En una pared de mi cuarto de trabajo tengo un pizarroncito que a la vez es un portarretratos; tiene espacio para cuatro fotos de dos por tres pulgadas. Ahí puse las fotos de dos argentinos y dos mexicanos: Jorge Luis Borges, Juan José Arreola, Julio Cortázar y Carlos Fuentes. Luego de un tiempo las imágenes se van alternando por las de otros escritores, e igualmente se van modificando las citas de cada uno de ellos que escribo con gis. En estos días el pizarroncito ofrece una de Borges: “De todos los instrumentos del hombre, el más asombroso es, sin duda, el libro”.
Borges expuso, cuando la Universidad de Belgrano le propuso dar cinco clases: “Elegí temas con los cuales me había consustanciado el tiempo. El primero, El Libro, ese instrumento sin el cual no puedo imaginar mi vida, y que no es menos íntimo para mí que las manos o que los ojos”.
Esas clases dictadas por el autor argentino se publicaron en el libro Borges oral, por Alianza Editorial. A la cita en mi pizarrón le seguiría que “el libro es una extensión de la memoria y de la imaginación”.
Sin duda, pues, podemos afirmar que los libros son cálidos, íntimos, hospitalarios, asombrosos.
La lectura te salva, te salva de la ignorancia, te salva de situaciones extremas, por ejemplo, conozco a alguien (mi Tita) que en la actualidad es una lectora de tiempo completo a quien la lectura y la música, cierta música y cierto ritmo de lectura (leer de casi todo es la fórmula) la salvaron cuando de niña sufría acoso escolar por estúpidos y racistas bullies. La lectura y la música le significaron un escudo, fueron sus armas de resistencia. La lectura y la música, nos dice: “Fueron gracia y salvación en mis días más aciagos de juventud. Leía por necesidad, necesidad de conocerme, leía para nombrarme, para derrotar a la oscuridad. En la palabra me reconocí y pude abrazarme amorosa a mi soledad”.
La lectura te salva del desequilibrio durante esta endiablada pandemia, te salva del tedio y la desinformación. Te salva de la locura, dijo este sábado (septiembre 5, 2020) Irene Vallejo en conversación con Juan Villoro en el “Hay festival digital” en Querétaro.
En esa charla Villoro destaca, precisamente, algunas situaciones límite en las que los libros, la lectura, son de crucial importancia, tales como una estancia en la cárcel (todo preso que se respete tiene una buena biblioteca); la de un náufrago (ante la hipótesis se suele jugar a preguntar: ¿cuáles libros te llevarías a una isla desierta?); la de una enfermedad (apreciada compañera la lectura en el lecho del enfermo) o la de la soledad (esta última se aparece en distintas circunstancias, incluso cotidianas, como la de un viajero que se abstrae leyendo en un camión urbano, un autobús, una embarcación o un avión).
Las ficciones y las reflexiones nos sacan de la oscuridad, dijo la filóloga Irene Vallejo en la citada conversación.
Los libros se convierten en chalecos salvavidas que te salvan de ahogarte en el vacío de la desesperanza. Además de iluminarte con el consabido conocimiento, la lectura te brinda confianza, ensancha tu visión del mundo, te abre una estancia de felicidad.
¿Y por qué de pronto me veo escribiendo estos apuntes? Bueno, mi buen amigo Luis Rico Chávez hace unos días roló una invitación en el Face para apoyarlo con un texto en torno a la importancia de los libros y la lectura, cuyos apoyos aparecerán en un enfoque que publicará en su revista digital Ágora (el número más reciente es www.agora127.com).
Ops: Acabo de asomarme a dicha invitación y pide un máximo de 50 palabras… creo que debo rasurar mis apuntes, pero antes se los paso a ustedes. Su lectura puede ser útil.