Yo expongo los hechos, la verdad de los hechos, otros se encargarán de analizarlos e ir construyendo nuevas estrategias, legislaciones, apoyos para mitigar los daños a las víctimas.
En mi libro La bestia que devora a los niños, del sello Aguilar, hay historias que lastiman, sí, por eso muchos no quieren ni enterarse, aunque también se trate de la resiliencia, de la esperanza porque buscamos justamente eso, apostarle a la erradicación del abuso sexual infantil (ASI), que de tan común tiende a su normalización y, en un descuido, a su legalización.
En un mundo que se ajusta a lo que acuñara McLuhan como “aldea global”, lo que está sucediendo con los menores nos afecta como sociedad, tanto, que nos estamos jugando el futuro. Los pederastas están infestando nuestra comunidad.
Me parece un poco absurdo el griterío que está provocando la cinta Sonidos de libertad que, si bien toca un tema lacerante, terrible, delicado como la explotación sexual y de trata para trabajo forzado, en este caso focalizado en menores de edad latinos, esté dejando fuera el detalle de que el grueso de los crímenes de ASI está ocurriendo en el hogar, en las escuelas públicas y privadas, de aquí y de todo el mundo.
Si bien el mensaje es potente, despertando la indignación y hasta el llanto de los espectadores, pareciera que los árboles no tapan el bosque, porque el tema capital que debe preocuparnos es lo que día a día sucede en esas colonias perdidas de las grandes ciudades, en esos barrios elegantes y entre esas familias que someten silenciosamente a los niños, a las niñas, sin que nadie se percate.
Es muy común que, por doquier, entre las varias presentaciones que he tenido del libro haya mujeres y hombres que confiesan ese dolor que acompaña al haber sido abusado por alguien cercano. Personas que nunca formaron parte de las estadísticas porque no denunciaron. Son tantos que alguien se atrevió a decir “creo que son más raros los que no han sido abusados que los que sí”, algo que me pareció aventurado, exagerado y, sin embargo, podría reflejar esa realidad que se vive dentro de las paredes de un hogar. Por algo México está considerado como el país que ocupa el primer lugar en este delito, nos guste o no.
Digo que me parece absurdo que a 50 kilómetros de la ciudad de Guadalajara, maestras de preescolar hayan vulnerado a casi 60 niños y niñas del kínder Fray Juan Ruiz de Cabañas y Crespo, creando videos y fotografías de contenido sexual, y que esos hechos no hayan escandalizado ni a la Procuraduría de Protección de Niños, Niñas y Adolescentes (PPNNA) ni al DIF de Chapala, mucho menos al ministerio público. Absurdo que nadie se haya estremecido de pavor, como dicen, lo que sí está provocando la cinta de marras.
Por eso sostengo: vemos los árboles pero no el bosque. En primer lugar es un tema que poco se previene, como lo admite la CNDH México, que en su análisis situacional (2022) señala: “El gobierno de México no cuenta con una política pública preventiva que haga frente a esta problemática desde sus causas estructurales. […] En México se carece de una política de estado para hacer frente a este delito y evitar que siga expandiéndose”.
Vi la película que tanto estupor está causando hace justamente un mes y días. Pero lo que se desprende de la cinta producida en Estados Unidos abre un abanico de dudas, al menos para mí. Hay demasiadas conexiones que no son mera casualidad. Por ejemplo, ¿por qué están apoyando tanto el tema Verástegui organismos como Provida, gobernantes como Bukele que, al igual que Trump, sueña con la reelección, y que tienen como factor común el conservadurismo trasnochado? Hasta visualizan al guapo actor mexicano como posible candidato a la presidencia de México, como ya lo externó Trump.
Creo que no se vale usar a los menores en esto también. Una cosa es la política y las elecciones que vienen y otra cosa es una lucha legítima para salvar a los niños de la trata. Creo que debemos estar con los ojos bien abiertos, porque en esta aldea global la distracción, la diversión son la marca de los tiempos, junto con las tecnologías de la información y la comunicación sin ningún control como lo estamos viviendo, que nos convierten en seres estandarizados y no nos dejan pausa para pensar ni reflexionar.
Lamentaría mucho que detrás de una película existiera otro propósito, que además ha sido tan apoyado hasta por nuestro gobierno estatal, que hace un año recibió con los brazos abiertos al actor que representaba a Viva México A. C., acompañado de autoridades de Utah, firmando un convenio de colaboración para trabajar de manera coordinada contra ese mal social, según se dijo, donde se proyectó un avance de la cinta. O sea, en El Salvador, en el Congreso de Estados Unidos, entre los millonarios como Trump y aquí en Jalisco, se desviven por atenderlo, mientras que el grueso de los delitos contra menores sigue ocurriendo en casa, en la escuela, en el anonimato de las redes sociales.
Mucho ojo, porque el mensaje es el medio, como decía McLuhan, y otra cosa, en YouTube es difícil hablar de delitos sexuales, pero hoy lo abres y aparecen sin cesar comentarios y videos que con mucho entusiasmo ponderan la obra cinematográfica. ¿Y los niños?
Yo misma escribí la historia “Son como esclavas”, una serie de artículos publicados en El Occidental en diciembre de 2003 sobre una chica de Arenal, Jalisco, que fue engañada por Noé Quetzal Méndez Guzmán, perteneciente a una red de pederastas de Tlaxcala, y que fue llevada a Atlanta, Georgia, donde la obligaban a trabajar desde las seis de la tarde hasta la una de la mañana; los proxenetas cobraban 30 dólares por 15 minutos de servicio, mientras Lucía (la chica de Arenal) no recibía nada.
Hasta 20 tipos, todos latinos, era los que debía atender, todos los días. Gracias a la denuncia ante la PGR, interpuesta por Juan Manuel Estrada, de la asociación FIND, se logró el rescate de la chica de 15 años. Este fue el primer caso documentado de trata en México, según leí después, ya que el FBI logró la captura de la familia de Méndez Guzmán, y dar libertad a todas las jovencitas y jovencitos que fueron llevados por esa red originaria de Tenancingo, Tlaxcala. Estamos hablando de 2003-2004, y fue hasta 2012 cuando Noé Quetzal recibió una condena de 60 años de cárcel. Jorge Volpi escribió el libro Las elegidas, y Netflix produjo una película, pero entonces no hubo tanta alharaca como en estos días.