La referencia a los “momentos cumbres” de la “vida pasional” del narrador, al “Amor de mi Vida” (con mayúsculas) en el encuentro que termina en decepción a la categoría mencionada en el inciso a). El siguiente diálogo resulta muy ilustrativo en este sentido: “ ‘¿Te veré?’ ‘Nunca más’. ‘Adiós entonces’. ‘Adiós’ ”, lo mismo que la alusión, en la conclusión del cuento, a los “grandes seductores de la historia”.

En abierto contraste con las isotopías anteriores se mencionan elementos de tipo sexual; ya explicamos cómo la madre modera los “impulsos primarios” del narrador; en esa misma secuencia explica que ella (el personaje identificado como “ella”) le rasca la palma con el dedo de en medio, obligándolo a “meter mi otra mano en la bolsa, en un intento desesperado de aplacar mis pasiones”; todos pasean en la alameda, entre “estatuas pornográficas”; en este pasaje, también, detalla que le aprieta la mano “hasta que noté que se le torcían las piernas”, y la descripción que hace de ella es por demás elocuente: “sus piernas, su boca maravillosa y sus nalgas tan saludables y bien desarrolladas”; recordemos que en la introducción señala que la contemplación de la foto le produce “una ternura muy especial, que terminaba en los movimientos de la carne propios del caso”; antes de que describa la escena en que queda chasqueado observa la foto pensando en que se acercaba el momento “de ver saciados mis más bajos instintos”.

El recurso empleado para desarrollar la historia es el humor, presente de muy diversas formas. Además de la parodia al discurso amoroso, en la introducción el retrato descrito se transforma en caricatura: habla de la foto que conserva de ella, de la que destacan “dos orejas enormes, tan cercanas al cráneo en su parte superior, que me hacen pensar que cuando era niña debió traerlas sujetas con tela adhesiva para que no se le hicieran de papalote”; la repetición y la exageración son otros recursos utilizados, como el beso que le da a la madre luego de besarla a ella —a la hija— en el primer encuentro; en el último encuentro describe que en un couch se dan “entre doscientos y trescientos besos”. Abundan las escenas caricaturescas y expresiones o situaciones humorísticas con un marcado carácter teatral.

El narrador no tiene reparos en burlarse de sí mismo: se describe, en el momento de ocurrir la historia, como “más joven y más bello”, y sin embargo, incapaz de conseguir a la mujer deseada (como los grandes seductores de la historia); aparece, en algún momento, como un niño que hace berrinche para conseguir sus fines: “ensayé mis recursos más desesperados, que consisten en una serie de manotazos, empujones e intentos de homicidio por asfixia, que con algunas mujeres tienen mucho éxito” (con las madres, añadirá algún lector agudo). Puede observarse con la lástima que otros lo ven (en este caso ella, luego de su frustración por no obtener lo que buscaba): “supongo que se habrá conmovido cuando me vio parado en la banqueta”: se nos presenta la imagen de un amante frustrado que observa de pie, estoico, al objeto de su amor alejándose dejándolo sin posibilidad de conseguir sus favores.

Al inicio detectamos una paradoja en el discurso: menciona la discreción y, sin embargo, enseguida nos cuenta la historia con todo detalle, y aun se da el lujo de exponer otros aspectos de su “vida pasional”.

Pero con todo lo señalado hasta ahora no hemos sino expuesto la transparencia del texto; el siguiente paso consistirá en continuar las metáforas de la obra.

El título resulta un buen punto de inicio para tratar de clarificar los significados presentes en el cuento. Se nos habla de un personaje —Jorge—, a la vez el narrador de la historia, quien busca un encuentro sexual con otro de los personajes, identificado con el escueto pronombre de la tercera persona singular, femenino: ella.

Este objetivo tan simple tendrá un desenlace negativo: no se cumplirá el propósito, y esta frustración se repetirá no sólo en el conjunto del cuento, sino en cada una de las secuencias: la historia se puede dividir en secuencias que relatan distintos encuentros en los que se persigue el mismo fin, y el resultado será siempre el mismo.

Además de las circunstancias que intervendrán para que este propósito se frustre, también las características de los personajes resultarán fundamentales para que el encuentro sexual entre la pareja no ocurra: los prejuicios sociales y religiosos representarán un obstáculo insalvable.

Pero la función de este elemento es un pretexto para hablar de la sexualidad desde dos perspectivas opuestas: por un lado, el apetito sexual como algo natural del individuo, y por otro, la sexualidad mediatizada por los prejuicios y la moral impuesta sobre todo por la iglesia. Ambos discursos se transforman en blanco de la parodia del narrador, que se complementan con un tercer discurso: el de la novela rosa y del melodrama.

Hay un complemento fundamental para el amor como manifestación sexual: los humores y las secreciones naturales en un encuentro de esta naturaleza (presente en la historia a través de la isotopía relacionada con la escatología). Los besos, en primer lugar, representan intercambio de saliva; el coito, de semen y de jugos vaginales, y por la agitación natural de los cuerpos, el sudor resulta ineludible. Estos elementos harán que se arrugue la nariz de más un alma aprehensiva, aunque pese a tal prejuicio o rechazo, o a la consideración de que se trata de algo sucio, resultan inevitables en la relación sexual.

Por esta razón aparece la parodia tanto a la novela rosa y al melodrama (las telenovelas) como a los prejuicios morales y religiosos en torno a la relación sexual: el amor, en el primer caso, se caracteriza como inocente, cursi, y en el segundo, como sucio o pecaminoso si no cumple ciertos requisitos, y aun entonces no queda a salvo de censuras y ataques.

De esta manera, se nos expone una historia cargada de situaciones risibles, y al emplear el humor para contar esta historia de amor (sexual) frustrado, ridiculiza uno de los aspectos que nos definen como individuos, la mezquindad de nuestras aspiraciones, las cuales, pese a todo, resultan fundamentales para nuestra existencia.

De esta forma, este sentimiento tan idealizado a lo largo de la historia se convierte en un suceso ordinario, pero sobre todo, en un acto en el que están presentes diversos elementos que han creado un sinfín de prejuicios y sobre los que, en ciertos ámbitos, es preferible no hablar.

El amor, como sentimiento idealizado, conduce a que ciertos aspectos de la relación de pareja (cuando es el caso) no se aborden. Una manifestación del amor, cuando se trata del sentimiento que une a una pareja, nos lleva inevitablemente al tema sexual. Sin embargo, de acuerdo con el punto de vista que adoptemos para hablar del tema, se resaltarán ciertos aspectos y se omitirán otros.