Personajes: Músico, Muerte
Interior. Noche. Una sala escasamente iluminada. Un hombre de edad mediana se afana en un piano, tocando una y otra vez el mismo compás. Se interrumpe bruscamente y golpea con ambas manos las teclas.
Músico: (Frustrado.) ¿Es que nunca me saldrá perfecto este maldito compás?
Renueva sus esfuerzos de tocar el mismo compás. Como una aparición, adquiere forma física el personaje de la Muerte.
Muerte: Como recompensa a tus afanes, te permitiré que alcances la perfección.
Sin dejar de tocar, el músico reacciona como si hubiera escuchado una voz interior.
Músico: ¿Recompensa? Sí, creo que la merezco.
Continúa tocando, obstinadamente, el mismo compás. Poco a poco se nota que su cuerpo se relaja, su rostro se ilumina.
Muerte: Excelente. No sólo es cuestión de técnica, de práctica, de disciplina. Se trata del alma que inyectas a tus acciones.
El Músico parece musitar para sí mismo las palabras que pronuncia la Muerte, como si sonaran dentro de su cabeza.
Músico: (En un arrebato místico, eufórico.) Esto es la perfección: por fin obtengo el premio a todas mis horas de práctica, a mis desvelos y sacrificios, a mi constancia… y el toque de inspiración que sólo se les regala a los elegidos.
Comienza la pieza en ese estado de exaltación. Al llegar al compás que tanto esfuerzo le significó, se interrumpe bruscamente y cae de bruces sobre el piano.
Muerte: En efecto, alcanzaste la perfección. Pero la perfección no es un don de los mortales y no se puede compartir en esta vida. Bienvenido a mi reino.
Oscuro.