no Dios; Dios no permitiría que algo así le pasara al pueblo.

Esta mañana dejaron el libro en mi casa, como regalo de navidad. Está en el comedor, abierto; no lo quiero leer, pero me atrae, no sé si es la curiosidad o un truco del demonio que lo escribió. No puedo dejar de pensar en él; todo el tiempo, mientras escribo esto, me acosa el pensamiento, me tiemblan las manos, los pies, siento que me esperan afuera, siento que el libro me está esperando, siento que Él me está esperando, bueno o malo, tiene los brazos abiertos, sólo para mí, un trato especial por ser yo.


31 de diciembre

Amado Javier Álvarez:

¿Cómo estás? Espero que estés en gracia de Dios. Me equivoqué. Muchas gracias por preocuparte por mí, gracias por todas las cartas, te lo agradezco de corazón, y perdón por asustarte con mi historia de loco. Todo está bien, el pueblo se ha convertido en un lugar maravilloso, me di cuenta de que esto es una bendición, creo que mi percepción anterior era miedo a quedarme sin trabajo, al fin y al cabo, ¿qué hace un médico en un lugar sin enfermos? Gabriel resultó ser un gran líder, carismático, empático, justo. Ahora imparto clases de todo tipo. Gabriel me dice que alguien con mis conocimientos debe compartirlos, como lo hizo el Señor.

Amigo, quiero que sepas que todos tenemos los brazos abiertos, dispuestos a guiarte por el camino del Señor. Nosotros estamos construyendo la tierra prometida.

Tu amigo, José María


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