

La formación por competencias
Juan Castañeda Jiménez
Formación por competencia
          El enfoque  por competencias no es reciente. Aristóteles ya afirmaba: “La excelencia moral  es resultado del hábito. Nos volvemos justos realizando actos de justicia;  templados, realizando actos de templanza; valientes, realizando actos de  valentía” (citado en Castro Morera, 2011, p. 109). Esta afirmación  destaca el valor de la práctica para el dominio de cualquier virtud.
          
          En alguna medida la docencia bajo la  influencia del constructivismo (Ausubel, Novak, & Hanesian, 1976; Kohl de Oliveira, 1996; Novak & Gowin,  1988; Piaget, 1988)  ya realiza  aprendizajes compatibles con este concepto de competencias. Quizá la novedad  radique únicamente en los roles formativos. Si bien en el constructivismo  existe un equilibrio entre enseñar y aprender,2 ahora parece  imponerse el aprendizaje sobre la enseñanza. De allí que el primer plano sea  ocupado por el estudiante.
          
        En la formación por competencias, el  aprendizaje está determinado por la práctica del estudiante y no tanto por lo que hace el profesor. Por eso, la educación se centra en el desempeño del  estudiante. En este contexto es relevante no sólo “saber qué hacer” sino esencialmente  “saber cómo hacer”. La labor docente está regida por el desempeño estudiantil: si  el estudiante logra las competencias prescritas en el perfil de egreso,  entonces el desempeño docente es pertinente.
De acuerdo  con los criterios enmarcados, las estrategias  de enseñanza y aprendizaje (EEA) deben fundarse por objetivos definidos en términos de desempeño. Ese desempeño debe  coincidir con el perfil de egreso del plan de estudio. En el caso de la  educación media superior, el estudiante debe alcanzar las once competencias genéricas  prescritas en la RIEMS (SEP, 2008a). En estas  circunstancias, la planificación de la  formación ya no tiene como eje la disciplina, sino la formación de competencias.  Los contenidos son un pretexto para aprender competencias. Es importante  tenerlo presente puesto que si existe algo efímero en la actualidad es la  vigencia de los conocimientos. Una educación fundada en la enseñanza de  contenidos resulta obsoleta. En el plan de estudio por competencias, cada  asignatura debe contribuir al perfil de  egreso. El reto fundamental consiste en definir el desempeño que se espera  del estudiante y la elección del procedimiento que garantice su logro. La  estrategia más pertinente es la que implique el comportamiento definido como  objetivo a alcanzar por los estudiantes.
          
        La labor docente está más presente en el  diseño de la intervención educativa que en el curso lectivo. La elección de  problemas y situaciones concretas ideales para la formación de las competencias  requiere dominio, conocimiento y creatividad del docente. Si el docente no se  encuentra formado en las competencias que a éste le corresponde tener (SEP, 2008b),  difícilmente podrá diseñar ambientes y estrategias adecuadas. A la hora del  curso, el papel docente pasa a segundo plano y entonces la función del  estudiante es protagónica. En la medida que el estudiante adquiere las  competencias que prescribe la asignatura, en esa misma medida el docente está  cumpliendo con su función.        
La  evaluación adquiere un lugar de primer orden en la formación por competencias.  Si anteriormente esto era ya evidente, ahora se hace más tangible en el sentido  de que la evaluación no sólo valora la actividad realizada, sino que además la  orienta. Antes la evaluación era responsabilidad casi exclusiva del docente. El  estudiante rara vez tenía parte en este proceso. En la formación por  competencias, el estudiante debe participar activamente determinando criterios  de acreditación (rúbricas) y evaluando tanto la actividad personal como la de  sus pares. La evaluación no se limita a la calificación (evaluación sumativa)  sino que a ésta le antecede la evaluación formativa (evaluación con finalidad  de orientar la ejecución óptima de la tarea) que debe ser continua para que el  estudiante tenga tiempo de rectificar y mejorar su desempeño. Esta implicación  del estudiante en el proceso evaluativo tiene el beneficio de elevar la motivación  para el aprendizaje (Villardón Gallego, 2006, p. 65).
          
