La baraja se despliega, tú eliges: próximo destino el umbral del caos, todo muere mientras nace en territorios que marcaste. Sólo años antes pensabas que era truco.
¿Qué gracia esperas te conceda la magna esencia del poema? Te abruma clara certidumbre. Se pudren tuétano y vocablos en final de carcajada.
El trajín cesa en repentino aullido mientras el corazón se doblega como sombra en la banqueta.
Reposará tu desnudez en fosa común de profunda niebla. El festejo se disipa. Ninguna flor o rosario tartamudo entre la lluvia
Tus cuencas disolverá el olvido.
En estado de gracia narras infierno y paraíso. Al azar remontas precipicios. Ignoras las señales de alarma en el vuelo de las aves. No hay trozo del día que cure tus heridas.
Cruzas la salida en la estación Juárez. Vuelves con espíritu sagrado a la ciudad en llagas.
En la botella del briago, en la volátil humareda del carrujo aprendes idiomas que siembran de lejanía la tarde. Una increíble realidad te purifica.
Perturbas mansas bestezuelas, zumban las moscas.
El vértigo alimenta tus aciagos días.
Consultas el I Ching mientras afuera llueve. El agua en letras breves cifra su mensaje: al unísono devastación y florescencia. Fractura edificios la tormenta de voraz carcoma
Tu mujer muestra carbones encendidos en la palma de la mano —caricias a la velocidad del arrebato— Sus palabras fundan el amor y sus deliquios,
¿atiza la flama en que se nace nuestro mundo?
Cesa la lluvia. Golondrinas en cables de alumbrado resguardan un tiempo de cristales que desploman. Tu mirada se pudre en calles anegadas.
Monedas y reloj golpetean maxilares, cuajo y retina.
Desaparece el árbol de pródigo follaje, su corazón de pájaros sustentaba su alianza con el viento. En silencio te abandonó su sombra
ya nunca más el temblor de su presencia.