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El ruido

Ana Gabriela Vázquez de la Torre


El ruido

El choque de la jícara contra el agua al caer en el balde antecede al estallido de la última gota. Entre el aire que habita el vacío de mi departamento, resuena aún el sonido del agua inquieta. Me envuelvo con la toalla y salgo del baño. El lugar tiene ánimos de quietud; sin una compañía, un gato siquiera, una mascota, algo que provoque movimiento. Atravieso ese espacio en reposo.

En mi habitación procedo con la rutina de belleza, las cremas en orden específico, humectante, ácido hialurónico, desodorante, crema para peinar, la selección de la ropa interior, etcétera, etcétera. Mientras hago esto, irrumpe en el vacío el sonido de los frasquitos de cristal al chocar, el cepillo abriéndose paso entre mis cabellos, los cajones deslizándose para abrirse. Hasta que me detengo. ¿Cómo explicar lo que escucho? Si lo que hay ahí es silencio, ¿qué es, entonces, ese ruido?

Me cubro con una bata y camino en puntas hacia el balcón del cuarto. Por suerte, el balcón es menos que un balcón, algo así como un pasillo con un agujero en el techo para mirar al cielo.

El cielo está nublado. Hace meses que no llueve y, sin embargo, parece acercarse la tormenta. El viento balancea mi cabello húmedo; las nubes, oscuras, se mueven. En medio de este ambiente, es difícil pensar que estamos en sequía. Ligera frente al frío, soporto al aire en mi cuerpo y escucho:

El viento se sacude en mis oídos, se estrella contra ellos y se arrastra por mi oreja hasta alejarse crujiendo como un celofán que se arruga:

bfrlrbfrlfrlbl frlrrbbflrlr

Más lejos que esto, escucho las ruedas de los autos arrastrarse con todo su peso sobre el asfalto, y a sus parachoques atravesar el viento de forma lejana y estridente.

En lo alto, el cielo murmura.

Una ráfaga de viento me hace tambalear, dos segundos de calma y luego llega otra; una a una se enfrentan conmigo, me rechazan y toman otro rumbo.

Un sonido se acerca, aparece de la nada y va subiendo poco a poco: una marcha aguda que reverbera. Por segundos parece que retrocede, pero se exige de nuevo la acción de la máquina y retumba en su rumor:

bbbrrrrrrrr bbrrrrrrrrrrrrrr bbbrrrrrrr

En un momento diminuto que cimbra aún después de haber terminado, el sonido lo absorbe todo, cubre el mutismo sin traspasarlo, sin invadirlo, y resuena en su lejanía. Las vibraciones de velocidad llegan tras el zumbido y el movimiento.

Vuelve la calma, que nunca dejó de ser calma, que no dejó de ser silencio.

Si presto suficiente atención, vuelvo a oír los carros pasando por la avenida. Revuelto en los murmullos que rescata el aislamiento, se escucha algo parecido a una ambulancia, puede que sea más bien la alarma de un auto. Es un ruido tan bajo que no estoy segura si imagino escucharlo. Todo se envuelve entre las ráfagas de viento que siguen en una marea de aironazos conectados entre sí.

Retiembla el viento, se raspa consigo mismo, con las paredes, los árboles, mis oídos.

Vuelve un sonido parecido al bbbrrrrrrrr bbrrrrrrrrrrrrrr bbbrrrrrrr. Una versión menos estrepitosa, más introvertida. Luego, viene algo así como el silbido de una avioneta, puedo oírla, pero no alcanzo a verla; viene de un lugar más allá del rectángulo descubierto del techo. Pasa atravesando mi campo de audición, probablemente se escucha menos de lo que podría haberse visto.

Cuando parece que hasta el viento está callado, detecto el chirrido de un carrito de camotes que seguro no se encuentra en esta cuadra, ni en la siguiente. Su chirrido, como flecha, llega directo, agudo y sorpresivo; hasta que una ráfaga más fuerte que las anteriores hace que las nubes choquen, anunciando que ha sucedido la hecatombe; todo lo demás queda eclipsado.

De nuevo el viento cesa, baja hasta el suelo, pero salen detrás de él un puñado de ruidos diminutos: autos, ruedas que raspan el asfalto, pasan y se alejan, algo parecido a voces, ¿voces de qué? ¿Voces de dónde? ¿Voces de quién? Apenas se distingue algo así, tan ligero que llego a pensar que sólo intento llenar el vacío que dejaron las ráfagas de viento tras su paso.

Entonces, como si fueran juntos, un bbbrrrrrrrr bbrrrrrrrrrrrrrr bbbrrrrrrr y un bfrlrbfrlfrlbl frlrrbbflrlr con una sincronía impresionante, se acompañan el uno al otro: surgen, se revelan y disminuyen. Su partida es anunciada por un fuerte ventarrón que se expande y contrae en el mismo instante.

De nuevo, el viento cae en su calma; no se eleva, ni se mueve; aguarda en su quietud, en su silencio.

Casi estoy segura que muy bajo se escucha la canción de alguna película infantil. No soy capaz de reconocerla, apenas me acarician sus vibraciones en un confuso tumulto de susurros imaginarios.

Demasiado bajos; se escuchan los ladridos de un perro. Aunque al principio parecen menos que un murmullo, con suficiente atención los ladridos se multiplican, y tras cada uno son más los perros, conversan desde lugares tan distanciados que habría que teletransportarse un poco hacia ellos para contarlos. De uno pasan a ser tres, luego son cuatro, ¿o siguen siendo tres? Un último ladrido suena diferente. Son cinco, creo que son cinco.

Todos estos sonidos son diminutos, de alguna forma nunca dejó de haber silencio.

Entonces, escucho: el cielo truena y una gota estalla contra el cemento.


Hay luces y puentes

Las luces son un color amarillo en el asfalto de noche. Las luces y caminas sobre el silencio. Las luces; un parque cercado de verde que debes rodear. Los autobuses completan su última ruta. ¿Qué es estar sola en una ciudad? Mirarte es una cosa distinta, no hay nadie más a tu alrededor. Nadie está en las calles. El silencio está en tus días y en tu boca. Las luces y tus pies que tienen eco tras de sí.

Hay puentes y muelles y barcos y velas. Hay puentes y muelles y barcos y velas y parques. Hay puentes, hay velas, hay barcos, hay luces, hay puentes.

El metro suena en el arco. Fierro contra fierro en la última vuelta. Nadie más en la estación. Un tren es un tren es un tren es un tren. Te sientas en el tercer tren. Los asientos son azules y tienen franjas amarillas. Hay personas con nadie a lo largo del vagón. Eres un reflejo en la ventana lateral. La ciudad está del otro lado del vidrio. ¿Por qué te gusta estar aquí?


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