Así, lo que en términos teatrales se denomina melodrama (que en la actualidad encuentra su materialización en la telenovela, y en otros géneros, en la novela rosa) presentará la relación de pareja como una situación idílica, en la cual los protagonistas la mayoría de las veces enfrentarán situaciones extremas para poder conseguir su propósito —concretar su gran amor—, y este amor idealizado sólo mostrará las intensas miradas, las manos estrechamente enlazadas y si acaso algún efusivo abrazo y uno que otro casto beso.

La organización de la historia —que repite el mismo esquema en cada secuencia: el final siempre es negativo— presenta un desarrollo opuesto al del melodrama; en éste por lo general concluimos con un final feliz, y en el cuento de Ibargüengoitia, por el contrario, sólo se nos presentan una serie de frustraciones, al no alcanzar el personaje su objetivo: mantener relaciones sexuales con ella.

En este mismo sentido, pero con una connotación aún más idealizada, se presenta la relación de pareja desde el punto de vista de la moral tradicional y de la religión, con el añadido de la pureza y la castidad, por lo que las relaciones sexuales no formarán parte de la vida de la pareja, y si bien para tener derecho al contacto sexual se requiere la bendición sacerdotal (el visto bueno de la divinidad), aun en este contexto —el del matrimonio— la pareja conservará su intimidad en lo más profundo de su relación, en la oscuridad y prácticamente en la clandestinidad, y por supuesto éste nunca será tema de conversación ni siquiera entre los esposos.

Qué decir de otros aspectos relacionados con la intimidad: la desnudez, la manifestación externa de la pasión sexual, las alusiones a cualquier aspecto relacionado con ésta quedarán prohibidísimas, y todo lo vinculado con ella será sucio y pecaminoso; así, el elemento escatológico presente en la historia opone la naturalidad del encuentro sexual a la concepción que estigmatiza, reiteramos, la saliva de los besos y el sudor de la agitación corporal, por no hablar de otros humores y secreciones.

No es casual que el autor parodie estos dos discursos (el del melodrama y el de la religión), y que los contraponga con una visión más realista de la relación. En este sentido aparece la caracterización de ella, vista a partir de sus atributos físicos.
La religión, entonces, define las relaciones amorosas como pecaminosas, sucias, en cierto contexto, aunque en general se consideran como un tema tabú; el melodrama nos presenta el amor como una relación idílica en la que tampoco se pueden rebasar ciertos límites; por último, en el cuento se maneja un tercer discurso que nos habla del amor como un apetito natural del organismo, y lo destaca en lo que podríamos llamar su lado “animal”, instintivo.

Podríamos continuar en diversas direcciones nuestro comentario sobre este relato de Ibargüengoitia, pero sería cuento de nunca acabar (cuando nos acercamos a revisar con cierto detenimiento una obra literaria, el hallazgo de un elemento nos conduce a uno nuevo y éste a otro, y siempre resulta difícil agotar todos los sentidos implicados en ella).

Nada más el tema del humor —esperamos haberlo expuesto con la suficiente claridad— nos daría suficiente material para llenar un buen número de cuartillas. Ya señalamos que se manifiesta de diversas formas: aparece la paradoja inicial que anuncia discreción, para enseguida contar la historia con todos sus detalles; están presentes la parodia, la caricatura, la exageración; se insertan un buen número de escenas humorísticas, muy teatralizadas; el narrador, también, es capaz de burlarse de sí mismo, y de verse como lo ven los demás en ciertas situaciones: ridículo, estúpido, grotesco, patético, chasqueado.

El humor corresponde a un recurso que se emplea, por lo general, para exponer un discurso indirecto. Busca poner de relieve algo que, en ocasiones por ser muy evidente, se pasa por alto; o, por el contrario, se mantiene oculto por diversas circunstancias y por este medio sale a la superficie.

El humor se transforma en un medio para reflexionar o para exhibir ciertos aspectos de nuestras relaciones, los cuales por lo general no nos atrevemos a discutir en forma abierta, y en ocasiones ni siquiera en la intimidad. En el caso particular del cuento que nos ocupa, hemos puesto nuestra mirada en la parodia que se hace del discurso amoroso, desde tres puntos de vista: el melodrama, la religión y la sexualidad.

El narrador, al parodiar las relaciones convencionales (melodrama) y los prejuicios que enmascaran la realidad del contacto sexual, exhibe la doble moral y la hipocresía que nos define como colectividad: por una parte, de dientes hacia fuera, censuramos ciertos actos y ciertos comportamientos (el adulterio, el libertinaje sexual), y sin embargo somos capaces de lanzarnos a una aventura pese a la supuesta restricción del matrimonio, a las buenas costumbres y al atentado que esto representaría para la estabilidad familiar. Incluso somos capaces de entronizar y de envidiar a los machos que son capaces de obtener conquistas amorosas. Y ni siquiera los curas escapan a esta falsa represión.

Por último, señalemos una oposición entre la abstracción que representa la idealización del acto amoroso y el sentido concreto que adquiere la manifestación natural de la libido. Aunque nos esforcemos por negarla u ocultarla, ésta se manifiesta a pesar de todas las represiones. Los prejuicios no son más que una invención de nuestra cultura, un ente abstracto con el que pretendemos eludir algo que, pese a nuestras buenas intenciones, no podemos evitar.

Ibargüengoitia es aún más explícito: no sólo manifiesta que el apetito sexual es algo natural, sino que las relaciones sexuales implican otros elementos que todavía se consideran más sucios (las relaciones sexuales, de acuerdo con este principio de abstracción, están catalogadas como sucias): los humores, las secreciones: el sudor, la saliva, el semen, los líquidos vaginales (explícitamente en el cuento aparecen los dos primeros; los otros sólo se aluden al hablar de ciertos momentos de excitación o incluso de la masturbación: al final de la introducción se habla de que la contemplación de la foto termina “con los movimientos de la carne propios del caso”; cuando ella le rasca la palma él se mete la mano a la bolsa del pantalón “para aplacar sus pasiones”; cuando él le acaricia la mano ella “tuerce las piernas”, y casi al final, cuando le besa la palma ella incluso “se tambalea” por la excitación); es decir, pese a la barrera abstracta que queremos ponerle al apetito sexual éste se manifiesta de manera natural, a contracorriente de las represiones.

En fin, que pese a los convencionalismos que transforman la relación de pareja en algo frívolo y superficial (y cursi, por añadidura), y a los prejuicios con que pretendemos ahogar las manifestaciones de nuestra naturaleza, las relaciones sexuales conforman un elemento inevitable y del cual no debemos escandalizarnos, porque además implican ciertas secreciones corporales. Si estas relaciones no fueran el pan nuestro de cada día, yo no estaría escribiendo estas páginas y del otro lado nadie podría leer estos comentarios.

Bibliografía:

Barthes, Roland (1983). Crítica y verdad. Sexta edición. México: Siglo XXI (Teoría). Traducción José Bianco.
Dijk, Teun A. van (1988). Estructuras y funciones del discurso. Una introducción inter-disciplinaria a la lingüística del texto y a las estructuras del discurso. Quinta edición. México: Siglo XXI (Lingüística). Traducción Myra Gann.
Ibargüengoitia, Jorge (1988). La ley de Herodes. Decimocuarta reimpresión. México: Joaquín Mortiz (Serie del volador).
Vevia Romero, Fernando Carlos (2000): Introducción a la semiótica. México: Universidad de Guadalajara.

Nota
1 En su obra Introducción a la semiótica, el doctor Vevia Romero define este concepto de la siguiente manera: las isotopías representan “una redundancia, una repetición de ciertos puntos de significado”, p. 72.