Querida 411 Woodbridge Ave:
Hace poco me enteré de que te construyeron en 1929 y que les ofreces 1,225 pies cuadrados (arribita de 370 metros cuadrados) a tus habitantes. Eres una casa más bien humilde. El pago hipotecario mensual de mis padres cuando fuiste nuestro hogar era de 65 dólares.
Pero déjame te cuento lo que fuiste en los setenta cuando fuiste mi casa.
Por su trabajo en las huertas, nuestros padres no pudieron recogernos en el aeropuerto ese verano. Así que nos dijeron a Irma y a mí que tomáramos un taxi de Sacramento a lo que sería nuestra nueva casa y de la cual no teníamos ningún otro dato excepto por la mágica dirección apuntada en un pedazo de papel y al cual nos aferramos cual náufragas: 411 Woodbridge Ave. El camino a nuestro pueblo era una hora al sur de Sacramento.
Antes de ti vivimos en propiedades de alquiler, todas pobres y seguramente indeseables para la mayoría de la gente, pero para nosotras dos eran los lugares más seguros gracias a que nuestros padres se anclaban allí firmes y seguros.
Cuando salimos del taxi y vimos el número 411 en una casa que para nuestros ojos parecía una mansión, automáticamente caminamos por un caminito de terracería a tu costado que nos llevó a otro sitio cercano que nos pareció más apropiado (por ser más pobre) para nosotros.
Finalmente tuvimos que aceptar que la casa bonita que vimos al principio eras tú, nuestra casa. Caminamos tu perímetro incrédulas y en admiración. Tenías un patio trasero con cerca y un porche en uno de tus costados. No sé qué estaría sintiendo o pensando mi hermana, pero yo recuerdo que no podía asimilar que detrás de esas cortinas livianas y de un color amarillo claro y cremoso que cubrían las ventanas salientes que enmarcaban el frente de la casa, era el lugar donde íbamos a vivir. A las hermanas que todavía no cumplían los 15 (muy jóvenes e inocentes), la casa parecía sacada de un cuento de hadas.
411 Woodbridge, tú contienes tanto de la historia de mi familia. ¿Te acuerdas de toda la gente a la que le diste espacio, los tantos tíos y primos para quienes mis padres abrieron tus puertas de par en par para que pudieran trabajar con nosotros en los campos y las huertas de California y así pudieran mandar un poco de dinero a su gente en el sur? ¿Te acuerdas de mi mamá cuando se levantaba a las dos o tres de la mañana para hacer tortillas de harina para todos esos hombres? ¿Te acuerdas de sus manos emblanquecidas, su rostro sudoroso y su palo de las tortillas con el cual transformaba la masa en discos planos que luego florecían en el comal deliciosos y livianos con aire caliente? ¿Te acuerdas de sus plantas, un verdor alucinante, cómo adornaban tus espacios comunales? ¿Te acuerdas de nuestros amigos que venían a jugar cartas toda la noche y que a la mañana se quedaban a desayunar con nosotros el menudo cocinado por mi mamá?
¿Y mi papi, 411 Woodbridge? ¿Te acuerdas de él, de su risa, de sus bromas cuando trapeaba el piso de tu cocina? ¿Te acuerdas de sus plantas de tomate y chile que regaba con sus silenciosos modos campesinos en tu patio trasero? ¿Te acuerdas de los tres hijos de Sergio (Eva, Sergito y Adán) y cuantísimo los quisimos?
¿Te acuerdas cuando finalmente uno de tus cuartos se convirtió en mi dormitorio? Allí, por algún motivo, terminé con un escritorio y mi cuarto era escueto y esmerado, todo en su lugar, embellecido con los libros que pedía en préstamo de la biblioteca pública (en especial recuerdo los poemas de un policía hispano de Nueva York vuelto poeta).
Estabas llena a más no poder, 411 Woodbridge, estabas llena del amor que nos unía, de la luz que aquellas cortinas amarillas no podían contener; estabas llena de nuestra música, nuestras risas, nuestro idioma, nuestro verdor, nuestros cumpleaños, nuestras costumbres y con el hambre de mis padres por derrotar la pobreza crónica y extrema de donde venían. Y por su capacidad inagotable para trabajar y su devoción por su familia lo lograron. Y finalmente tú, 411 Woodbridge, los hiciste dueños de su casa en Estados Unidos.
En el paisaje del norte californiano, vuelto moreno por inmigrantes trabajadores como mi mami y mi papi, ay 411 Woodbridge, qué alegría me da saber que todavía estás allí, alta y de pie.