          Hablar de evaluación es hablar también de  planificación. El docente antes de iniciar el curso debe analizar con cuidado y  detalle las características de su asignatura y muy especialmente el tipo de comportamiento  que debe mostrar el estudiante al egresar de su curso. Para ello, alinea todas  las actividades hacia el objetivo (en el sentido que menciona Biggs, 2008, pp. 46-51). En una  planificación alineada se pone énfasis en la congruencia de toda la  intervención educativa en donde cada componente se apoya en los demás. En otras  palabras, en la alineación se define  claramente el objetivo del curso, luego se definen las estrategias que  garantizan su logro para, finalmente, evaluar resultados.
Contar con una planificación alineada no es el único reto, sino sólo el primero. El segundo y más importante es pensar en dicha planeación al estudiante como el protagonista de su propio aprendizaje. De modo que el verdadero reto es que la planificación garantice la participación activa del estudiante tanto en a) la determinación de actividades de aprendizaje, b) el diseño de los diferentes niveles de desempeño (rúbricas) así como en c) la evaluación formativa de los mismos. Cuanto más se garantice dicha participación, mayores probabilidades de éxito y satisfacción podrán verificarse en los resultados.
Es necesario que el desempeño deseado del estudiante sea  garantizado, sostenido y reforzado por el contexto en el que ocurra. Se deben  preparar cuidadosamente los espacios físicos para el logro del comportamiento objetivo. En el ambiente de aprendizaje se incluye el  espacio y el clima emocional. Es imprescindible que el aprendizaje ocurra  en un contexto optimizado que garantice alcanzar el comportamiento prescrito y  en un clima agradable, sosegado, lleno de entusiasmo y creatividad. Sigue vigente  el inspirador pensamiento de Sujomlinski, quien vislumbraba ya esta necesidad:
          
  “Proporcionar a los niños la alegría del  trabajo, la alegría del éxito en el estudio, despertar en su corazón el sentido  del orgullo, de la dignidad constituye el primer mandamiento de la educación.  En nuestras escuelas no debe haber niños desventurados, niños con el alma  corroída por la idea de que no son capaces de nada. El progreso en el estudio  es en el niño la única fuente de las fuerzas internas que engendran la energía  necesaria para vencer las dificultades, que engendran el deseo de estudiar” (Sujomlinski, 1975, p. 162).
  
          Cuando el trabajo intelectual se convierte en  una tediosa actividad, se pierde el objetivo de educar en competencias para  vivir. Renunciar a este propósito en el nivel medio superior es perder de vista  el papel decisivo que juega el formador en quien se encuentra en el último  peldaño de receptividad para las competencias sociales y emocionales sobre las  cuales se fundan las competencias profesionales. Quizá las competencias  genéricas más importantes sean las que implican la administración de emociones  y de relaciones sociales. Para las competencias profesionales se reservan las  instituciones de educación superior y los mismos centros laborales.
          
  Todo educa  en los centros escolares, de allí la importancia de los ambientes y  climas de aprendizaje. El profesor y el estudiante recluidos en aulas no son  más que el último eslabón del proceso. Es necesario que la organización de cada  plantel esté dispuesta para que fomente las competencias del perfil de egreso.  El apoyo irrestricto desde el punto de vista familiar, institucional y social  son imprescindibles para el logro óptimo de tal propósito. Sin esta condición,  la enseñanza queda marginada a la artificiosidad. El aprendizaje óptimo de  competencias debiera ocurrir en el medio en donde se deben aplicar: en el medio  social y en el medio laboral. Por ahora, los planteles educativos de la  Universidad de Guadalajara aún no se encuentran en condiciones de garantizar  este tipo de prácticas y se limitan a sus centros educativos.