Nos habíamos invitado con los colegas de la Universidad Nacional Agraria, una estrategia fácil para obtener dinero para la salida del fin de semana, y así poder ir hasta el bar La Tonga, uno de estos lugares emblemáticos que nunca pasan de moda. Éramos un grupo de chavalos recién salidos de la secundaria del Instituto Nacional Josefa Toledo y del Regina Mundi. En la clase de ecología nos tocaba reforestar en barreras vivas un área circundante a las aulas de clase. Cada planta costaba entonces 5 córdobas y calculamos unas cien plantas.
En el siguiente encuentro la maestra de Ecología observó todas las plantas secas, nos explicó que un hongo había podrido las raíces de las plantas.
Nosotros guardamos una botella pequeña de flor de caña y la tomamos debajo de un árbol de Neem al cual le faltaba una rama.
Ahorramos para comprar dos pelibuey para la clase de Anatomía y Fisionomía animal. Luego del examen práctico, debíamos dividir las dos ovejas en partes iguales entre 36 estudiante de Ingeniería Agraria. León, Carazo y mi persona no teníamos mucha oportunidad de alcanzar las mejores partes, lo más probable era que nos tocaran las extremidades para alguna sopa. Nuestras ilusiones eran comer posta asada con tortillas y ensalada de tomate y limón, por lo que decidimos idear un plan. En medio del conflicto cargamos los lomos y las paletas en nuestras mochilas y con la ayuda de otro cómplice de grado bajo sacamos el botín sin que nadie lo notara.
Nadie hasta el día de hoy supo cómo las mejores partes del pelibuey se perdieron delante un grupo de 36 estudiantes en el año 2003.
Me lo contó mientras tomábamos una sopa de pollo en el restaurante de Tulio en Juigalpa. Yo había optado por tomarme unos tragos de ron con agua y limón de Castilla, aunque por la escasez estuve conforme con el limón mandarina. Es la única mujer de la ciudad que conozco con las mejores críticas literarias a la obra de Gabriel García Márquez y Mario Vargas Llosa. Para los tiempos que ella era universitaria, la clase de Estudios políticos no fue su fuerte; de hecho, pensó que perdería la carrera si la situación continuaba con notas en cero. Al final del curso se dejaba a los alumnos el trabajo de escribir un ensayo. Al momento de la defensa los mejores ensayos sobre el amor y el existencialismo sucumbieron ante el jurado conformado por doctores en Filosofía y Ciencia políticas de la facultad. Marilyn decidió presentar un ensayo político. Pensó para ella que si los ensayos no eran su fuerte y el jurado era tan exigente con alumnos de Medicina, debería traer un verdadero ensayo. Fue al único cibercafé de la ciudad y descargó un ensayo político escrito en México. Ante la retórica y los argumentos teológicos y sociales el jurado quedó sorprendido, poniéndole obligadamente un cien.
