Logo

Día perfecto

Rubén Cárdenas


Desperté de nuevo. Con el hastío aferrado de los días pasados y el cansancio de noches llenas de inevitables despertares. Intenté dejar la cama y mi cabeza se hundió entre sábanas viejas y un colchón vencido que no aguanta más mis insufribles pesadillas.

Por fin logré sentarme, frotar mi cara hinchada y tomar aire. De a poco y consciente del día que me esperaba (igual que todos) halando a ras de suelo un pie tras otro, arrastré las plantas grises de mis pies hasta el baño húmedo.

A tientas encontré la regadera y con agua turbia enjuagué el empalago absurdo de cada rasgo amable con el que tuve que lidiar el día anterior. Al terminar me encontré de nuevo con el vértigo del mundo y sus noticias: mismas tragedias, diferentes caras. El mismo desayuno exacto de cada rutinario y apresurado día. El amago del estrés que se asoma desde los mensajes matutinos del teléfono y se siente ya en el camino cansado hacia la puerta.

Salí tarde y por costumbre azoté la puerta para bajar apresurado las enmohecidas escaleras. Corrí, crucé la calle y me apagué.

Con la conciencia sofocada, mis siguientes recuerdos fueron diferentes. Traté de hablar, abrir los ojos, entender. No pude.

Me sentí en un túnel en el que todo se movía, excepto yo. Sonidos lejanos se acercaron lentamente a mi cabeza para convertirse en un bullicio horrendo repetido sin descanso.

No pude moverme, levantarme, tomar el control por lo menos de mi cuerpo, o de mis ojos, o de algo. Una figura blanca se acercó y percibió el minúsculo temblor de mis párpados luchando por abrirse. En segundos me perdí de nuevo. No sé si me dormí, me durmió o me morí; pero me apagué otra vez.

No sé cuánto duró pero mis ojos y yo fuimos recobrando luz, como si emergiéramos justo antes del último latido al final de la asfixia bajo el mar profundo, cuando la mano se estira ya casi rendida hacia la superficie ahogándose en busca de aire.

Empecé a entender lo que ocurría. Entendí que me cuidaban, me curaban como a un niño, o como a un ser caído, a un exiliado de cualquier rutina al que sólo otros enfermos intentarían salvar todos los días.

Me frotaban, me secaban y tendían, desnudo hasta el alma, si es que acaso me quedaba algo. Me cubrían y aspiraban todo: las penas, los líquidos y los recuerdos. Invadieron mis venas para alimentarme con aguas sustanciosas y vigorizantes, esperando que su bizarra inclinación por mantenerme vivo lograra renovarme.

Un día dejaron de apagarme y pude mantenerme en el dolor consciente. Las horas se convirtieron en días y los días se esfumaron entre la angustia y el cansancio de mi cuerpo inerte lleno de temblores y preguntas mudas.

Mis ojos trataron de gritar, nadie se enteró. Finalmente comprendí: estaba a la orilla de la muerte, sujeto a aparatos que me anclaban a la vida, como aferrado sobre arena y piedras en el borde de un abismo, sostenido de una rama seca y frágil, alargando la última respiración para no caer.

Una máquina infernal me hinchaba de aire las entrañas, me vulneraba para no morir. Respirar era una audacia involuntaria. Un tubo atravesaba mi garganta y ni siquiera distinguía el esfuerzo por el aire.

Me perdí de nuevo en la noche de la angustia en aquella cama que me ataba a la casi muerte, y desperté de nuevo. Abrí los ojos y me vi en mi cuarto, apretado, con la mandíbula adolorida y las uñas marcadas en las palmas de mis manos. Envuelto entre mis perfectas sábanas olor a viejo, en mi perfecto y pequeño apartamento, rodeado de todas mis escasas cosas, sobre el colchón hundido de mi amable cama a la medida.

Abrí las ventanas y otra luz cayó sobre mi frente; un viento fresco abrazó mi cara y cerré los ojos sólo por el gusto simple de llenarme de aire. Busqué las noticias para ver el mundo cómo es, ajeno, imperfecto, pero al fin el mundo. Después de un baño refrescante y del mejor desayuno imaginable, salí a gozar del mundo, del bullicio de la calle y del camino a mi trabajo con el sol de frente. Mis ojos gritaron buenos días, nadie entendió, pero fue un día perfecto.


Jumb26

Cuando el offside quedó fuera de juego

Fernando Sorrentino Argentina


Jumb27

El océano de tu alma

Gabriela Toruño Soto Costa Rica