Víctor Esteva nace en Juchitán de Zaragoza, Oaxaca, el 25 de octubre de 1985, en la Séptima Sección. Inicia en la plástica como autodidacta y en el 2004 se integra al taller de la Casa de la Cultura para conocer nuevas técnicas. Ese mismo año inicia un camino de exposiciones en diferentes estados del país. En las obras que plasma, utiliza técnicas como óleo, encausto, pigmentos, marmolina, entre otras, para expresar esa esencia mística entre colores y formas, para lograr una conversación entre el espectador y sus emociones a través del lienzo.
La plástica es un lenguaje universal interminable, que atrapa el corazón de una técnica, alimenta los ojos de los amantes perfectos que gustan de este oficio, tan exacto, tan profundo, como la misma vida y la misma muerte.
Los zapotecas conocen bien estos misterios, los interpretan a través de la lengua, de la escritura y la plástica, que son medios que describen los movimientos cotidianos del mundo.
Antes estos hechos tan quebrantables, surge la piel de los recuerdos en un desierto que arde en asombro, llueven imágenes en melancolía, donde el corredor de las gargantas es un escenario de pena que despierta aprisa el crepúsculo enlutado.
De pronto gotea un sollozo estéril en un vacío metálico, anunciando lo que ignora en un morir de lágrimas. Sucede que ahora sobre la tierra alguien pone flores en el vientre de un rocío salvaje para atrapar la estructura de una plástica que habla, gime, mientras camina el día. Es Víctor Esteva que devora caminos con la agitación perpetua de sus pinceles, que canta melodías de la tierra y silencio, la rosa gris sobre la vida.
Aquí el cuerpo del hombre es un incesante campanario que anuncia la vida y enmudece ante la muerte. ¡Ay, qué corto es el tiempo de los frágiles peligros, la vida se hace tierra cotidiana donde todo queda inmóvil como un beso hondo en los recuerdos! Después de todo el mar se agita, la noche canta, nosotros de pronto estamos aquí como un silencio interminable, nuestros ojos sedientos recobran vida al mirar un abecedario de colores que nos encierra en mundo, galopa el crepúsculo mientras florece el follaje azul del universo. De pronto llega Víctor Esteva y nos enseña a beber su arte sorbo a sorbo, sobre la piel de la noche nos muestra un sueño en los pies del universo, donde la mar canta con sus mágicas arenas que se transforman en un bosque donde pájaros, hombres y mujeres cantan a la vida.
De pronto aparece noviembre, con su vestuario perfecto, para ver al mundo llorar la muerte, cerca del río junto a un viejo mezquite, alguien levanta el corazón de la tierra para plasmarla en el vientre de un bastidor de tela que hace parir el alba en su palpitar y en su esperanza.
Surge la figura de Víctor Esteva en medio de este escenario de arte y de oficio explicando en cada palpitar de su pincel los sueños del óleo y el cantar multicolor de otras técnicas que crean, con su talento, un concierto de cromografía, que señala que morir no sólo significa guardarse bajo tierra repentinamente y despertar sollozos interminables, hay muertos vivientes sin esperanza, vacíos, que aún transitan en los senderos de la vida, que viven a pesar de ser días de muertos, no necesitan flores en sus cansadas tumbas, de ellos nos habla en su lenguaje de colores Víctor Esteva, que hoy nos abre el corazón de noviembre, con su oficio de pintar el corazón del alba, mientras los muertos y los vivos pretenden tomar un pedazo del cielo al pie del universo, donde germina la vida.