José Ángel Lizardo Carrillo abreva de un tiempo dorado que la poesía ratifica como imborrable. Exalta de forma absoluta a las creaturas naturales que animan su universo personal, el cual resulta inconcebible sin la convocación gozosa, entrañable y sarcástica de lo telúrico. Sin embargo, no desdeña el devenir cotidiano en espacios citadinos. Con una mirada ubicua, el poeta deambula por espacios inexplorados de la existencia, y recupera con delectación el enigma de los personajes femeninos en el capítulo dos de su poemario.
En afortunada construcción poética nos entrega, con eficacia, múltiples asombros mediante un ritmo de salmo, o que linda con litúrgica chamánica las claves de los objetos del universo y descubre la relación empática de estos con el ser humano.
Su originalidad lleva al lector el placer que libera de encasillarlo en un estilo, una corriente caracterológica específica, incluso no es tarea menor rastrear las influencias que auspician a José Ángel Lizardo Carrillo.
La magia ejecutada por virtud del lenguaje nos incita a la lectura de principio a fin, para luego repasar insistentemente en la memoria los versos de limpia transparencia de A remo del viento.
Con envidiable desenfado Lizardo Carrillo nos convida a una travesía de múltiples formatos poéticos, pasando por el milenario haikú, reviviendo en otros poemas a personajes históricos, mitológicos y bíblicos, hasta arribar, a remo del viento, en territorios griegos donde uno se reencuentra con héroes homéricos.